Sergio Berni fue más lejos que todos los funcionarios y voceros oficialistas frente a las crecientes cifras de contagios por coronavirus: decidió interpelar a los jóvenes con una referencia a los soldados de Malvinas. No importa a esta altura la discusión histórica, sino el renovado intento de descargar responsabilidades, siempre fuera de la gestión de gobierno: esta vez, jóvenes indolentes de hoy frente a jóvenes patriotas de entonces. Sonó a preludio de cualquier recurso para disciplinar cuando no se puede demandar responsabilidad colectiva –necesaria- en base a la propia conducta del poder.
Los últimos registros de contagios repusieron la preocupación política, por su impacto sanitario y las consecuencias económicas y sociales de posibles restricciones. Esa línea recorrió los dos grandes ámbitos de conversaciones, sin acuerdos globales, según fuentes confiables. El primero involucra a las autoridades nacionales, bonaerenses y porteñas. Y ya tiene agendado un nuevo contacto entre Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, en un par de días. En el medio, habrá conversaciones entre ministros de Salud. El otro, de Kicillof con intendentes de la Costa Atlántica, quedaría para la semana que viene.
El discurso del oficialismo, en sus distintas versiones –desde Berni hasta Santiago Cafiero-, expone matices pero algunos puntos en común. En principio, darle una épica local en lugar de racionalidad y compromiso social. En segundo lugar, la utilización forzada y conveniente de las comparaciones con otros países, por ejemplo, para advertir sobre la posibilidad de restricciones nocturnas. Y sobre todo, una mirada acrítica sobre las responsabilidades propias en el renovado contexto de inquietudes, incertidumbre y difícil aplicación de nuevas y duras medidas.
El encuentro de Kicillof con los jefes comunales de la Costa expuso en parte esas limitaciones y desafíos. La tensión –reconocen allegados a los asistentes- está dada entre la necesidad del mayor control sanitario y la necesidad de salvar –en todo sentido- una temporada tan difícil como decisiva en términos económicos y sociales.
Los criterios enfrentados recrearon en un punto las fronteras entre oficialistas y opositores. Guillermo Montenegro y Martín Yeza, intendentes de Mar del Plata y Pinamar, aparecen como referentes de Juntos por el Cambio. Y en la otra vereda se destacarían Gustavo Barrera, de Villa Gesell, o Alejandro Dichiara, de Monte Hermoso. Menor predisposición o rechazo a medidas como el cierre nocturno de actividades, de un lado, o mayor apoyo a decisiones duras, del otro. Sin embargo, existe un punto en común sobre la apuesta al verano. Lo dicho: salvar la temporada.
Los puntos de discrepancia tienen que ver con la percepción del problema central –las concentraciones de gente y los cuidados- y con los remedios que son imaginados, especialmente en La Plata. El foco está puesto en el comportamiento colectivo de los jóvenes y esa mirada alimenta la idea del “toque de queda sanitario”. Es una medida de compleja aplicación y dudosa efectividad, además de conceptualmente peligrosa.
Algo parecido asomó como reacción del poder frente a los festejos de fin de año en plazas y parques de la Capital y del Gran Buenos Aires. De golpe, el problema pasó a ser la indolencia o falta de compromiso de los jóvenes, expuestos así genéricamente y descalificados desde el punto de vista sanitario y también moral: sufren poco las consecuencias de un contagio y no reparan en el daño de la transmisión masiva a los adultos mayores.
Es curioso como en velocidad fueron desplazados los comentarios, ya escasos en el discurso oficial, sobre las aglomeraciones en centros comerciales como La Salada o la avenida Avellaneda, las demostraciones de hinchadas, las concentraciones políticas y sociales. Un problema y a la vez, la expresión de consecuencias de un tema de fondo.
El Presidente advirtió varias veces sobre los comportamientos colectivos, que fueron reducidos centralmente a la genérica definición de los jóvenes. El jefe de Gabinete replicó el mensaje sobre las posibles restricciones. El ministro bonaerense Daniel Gollán señaló el peligro de tensión del sistema sanitario y su segundo, Nicolás Kreplak, dijo que pueden sobrevenir decisiones “bien fuertes”. Fuentes oficialistas obvias reiteraron que el punteo de medidas incluye el llamado toque de queda sanitario, apuntado a los horarios nocturnos y, en particular, a los jóvenes.
Ninguno mencionó las actuaciones y responsabilidades propias que, en todo caso, habrían contribuido a pintar el cuadro de las aglomeraciones de todo tipo y edades. Con un agregado: según la conveniencia discursiva, son ignoradas o presentadas como fuentes de contagios crecientes. Y eso último, tomando tal criterio como cierto e irrefutable desde el punto de vista científico.
Hay un dato que en el mejor de los casos ha sido cuestionado con el supuesto de que fue una fuente de expansión del virus. Se trata de la despedida a Diego Maradona. El gran problema seguramente no fue el impacto sanitario, sino el mensaje: marcó un quiebre –no el único pero quizás el más potente- entre el discurso y la práctica oficiales. Es decir, un doble estándar, para el poder y para la sociedad.
Las consecuencias de tales mensajes y el sustrato conceptual o ideológico pueden ser advertidas en estas horas con nuevos picos de contagios. Aparece la tentación –por momentos ante cierta impotencia impuesta por la pandemia- de “disciplinar” a la sociedad, en lugar de convocar a la responsabilidad social y a las necesarias conductas colectivas. El punto es que esa convocatoria requeriría del cotidiano ejercicio de conductas responsables del poder. O al menos, de alguna autocrítica.
No parece el mejor remedio apelar al temor. No es un dato menor el eco histórico del concepto “toque de queda” en este país. Tampoco, el foco colocado en los jóvenes. Son reflejos viejos en todo sentido, regresivos.
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