De memoria. Entre 1983 y 1989, un puñado de diputados nacionales marcaron el comienzo de la democracia: Juan Carlos Pugliese (UCR), Jesús Rodríguez (UCR), Juan Manuel Casella (UCR), Luis “Changui” Cáceres, César Jaroslavsky (UCR), Leopoldo Moreau (UCR), Marcelo Stubrin (UCR), José Luis Manzano (PJ), Julio Barbaro (PJ), José Octavio Bordón (PJ), Héctor “Chiquito” Dalmau (PJ), Miguel Dante Dovena (PJ), Oscar Fappiano (PJ), Diego Guelar (PJ), Jorge Matzkin (PJ) Miguel Monserrat (PI), Olga Riutort (PJ)...
Y el Gordo Raúl Baglini.
Ahora se lo recuerda por su Teorema, que planteó en una sesión histórica en un tiempo sin celulares, Twitter, fax o email. Sin embargo, El Gordo siempre se distinguió por su capacidad de análisis y la profundidad de sus lecturas.
Y además nunca sacrificó su humor personal. En 1987, enfrentó a José Octavio Bordón en la elección para gobernador de Mendoza. Todas las paredes de su provincia estaban pintadas con “Bordón, 87″. Con unos pocos pesos, y la brocha gorda, intentó emparejar una disputa imposible: de noche, con un grupito de militantes, pintó: “Baglini, 128″.
La foto de la pintada me la mostró una tarde que nos mantenía ocupados discutiendo sobre el Club de Deudores que aún empujaba Raúl Alfonsín a pesar de las resistencias de Ronald Reagan. Miré la foto y no la entendí.
-¿Qué es 128, Gordo?-, pregunté.
-Mi peso. Al Pilo (por Bordón), le voy a ganar con lo que peso.
Perdió la elección.
En una época sin Wikipedia, y con un nivel altísimo de formación intelectual en la Cámara Baja, Baglini se destacaba por su conocimiento de la historia, la política, las finanzas y la economía. Los diputados aprendían de sus discursos, y los periodistas también. Era un rito hablar con el Gordo, con Jesús Rodríguez, Moreau y Stubrin, en el Salón de Pasos Perdidos, mientras la sesión se extendía en la madrugada.
Baglini te podía explicar a nivel inciso todo el Presupuesto Nacional y, si no entendías, abría una de sus carpetas mágicas, tomaba una hoja en blanco y te daba una clase magistral. “¿Entendiste, pibe?”, te preguntaba antes de regresar a la sesión.
En ese recinto desbordado de Anchos de Espada, El Gordo se enfrentó a Matzkin y Guelar. Había chispas, ingenio, pura política, y pasión cuando cruzaban los discursos sobre el presupuesto, la deuda externa y la economía de guerra. Tenían una ética común: creían en la democracia, en el sistema, en los discursos largos y con contenido ideológico, cuando aún había Guerra Fría y el Muro de Berlín todavía no había caído.
Me lo crucé a Baglini en la oficina del Oso Landoni, un influyente consultor político que juega detrás del cortinado. Era casi fin de año, y la pandemia no daba tregua. Estaba más flaco, y siempre brillante. Me habló de China, de Joe Biden y de Mendoza.
Se fue sin saludar.
Chau, Gordo. Y gracias por las clases. Inolvidables.
Seguí leyendo: