El viaje de Oscar Castillo desde Catamarca a Buenos Aires fue una señal. Estar presencialmente en el Senado podía significar que votaría verde, como lo hizo dos años atrás. En cambio el peronista Sergio ‘Oso’ Leavy decidió quedarse en Salta y entonces volvió a posarse sobre él un signo de interrogación. Con Castillo, del Frente Cívico y Social, hablaron sus colegas radicales mientras que con el salteño conversaron desde Oscar Parrilli al propio presidente de la Nación que lo recibió en su despacho diez días atrás. Nadie se hacía cargo esta madrugada de la sorpresiva ausencia de Adolfo Rodríguez Saá y de la senadora Clara Vega, de La Rioja, que ya fue noticia cuando dejó Juntos por el Cambio para tener su propio monobloque. Con ellos y con la abstención de Guillermo Snopek, un voto que Infobae había marcado en duda, los celestes perdieron tres.
No puede haber sido casual. Probablemente los peronistas hayan aceptado hacer un guiño al Gobierno y también Vega (Mediar) que se definía inamovible pero no lo fue. No son pocos los que hablan del involucramiento del propio Alberto Fernández mientras él prefiere destacar el trabajo de la mendocina Anabel Fernández Sagasti y de algunos senadores más.
Oficialistas y opositores que apoyaron la ley se dividieron tareas y cada cual convenció a los suyos, más allá de alguna intervención desde el gobierno nacional. Martín Lousteau y Pamela Versay se ocuparon de los radicales, Guadalupe Tagliaferri de los del PRO y Anabel Fernández Sagasti (”se puso la 10″, dijeron en el oficialismo sobre ella que ocupó el rol central frente a los senadores y al presidente Alberto Fernández), Nancy González, Matías Rodríguez, María de los Ángeles Sacnun, y varios más, se ocuparon de los del Frente de Todos. A pesar del trabajo en equipo, unos y otros se ocultaron mutuamente información. El motivo no fue la desconfianza sino una forma de obligar a los demás a sumar más votos y evitar que alguno se relajara.
Tal vez así se explique la amplia diferencia cuando hace pocos días se hablaba de un escenario de paridad: nueve votos entre una y otra posición con dos ausencias sorpresivas y una abstención. La Casa Rosada, y los ‘operadores’ del Congreso, lograron un triunfo que es compartido y evitaron una derrota que se hubiera atribuido al gobierno nacional. Hasta José Mayans se atrevió en el recinto a desafiar al Presidente y calificó como “muy mala” la ley y advirtió que viola el mandato de la Constitución.
El cuadro lo completó el jefe del interbloque de Juntos por el Cambio, Luis Naidenoff, que consensuó aspectos formales con José Mayans, que a pesar de su ferviente y dura militancia en contra de la ley, mantiene su cargo como jefe del bloque del Frente de Todos. Para suerte de Mayans la ley fue sancionada. Si no fuera así su posición sería incómoda a partir de hoy. “Está todo bien”, le dijo a Infobae esta madrugada un importante senador.
La estrategia para aprobar la IVE se remonta a dos años atrás. La derrota en el Senado en 2018, que celebró Gabriela Michetti en el cierre de la histórica sesión de agosto de aquel año, fue el primer paso y el que rompió el silencio institucional sobre el tema. Para no repetir aquel resultado Martín Lousteau puso una condición a su candidatura por Juntos por el Cambio: que lo acompañara una candidata que votara a favor de la ley. Guadalupe Tagliaferri, la elegida, superó con creces el mandato y se cargó gran parte de las negociaciones en tándem con Fernández Sagasti. Lo mismo Gladys González, que como senadora de la provincia de Buenos Aires ratificó su voto positivo otra vez enfrentada con Esteban Bullrich. Además el suyo fue uno de los discursos más fuertes y el único aplaudido. Lo celebró Lousteau que por batir palmas se ganó un reproche del entrerriano Alfredo de Angelis. Presidía en ese momento Laura Rodríguez Machado, del PRO cordobés: “Muy merecidos los aplausos”, manifestó. La cordobesa, casi una abanderada antikirchnerista, no hizo declaraciones en los últimos tiempos pero tampoco cedió a los pedidos para no acompañar la ley.
La ecuación se resolvió entonces gracias a que muchos senadores, de ambas fuerzas mayoritarias, priorizaron sus convicciones por sobre sus diferencias habituales. Ya había ocurrido en 2018 cuando Macri habilitó el debate.
Hace algunas semanas en la reunión de mesa de Juntos por el Cambio tanto el ex presidente como Patricia Bullrich, en calidad de titular del PRO, pidieron rechazar el debate con el argumento de que no era éste un buen momento. Se le plantaron al mismo tiempo Humberto Schiavoni, Lousteau y Luis Naidenoff, el único senador por Formosa que vota la ley más allá del peso que la Iglesia tiene en el norte y del aparente rechazo de sus comprovincianos. Pero además hubo varios senadores, como el fueguino Pablo Blanco y el riojano Julio Martínez que se negaron a jugar con el quórum aun cuando ambos votaron en contra de la ley. Ninguno de todos ellos aceptó la posibilidad de dilatar o evitar el tratamiento de la ley para debilitar a Alberto Fernández. “Vamos a dar quórum”, reafirmaron casi desafiantes y anticiparon que no quitarían el cuerpo a la discusión. El único que les ‘falló' a los verdes fue el pampeano Juan Carlos Marino a quien varios opositores apuntaban en la lista verde y votó celeste. Juntos por el Cambio definió ‘libertad de quórum’ pero finalmente todos se sentaron y hasta hubo un número importante de senadores que viajó para participar desde sus despachos o desde una banca por primera vez desde fines de marzo cuando se declaró el aislamiento social por la pandemia.
La estrategia de los senadores que buscaron la sanción de la ley también apuntó a reservarse información para evitar presiones o cambios. Las presiones fueron inevitables: cada senador recibió decenas de llamados de distintos referentes políticos, de Casa Rosada al Congreso, y miles de mensajes por mail. En un despacho una secretaria borró cada día más de 3000 para evitar que se saturara la casilla del senador.
Otro gesto implícito fue preservarse mutuamente y por eso poco se contó sobre las reuniones que mantuvieron vía zoom o intercambios de mensajes entre senadores que durante todo el año fueron duros adversarios. Los verdes armaron un grupo con el nombre de IVE Senado y los celestes también tuvieron el suyo. En Juntos por el Cambio el grupo de Whatsapp se apuntó como “Senadoras verdes”, en femenino y en plural aunque un solo integrante es varón: Lousteau.
Fue justamente el senador porteño, encargado de puntear senadores y de visibilizar los posibles votos flexibles, quien en una charla con Lucila Crexell supo que estaba dispuesta a acompañar la ley aunque ella diría que hasta el final se reservaría su voto. También lo sabían Sergio Massa y Malena Galmarini quienes la ayudaron en su batalla legal para quedarse con la candidatura a senadora después del fallecimiento de Horacio ‘Pechi’ Quiroga y siguieron en contacto y largas charlas con ella. La neuquina fue a la Cámara Electoral en aquel momento y celebró su ratificación como “un triunfo de las mujeres”. Dicen que antes de definir el voto también habló con Alberto Fernández.
Uno de los votos más difíciles de conseguir fue el de Alberto Weretilneck, a pesar de que durante casi todo su primer año como senador acompañó al gobierno nacional en la mayoría de las votaciones. Aun a favor de la legalización puso reparos. Pidió y logró lo que en Diputados le negaron a Fernando Iglesias del PRO: acotar las causales de aborto después de la semana 14 de gestación. El rionegrino anticipó su jugada a Martín Doñate, senador rionegrino de La Cámpora y cercano a Cristina Fernández. Como coterráneo lo puso sobre aviso sobre lo que pediría en el debate en comisión. De inmediato se comunicaron con él Anabel Fernández Sagasti y María de los Ángeles Sacnun para intentar convencerlo sin hacer cambios. También Weretilneck habló con el Presidente y con Vilma Ibarra. Después sus asesores intercambiaron borradores con los asesores de la secretaria de Legal y Técnica hasta que ayer por la mañana hubo una definición. Norma Durango blanqueó el acuerdo al anunciar que se contemplaría su pedido en la reglamentación.
El voto de Stella Maris Olalla fue el más secreto de todos. En su caso no había antecedentes. A los radicales no les sorprendió porque en charlas privadas siempre reivindicó el rol del radicalismo en los nuevos derechos. Recién el lunes a la noche los celestes dejaron de contarla en ese color. Al ‘Oso’ Leavy lo convencieron entre varios: senadores cercanos a Cristina Fernández y el Presidente que lo invitó a la Casa Rosada y le abrió puertas con varios ministros. Fue al que más le costó explicar su voto, más que a Silvina García Larraburu de Río Negro, que también pasó de celeste a verde. Para ambos pesó la pertenencia partidaria más allá de que ambos explicaron la difícil situación de muchas mujeres y el rol del Estado en materia de salud y ahora también la asistencia a través de la ley de los Mil Días.
El entrerriano Edgardo Kueider siempre estuvo a favor de la despenalización. Pero le preocupó lo permisivo del proyecto, al igual que a Crexell que dijo que se podría haber redactado un texto mejor. También él recibió decenas de llamados, tuvo charlas con Parrilli y hasta con Alberto Fernández. A la hora de firmar el dictamen dudó pero accedió a pedido del ex jefe de la Agencia de Inteligencia. Terminó de convencerse al escuchar el discurso de Gladys González, del PRO. Su único pedido fue el mismo que hizo el senador rionegrino con quien tuvo algunas conversaciones. En la sesión mantuvo perfil bajo y no habló.
El trabajo durante el último mes en el Senado estuvo dividido en dos interbloques, de corte transversal, entre celestes y verdes. Los opositores a la ley admitieron ya el lunes por la noche que no sumarían más de 32 o 33 voluntades. Lo que no previeron es que sólo habría una abstención, que todos los votos de indecisos terminarían siendo verdes y que ellos mismos perderían dos más.
En el oficialismo usaron varios argumentos: el reclamo de las mujeres, la ley de los Mil Días como garantía para quienes necesitan ayuda para continuar con un embarazo y el apoyo a Alberto Fernández, un latiguillo tan repetido que por ejemplo Maurice Closs, de Misiones, avisó que seguirán acompañándolo más allá de esta votación.
Este escenario no era tan claro dos semanas atrás. Hubo un día en que la ley de interrupción del embarazo corrió riesgo real de frenarse en el Senado. Fue la tarde en que se dictaminó en tres comisiones a la vez. En Justicia faltaban dos firmas y solo tres senadores podían aceptar acompañar. Los tres esquivaban el trámite: Ernesto Félix Martínez, de Juntos por el Cambio de Córdoba; el peronista entrerriano Edgardo Kueider y el catamarqueño Oscar Castillo. A insistencia de radicales y de Oscar Parrilli, presidente de Justicia, firmaron el cordobés y el senador por Entre Ríos pero en disidencia parcial. Castillo estaba en un paraje de su provincia sin señal en el celular.
El susto obligó a los senadores que impulsaron la ley a redoblar esfuerzos, mantener en reserva sus gestiones y ser prudentes. También se acordaron las votaciones en particular. Tanto Rodríguez Machado como Julio Martínez transmitieron que votarían a favor en general pero que rechazarían el artículo 16. Las negociaciones implicaron convencer a otros senadores de no rechazar los mismos artículos para que la ley no tuviera que ser devuelta a Diputados. En un escenario parejo la advertencia era necesaria, finalmente fueron los únicos rechazos en particular.
Para el oficialismo volver a Diputados no era una derrota. Pero la oposición quería garantizarse la coautoría de la ley sancionada en el Senado porque aunque aportaron menos votos que el Frente de Todos, sin radicales ni macristas, la ley no hubiera sido ley. Y si bien el Presidente consigue aire, una parte de la oposición quiere compartir el festejo.
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