La historia de las vacunas y las cifras y especulaciones sobre los niveles de contagio terminaron por reinstalar el coronavirus como título central en el extraño clima de estas Fiestas. Corrieron el foco del necesario debate sobre la legalización del aborto, con tratamiento a las apuradas y final abierto. Y relegaron casi a la nada la repercusión sobre el ajuste de la movilidad jubilatoria. Las dos iniciativas serán definidas el martes que viene. Son las huellas que va dejando el año político, con un dato fuerte en los últimos días: la abierta exposición de la real batalla en el poder.
Una interpretación cercana a Olivos admite la dimensión de la artillería de Cristina Fernández de Kirchner sobre el Gabinete y destaca la posterior defensa de los ministros hecha por Alberto Fernández, aunque agrega que esa disputa tendría un freno: la conservación de la alianza que permitió la vuelta al Gobierno. Por supuesto, nadie afirmaría que quedó clausurada la posibilidad de cambios en el equipo presidencial.
En esa mirada, el límite sería la unidad, más allá de los costos que produce la disputa interna hacia afuera. Pero aún contemplando que nadie se atrevería a cruzar esa línea, las tensiones siguen escalando y ponen el foco en el necesario armado político del Presidente para el ejercicio del poder. Por supuesto, se expresan de distinto modo. La Justicia continúa alimentando la preocupación central de CFK y en los renglones siguientes se ubican la economía, el papel de los ministros y los espacios en el Gabinete.
Los gestos de la ex presidente, además de las palabras, tienen como destinario no explícito el conjunto que el Presidente busca sumar como pieza central de su armado: los jefes territoriales del peronismo y algunos aliados. CFK controla la provincia de Buenos Aires y tiene diálogo directo con algunos gobernadores e intendentes. A los que no orbitan a su alrededor, el kirchnerismo duro les compite abiertamente o busca condicionarlos en sus distritos.
Lo dicho: las cartas y mensajes de CFK tienen un sentido fácil de decodificar en el universo peronista. Buscan marcarle la cancha a Olivos, que es una manera de advertir sobre la inexistencia de un esquema vertical consolidado, con un poder presidencial capaz de disciplinar o alinear a los jefes locales del PJ. Carlos Menem o Néstor Kirchner, cada uno a su modo, lograron un respaldo entusiasta con señales de poder unipersonal sólido. Las fisuras en esas construcciones fueron después en sintonía con los cambios de humor social.
El estilo de cada presidente tiene su valor, pero el efecto bastante elemental sobre los jefes locales parece inalterable en términos de la interna. Por eso a ellos también les habla sin nombrarlos la ex presidente. Los temas de la ofensiva son variados: desde la Corte Suprema a su evaluación de los ministros y las advertencias sobre el ajuste.
En paralelo, se suman mensajes muy domésticos del kirchnerismo duro que van en línea con la disputa territorial. Un par con sentido práctico: el freno inicial a la jugada para suspender las PASO, motorizada por los gobernadores en acuerdo con el Presidente, y el rechazo a la movida para habilitar una nueva chance de reelección a los intendentes bonaerenses, que habían logrado el aval de Alberto Fernández.
Máximo Kirchner hizo saber en Diputados que el proyecto para eludir las primarias el año que viene no figura entre sus prioridades. Y en la provincia, donde la oposición de Juntos por el Cambio cierra las puertas legislativas, el kirchnerismo duro también dejó trascender su oposición a los “intendentes eternos”. A ellos les quedaría la vía judicial. En paralelo y cada vez más abiertamente, esa disputa se proyecta a la orgánica del PJ provincial.
El registro de los políticos más atentos también anota otros datos. El más ruidoso y vinculado con el difícil camino de los ajustes económicos fue la modificación del proyecto de movilidad jubilatoria enviado por el Ejecutivo. Los cambios fueron decididos y difundidos por el bloque de senadores del Frente de Todos. Mucho antes -y visto ahora con la perspectiva del último texto de CFK- fue llamativo que Máximo Kirchner no cerrara como jefe de la bancada oficialista el debate en Diputados sobre el Presupuesto 2021.
Alberto Fernández también buscó ir cerrando estos días intensos con gestos hacia el interior del oficialismo. Antes de la celebración navideña, compartió un acto con Axel Kicillof. Es una relación con grises, como lo expresó el respaldo formal pero –se comprobó luego- no efectivo del gobernador al proyecto de suspensión de las PASO. Y con necesidades convergentes, como lo expresan los aportes de fondos a la provincia y las restricciones por el coronavirus.
En ese acto, Alberto Fernández recurrió al clásico de aludir a fuerzas externas que pretenderían desunir al frente oficialista y buscó agregarle dramatismo por el coronavirus. “Dense cuenta de todo lo que fuimos capaces de hacer en el peor momento de la historia de la humanidad. Lo hicimos juntos y unidos”, dijo. Al margen de la exageración histórica sobre las tragedias de la humanidad, colocó la “unidad” como límite de las disputas internas.
Para completar, el Presidente organizó una cena con ministros y secretarios en la previa de la Navidad. Fue en Olivos, después de haber reivindicado a los integrantes de su gabinete como respuesta a la carga de CFK. La recomposición ministerial, se ha dicho, debería esperar un poco, para despegarla del contrapunto de estos días y cuidar la imagen de los que deban partir. No sólo eso, por supuesto: el gesto apunta también a los posibles aliados en el peronismo tradicional. Dejar a la intemperie a sus propios funcionarios sería la peor lectura de fin de año.
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