Más allá de las críticas abiertas y frontales de Cristina Kirchner al gabinete del Presidente hay un factor que no puede pasarse por alto: el desgaste de un año de gestión en un contexto atípico y con una conformación del poder atípica. Alberto Fernández intenta jugar a sus propios tiempos pero Cristina parece quemarle cada jugada a propósito, incluso con los nombres que él piensa en cambiar.
Ante la probabilidad de que el ingeniero agrónomo Felipe Solá decida dar un paso al costado de la Cancillería, Cristina desea que ese lugar sea ocupado por el sociólogo Jorge Taiana, quien además de conocerse con Solá desde la secundaria en el Nacional Buenos Aires, ya se desempeñó en ese cargo desde la salida de Rafael Bielsa, en diciembre de 2005, hasta su renuncia en junio de 2010 tras un fuerte cruce con la entonces presidenta. Desde entonces, Cristina ha tenido en Taiana un hombre que le perdona todo, como lo hizo en 2013 al aceptar ser candidato a legislador porteño, en 2017 para acompañarla en la fórmula para el Senado o en 2018 luego de que se difundieran escuchas entre Cristina y Oscar Parrilli en el que la actual vice no hablaba en buenos términos del hijo del médico personal de Juan Domingo Perón. Y en caso de que no haya lugar para Taiana, hay una opción B: Cecilia Nahon, quien se desempeñó como embajadora en Washington en los tiempos de la pelea con los holdouts. Del riñón de Kicillof, a los ojos de Alberto hace quedar a Taiana como una opción superior.
Sin embargo, Alberto Fernández tiene otros planes y, además, mira hacia otra dirección. Jorge Argüello, el actual embajador ante los Estados Unidos, es el nombre que más repite el Presidente y el plan que imaginan en la Rosada cierra más allá del embajador, con quien Alberto cultiva una relación de amistad desde los 19 años. Gustavo Béliz, un hombre al que Cristina no puede ver ni de lejos desde hace años, encaja como reemplazo de Argüello y Alberto estaría dispuesto a darle ese lugar aunque signifique sacrificar el día a día de una de sus personas de mayor confianza. Después de todo, Béliz en Washington puede aportarle mucho más al Gobierno que en las sombras de Buenos Aires.
Pero aunque parezca poco creíble, en esta puja de nombres se coló uno impensado y no es otro que Daniel Scioli. El actual embajador ante Brasil es “rosqueado” por el también embajador ante Bulgaria, Alfredo Atanasoff. El argumento es sencillo y radica en que, al ser Scioli un hombre que delega funciones sobre las que no tiene conocimiento, su designación le daría un respiro al cuerpo de diplomáticos del Servicio Exterior de la Nación. La contra es precisamente esa delegación de facultades y que se pierda el control sobre el Ministerio, algo que es precisamente el principal dolor de cabeza de Solá y, por decantación, de Alberto Fernández.
Falta de hoja de ruta
El Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto no sólo no ha escapado a las críticas de la Vicepresidenta sino que explica más que ninguna otra cartera la abismal diferencia de criterios entre los tres líderes del Frente de Todos: la política internacional que debe adoptar la Argentina.
Incluso aunque el Presidente logre imponer a otro hombre de su confianza en la Cancillería, el recién llegado se encontraría con el mismo problema que tiene hasta la fecha Solá y es la indefinición en política exterior de la Argentina. Hay una pregunta que tiene tres respuestas: ¿Cuál es el estatus del gobierno de Nicolás Maduro? Según el cristinismo, en Venezuela no pasa nada; según Alberto, es un “gobierno con rasgos autoritarios”; y, según Sergio Massa, es lisa y llanamente una dictadura violatoria de derechos humanos. “Mientras no se defina una postura clara y concisa, es difícil que alguien quiera agarrar viaje”, afirmó un miembro del cuerpo diplomático de larga trayectoria.
Y el problema no es solo la postura sino conseguir que se haga respetar. Los grandes incidentes internacionales a tan solo un año de gestión giraron en torno a Venezuela y embajadores que se cortan solos, como ha ocurrido con el representante diplomático de la Argentina ante la Organización de los Estados Americanos, Carlos Raimundi. A través de su representante, el Gobierno desconoció el informe Bachelet que denuncia la catarata de violaciones a los derechos humanos del gobierno que encabeza Nicolás Maduro, mientras que ante las Naciones Unidas el país respaldaba el mismo informe. Luego vinieron las elecciones en Venezuela, condenadas por dieciocho países americanos por fraudulentas. La Argentina se abstuvo, mientras Diosdado Cabello insultaba al presidente argentino y la única defensa oficial salió de la boca menos pensada. Eduardo Valdés, con un tuit, fue el más pragmático al afirmar “con la comida has jugado y los hambrientos no te han votado, seguro que a Chávez no has agradado”. Y así fue como algunos pusieron en la órbita de probables cancilleres al ex embajador ante el Vaticano.
“Cualquier pieza que toque Alberto hoy está condicionada por las declaraciones de Cristina aunque él tenga la decisión tomada desde antes”, comentó a Infobae una fuente de los círculos íntimos de la Casa Rosada y planteó interrogantes sobre la intencionalidad de Cristina: si Alberto ya tenía planificada una movida más elegante para Solá, no se entiende la provocación de un mayor desgaste.
La salida elegante está a la vuelta de la esquina y no es otra cosa que las elecciones legislativas del año que viene. Solá es un hombre conocido en la provincia, donde gobernó desde la salida de Carlos Ruckauf en 2001 y fue reelecto en 2003. La contra de esta idea es que Solá la tiene prácticamente descartada si nos guiamos por sus propias declaraciones: “No me vendría mal otro laburo, pero no tengo tiempo”, sostuvo el ministro en declaraciones radiales. Fue una indirecta bastante directa a la “compañera Cristina Fernández de Kirchner, que dijo que ‘el que tenga miedo, el que no esté dispuesto a hacer lo que haya que hacer para defender los intereses populares, que se busque otro laburo’”. Según el Ministro, se siente “respaldado por el Presidente”.
Una foto que muestra el actual estado de situación de la coalición en materia de recambios y toma de decisiones puede verse con el rol de los “kirchneristas silvestres”, como definen dentro del Frente de Todos a los que se sumaron tarde al espacio y están a los márgenes de las decisiones de poder. Comenzaron a hacer sus jugadas de desgaste incluso para llamar la atención en las redes sociales. Al igual que Alicia Castro y su escrache al secretario de Comunicación Juan Pablo Biondi por “no aplaudir” a Cristina en su discurso del último acto en La Plata, ayer se sumó el diputado Nicolás Rodríguez Saá. A través de su cuenta de Twitter pidió abiertamente la renuncia de Felipe Solá acompañado de una captura de pantalla de la nota de Infobae sobre las declaraciones del canciller en respuesta a Cristina. Solá lo increpó de manera privada y el diputado expuso en su cuenta la conversación. Luego pidió disculpas y borró la discusión. Lo que no borró es su pedido de renuncia.
Cuestión de lealtades
Nunca deja de ser curioso el mecanismo de selección de Cristina para las personas que cree que deben estar en la función pública. La ex Presidenta siempre privilegió lo que ella llama “lealtad” por sobre cualquier otra cosa. Lealtad entendida como obediencia debida, algo normal de esperar de un ministro como solía repetir en su momento uno de los alfiles de Carlos Menem, Alberto Kohan: “A nosotros no nos votaron, estamos a tiro de decreto del presidente y tenemos que cumplir”.
Dentro de ese esquema hay una doble vara con todos los nombres que afectan a la actual Cancillería. Jorge Arguello ya estuvo en la Embajada argentina en Washington hasta que Cristina prefirió reemplazarlo por Cecilia Nahon, mucho más cercana a La Cámpora que el embajador amigo de Alberto Fernández. Daniel Scioli fue vilipendiado desde el programa 678 hasta quince minutos antes de que se conociera que sería candidato a presidente en 2015. De hecho, una de las crisis financieras más profundas que vivió la provincia de Buenos Aires ocurrió en 2012 y fue agravada por su pésima relación con Cristina Kirchner. Entre las cosas que no se le perdonaban al ex motonauta era su relación fluida con “los medios hegemónicos”. Casualmente, una situación similar precipitó la renuncia de Jorge Taiana a la Cancillería el 18 de junio de 2010, cuando en medio del conflicto con Uruguay por la pastera Botnia, Cristina le enrostró a Taiana que él nunca era criticado por Clarín.
Pero si de lealtades hablamos, Felipe Solá comenzó su gestión muy por debajo de la nula estima que Cristina tiene hacia quienes criticaron su gestión, como Vilma Ibarra o Matías Kulfas. Y es que Solá ha llevado adelante varias de las más altas deslealtades de los anales kirchneristas.
En 2008, siendo diputado por la provincia de Buenos Aires, votó en contra de la Resolución 125 en medio del conflicto agropecuario. Si quedaba alguna duda de lo que opinaba el kirchnerismo al respecto, quedó saldada cuando Carlos Kunkel le gritó “traidor hijo de puta” delante de todos.
En 2009 formó parte de una alianza electoral armada por Mauricio Macri junto al también empresario Francisco De Narváez. La lista que llevaba a De Narváez como primer diputado y a Solá como segundo venció a la boleta que encabezaban Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa en las legislativas.
En 2013 formó parte de la lista del Frente Renovador de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires y volvió a vencer al kirchnerismo. En 2015, con todas las encuestas en contra, jugó en la provincia de Buenos Aires dividiendo el voto peronista. Para completarla, en 2017 volvió a enfrentar al kirchnerismo y renovó su banca como diputado. Y si bien en 2018 rompió con el Frente Renovador para crear un interbloque con Libres del Sur y Peronismo para la Victoria, hay cosas que algunos nunca olvidarán.
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