Alberto Fernández arrancó la primera actividad del aniversario de su Gobierno como perdido. La noche anterior había decidido posponer la visita al laboratorio MAbxience, en Garín, cuando Ginés González García le confirmó que finalmente se había firmado el acuerdo con el Fondo de Inversión de la Federación Rusa. Así, el mensaje del primer año gestión dedicado al tema “vacunas” era todavía mejor, con algo más que una promesa. Y decidió hacerlo en conferencia de prensa. Pero al enfrentarse con los periodistas se notó que le costaba concentrarse. Se lo veía en otro lugar, triste. “O pensando en otra cosa”, le dijo más tarde a Infobae un funcionario cercano.
Al mediodía del jueves no era posible saberlo, pero después se entendió. Es verdad que el Frente de Todos no estaba llegando al año de Gobierno como para tirar manteca al techo. No había lugar para bailes o espectáculos callejeros. Sin embargo, logró desplazar a Mauricio Macri y estaba de nuevo en el poder. ¿No era motivo suficiente para sentirse satisfechos?
Después de la rueda de prensa se fue a San Telmo a inaugurar el Museo de los Premios Nobel Latinoamericanos, con Adolfo Pérez Esquivel y Alberto Barbieri, el rector de la UBA. En el camino le contaron que Litto Nebbia estaba ensayando en el CCK. No lo dijo inmediatamente, pero después confesó su deseo: “¿Y si vamos para allá?” Con la complicidad de Juan Pablo Biondi, el Presidente dejó la Casa Rosada en la camioneta del funcionario y se fue sin que nadie se diera cuenta a compartir unos minutos con el músico que admira. Fue el regalo que se hizo por el año de gestión. Y eso lo fue animando.
De allí se trasladó a Olivos, porque se acordó que tenía un almuerzo, y desde el auto buscó entre sus contactos el celular de la Vicepresidenta. “Cristina, hoy a vamos a entregar los premios Azucena Villafor en el Espacio de la Memoria (la ex ESMA), donde vos y Néstor tanto tuvieron que ver, ¿por qué no te venís?”. “Bueno, dale”, fue la contestación que obtuvo. No se necesitó más.
En el acto se lo notó contento, quizás menos a ella, que volvió a mostrar mayor dominio del escenario. Antes, habían tenido unos quince minutos juntos, aunque no solos. Estuvieron también el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, y el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello. Por lo que trascendió, no se habló de nada sustancial. Más que nada, se trató de un encuentro para distender y aventar malos presagios. “Nuestro Gobierno”, dijo la Vicepresidenta en su discurso. Era el mensaje de unidad imprescindible ante propios y ajenos.
Con renovado humor, Fernández aceptó la invitación para participar de la colación de grado de la Escuela Técnica Raggio, un instituto público que funciona dentro del predio de la ex ESMA, que justamente estaba entregando diplomas a los que se recibían de técnico de alimentos, maestro mayor de obras, técnico automotor, o industrialización de muebles. Tan bien estaba, que hasta llegó tarde a la Residencia de Olivos, donde el periodista Gustavo Sylvestre lo esperaba para salir en directo por su programa.
Desde afuera, parece bien claro que el Presidente no sabe cómo lidiar con su Vicepresidenta. No construye poder propio, ni le interesa, algo definitivamente extraordinario en alguien que llega a una primera magistratura. ¿Es viable algo así? ¿Se puede sobrevivir a semejante intento? Cada vez que puede, dice y explica que solo quiere mantener la coalición en equilibrio, buscando que cada uno se sienta parte y dándole a cada uno lo que pretende, mientras lleva las riendas de su Gobierno dentro de parámetros de cierta moderación, que deje conformes desde los dueños de la tierra hasta Juan Grabois, desde Paolo Rocca hasta Luis D’Elía, desde el FMI hasta Hugo Yasky.
Los unió que Macri no reelija y los sigue uniendo que Juntos por el Cambio no vuelva al Gobierno. ¿No estará criando un esperpento, una estructura entre ridícula y deformada, o simplemente grotesca? Aunque hay que reconocer que el dilema no es solo de Alberto.
Un importante funcionario de La Cámpora dijo, delante de un grupo de periodistas, que “ni Grabois, ni Hebe de Bonafini, ni Raúl Zaffaroni son nuestros. Cuando hablan, lo hacen por ellos, ninguno de nosotros los controla”.
La Cámpora, por el contrario, es una agrupación orgánica. Cuando alguno habla, lo hace en acuerdo con su mesa de conducción. Lo mismo cuando calla. Y si se le pregunta a alguno de sus voceros por una caracterización del Gobierno que integran, lo mejor que pudieron decir del primer año de gestión es poco menos que nada: “Un año caminando para la nueva reconstrucción”. Reconstrucción, hay que decirlo, es el paraguas de la comunicación presidencial.
Sin tono épico, ni relato rimbombante, en la web de la agrupación solo pusieron una foto de Cristina y Alberto tomada hace un año y un brevísimo texto: “Hace un año nuestro país cambió de rumbo. La pandemia no impidió comenzar a reconstruir la Patria con una premisa como bandera: primero los últimos para llegar a todos y a todas”.
Azotados por la realidad, a cargo de las áreas más críticas del Gobierno, desde la provincia de Buenos Aires hasta ANSES, pasando por PAMI, YPF, Aerolíneas Argentinas y en general casi todas las empresas públicas (incluidos los lugares de empresas privadas que tienen directores del Estado) entre decenas de diversos estamentos del Estado, la principal agrupación del Frente de Todos tiene que prepararse ahora para el próximo paso, la avanzada estratégica sobre las intendencias de Buenos Aires, para la cual necesita las PASO, aunque no quieran confesarlo públicamente.
Tienen que hacerlo en medio de un complejo panorama. Saben que Alberto no piensa como Cristina en infinidad de temas, pero tienen muy claro que ninguno puede prescindir del otro. Una es la portadora del poder interno, el otro de la sostenibilidad con “los poderes fácticos”, a saber, la clase media, el FMI, los que están contra la dictadura venezolana, los empresarios, los medios “hegemónicos”, la “corporación” judicial, el campo, los unicornios digitales, en fin, los que necesitan más libertad y menos Estado.
El viernes, el Presidente lució mejor parado. Firmó un importante acuerdo con empresas chinas de transporte ferroviario y organizó su agenda de la semana próxima, mientras disfrutaba los elogios por haber logrado la media sanción del proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Cuentan que confía en que el vínculo con su Vicepresidenta se mejore en las próximas semanas. Aunque, en rigor, nadie puede estar seguro: “Es Cristina”, se atajan, por las dudas.
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