“Peronismo impotente”: el análisis del diario español El Mundo del primer año de Alberto Fernández

Desde la pérdida de poder ante la figura de Cristina hasta el desborde provocado en el velatorio masivo de Diego Maradona en la Casa Rosada

Alberto Fernández, hace un año, en uno de los actos por su asunción (Luciano Gonzalez)

Una pandemia, una relación aparentemente distante con la vicepresidenta Cristina Kirchner y una dificultad para encontrar un sello en el estilo de Gobierno. Se cumple un año de Alberto Fernández como presidente de la Argentina y los medios internacionales pusieron la lupa sobre la Argentina.

Bajo el título “Un nuevo y desconocido animal: el peronismo impotente”, el periodista argentino Sebastián Fest hizo un repaso de los primeros 12 años de gobierno del Frente de Todos para el diario español El Mundo. El artículo alude a asuntos relacionados a la política exterior, a la economía y a una imagen que recorrió el planeta: el caótico velatorio de Diego Maradona en Casa Rosada.

A continuación el artículo completo publicado por El Mundo:

Cuando el 26 de noviembre de 2020 la Casa Rosada se convirtió en el último estadio del fútbol argentino en ser dominado por los barrabravas, un animal desconocido se hizo presente en la política local: el peronismo impotente.

Los argentinos están acostumbrados a que el peronismo pueda ser de derechas o de izquierdas, populista o neoliberal, violento o más apegado a las formas, pero no a que pase un año de gobierno y un presidente peronista no deje claro qué es lo que quiere hacer con el país.

Aquel caótico velorio de Diego Maradona concentraba ya varios de los males endémicos de la Argentina, pero era inimaginable que los hinchas violentos que han arruinado al fútbol en Argentina ingresaran en la sede del gobierno y se bañaran en la fuente ubicada en el patio central mientras gritaban y saltaban como si estuvieran en un estadio. Tampoco se había visto a un presidente megáfono en mano intentando convencer a unos enardecidos de no ingresar violentamente a la sede del gobierno.

Alberto Fernández fracasó en el intento, el megáfono y sus palabras no sirvieron. Fue un presidente impotente, inquietantemente desprotegido y solo, un símbolo del actual momento político del país.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner, durante la ceremonia de asunción del actual Gobierno (REUTERS/Agustin Marcarian)

Fernández cumple este 10 de diciembre un año en la Casa Rosada y son muchos los analistas locales que insisten en que eso no significa que esté al mando del país. ¿Cómo es eso? ¿El presidente no es la última instancia del poder? No, es apenas el jefe del gabinete de ministros, insisten esos analistas, que señalan a Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta y dos veces presidente, como el poder que todo lo maneja.

Hay argumentos a favor y en contra de esa teoría, pero lo que es innegable es que ella es la jefa, porque fue Fernández de Kirchner la que decidió que él fuera candidato a presidente. La candidata a vice eligiendo a la cabeza de lista es el mundo al revés, una anomalía política que condiciona decisivamente el gobierno de Fernández. A eso se suma su propia personalidad: abogado, profesor de Derecho y ex jefe del Gabinete de ministros, se lo creía un hombre ejecutivo y de carácter, pero tras un año en el que se desmintió incontables veces a sí mismo, esa impresión se disipó.

El presidente habló al inicio de su mandato de que encabezaba un “gobierno de científicos” y buscó erigirse en una especie de “primer profesor de la República” en los primeros meses de la pandemia del coronavirus, cuando en eternas conferencias de prensa le decía a la población lo que debía hacer y lo que no, al tiempo que criticaba el manejo de la crisis por parte de una larga lista de países, entre ellos España. Aquello no funcionó, Argentina se encaramó en los primeros puestos mundiales de contagios y muertes por millón (con el llamativo trasfondo de escasez de controles) y el profesor Fernández se esfumó.

¿Qué quiere Fernández? Es difícil saberlo y es probable que incluso él dude. Lo que no hay dudas que querría es que, por un pase mágico, las causas judiciales de corrupción que involucran al kirchnerismo, y muy especialmente a la vicepresidenta, se esfumaran. El asunto es la piedra más grande en su zapato y razón principal de la disfuncionalidad de su gobierno.

Esa piedra seguirá en el zapato del presidente, porque la historia argentina marca que cuando la Justicia se siente atacada y en peligro, reacciona apretando donde más duele. En este caso, la vice. Entretanto, el presidente observa por el rabillo del ojo cómo se construye la candidatura presidencial de Máximo, hijo de Cristina. Tiene la fortuna de lidiar con una oposición descoordinada: no hay líder claro frente al peronismo.

Martín Guzmán y Alberto Fernández

El presidente le dijo al “Financial Times” que no cree en los planes económicos, y esa debe ser la explicación para que, en un año al frente del Ministerio de Economía, el ministro Martín Guzmán nunca haya presentado el “plan macroeconómico integral” que insiste en que el país necesita. Guzmán se ha mostrado hasta ahora como un ministro de la deuda externa y no como un ministro de Economía. Mientras, la inflación sigue indomable y el peso se devalúa fuertemente.

Es bien cierto que Fernández heredó una situación muy compleja de Mauricio Macri, y también lo es que se le cruzó una pandemia que hundió a todos los países. Pero algunos se hundieron más y otros menos: el 12,9 por ciento de derrumbe del PIB que la OCDE pronostica para Argentina es la peor situación entre los miembros del G-20. Brasil caerá un seis por ciento. La recuperación argentina también será más lenta y débil.

Si a eso se le añaden datos para el espanto (seis de cada diez niños argentinos son pobres) y frases desconcertantes del presidente (“logramos que no haya hambre”), la situación es bastante más que preocupante. Para tener un punto de comparación, el derrumbe económico argentino en 2020 es más profundo que el de la gran crisis de 2001/2002.

Días atrás, la canciller Angela Merkel reclamó “una clara señal política” por parte de Argentina y su presidente, pedido que no es ajeno a uno de los aspectos más desconcertantes de la administración Fernández: su errática política exterior, muy evidente en el tema venezolano. Condena al régimen de Nicolás Maduro en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra y lo absuelve en la Organización de Estados Americanos (OEA). Acompaña a Evo Morales hasta la frontera para su regreso a Bolivia y cena a solas con Pablo Iglesias en La Paz, pero ignora a la oposición venezolana y el fraude en las recientes elecciones.

Europa y Estados Unidos le reclaman a Argentina que sea más clara y contundente con Venezuela. Lo sabe Fernández de boca del propio Joe Biden, con el que tuvo el privilegio de hablar durante 35 minutos. Se adelantó así a Jair Bolsonaro, presidente de la mayor potencia de la región, con el que ese mismo día había hablado... por primera vez en un año de gobierno. La Casa Rosada, excedida en su optimismo, cree que puede ser la referencia en América Latina para el nuevo gobierno demócrata. Lo cierto es que lo que fue un logro diplomático pronto se convirtió en un incidente para el asombro y de consecuencias aún no claras.

Declaraciones de Felipe Solá sobre China y EEUU

El canciller Felipe Solá no asistió a la videoconferencia porque se equivocó de lugar. Así y todo, se apresuró a ser entrevistado en radio y aseguró que Fernández le había pedido a Biden que reemplace al representante estadounidense ante el Fondo Monetario Internacional (FMI). Resulta tan difícil imaginar un pedido de esa contundencia por parte de Fernández como sencillo entender que, si lo hubiera hecho, eso es algo que no se debe contar. Solá se había ido de boca, y no era la primera vez. En julio, en una reunión con corresponsales extranjeros, se le preguntó por la postura de Argentina en la guerra comercial entre Estados Unidos y China. La respuesta dejó helados a sus interlocutores: “Bueno, estamos armando nuestro Ejército para decidir a cuál de los dos atacamos en la guerra”.

Era una broma del canciller.

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