Pases mágicos, curas de mal de ojo, ponerse las medias al revés, la mala suerte, el ex fiscal que toma sol en el patio de la celda en traje de baño, musculosa y dos banquitos; la paranoia de las escuchas, la música de fondo y el micrófono en el fluorescente del patio. Fueron extravagantes algunas de las declaraciones del ex fiscal Gustavo Ponce Asahad, que tras ser detenido rompió el silencio para revelar un esquema de coimas que se pactaban en Santa Fe para proteger el juego clandestino y vinculó a sectores de la política y la Justicia de la provincia.
En paralelo a ese tema central hubo varios capítulos paralelos del relato que hizo ante la Justicia y que impactaron por lo delirantes. Infobae tuvo acceso a la declaración completa y recuperó dos de esas increíbles historias.
Los pases mágicos de la mamá Mirtha
Una de las declaraciones más disparatadas se refiere a la madre de uno de los empleados de Ponce Asahad en la fiscalía, Nelson Ugolini, a quien llama “Coqui”, y que está sindicado como quien filtraba información de los allanamientos que iban a realizarse. Incluso, hubo evidencias concretas de ese accionar gracias a mensajes donde aparece su cara y su número de teléfono en los celulares de las personas avisadas. Pero está libre.
Según asegura el ex fiscal, se enteró recién en la cárcel que esa señora vive en una casa que le alquila a la familia del empresario del juego Leonardo Peiti. Pero aclara: “Ese vínculo es de muchísimo tiempo antes de que fuera mi colaborador”.
La madre del empleado Ugolini se llama Mirtha y fue militante del peronismo en Venado Tuerto. También fue funcionaria pública en esa ciudad. Ponce Asahad la describió como “una mujer rubia, linda”. Contó que, cuando quedó viuda, su hijo la convenció de que se mudara a vivir a Rosario. Allí empezó o siguió con una suerte de actividades espirituales que el ex fiscal aseguró sentir escozor.
Ponce Asahad recordó que el hijo, su empleado, cuando lo llevaba en auto de regreso a su casa después de una jornada de trabajo en el Centro de Justicia Penal, pasaba por una santería a comprar material para la madre. “Era curandera”, dijo más claramente. En medio de su declaración contra políticos y funcionarios, destacó un gran susto que se llevó una noche en el departamento donde vivía Ugolini. “Me quedé perplejo cuando fui a la cocina y vi un altarcito de San La Muerte con velas negras”, recuerda.
“¿Y este santito quién es?”, se preguntó. “San La Muerte”, le contestó el anfitrión. La madre además se dedicaba al tarot y tiraba las cartas. El ex fiscal no dudó que alguna vez usó sus pases mágicos en contra de los fiscales que llevaron adelante la investigación contra su hijo por las filtraciones.
“Y debe haber invocado mi nombre también”, supone Ponce Asahad y lo fundamenta: “Cada vez que tenía algún encontronazo con Coqui (su empleado, el hijo de la curandera), el pinzamiento se me agudizaba. Creer o reventar. Él me decía: no es bruja, sólo cura”, pero el ex fiscal no le creyó del todo.
En ese punto le dedicó varios minutos más al curanderismo, sin que nadie lo interrumpa: “Tengo una queridísima amiga que la mamá me cura el mal de ojo. Mi abuela materna que era italiana también lo curaba. No creo que tengan un título”. Y cuenta que un día tenía una contractura que le impedía subir las escaleras. “Pará que le digo a Mirtha”, le ofreció su empleado Coqui.
Es entonces que el ex fiscal reconoció “un gravísimo error” en su vida. No pareció haber sido su participación en la red de protección para la recaudación ilegal con el juego clandestino, sino haberle dado su “fecha de nacimiento y algo más, como data, a la señora”.
El ex fiscal detenido y confeso de haber recibido coimas relató que cuando empezó a investigarse el tema de las filtraciones que había desde su fiscalía, y le preguntó a Coqui, la respuesta recibida fue: “Hay que ponerse las medias al revés”.
Los pases mágicos parecieron finalmente ponérsele en contra: Ponce Asahad aseguró haber tenido varios encontronazos con su empleado. El último fue porque aquel pidió directamente al fiscal general un horno sanitizante cuando empezó el Covid. “Al día siguiente, no me caí de la escalera, pero me pegué un porrazo”, expresó, conectando ese incidente con la discusión que tuvo con su subordinado.
El fiscal que toma sol y teme a los micrófonos
Otra parte del relato del ex fiscal Ponce Asahad se refirió a su lugar de detención y al momento en el que se reencontró con su ex jefe, el fiscal regional Patricio Serjal, que llegó detenido al mismo lugar apenas una semana después. Uno en la celda 1 y el otro en la celda 5. Primero, no querían verse y después hablaron y tomaron sol.
El ex fiscal contó que tras los primeros días de estar alojado en una celda del Servicio Penitenciario, un personal del lugar le dijo como al pasar: “No hay que decir nada”. Le contó a sus abogados que le llamó la atención ese comentario, pero no pareció preocuparlo demasiado.
Y relató sin mucho sentido las condiciones de su celda: “Fui alojado en un calabozo común que tiene una cama y un inodoro. Y una ventanita. Yo puse la cabecera al lado del inodoro y mi mujer me mandó un porta-almohadones para que cubriera el inodoro. Así estuve tres meses”.
Siguió el relato señalando que cuando a ese pabellón lo asignaron para casos de Covid, “le manifesté al director que la llegada de Serjal estaba empeorando mis condiciones de detención porque la semana que estuve solo en ese pabellón podía tener la puerta abierta, que se cierra recién a las 23. Había -relató con nostalgia sobre esa semana- un corredor con una mesita donde me sentaba a leer, a escribir o a comer”.
Poncer Asahad describió el cambio tras la llegada de Serjal con un término de la jerga tumbera: “Estuve dos meses ‘engomado’. Estaba tres cuartas partes del día así, porque Serjal había pedido no tener contacto. Fue un desquicio. El salía cuando yo estaba adentro”, y hasta firmaron un acta acuerdo para que quedara claro que no tenían problemas de compartir el mismo pabellón ubicado al lado del Casino de Oficiales.
Después les dieron dos celdas separadas, cada una con un bañito y una puerta común de metal con vidrio y una llave. “Recién ahí Serjal intentó hablar conmigo y creo que aprendí la lección. Por primera vez en la vida me limité más a escuchar que a hablar”.
Lo que sigue es una historia de espías. Cuenta Ponce Asahad que el ex fiscal Serjal le dijo que creía que en el nuevo lugar de detención había micrófonos y por eso los mandaron ahí. Y sospechaba donde estaban: en un tubo fluorescente grande que está en el pasillo que une las dos habitaciones.
“No me rompas más los huevos con el tema de los micrófonos”, le contestó irritado Ponce Asahad a quien parecía arrastrar esa persecución desde antes de la detención. “Vengo viviendo esta historia desde que asumiste en calle Montevideo, en la planta alta”.
El ex fiscal recordó que una vez Serjal hizo hacer una barrida porque sospechaba que el fiscal provincial había dejado micrófonos para escucharlo. Tan convencido estaba que ideó una estrategia para contrarrestar la supuesta invasión a su intimidad: en su momento, cada vez que alguien entraba al despacho de Serjal (el fiscal regional de Rosario) había música de fondo, además de unos budas con los que se protegía. “No te recibía ni hablaba si no tenía esa música de fondo, porque estaba perseguido”, cuenta Ponce Asahad.
Para ver el cielo desde dentro de esa celda había que estirar la cabeza. Por eso, ese patiecito que los vinculaba era una salida atractiva y se podía estar allí hasta las 18. Pero “quiso el azar, como diría una embajadora” -contó Ponce Asahad- que se dispuso la colocación de una cámara en el patio, lo que profundizó la paranoia de Serjal.
“Debo haber salido cinco veces. En mi habitación vivo abrigado, hice bloquear el aire acondicionado. Pero el patio es caluroso, y como dicen que por el Covid es bueno exponerse al sol, voy vestido, pero no estoy más de 5 minutos. Ahora dejé de ir porque no estoy en una colonia de vacaciones, estoy preso”, reflexiona ante la mirada de otros fiscales en audiencia.
En ese punto, el ex fiscal arrepentido comenta que su ex jefe Patricio Serjal “toma sol en el patio. Pone dos banquitos y va en traje de baño. Al principio tomaba sol en musculosa; ahora ya toma sol como si estuviera en la playa La Mansa o la Brava. Por una cuestión de pudor yo no salgo más”.
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