No es una casualidad que el Presidente haya elegido el anuncio de la firma del contrato con el Fondo Soberano de la Federación Rusa para dar inicio a la actividad oficial del primer aniversario de su Gobierno. Está convencido de que la vacuna será el “punto de inflexión” que necesita su gestión para despegarse de un año pesadillesco, cuando tuvo que gobernar lo desconocido, como dijo él mismo en la conferencia de prensa que dio junto a su ministro de Salud, Ginés González García.
El contrato para obtener 10 millones de dosis de Sputnik-V fue firmado ayer, aseguraron ambos. En marzo se podrá hacer uso de la opción de comprar otros 5 millones más, se supone si AstraZeneca demora todavía un poco más la provisión de dosis algo que, hay que reconocer, estaba en los papeles. Es decir, que la vacuna llegue en abril era lo que estaba en los planes originales.
Lo que cambió de ese anuncio hasta hoy es la ansiedad en la que entró el Gobierno argentino por salir del laberinto de comparaciones con otros países, que lo terminaron perjudicando, y falsos optimismos que no evitaron que la cruda realidad muestre su cara, con tasas de letalidad muy por encima de lo que jamás hubieran imaginado.
Por eso el acuerdo con los rusos se volvió vital. No solo porque ofrecieron una provisión de dosis para el verano, una fecha en la que no se había comprometido ningún laboratorio, sino porque hasta facilitaron la logística del transporte, allí desde donde finalmente se produzca la vacuna que llegará a nuestro país. Antes, en diciembre, llegará la primera remesa de 600 mil dosis para vacunar a 300 mil personas.
El camino hasta ese momento todavía está plagado de espinas. González García anticipó que en distintos puntos del país hay funcionarios del Ministerio de Salud poniendo en marcha la preparación del plan de vacunación, un desafío logístico que exigirá una gran coordinación de las administraciones nacional y provinciales, que exigirá capacitaciones, transporte, preparación de los lugares de vacunación, seguimiento de los vacunados, entre infinitas cuestiones. “Con esto vamos a ganar tiempo”, dijo.
Más conectado con la realidad, esta vez el Presidente no dijo que se negó a dar la vacuna para no tener privilegios, sino lo contrario, que será el primero. Comprendió que, por su rol, tiene que dar el ejemplo. El ministro será el segundo. Ambos buscaron ser más precisos, por ejemplo, aceptando que el acuerdo con Pfizer aún no está firmado y que difícilmente se firme en el corto plazo, a pesar del esfuerzo que hizo nuestro país para brindar las condiciones propicias, no solo una ley que los exima de responsabilidades locales, sino el ensayo clínico con 6.000 voluntarios, que aquí ya está terminado.
Al Presidente no se lo vio eufórico ni locuaz en el anuncio. Cansado, con claros signos de llevar en sus espaldas una carga mucho mayor de la que puede soportar, confesó que tuvo que cambiar los objetivos en marzo para ver “de qué modo encaramos el futuro frente a la pandemia”. Otra vez, casi pareció quebrarse cuando habló de lo que sucedía exactamente un año antes. Ese día, el 10 de diciembre de 2019, la Casa Rosada era una fiesta. Un escenario estaba montado en la puerta, y mientras un espectáculo con músicos y bailarines se desarrollaba para el público, funcionarios y amigos entraban a recorrer los pasillos a donde volvían, después de cuatro años. A última hora de esa tarde, aparecieron Alberto y Cristina tomados de la mano, saludando, felices.
Hoy, el panorama es otro. El año fue demasiado duro. Para colmo, la Vicepresidenta parece haberlo dejado solo con la fenomenal tarea de gestionar y sostener el equilibrio de una coalición inestable, siempre a punto de quebrarse.
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