La semana pasada fue tan Argentina y tan 2020 que en menos de 72 horas tuvimos grieta por el dolor de la pérdida colectiva, incidentes tan previsibles como inexplicables, revoleo de acusaciones entre oficialismo y oposición, sanción de leyes kirchneristas en el Senado y hasta pudimos ver expuesta la tensa relación que hoy existe entre Cristina Fernández y Alberto Fernández.
Hoy, en el último día de las sesiones ordinarias, en la Cámara de Diputados buscarán profundizar la poda a los fondos de la ciudad de Buenos Aires al recortarle a los porteños otro punto más de coparticipación y dejarla en el histórico 1,4% que percibía antes de que se le traspasara todas las comisarías y cuerpos de infantería de la Policía Federal Argentina. O sea: ahora la Ciudad deberá pagar a la Policía con el presupuesto que tenía antes de tenerla. O sea II: la Nación vuelve a contar con el dinero que tenía para pagar sueldos de policías que ya no tiene. O sea III: nuevamente los porteños resignarán el grueso de su coparticipación –Buenos Aires aporta 22 puntos de la masa coparticipable sobre 23 provincias– que serán repartidos entre los demás gobernadores. ¿Quién votaría en contra de los intereses de su propia provincia? Nadie. Bueno, sí los del Frente de Todos de la Ciudad.
El proyecto fue movilizado nuevamente por Máximo Kirchner ante la reticencia de Sergio Massa, quien dialoga con Horacio Rodríguez Larreta y hace tan solo unas semanas buscaba tender nuevamente puentes de diálogo entre el Presidente y el Jefe de Gobierno. Puentes que parecieran verse dinamitados tras los sucesos ocurridos en el velorio público a Diego Maradona y la reactivación de la poda por ley al presupuesto de la Ciudad.
Tras esta situación no deja de asomar la cabeza, nuevamente, el orden de prioridades contrapuestas de Alberto Fernández y Cristina Fernández mientras las encuestadoras ya registran por primera vez una imagen positiva del Presidente por debajo de la que tenía al asumir y muy, pero muy lejos del pico que supo tener en las primeras semanas de la cuarentena. No solo eso, sino que la imagen negativa creció y se acerca al punto equilibrio en aceleradamente en los últimos meses. Y aún falta registrar lo ocurrido la semana pasada.
Según las distintas encuestadoras consultadas, el político en funciones con mejor imagen de la actualidad es Horacio Rodríguez Larreta, que ostenta una franja que se mueve entre los 55 y los 59 puntos de imagen positiva y entre 28 y 31 puntos de imagen negativa. En el otro extremo se encuentra la vicepresidenta, que tiene una imagen positiva de entre 33 y 38 puntos frente a una negativa que gira entre los 58 y 62 puntos. Dato al margen: es el peor desempeño de Cristina en años. En el medio de los dos, Alberto.
El político con decisión de gestión que dice que no mira encuestas, miente. Verdad tan de perogrullo como el cambio radical que se dio en el listado de preocupaciones de los encuestados. El mayor miedo de los argentinos dejó de ser la pandemia hace varios meses, pero ya rankea lejos, muy lejos de los primeros puestos al que volvieron los clásicos jugadores titulares: inflación, inseguridad, desempleo.
No siempre tener buena imagen es sinónimo de tener poder, pero ese es un lujo que está destinado a los líderes carismáticos personalistas, aquellos que tienen un núcleo duro de votantes que nunca jamás, por nada del mundo, dejarían de votarlos. Y Alberto hoy tiene que lidiar con no poder moverse demasiado de la agenda de Cristina e intentar hacer las cosas que quiere. Pero ahora ya no es sin pedirle permiso a su vice –o “consultarle”–, ahora es a pesar de los palos en la rueda que pueda ponerle su vice.
Solo, solito. Se ha hablado numerosas veces de que el Presidente tiene actitudes imprevistas en noticias que causan simpatía, como cuando se sube a su auto y se va en soledad. El lado B son las acciones intempestivas, nunca consultadas y donde ni los propios se animan a decirle absolutamente nada en contra. Y eso que un asesor, por definición, está para asesorar.
A veces pareciera que el Presidente se encuentra en una situación de desborde, como esos períodos que todos hemos atravesado en algún momento de nuestras vidas en el que nos sentimos hartos, cansados o impotentes frente a situaciones que nos superan o personas que nos complican las cosas.
Algo puede salir mal cuando un desborde emocional aparece en una situación de desborde laboral. El miércoles, tras conocer que Diego Maradona había fallecido, fueron varios los testigos que ratificaron que el Presidente se conmovió y quedó apesadumbrado sin ocultar su tristeza. Por lo general, los estados de emociones extremas no son los mejores para la toma de decisiones. Segundo problema, ya que todo su entorno estaba conmovido por la misma noticia y nadie tenía la cabeza fría como para pensar los riesgos de lo que se estaba por proponer: un evento con un final impredecible por la magnitud de la figura que acababa de fallecer y por el significado de multitud, pasión y rebeldía ante la autoridad que despertó a lo largo de su vida.
Desde el entorno del Presidente aseguran que no quiso sacar rédito político con la convocatoria y recuerdan cuando en 2008 puso a disposición de los allegados de Charly García un avión para que fuera trasladado desde la provincia de Mendoza hasta la ciudad de Buenos Aires luego de que el ídolo de la música finalmente tocara fondo. Recordar que era junio de 2008 y que el gobierno estaba en medio del conflicto con el sector agropecuario hace que uno pueda llegar a dudar, pero vamos a darles la derecha.
Del otro lado del mostrador, entre pases de magia para dibujar un presupuesto que ya no cierra ni a la fuerza, la situación es más que tensa. “No se puede armar un evento de este tamaño en seis horas y pretender que salga bien”, se escuchó decir en las oficinas de la calle Uspallata a uno de los altos funcionarios del Gobierno de la Ciudad, cuando ya se habían calmado los ánimos en las calles porteñas luego de largas horas de enfrentamiento entre la policía y distintos grupos de violentos que empañaron un evento que había transcurrido en paz durante buena parte de su desarrollo.
“Y menos a horas de tener que hablar de las restricciones por la pandemia”, prosiguió el funcionario del distrito que más eventos al aire libre, gratuitos y multitudinarios ha organizado en el país a lo largo de décadas de gestiones de todos los colores políticos. Más tarde, Rodríguez Larreta saldría a contestar las acusaciones llegadas desde la Rosada por la represión a los desmanes en las inmediaciones del velorio.
Pero Alberto Fernández volvió a hablar y aseguró que “hubo una acción desmedida de la Policía de la Ciudad” y, contra fáctico como de costumbre, que “si no hubiéramos organizado, habría sido peor”. Un clásico que escuchamos durante meses respecto de otros temas, remozado para la ocasión y con idéntico resultado: puede que tenga razón, pero no lo sabemos.
En Uspallata resultó llamativa la denuncia formal efectuada por la secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la cual acusa a Rodríguez Larreta y Diego Santilli por abuso de autoridad y abandono de persona luego de los incidentes en los que participaron la Policía de la Ciudad y los manifestantes. No hubo heridos de gravedad, no hubo muertos y casi no existieron detenidos, algo milagroso si se repasan las imágenes del evento.
“Parece que no tienen Internet y no se enteraron de lo que pasa en el resto del país desde marzo”, dijo un asesor de una de las figuras de Juntos por el Cambio y enumeró varios de los sucesos que conmovieron a la opinión pública y otros que pasaron desapercibidos y ante los cuales la Secretaría de Derechos Humanos no ha presentado una denuncia.
Tan sólo unas horas después, con los ánimos ya calmados, Alberto Fernández dijo lo que todos sabíamos: que los incidentes ocurrieron cuando la familia decidió dar por finalizado el velatorio. Ante las imágenes que recorrieron el mundo, el presidente tuvo que reconocer lo obvio y aceptó que no dimensionó lo que podía llegar a ocurrir.
Y eso es lo que pasa cuando se toman decisiones sumido en emociones extremas. Ahora, no deja de resultar llamativo que nadie previera y avisara. ¿Nadie vio a las distintas barras bravas en la Plaza de Mayo a lo largo de toda la vigilia previa? ¿Previeron un millón de asistentes pero no calcularon que podría ocurrir algo?
Una pregunta básica y reiterada: ¿Para qué son necesarios veintiún ministros, cuatro secretarías generales, ochenta secretarías ministeriales y cientos de despachos entre subsecretarías y direcciones generales si pocos son consultados por el Presidente para una decisión de tan alto vuelo como puede ser un evento que, según sus propias palabras, “convocará a un millón de personas”? ¿Para qué un ministerio de Seguridad, otro de Deporte, uno de Cultura y una Dirección de Ceremonial y Protocolo si las decisiones serán delegadas in voce por el presidente en la familia del difunto que poco entienden –ni tienen por qué entender– de una mega organización?
Y si alguien faltaba a la mesa de quienes gustan pegarle al gobierno con peronismo en mano, apareció Sergio Berni cuestionando al progresismo por dejar hacer y desprenderse del monopolio de la represión que debería estar en manos del Estado.
Fin de duelo. Desde el minuto cero de conocida la noticia, desde la Casa Rosada informaron que se decretó un duelo de tres días y que el Presidente suspendía su agenda por el mismo período. Volvería el sábado para recordar a Maradona en un programa televisivo como si hubiera sido su compañero en el Napoli, aunque su alocución se centró más que nada en bajarle el precio a los incidentes. Sin embargo, en medio del duelo, el jueves ingresó en el Senado el pliego enviado por el Poder Ejecutivo para que el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, sea designado juez federal con competencia electoral en La Plata.
El viernes también el Senado dio media sanción a la modificación de la Ley Orgánica del Ministerio Público 24.986 en un trámite tan sumario que en la página oficial figuraba como enviada a la Cámara de Diputados cuando aún no se había votado. Igual, se sabía el resultado, era viernes y se vienen las sesiones extraordinarias, así que para qué andar perdiendo el tiempo.
Por la tarde Alberto Fernández anunciaba la posibilidad de que se viniera una segunda oleada de COVID-19, al igual que lo ocurrido en Europa. Todavía estaban frescas en las retinas de todos las imágenes de lo que pasó en el último adiós a Maradona y ya no hablo de los desmanes, sino de la poca voluntad que existió de parte de las autoridades para evitar amontonamientos y de lo poco que puede confiar el Presidente en lo que él llama responsabilidad individual. En la madrugada del jueves, en plena vigía, no existió un entrevistado por ningún medio televisivo que no estuviera aplastado contra otro y sin tapabocas. Y no pasó nada.
A título personal, resultó chocante escuchar al Presidente apelar a una nueva prórroga del distanciamiento y de algunas restricciones cuando el jefe de estado convocó a un evento en cuyo desarrollo se violó el decreto, pero es una opinión de quien firma estas líneas.
Horas antes de que Alberto Fernández hablara ante las cámaras, en La Plata ocurría algo preocupante. Un grupo de padres bajo el lema “Abran las escuelas” convocó a un evento al aire libre en la República de los Niños –donde también funciona la Casa del Niño– para el sábado siguiente y recibieron amenazas variopintas de distintos personajes de los gremios docentes.
¿Cómo se hace para seguir sin educación con pretextos de salud cuando a fines de noviembre ya abrieron hasta los casinos? ¿Cómo se hacer para seguir sin educación cuando con otros pretextos se pretendió organizar un evento sin precedentes en un contexto sin precedentes y los resultados están a la vista? ¿Es más contagioso un chico de diez años al aire libre que cientos de miles de personas apiñadas que desfilan a un promedio de 2.400 por hora –según cálculos oficiales– por un lugar cerrado y sin distanciamiento?
Nuevamente se maximizan las dudas sobre lo que vendrá. La conflictividad social se encuentra en pausa desde hace un año por razones que hicieron a la luna de miel de inicio de mandato y a las sucesivas prórrogas del aislamiento. El levantamiento del aislamiento que dio paso al distanciamiento solo es respetado por los que esperan para sentarse en un bar.
Las manifestaciones comenzaron a sucederse una tras otra y, a partir de ahora, preocupa a propios y ajenos la mirada del Presidente sobre la seguridad. Porque adentro de la Rosada que no pudo frenar el aluvión de fanáticos se encontraba el féretro de Maradona, pero también el Presidente de la Nación. ¿Alguien le advierte del peligro de sus decisiones? Ya ni hablamos del costo político, sino de su propia seguridad. Y si un ministro lo hace y no es escuchado ¿para qué sigue en su cargo? Y si se ven los resultados y no hizo comentarios de advertencia que debieran ser escuchados ¿para qué sigue en su cargo?
Epílogo. La última vez que ingresé a la Casa Rosada fue hace no más de unas semanas. A tal efecto, fui demorado en el primer retén –el enrejado de hierro– durante los veinte minutos que demoró el suboficial de la Policía Federal Argentina en encontrar a la persona con la que iba a encontrarme, la cual debía brindar su autorización. Una vez cruzado ese retén, ya en el hall de Balcarce 50, tuve que dejar mi mochila y todas mis pertenencias en la máquina de rayos X y pasar por el control de metal. Luego, tuve que dejar asentados todos mis datos, exhibir mi documento, sacarme una foto y esperar a que me viniera a buscar un miembro del equipo interno de seguridad.
Antes de ingresar, un loco estaba a los gritos sobre la calle Balcarce pidiendo que Alberto Fernández lo atendiera y cada tanto, cuando dejaba de gritar, contaba al aire una serie de incoherencias. Fue gracioso darme cuenta que podía escucharlo aún cuando yo ya estaba sentado en el despacho de mi entrevistado.
Para retirarme de la Casa Rosada tuve que esperar nuevamente a que me viniera a buscar un sujeto amable, quien me llevó de vuelta hacia el hall de Balcarce 50, donde tuve que dejar mi mochila y todas mis pertenencias en la máquina de rayos X y pasar por el control de metal. Luego, tuve que dejar asentados todos mis datos, exhibir mi documento, decir buen día y retirarme.
Afuera estaba el colifa aún a los gritos. Incoherente, al rayazo del sol, lo único que podía entendérsele es que quería “verlo a Alberto”. Tendría que haber gritado más fuerte. O treparse a la reja.