En su promoción de espías que se formó durante la Guerra Fría, Vladimir Putin fue el mejor agente de la KGB (Comité para la Seguridad del Estado). El presidente ruso es un maestro en el arte del manejo de la información y con una palabra desde el Kremlin sorprendió a Alberto Fernández que lo escuchaba desde su despacho en la quinta de Olivos.
-Mechita...-, dijo Putin en un español dificultoso.
El Presidente argentino miró sorprendido a su alrededor. Estaban Felipe Solá, Gustavo Beliz, Juan Pablo Biondi y Axel Kicillof. El canciller sonrió y aclaró la información a Alberto Fernández. Mechita es un pueblo a 200 kilómetros del Obelisco y tiene un taller ferroviario que sobrevive con la inversión del grupo ruso Transmashholding (TMH). Cuando era adolescente, Solá iba a las carreras cuadreras a Mechita.
El líder ruso citó a esa estación de trenes para exhibir su preciso conocimiento sobre los acuerdos firmados con Argentina cuando Cristina Fernández de Kirchner visitó Moscu a fines de abril de 2015. Fue una ceremonia en el Kremlin con toda la pompa, durante una época conmovida por la decisión de Barack Obama de acercar posiciones diplomáticas con Cuba y Raúl Castro.
La conversación entre Alberto Fernández y Putin se extendió por 32 minutos, y no trató unicamente sobre la desconocida estación tren. El líder comunista pretende desplegar fondos rusos en Vaca Muerta, proveer a la Argentina insumos para la defensa y multiplicar la inversión pública en el país.
“Promover la cooperación e integración industrial, particularmente en los siguientes sectores: construcción de aviones, maquinaria automotriz, bienes de capital para la industria energética, del petróleo y del gas, vial ferroviario, maquinaria agrícola, equipamiento médico de alta tecnología, incluyendo los servicios locales de mantenimiento”, sostiene el punto 4 del Plan de Acción para la Cooperación Argentina-Rusa que Mauricio Macri archivó cuando ingreso a Balcarce 50.
Alberto Fernández explicó a Infobae que su política exterior es “pragmática y estratégica”, lo que implica en términos simples que su Gobierno cerrará acuerdos diplomáticos con todos los países sin importar su sesgo ideológico. En este sentido, podría ocurrir que la Argentina avale la construcción de centrales nucleares financiadas por Moscú y Beijing. Un hecho inédito de la geopolítica moderna.
Durante la conversación bilateral, el presidente argentino avanzó con la negociación por la vacuna rusa del COVID-19. Putin estudió en la academia de la KGB la carrera espacial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, y sabe de la importancia del marketing político a nivel global.
Moscú sorprendió a Washington con el satélite Sputnik 1 (1957), en plena Guerra Fría. Y John F. Kennedy contestó con el programa Apolo que terminó en la luna (1969). Esa carrera espacial ahora se repite con la fabricación de la vacuna, y la rusa se llama Sputnik V, en homenaje al primer satélite soviético que orbitó la tierra.
En este contexto, la vacuna rusa significa para Putin reforzar la influencia en la Argentina, y poner un proxy en el Mercosur. Por eso, el exagente de la KGB no tuvo inconvenientes en habilitar el viaje a Moscú encabezado por Carla Vizziotti, viceministra de Salud y la asesora presidencial Cecilia Nicolini, que ha estudiado en la UCA y Harvard. En la academia norteamericana, la movida de la vacuna rusa está en la categoría de soft power.
Cuando concluyó la conversación telefónica con Putin, Alberto Fernández se mostró satisfecho. El Presidente apuesta a las inversiones públicas para enfrentar las consecuencias económicas del COVID-19, y ya inició conversaciones con Xi Jinping, el Banco Mundial y el FMI, que tiene un fondo millonario post pandemia asignado a los países en desarrollo. Rusia se sumaría a esta agenda estructural, si se tiene en cuenta las intenciones de Putin y su plan de profundizar la influencia global del Kremlin.