Conmoción colectiva, incertidumbre y rápida reconstrucción de poder. Todo fue vértigo. La muerte de Néstor Kirchner, hace diez años, llegó cuando las versiones cruzadas sobre su salud agregaban tensión al deterioro de gestión que arrastraba Cristina Fernández de Kirchner casi desde el arranque de gestión. Fue un giro dramático y aquél gobierno de alternancia matrimonial –imaginado como paso previo a su vuelta a la Casa Rosada- pasó de golpe a ser el primero de dos mandatos. Se inauguraba el cristinismo y en espejo, comenzaba a asomar cierta nostalgia del nestorismo.
Al círculo más próximo a CFK no le agrada mucho ese corte para identificar al menos diferentes expresiones de una experiencia política que nadie podía imaginar cuando Néstor Kirchner llegaba al Gobierno, en 2003, con escaso volumen de votos propios y con la sombra de Eduardo Duhalde, decidido a “construir poder propio”, según la primera definición política de entonces, más elemental que estratégica. Empezaba a perfilarse el kirchnerismo. La muerte del ex presidente, sin embargo, terminaría marcando diferencias entre aquellos inicios y lo que siguió desde 2010. Nestoristas fundacionales y cristinistas actuales: diferencias y también continuidades, sobre todo en la concepción hegemónica del poder.
Néstor Kirchner, se ha dicho, enfrentó con decisión y audacia su principal necesidad: armar políticamente un sostén propio. Y lo hizo en cuadro crítico pero a la vez con terreno allanado: a la salida de la tremenda crisis de 2001 y en el marco de la peor crisis de representación de los partidos.
La primera tarea no fue subordinar o negar al PJ, sino ser su jefe. Y en esa línea trabajó para despegar y superar la tutela duhaldista. Duhalde pasó de aliado estratégico a enemigo mafioso. Fue su obsesión inicial, casi al nivel del control diario de las cifras de gastos y recaudación de impuestos. Miraba esos números todas las noches, hablaba con los jefes locales del peronismo a diario.
Su sistema necesitaba reconstruir al peronismo, que venía asimilando el fin del ciclo menemista. La reconversión de los referentes provinciales fue rápida. Y en la misma velocidad trabajó en la provincia de Buenos Aires y especialmente en el GBA. Nada extremadamente novedoso, pero bautizado como relación radial. Néstor Kirchner establecía vínculos directos con cada gobernador y con buena parte de los intendentes. No hacía diferencias ni le importaban muchos los antecedentes. El cartel progresista era manejado desde Olivos. Iluminaba lo que le convenía.
Miraba al PJ con la misma óptica que cualquier líder peronista, como una estructura o instrumento. Le daba su lugar y llegó a asumir formalmente como presidente del Consejo Nacional. Pero los hilos principales no eran orgánicos, sino personales, con manejo centralizado de las decisiones políticas y de la caja.
Registró, naturalmente, que por historia y por poder territorial, el peronismo se readaptaba más rápidamente que ninguno al país todavía golpeado por la crisis de 2001, con sus estribaciones sociales y económicas, y como recuerdo cercano. Lo hacía desde el poder y aprovechaba además el mapa fragmentado de la oposición.
Eran los días de la “transversalidad”, que en la práctica consistía en atraer algunas piezas de otras franjas políticas. Eso, junto al trabajo persistente para asegurarse el “manejo de la calle”, tejiendo con las tradicionales estructuras sindicales y con los ascendentes jefes de los movimientos sociales.
Con ese esquema, en términos lineales, promovió la sucesión con CFK como candidata, en 2007. La idea, no pública pero expresada abiertamente en su círculo de amigos, era escribir un capítulo intermedio, con ella en la Casa Rosada y él conduciendo el armado político, apostando a su vuelta cuatro años después. Mientras tanto, se mantenían líneas centrales en el manejo de la administración: en especial, la permanencia del equipo al frente del Ministerio de Planificación, básicamente obras públicas, vitales en ese esquema. Buena parte de las denuncias de corrupción se originaron en ese rubro de Gobierno.
La crisis de la disputa con los sectores agropecuarios en 2008 sacudió por primera vez el tablero. Aquella “pelea con el campo”, que se extendió más de cuatro meses, terminó en una derrota política de costados impensados, al punto que terminó de quebrar, si hacía falta, la apenas formal relación de la presidente y su vice, Julio Cobos.
Fue tal la conmoción que trascendió la peor muestra del estado de ánimo de la pareja presidencial: la renuncia al poder. Hubo gestiones rápidas para impedir semejante desenlace, incluida una llamada de Alberto Fernández a Lula para que interviniese personalmente. Pasó el vendaval, pero la historia siguió y entre otros momentos críticos incluyó un año después la derrota en las legislativas. Aquella caída en las urnas se produjo con Néstor Kirchner a la cabeza de la lista “testimonial” en Buenos Aires.
Primero la batalla con el sector agropecuario y después la derrota de 2009 profundizaron el giro hacia la confrontación en términos ultrapolarizados. La muerte de Néstor Kirchner terminó de volcar la historia, cambió el recorrido de manera visible. Pasada la conmoción inicial, con versiones y hasta leyendas sobre el primer reordenamiento en el manejo práctico del poder –no sólo de la gestión-, Cristina Fernández de Kirchner empezó a construir su propio armado, que coronó con un triunfo demoledor en 2011 pero que la llevó a dos derrotas consecutivas en 2013 y 2015.
Nunca, de todos modos, perdió su propio caudal electoral y su núcleo organizativo. Está a la vista en esta nueva entrega, desde su lugar de vice. Su estructura empezó a consolidarse en aquél momento. Desmontó el círculo de amistades de Néstor Kirchner, pero mantuvo la línea de Julio De Vido y José López. Y quizá la primera imagen visible, la más simbólica fue la elección de su vice para 2011: Amado Boudou.
En la visión “cristinista”, el PJ quedó ya no conducido sino relegado. La subordinación corrió también para los jefes peronistas tradicionales. Les armó incluso competencias propias a escala local. El alineamiento con discurso ideológico básico revistió el pragmatismo inicial del kirchnerismo. Blindó su círculo. Y hasta cristalizó una imagen de Néstor Kirchner difícil de encajar con las anécdotas que circulan entre nestoristas, en estas horas de recuerdo. Lejos de la estatua.