La carta de Cristina Fernández de Kirchner en la antesala del acto de homenaje a Néstor Kirchner provocó casi todas las reacciones posibles en el Gobierno. Sorpresa porque nadie en el círculo presidencial esperaba un texto semejante. Alivio porque al anunciar su inasistencia al acto oficial en el CCK lo hizo con una explicación intimista, no como gesto distante en línea con el 17 de Octubre. Y contradicciones, porque el malestar de varios funcionarios por las críticas de la ex presidente fue negado por el análisis de Alberto Fernández, que consideró que aportaría a desmontar la imagen de conflicto doméstico al descargar en él toda responsabilidad por la gestión, y sus resultados.
Llamativo, porque ninguno pareció advertir que dos tramos centrales del texto apuntaron sobre la estrategia diseñada por el Presidente, en un último giro, para enfrentar la trepada del precio del dólar. Esto tal vez sea el dato mayor. La dura crítica de CFK a los empresarios se produce en momentos en que el Presidente busca recomponer puentes en ese terreno, mensaje parcial con la idea de generar confianza. Y la recomendación de un acuerdo multisectorial –extraño, porque castiga a posibles convocados- sugiere y casi dice que con Martín Guzmán solo no alcanzaría.
Por supuesto, la reacción en el Gobierno pareció auténtica, aunque sin considerar el efecto global de la nota de la ex presidente. Cosas de microclima. Emergió como lectura doméstica de un hecho que trasciende largamente los límites internos. ¿CFK se corre de las responsabilidades, toma distancia frente a los costos en medio de semejante crisis? ¿O allana el camino de Alberto Fernández al afirmar que el poder de decisión reside exclusivamente en la Casa Rosada? Aún aceptando esto último, no resulta natural que la palabra de un vicepresidente deba despejar tal interrogante.
De todas maneras, esa interpretación positiva sobre el mensaje de la ex presidente está limitada a una de sus referencias: la negación de cualquier expresión de su poder sobre las medidas tomadas por el Gobierno. “No es fácticamente posible que prime la opinión de cualquier otra persona que no sea la del Presidente a la hora de las decisiones”, enfatiza el texto.
Hubo malestar por la frase sobre funcionarios que “no funcionan” y los “aciertos o desaciertos”. Todos saben de qué está hablando. Blanqueó el cuestionamiento a algunas áreas del Gobierno, en particular la jefatura de Gabinete, la cartera de Justicia, Desarrollo Productivo y algún otro ministerio que representaría un tiro indirecto a Sergio Massa, en medio de versiones que Olivos descalifica pero que no hablan del mejor momento en ese plano. También a estas referencias le bajaron el impacto en el Gobierno. Difícil hablar del gabinete si cualquier cambio no es pensado como inicio de una nueva etapa. Antes, entonces, debería ser atendido el frente de la economía.
Alberto Fernández tomó una decisión que de hecho expresa la dimensión o la velocidad con que la crisis consume otros hechos, empezando por el limitado efecto del acuerdo con los acreedores externos. El Presidente consideraba que el inicio de las tratativas con el FMI y una rápida negociación generarían confianza o por lo menos un crédito de los mercados y de los empresarios en general. Pero la realidad impuso otra lógica.
Son tiempos en que la visión de la economía parece reducida al testeo diario del valor del dólar. Por supuesto, nada se agota allí ni siquiera considerado como síntoma. Y además, gravita el componente político. De todos modos, la necesidad de jugar en velocidad cambió el esquema. No hay margen para esperar un entendimiento con el Fondo, cuyos términos se desconocen, y Guzmán quedó como responsable de un conjunto de medidas para aplacar la tensión del dólar.
En paralelo, el Presidente retomó conversaciones con empresarios de primera línea, para tender o recrear puentes que generen confianza. No es tarea fácil, cuando desde el oficialismo o desde sus márgenes se suceden mensajes inquietantes y a la vez incomprensibles. Todavía suena el eco de Vicentin. Y ahora se navega sin un discurso elemental frente a disímiles ocupaciones de tierras.
Uno de los primeros gestos presidenciales hacia el circuito empresarial fue la participación virtual en el último coloquio de IDEA. La ex presidente fue particularmente dura con los empresarios que participaron de esa cita tradicional. Una advertencia con base en gestos como mínimo fuera de lugar de algunos participantes en ese encuentro, pero que sirvió para ampliar el cuestionamiento y descargarse de responsabilidades.
Una dureza similar o mayor utilizó CFK para referirse a la gestión macrista. Y no faltaron críticas a medios de comunicación. Curioso, después incluyó a todos –empresarios, opositores y hasta medios- como necesarios participantes de un acuerdo para enfrentar “el problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país”.
Fue una de las “certezas” enunciadas en el texto de CFK. Una manera de marcar agenda que leída “sin prejuicios”, como se reclama desde el interior del oficialismo, es también una señal al Gobierno. Y en un momento delicado con múltiples indicadores del dólar.
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