Horacio Rodríguez Larreta no se apura. Parece tener la paciencia de un monje zen, aunque está sobre una cornisa desde la que se ve un abismo: le tocó pilotear la Ciudad de Buenos Aires con una pandemia, un gobierno nacional que lo hostiga abiertamente y colegas opositores con los que no comparte muchas posiciones. Pero, por ahora, nada altera al jefe de Gobierno porteño. Sigue apostando a la gestión, recostado sobre encuestas que lo favorecen, teje alianzas internas y contiene a todos en Juntos por el Cambio.
Quienes lo escuchan a diario aseguran que, como buen obsesivo que es, le dedica mucho tiempo a hablar con los dirigentes de su espacio. Esta semana, por ejemplo, llamó a Alfredo Cornejo, Elisa Carrió y Cristian Ritondo. Tiene que ver con su estrategia de contención de la dirigencia: la carrera hasta las elecciones de 2021 es larga y para aspirar a un triunfo se necesita a todos.
Obviamente, Rodríguez Larreta conversa con Mauricio Macri. Y más de lo que muchos suponen. Se conocen desde hace demasiados años y ambos insisten en que Juntos por el Cambio no se romperá, a pesar de que tienen enfoques diferentes sobre distintos temas. Los allegados al jefe de Gobierno reiteran que esas diferencias no lo alarman: piensa que en todas las agrupaciones políticas hay visiones disímiles y que eso no es perjudicial porque puede enriquecer a la coalición opositora.
La reaparición pública del ex presidente enojó más al entorno de Rodríguez Larreta que a él mismo: en las charlas con sus colaboradores, al jefe de Gobierno le pareció que Macri dejó abiertos puentes internos hacia los moderados de JxC y que incluso su crítica a Rogelio Frigerio y Emilio Monzó fue en el contexto de una autocrítica a su forma de gobernar.
Rodríguez Larreta incluye en ese pelotón de dirigentes con los que difiere, por supuesto, a la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, aunque considera que su papel es importante. “Es que necesitamos dirigentes que representen a los más radicalizados de nuestro electorado”, afirma el alcalde porteño en la intimidad, según cuentan los que lo frecuentan.
“De todas formas, los halcones no son tantos”, agrega el jefe de Gobierno, medio en broma y medio en serio. Es que en el larretismo están convencidos de que el sector duro de Juntos por el Cambio es minoritario y que la mayoría, como creen él y -se supone- gran parte de la sociedad, opina que hay que superar la grieta de una vez por todas.
Para ejemplificar cómo avanzan las “palomas” dentro de la principal fuerza opositora, Rodríguez Larreta suele afirmar que “ahora hasta Lilita Carrió es moderada”. La fundadora de la Coalición Cívica teme que una postura muy irreductible de la oposición debilite más a Alberto Fernández, consolide el fundamentalismo K y derive en hechos de violencia.
El jefe de Gobierno sabe que para ganar en las elecciones del año próximo y, sobre todo, las de 2023 se requiere no sólo un ala intransigente que exprese a los más fundamentalistas, sino sumar dirigentes y votantes de otros espacios políticos. Lo reconoció María Eugenia Vidal, otra exponente de los moderados de JxC, en el Zoom de este miércoles con la militancia: “Queremos ser más, que vengan de otros espacios, distintos pero con los mismos valores. No es un rejunte lo que tenemos que hacer, sino una construcción”.
Aunque nadie quiere hablar hoy sobre candidaturas para 2021, el larretismo imagina hoy a Vidal postulándose en la provincia de Buenos Aires. Aparece bien posicionada en las encuestas y tiene el perfil ideal para enfrentarse al gobernador Axel Kicillof. En cambio, todavía es una incógnita quién podría ser el sucesor de Rodríguez Larreta dentro de dos años: “Falta mucho tiempo y puede ser cualquiera”, aseguran en el entorno del jefe de Gobierno, pero descartan a Patricia Bullrich y a Martín Lousteau.
En ese sentido, el jefe de Gobierno es “multitarget”: dialoga con todos y tiene un estilo en el que predomina la búsqueda de consensos. Pueden dar fe de esa característica su amigo Sergio Massa, quien le tendió puentes con Máximo Kirchner. Es cierto que su relación hoy con Alberto Fernández no pasa por su mejor momento luego de la poda de la coparticipación, pero para Rodríguez Larreta la gestión de la pandemia es sagrada y eso requiere dialogar en forma permanente con la Casa Rosada.
En esa visión pragmática de la política, el alcalde porteño observa que los medios siempre destacan la pelea entre duros y moderados dentro de Juntos por el Cambio, pero no reparan en lo que él considera un dato clave: es la primera vez que durante un gobierno peronista la oposición no se fractura, pese a los intentos del oficialismo por dividirla y atomizarla.
Rodríguez Larreta se ríe cuando los periodistas miden con tanto celo sus presencias o ausencias en el Zoom de la conducción nacional de Juntos por el Cambio. “La última vez había decidido descansar un día y lo había avisado con anticipación, pero se interpretó que no estuve por mis diferencias con Mauricio. Nada que ver”, le juró esta semana a sus colaboradores.
Más allá de la interna partidaria, aseguran que el jefe de Gobierno está muy preocupado por la crisis socioeconómica y que no entiende la forma en que Alberto Fernández está afrontando la difícil situación de estas últimas semanas. Tampoco se esfuerza por entenderlo. Rodríguez Larreta tiene la paciencia de un monje zen, aunque no vacila en recordar ante sus colaboradores de confianza la implacable frase célebre de Napoleón: “Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas”.
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