Martín Guzmán ha planteado ante empresarios que el problema del precio del dólar -y más específicamente la brecha- es básicamente una cuestión que impacta en términos de expectativas. El ministro tiene una visión particular sobre las expectativas: cree que están disociadas de la realidad y de la orientación económica. Y además, restringe el tema al mercado, sin atender al motor más amplio de la credibilidad –o su carencia- y a su enorme componente político. Es llamativo, porque él mismo está sujeto a ese doble juego. De golpe, enfrenta el dólar como prueba central de su gestión y ocupa ese lugar en momentos que la incertidumbre tiene un claro sello político, sobre todo doméstico.
Guzmán se ha convertido de hecho en la principal apuesta de Olivos. Eso lo coloca en un lugar que no había logrado ni siquiera en las horas posteriores a la celebración del acuerdo con los acreedores externos, cuyo efecto se diluyó sobre todo por cuestiones políticas en el marco de la cuarentena. “Es el fusible”, coinciden en algún circuito oficialista y en la oposición frente a las tensiones del dólar. Esa condición es nueva y por lo tanto no parece la mejor señal. No es “el” fusible desde su primer día como funcionario y que ahora enfrenta su momento más delicado. Hasta hace apenas unos días, rivalizaba como opinión de peso con el titular del Banco Central, Miguel Angel Pesce. Y antes, algunos ironizaban reduciendo su espacio a la categoría de “ministro de la deuda”, no de Economía.
El ministro no cosechó de entrada fuerte simpatía entre otros integrantes del gabinete, en especial los vinculados de un modo u otro al área de la economía. Pero tuvo respaldo general en la negociación con los acreedores externos. No faltaron cuestionamientos internos en ese camino, cuando el trato con los bonistas demoraba mucho, aunque siempre fue ratificado por Alberto Fernández y recibió apoyo de Cristina Fernández de Kirchner, a pesar de algunos reparos y de sus crecientes y duros cuestionamientos a otros funcionarios.
En estas horas, Guzmán tiene la tarea de serenar el dólar con una mirada técnica y a la vez, con una sobrecarga que excede ese plano. Se apuesta a que un control del mercado genere oxígeno político –y no a la inversa-, con la expectativa de agregar antes de fin de año un entendimiento con el FMI. En esa mirada, el avance en la negociación con el Fondo debería allanar el camino para ir llegando al inicio del año próximo con perspectiva de algún rebote de la economía desde los subsuelos actuales. Mirada a esta altura electoral.
En lo inmediato, eso también explicaría esta etapa como un momento de “aguante”, con cerrazón en la interna y disputa con la oposición como bloque. En el esquema más bien básico –y con eco del macrismo frente a CFK-, el enemigo elegido es Mauricio Macri, algo contradictorio o incompleto por decisión presidencial en función de sus equilibrios domésticos. El abandono de puentes con los moderados de Juntos por el Cambio impide trabajar sobre sus fisuras y tampoco asegura el liderazgo de Macri en la perspectiva de una elección legislativa, donde pesarán también otros dirigentes de la coalición opositora. No todo se limita al papel de Macri o a la proyección nacional de Horacio Rodríguez Larreta.
El tema adicional es que ese esquema de cerrazón del Presidente en la interna no es leído afuera como un signo de fortaleza que clausura las especulaciones sobre la jefatura política del frente oficialista. La última puesta en escena se produjo el fin de semana, apenas antes del debut de Guzmán como único responsable de la nueva operación para tratar de ordenar el mercado del dólar.
El acto del 17 de Octubre, más allá del fracaso de su versión virtual, terminó exponiendo lo que se suponía que debía negar: la interna. Un costado de esa realidad fue la competencia en el territorio sindical: por un lado, la demostración callejera de la estructura de la franja gremial que encabeza Hugo Moyano, y por el otro, el acto oficial organizado por la conducción de la CGT y acompañado por gobernadores y otros referentes territoriales. Estaba previsto y de todos modos, no fue ese el dato más relevante.
En cambio, el gesto previo de Alberto Fernández no fue correspondido como algunos esperaba. El Presidente se había encargado de descalificar o rechazar, de manera pública y privada, que el acto del Día de la Lealtad terminara siendo una muestra de afirmación de poder propio –básicamente, apoyado en el PJ tradicional y los jefes sindicales- frente a CFK.
A pesar de las muchas versiones cruzadas hasta las horas previas a la cita en el edificio cegetista, la ex presidente finalmente no asistió –eso asomaba con escasas chances- y tampoco adhirió expresamente. Los esperados tuits se redujeron a uno, sólo de homenaje a Néstor Kirchner y sin mención alguna a Perón.
No fue todo para los códigos internos. La participación de Máximo Kirchner fue expresamente de compromiso. Llegó casi sobre la hora, prefirió ceder su lugar en la primera línea de platea y se retiró sin participar mucho en los corrillos posteriores. No importan demasiado las explicaciones formales sobre los tiempos del jefe del bloque de diputados oficialistas. La lectura externa se nutre también de imágenes.
Y el punto, volviendo a Guzmán, tiene que ver precisamente con esa lectura y con su proyección. Lo que pudo ser montado como un acto de reafirmación de poder –de recuperación de la calle y de la iniciativa, como respuesta polarizada a los “banderazos”- terminó alimentando otra cuota de incertidumbre política generada por la interna en el poder.
En la misma línea, el Gobierno avanza con temas que responden a necesidades propias –la ofensiva en la Justicia, por ejemplo- o que a su juicio deberían cambiar el eje del temario público, dominado por la crisis económica y con el arrastre de la fatiga social generada por la cuarentena y las cifras del coronavirus. También se especula con impulsar el proyecto de legalización del aborto, según confirman fuentes legislativas. No sería un tema cerrado después de que trascendiera por “imprudencia” de una asesora. Pero indica que podría ser jugada en falso una iniciativa sensible como la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
Se verá. Por lo pronto, el ministro enfrenta en estas horas un cuadro complejo. No domina el tablero que podría producir alguna señal de mayor certidumbre política. Y trasluce como vicio de un mundo al que llegó en diciembre –el poder- cierta contrariedad frente a las expectativas porque escapan o van al revés que sus proyecciones.
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