
La celebración del 17 de Octubre llega como cierre de otra semana difícil para todos y particularmente complicada y tensa para el Gobierno. Se sucedieron un renovado “banderazo”, el discurso presidencial ante empresarios –prometiendo que no habrá brusca devaluación y reivindicando la ofensiva judicial del oficialismo-, el inquietante dato de la inflación de septiembre y la proyección a octubre, un nuevo aumento nocturno de combustibles y algún roce más con la Corte Suprema. Eso y el dólar. Con ese marco, Alberto Fernández definirá si busca dar una respuesta política amplia o sólo se trata de un acto pensado como “contrabanderazo”.
Toda la previa al acto de la principal fecha del peronismo y en un aniversario redondo, el 75°, estuvo cruzada por la idea que ronda al poder sin distinciones en cada crisis: “recuperar la iniciativa”. Y en este caso, “recuperar la calle”, autovedada hasta ahora en espejo con la descalificación de movilizaciones opositores con el argumento de la cuarentena. La pandemia, que suma cifras impactantes, es ahora un problema. Quedaron abiertas las puertas para caravanas propias. Pero el único interrogante extendido en el propio oficialismo hasta última hora también remitía al frente doméstico: el papel de Cristina Fernández de Kirchner, presencial, virtual o restringido a algunos tuits.
Un operador peronista de larga experiencia sumaba en estos días dos señales con un mismo hilo. Por un lado, la intención de generar algún tipo de “épica”, modesta, expresada en una campaña que apenas arrancó pero seguiría en esa línea con una consigna central: “Reconstrucción Argentina”. Los dos términos con mayúscula, casi como una marca. Y por otro lado, una respuesta que apuntaría a atender la interna en sentido amplio.
El primer video difundido con ese diseño argumental, más allá de su calidad o factura, muestra una concepción conocida, ni siquiera original de esta gestión, que es poner las responsabilidades de la crisis fuera del oficialismo –y de la historia de la propia coalición de gobierno-, ahora en el contexto de la crisis económica y social profundizada por la cuarentena, sin manejo de las restricciones que aliviara la carga.

“Unidos, hagamos lo que sabemos hacer: levantarnos”, cierra el spot oficial con el remate de “Reconstrucción Argentina”. La idea de repetir el ejercicio colectivo de levantarse tiene un enorme implícito: se trata de crisis sucesivas. Pero el sentido épico de la publicidad sugiere además una destrucción casi de película de ficción, ajena a lo humano. No asoma responsabilidad social en las caídas, menos aun responsabilidad política. Es bastante más que el coronavirus.
Con todo, el mensaje tiene lecturas internas más llanas. Según el referido operador peronista, no sería difícil rastrear el origen de una campaña tendiente también a contrarrestar los cuestionamientos domésticos, empezando por el kirchnerismo, a la difusión o “estrategia comunicacional” de Olivos. Es parte de una etapa en que los trascendidos de críticas fuertes contra algunos funcionarios exponen la disputa por espacio de poder pero, antes, la búsqueda de responsables cuando los resultados políticos no son los deseados y se añaden costos autoinfligidos.
Desde esa perspectiva, un dato mayor es el desafío de unificar el accionar del PJ y, más precisamente, superar una instancia en la que muchos gobernadores peronistas –y en el caso bonaerense, intendentes de peso- estarían muy tomados por resolver sus problemas y preservar sus territorios, con relativo compromiso nacional. Se explica en estas horas por la expansión del coronavirus y los problemas presupuestarios. Es parte de la realidad, pero no sería lo único.
Una respuesta más formal que efectiva a ese desafío asoma en el impulso a la asunción de Alberto Fernández como presidente del consejo nacional del PJ. La intención de revitalizar el papel del peronismo tradicional puede quedar en el terreno simbólico si sólo se trata del cargo en la estructura formal del PJ: desde hace rato, no cuenta para mucho. Con un agregado: lo que sí va en contra de la tradición es la ausencia de liderazgo único, algo que el frente oficialista no resuelve si lo asume como carencia o, al revés, como el armado de una novedad política menos vertical.

Ese es un tema para los gobernadores y para el peronismo tradicional. El kirchnerismo como tal tiene su propia estructura y su jefa. El justicialismo ha convivido con diferentes situaciones en épocas de poder durante esta etapa democrática, que fueron de la comodidad al malestar, pasando por la conveniencia. Carlos Menem fue jefe efectivo, Néstor Kirchner lo manejó a su manera y hasta ocupó el cargo, y CFK lo relegó con el calificativo de “pejotismo”.
Para algunos, aun admitiendo que suena al menos inconveniente hablar del tema frente a la crisis, se trata de un tablero que habría que comenzar a dibujar cuando falta un año para las próximas elecciones. Es más, restan diez meses para las PASO y mucho antes habría que comenzar a definir listas distrito por distrito, porque se trata sólo de una elección legislativa y no hay fórmula presidencial que ordene el juego.
Hay, en el fondo, una disputa latente. Pero Alberto Fernández se encargó de descalificar la apuesta inicial de buena parte de la conducción cegetista, que imaginaba algo así como un rescate interno del Presidente para fortalecer su figura en función del poder. Eso significaba base propia para la pulseada con CFK. No será así. El Presidente decidió cerrarse sobre la sociedad original del Frente de Todos en medio de la crisis, del mismo modo que fue abandonando los esbozos de acuerdo político con los sectores considerados como el ala moderada de Juntos por el Cambio.
Esa decisión explica el sentido que se le fue dando a la celebración del 17 de Octubre. Habrá que ver si el discurso trasciende la formalidad de los llamados sintetizados en “Argentina unida”. Y si rompe con el esquema de transformar el acto en una respuesta a los “banderazos”. La idea de presentarlo como contracara llega a tal extremo que alguno hasta sugiere difundirlo como un virtual plebiscito. Nunca la idea plebiscitaria resulta un buen remedio, porque básicamente niega al otro.
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