Alberto Fernández fue durante nueve meses un equilibrista en medio de la fuerte división interna del sindicalismo. Pero las señales que fue emitiendo simétricamente desde que asumió, tanto en favor de los dialoguistas de la CGT como de los más intransigentes y kirchneristas abroquelados detrás de los Moyano y de Hugo Yasky, decantaron en una flamante decisión: el Presidente acaba de dar muestras de haber elegido como su sector favorito a los gremialistas que conducen la central obrera.
Hay dos datos que confirman la ruptura de la neutralidad presidencial. Por un lado, eligió a la cúpula cegetista como socia para protagonizar la celebración del 17 de octubre en la histórica sede de Azopardo 802, donde el jefe del Estado se dará un “baño de peronismo” y será convertido en presidente del PJ. Por otro, el Ministerio de Trabajo, conducido por Claudio Moroni, uno de los funcionarios de mayor confianza de Alberto Fernández, incluyó a los dirigentes de la CGT entre los beneficiados por la extensión del mandato hasta dentro de un año y postergó una dura pelea que se iba a dar en marzo de 2021.
La coincidencia de ambas decisiones causaron malestar entre los opositores a la conducción de la CGT. Es obvio. El Presidente podría haber festejado el Día de la Lealtad Peronista de manera más equidistante, dándole participación a otros sectores sindicales y sin darle oxígeno exclusivamente a la dirigencia de la central obrera.
También podría haber dejado a la CGT afuera de los alcances de la resolución 1199/2020 que, con la excusa de la pandemia, prorrogó la suspensión de los procesos electorales en 2020 y los mandatos de los miembros de los cuerpos directivos, deliberativos, de fiscalización y representativos de las asociaciones sindicales, federaciones y confederaciones por 180 días desde el 21 de febrero de 2021. Es decir, hasta el 27 de agosto próximo.
Después de todo, si hubiera existido una decisión política de renovar la CGT se podría haber instrumentado algún operativo para que se reunieran con suficiente distancia y votaran en un cuarto oscuro los 2100 congresales cegetistas que deben elegir nuevas autoridades. Sobre todo, tras un antecedente: el Gobierno habilitó 24 escuelas porteñas para que voten en las elecciones de Bolivia unos 60.000 ciudadanos de ese país que viven en la Argentina.
“Alberto terminó eligiendo a los Gordos”, bufó ante Infobae un dirigente gremial cercano al kirchnerismo, de buena relación con el primer mandatario, que no se refería a la silueta de los sindicalistas favoritos del Presidente sino al nombre del sector que integran Héctor Daer, de Sanidad, y Armando Cavalieri, de Comercio, dos de los integrantes del establishment del gremialismo argentino, que junto con “los independientes” (Gerardo Martínez, de la UOCRA; Andrés Rodríguez, de UPCN, y José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias), tienen el timón de la CGT y no quieren resignarlo.
El jefe del Estado sabe que vienen muchos meses turbulentos en la economía y que cualquier pelea interna en el sindicalismo puede convertirse en un boomerang para el Gobierno, y por eso necesita un interlocutor lo más previsible y confiable que se pueda en las filas del movimiento obrero. Así se entiende por qué se prorrogaron los mandatos de los dirigentes sindicales y, sobre todo, de la CGT. La resolución 1199/2020 determinará que el mapa sindical actual quede congelado hasta dentro de un año.
Antes de la flamante resolución de Trabajo, con los mandatos de la central obrera vencidos en agosto pasado, estaba previsto que el congreso cegetista se hiciera en marzo de 2021. Ahora, Daer, uno de los dirigentes en quien más confía Alberto Fernández, mantendrá el poder durante 12 meses más y no arriesgará su continuidad como cotitular de la central obrera en lo que se perfilaba como una desgastante pelea con Pablo Moyano para dirimir quién iba a liderar la nueva CGT.
Ahora, ¿fue el mejor cronograma que podría haber elegido el Gobierno? Con este panorama actual, las negociaciones de los sectores sindicales para renovar la CGT alcanzarán su momento culminante después de las PASO y un mes antes de las elecciones legislativas del 24 de octubre. A priori, no parece la mejor decisión que la pelea por conducir la central obrera, que puede ser muy virulenta y terminar contaminando la puja salarial o multiplicando la conflictividad callejera, se haga en medio de un clima electoral tan decisivo para la gestión de Alberto Fernández.
¿O la elección de la nueva CGT pasará para marzo de 2022? Estas especulaciones parecen de ciencia ficción. En estos días, por las dudas, la cúpula cegetista está preparando el terreno para lo que viene: para la reunión de su mesa chica amplia del jueves pasado fueron invitados dirigentes que hoy no integran el consejo directivo, pero a quienes quieren convencer de sumarse a la futura central obrera. Desde los kirchneristas Pablo Biró (pilotos) y Horacio Arreceygor (televisión) hasta los dirigentes del espacio Sindicatos en Marcha para la Unidad Nacional (SEMUN), Sergio Sasia (Unión Ferroviaria) y Guillermo Moser (Luz y Fuerza), pasando por el independiente Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento).
Allí hablaron de la organización del acto del 17 de octubre, que, como anticipó Infobae, tendrá un fuerte componente de participación virtual: por iniciativa de la Casa Rosada, se utilizará una aplicación diseñada por Javier Grosman, el organizador de las celebraciones K, que permite que se conecten en forma simultánea e interactúen millones de personas (se usó por primera vez en abril, en la celebración de los 50 años del Día de la Tierra).
Pero el jueves pasado, sin embargo, hubo dirigentes que plantearon sus ganas de sacar a sus militantes a la calle, respetando la distancia social. Finalmente, se acordó libertad de acción para que cada sindicato organice la modalidad del festejo.
En el encuentro, como ya es tradicional, hubo momentos de catarsis para exteriorizar sus quejas por la inacción en algunas áreas del Gobierno y la falta de interlocutores en la grilla oficial. Los dirigentes de la CGT incluso se permitieron reírse a carcajadas ante la idea de un funcionario de la Jefatura de Gabinete que había propuesto que el salón Felipe Vallese de la sede cegetista, epicentro del festejo por el 17 de octubre, se decorara con una foto de Juan Domingo Perón usando un barbijo, como una curiosa señal de adaptación del peronismo a estos tiempos de pandemia.
Para Alberto Fernández, la opción de elegir como aliada a la cúpula de la CGT también responde a otra razón: confía en Daer y en su eterna capacidad de apoyar al Gobierno, pero, a la vez, desconfía de Pablo Moyano, a quien considera dominado por su carácter volcánico y, para colmo, afectado por un probable procesamiento en la causa judicial en la que se lo acusa de presunto organizador de una asociación ilícita junto a la barra brava del Club Independiente.
A Pablo Moyano lo respaldan ciegamente funcionarios camporistas como el ministro Wado de Pedro, pero tanto el Presidente como sus incondicionales (el ministro Claudio Moroni, por ejemplo) ven en el secretario adjunto de Camioneros a alguien con muchísima capacidad para meterse en problemas (e involucrar en ellos a quienes lo apoyan).
En el entorno de Alberto Fernández apuntan en ese sentido a la excluyente responsabilidad del secretario adjunto de Camioneros en el bloqueo dispuesto en el centro de distribución de Mercado Libre en La Matanza. Una decisión que irritó al Presidente y que ocasionó un cortocirtuito entre los Moyano. Es que “Pablito” decidió la protesta contra la empresa de Marcos Galperin sin el aval explícito de su papá Hugo, recluido por la pandemia en su departamento de Barracas.
¿Un dirigente tan imprevisible puede manejar la CGT? Es la pregunta que se hacen muy cerca del Presidente y también entre los mismos sindicalistas. Ese carácter intempestivo de Pablo Moyano, además del estilo de liderazgo personalista que mostró Hugo Moyano cuando piloteó la central obrera, ahora juegan en contra del regreso de Camioneros al máximo sillón cegetista. El único que hasta ahora se animó a verbalizarlo fue el líder de La Fraternidad, Omar Maturano, quien en una entrevista con Infobae afirmó algo que comparte el 90% de la dirigencia gremial: “Yo no quiero la CGT camionera”. Lo nuevo es que, por primera vez, Alberto Fernández también parece haber decidido qué CGT quiere.
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