“La historia sugiere que las transiciones entre las fases de desarrollo capitalista pueden ser duras e inciertas. El modelo de crecimiento que se agotó con la Primera Guerra Mundial cobró forma recién después de Bretton Woods en 1944. Y la transición de la estanflación de los años 1979 al modelo de crecimiento dominado por el mercado llevó una década. Probablemente, los próximos años serán difíciles e inciertos, porque todo indica que se estaría frente a un cambio de paradigma; en el mientras tanto el mundo aparecerá desordenado”. El párrafo es el texto final del Boletín del Observatorio de la Economía Mundial que realiza la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad de San Martín. Y su director desde el 2013, Jorge Remes Lenicov, aceptó dialogar con Infobae. Se podría decir que rompió el silencio, ya que desde que dejó el país para tomar la embajada argentina en Bruselas (de donde vino en 2011), el ex ministro de Economía al que le tocó darle la estocada final a la convertibilidad habló pocas veces con los medios. Incluso casi no ofreció reportajes, salvo para dar testimonio de esos dramáticos meses que protagonizó en el Palacio de Hacienda y que lo marcaron para siempre. Respetado por sus pares, que le reconocen su capacidad profesional y su calidad humana, suele excusarse diciendo “soy bajo perfil”. Hasta hoy, cuando le interesó dar su visión sobre lo que viene, un momento único en la vida de cada uno, que nos tiene a todos en el mismo e inédito barco.
-Una de las cosas que llama la atención de la pandemia, por lo menos en términos económicos, es que los países desarrollados fueron tan afectados como los países en vías de desarrollo, como si no importara de dónde se viene.
-Sí, efectivamente la pandemia del COVID-19 generó una crisis nunca vista, inédita. Por un lado, produjo produjo un shock de oferta, originada por las decisiones de los gobiernos de aislar a los trabajadores, cuentapropistas y estudiantes en sus hogares, lo que afectó la producción de bienes y servicios. Pero también produjo un shock de demanda, que derivó de la caída derivada de los ingresos familiares, ya que las personas dejaron de trabajar. Es un fenómeno atípico, crisis simultánea de oferta y demanda, para el cual no estábamos preparados. Ni los gobiernos, ni los académicos, ni los responsables del diseño e implementación de políticas públicas. Hay una caída de la actividad y el comercio mundial fenomenales, que deriva en un aumento del desempleo y la pobreza. Es la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial y más del doble de la que produjo la gran recesión de 2008/2009, por eso se acepta el fuerte aumento del déficit fiscal, el mayor endeudamiento público y la flexibilización y expansión monetaria.
-¿Ningún país se salvó de la retracción económica? ¿No habrá crecimiento en ninguna región tampoco?
-Todas las regiones están igualmente afectadas, sobre todo la Unión Europea, Estados Unidos y América Latina, que tendrán caídas del 6 al 8 por ciento. Asia, la región que desde hace tres décadas lidera el crecimiento mundial, sí tendrá crecimiento, pero será muy leve, de apenas el 1 por ciento.
-¿Y ahora qué puede pasar? ¿Cómo será el comercio mundial? ¿Qué pronósticos hay sobre el precio de las materias primas, tan importantes para América Latina y para nuestro país?
-Las estimaciones que existen hablan de una caída del comercio del 15 por ciento para este año y todo indicaría que no va a haber una gran recuperación, incluso hay pronósticos de que en el 2021 va a caer. Los precios de la energía y los metales cayeron, aunque los precios de los alimentos se mantuvieron e incluso pueden tener una leve alza para el año que viene, debido a la recuperación de la demanda. También puede ayudar si el dólar se devalúa, porque siempre sucede que ante devaluación del dólar aumenta el precio de las materias primas.
-¿Y qué va a pasar con el empleo? Hubo un reciente informe de la OIT muy preocupante en ese sentido.
-Sí, la situación del empleo estará muy complicada. Ahora está afectado por la pandemia y la caída de la actividad, que afecta en una mayor proporción a los trabajadores informales, a los cuentapropistas y a las mujeres. Pero hay todavía más incógnitas sobre el futuro. La mayor y creciente automatización, la robotización y utilización de la inteligencia artificial abre una gran incógnita sobre el futuro del empleo. Hay quienes dicen que, como ya sucedió en anteriores revoluciones industriales, los nuevos empleos que se generen van a terminar por compensar a los que se pierden, pero esto todavía tendrá que verificarse. Los gobiernos tendrían que preparar a sus poblaciones para este nuevo escenario, no va a ser sencillo para nadie, mucho menos para las personas con menor grado de calificación. Y es probable que tampoco cualquier calificación sirva en el futuro próximo.
-Justamente en los Boletines del Observatorio de la Economía Mundial habla de la cuarta revolución industrial, que ya se intuía y que ahora la pandemia aceleró y permite su despliegue con toda la fuerza. ¿Cómo deja colocados a los países de nuestra región?
-Los efectos de esta cuarta revolución industrial que comenzó hace no más de una década serán impredecibles no solo sobre la economía, sino también sobre la sociedad. No sabemos exactamente cómo será, pero seguro que no estamos preparados. Las grandes empresas tecnológicas tendrán toda la información de cada uno de nosotros, información que podrá ser utilizada tanto para la venta de productos como para las campañas electorales. Parece claro que el control social y la pérdida de la privacidad se van a incrementar, junto al teletrabajo, el comercio electrónico, la educación a distancia. Son cuestiones cruciales van a cambiar el modo de producir y comerciar. Hay países en desarrollo de algunas regiones, como Asia, que están haciendo esfuerzos enormes en materia de educación para adaptar a los jóvenes al mundo que se viene. Lamentablemente, ese énfasis no se observa en América Latina. Y si no hay cambios, la región tendrá problemas en materia de ingresos familiares y podría quedar marginada de las tendencia internacionales más positivas.
-¿Y de las tendencias internacionales más negativas? Porque la globalización está siendo cuestionada, a pesar de que no parece posible evitar la interdependencia económica.
-Efectivamente, la interdependencia no se puede evitar, ya que el 70% del comercio de bienes se hace a través de las cadenas de valor mundiales. Puede haber alguna relocalización de actividades consideradas muy estratégicas, pero el grueso seguirá siendo interdependiente. De todos maneras, hay quienes prevén que la globalización no tendrá la fuerza de la primera década de este siglo. Lo que tampoco podrá evitarse es el malestar que genera, tanto en los países en vías desarrollo como en los países desarrollados, porque en todos los países se produce la concentración de ingresos, el poder cada vez mayor de las empresas multinacionales y las tecnológicas, la pérdida de expectativas de la clase media y de sus hijos. Así que es difícil huir de las tendencias negativas de este proceso. El empleo será más inestable y para tener un ingreso digno, se exigirá una formación muy superior a la actual, junto a muy altos niveles de endeudamiento (público y privado) y mayor control de nuestras vidas. No es posible evitarlo.
-En su último informe cita al economista francés Jean Pisani-Ferry que habla del final de un modelo de crecimiento. ¿Qué se viene entonces?
-Hay mucho debate sobre el tema, pero todavía no hay una línea clara de hacia dónde irá el mundo. Es que deben enfrentarse, conjuntamente, situaciones muy complejas como el cambio climático y sus consecuencias en el medio ambiente, la inteligencia artificial y su efectos en la vida cotidiana, la pérdida del empleo tal como lo conocimos, la mayor concentración de la riqueza, el debilitamiento o las discusiones sobre la democracia occidental frente a sectores que no se sienten representados por los partidos políticos tradicionales. Lo esperable es que lo que venga mejore los niveles de vida de la población, pero la verdad es que no lo sabemos. No hay que olvidar que detrás de cualquier cambio de paradigma hay muchos poderes, económicos y geopolíticos, muy fuertes, que tienen su peso en la decisión final.
-Dentro del cambio de paradigma que se viene, ¿diría que el rol de los Estados Unidos en la economía global se va a volver menos relevante en los próximos años?
-El mundo actual ya es bipolar, Estados Unidos y China, donde este último viene ganando terreno y espacio geopolítico. Sus niveles económicos globales son casi parecidos y posiblemente en pocos años China sea más grande que Estados Unidos. Pero este país, además de un nivel de vida superior al chino, tiene un gran poder militar y tecnológico, no solo una moneda universal. Por cierto, son muchos los que señalan que así como el siglo XX fue dominado por Estados Unidos y el siglo XXI lo será por los chinos. Europa mantendrá su poder, pero menguado.
-Entonces, ¿qué puede esperarse de los próximos años?
-Lo único seguro es que estarán dominados por la incertidumbre. La disputa entre Estados Unidos y China y las organizaciones internacionales tienen un formato ideado en 1945 por los vencedores de la Segunda Guerra y van perdiendo relevancia. La economía posiblemente desacelere su crecimiento y continuarán las disputas políticas en Occidente porque los partidos no lograrán satisfacer la diversidad de demandas y posiciones que tiene la sociedad. La tecnología, por cierto, seguirá avanzando hasta niveles inimaginables y las grandes empresas, las tecnológicas y las financieras, continuarán acumulando poder. No será fácil administrar la situación ni lograr que se rediseñen los organismos internacionales para adecuarlos a los tiempos modernos.
-Dentro de este contexto tan difícil que se nos viene, ¿qué cabe esperar para la Argentina? ¿Hay algo que podamos hacer para transitar mejor esta crisis global?
-Bueno, para que la Argentina pueda sobrellevar los cambios que se observan en el mundo y no quedar rezagada, debe decidir, internamente, cuál es su propio modelo de desarrollo, qué quiere y qué puede producir, cómo será distribuido el excedente y, posteriormente, cómo se quiere insertar en el mundo. Esto exige una discusión abierta entre todos los sectores, porque es una decisión estratégica que, para que funcione, todos los gobiernos deberían seguir, más allá de sus diferencias políticas puntuales. Pero en lo estratégico, hay que decidir, así como sucedió con el modelo exportador de materias primas y el proceso de sustitución de importaciones. Desde 1975/76 no se ha podido definir un modelo de desarrollo compartido por todos, y por eso ante cada cambio de gobierno hay una modificación de estrategia, y eso no es sostenible.
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