El lunes 21 de septiembre, cerca de las siete de la tarde, Cristina Fernández de Kirchner llegó a la quinta de Olivos. Saludó a su hijo Máximo Kirchner y al ministro del Interior, Wado de Pedro, y se encerró con Alberto Fernández. No fue un cónclave amable: la vicepresidente y el Presidente discutieron sobre los resultados de las medidas financieras, económicas e impositivas que se dispusieron para frenar la venta de los 200 dólares-ahorro que hundía las reservas del Banco Central de la República Argentina.
Martín Guzmán no estaba de acuerdo con las medidas técnicas que Miguel Pesce, titular del Banco Central, diseñó junto a Matías Kulfas -ministro de Producción-, Mercedes Marcó del Pont -a cargo de la AFIP- y Cecilia Todesca, vicejefa de Gabinete. El ministro de Economía consideraba que eran solo “un movimiento coyuntural" y que “no iban a servir” para resolver la ausencia de divisas.
Cristina Fernández de Kirchner se reunió con Guzmán, escuchó sus razonamientos económicos y prometió tratar este complejo asunto con Alberto Fernández. Horas más tarde, cenó con el Presidente y juntos analizaron los cuestionamientos del académico de Columbia criado en La Plata. Comieron pasta casera con fileto, y los dos acordaron que al día siguiente -15 de septiembre- Pesce anunciaría las nuevas medidas para bloquear la venta masiva de dólar-ahorro.
El titular del Banco Central cumplió con la agenda diseñada en Olivos y se reunió con un puñado de periodistas para revelar su estrategia destinada a evitar que las reservas públicas se transformen en una ilusión óptica. Pesce siempre evaluó que habría una reacción negativa en los mercados, pero nunca imaginó su volumen financiero y su velocidad.
CFK se preocupó cuando observó los primeros resultados de las medidas de Pesce. Y llegó a una conclusión que puso en marcha un movimiento interno y secreto que podría causar fuertes efectos políticos en el gobierno del Frente de Todos.
La vicepresidente considera que el error estuvo en los funcionarios que comunicaron, y no de las medidas per se. Esa es su explicación para justificar la suba del riesgo país, el precio del dólar Contado con Liqui, la cotización bursátil de las empresas argentinas y la caída de los bonos soberanos recién canjeados.
En este contexto, Cristina Fernández de Kirchner asumió que es tiempo de un recambio en el Gabinete Nacional. Ya lo conversó con Máximo y Eduardo “Wado” de Pedro, y había trazado una estrategia basada en la cautela política.
Pero los mercados condicionaron la paciencia de CFK, y el 21 de septiembre enfiló hacia Olivos. Caía el sol en la quinta presidencial, y antes de reunirse con Alberto Fernández se encontró con Máximo Kirchner y el ministro del Interior. Fue una casualidad: el líder de la Cámpora y Wado de Pedro habían llegado a la Residencia del jefe de Estado para cumplir otra agenda política.
Tras saludar a su hijo Máximo y al ministro del Interior, la vicepresidente se encerró con el Presidente. No fue un diálogo distendido y CFK fue concluyente: “Las medidas son insostenibles”, calificó frente a Alberto Fernández. Y a partir de ahí reiteró sus críticas a la mitad del Gabinete y planteó una línea de acción que ya puso en marcha de manera unilateral.
Alberto Fernández replicó ciertas opiniones de CFK y aún duda respecto de ciertos planteos de la vicepresidente. Guzmán y Pesce son evaluados como fusibles, y el Presidente no tiene intenciones de forzar la renuncia de Santiago Cafiero. “Es leal y es mi amigo", repite cada vez que le piden su cabeza.
Pasadas las ocho de la noche, Cristina abandonó Olivos. Esta vez no se quedó a cenar.
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