“Queremos charlar con ustedes para contarles sobre una nueva aventura que estamos iniciando, que creemos tendrá gran valor para Argentina. Nos gustaría, por supuesto, contar con el súper equipo argentino”, fue el texto del correo electrónico que nos llegó hace 14 meses a los integrantes del equipo argentino del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, ICIJ como llamamos habitualmente en español a esta organización sin fines de lucro. La que nos lo enviaba era la coordinadora para América Latina y editora de Datos del Consorcio, Emilia Díaz Struck. Los destinatarios de ese correo éramos quien escribe, mi compañera en Infobae Sandra Crucianelli; Emilia Delfino, de Perfil; y Hugo Alconada Mon, de La Nación. Se sumarían a los pocos días sus colegas en el mismo matutino Maia Jastreblansky, Iván Ruiz y Ricardo Brom.
Sin dudarlo, y sintiendo la adrenalina y ansiedad propia por conocer de qué se trataba la “aventura”, coordinamos fecha y hora según el horario de Washington, donde funciona la sede central de ICIJ, y acordamos un encuentro virtual, mucho antes de que esta modalidad se hubiera vuelto parte de nuestra realidad cotidiana. Nos estábamos sumando a un nuevo proyecto de investigación global con periodistas socios de ICIJ de Latinoamérica, Estados Unidos, Europa, Asia, y África.
La nueva aventura implicaba sumergirnos en otra filtración de documentos que había recibido BuzzFeed News, un medio de Estados Unidos. A diferencia de filtraciones anteriores que dieron origen a las investigaciones previas del Consorcio, acá no se trataba tanto del volumen de los documentos - como en Panamá Papers donde nos enfrentamos a 11,5 millones de archivos-, sino a la sensibilidad del material que tendríamos entre manos.
Se trataba de reportes de operaciones sospechosas elaborados por la poderosa FinCEN, como se conoce a la Financial Crimes Enforcement Network, la unidad de inteligencia financiera de los Estados Unidos. Tan secretos eran que tuvimos que extremar las medidas de seguridad para acceder a los documentos, en una plataforma encriptada desarrollada por el Consorcio, e incluso evitar bajárnoslos en nuestras computadoras.
Ninguno de nosotros había accedido antes a un SAR, la sigla en inglés por suspicious activity report elaborado por la FinCEN. A lo sumo, habíamos accedido a su equivalente en Argentina, un ROS. Pero rápidamente supimos de su carácter ultra confidencial. Incluso el propio SAR incluía una leyenda al pie que advertía que su divulgación no autorizada podría implicar “sanciones criminales o civiles”.
Fue el comienzo de la investigación que luego sería bautizada como FinCEN Files.
El encuentro con la data
Pocas semanas después empezamos a bucear en los documentos (“digging” como dicen en inglés). Lo hicimos a través de la nueva plataforma virtual de almacenamiento de la filtración, que pasó a alojar un total de 20.298 archivos, de los cuales más de 14.000 eran correos electrónicos, 2.900 eran PDF, y el resto hojas de cálculo, texto e imágenes. Entre ellos, había más de 2.100 reportes de operaciones sospechosas. Todo ese universo configuraba un entramado de flujos de dinero de origen sospechoso o ilícito, por más de USD 2 billones alrededor del mundo.
Muchos de esos documentos secretos habían sido elaborados por la FinCEN en respuesta a media docena de solicitudes de comités del Congreso de Estados Unidos, que estaban investigando la posible injerencia de Rusia en sus elecciones presidenciales de 2016 que ganó Donald Trump.
Los SAR, en formato PDF, tenían en su mayoría una docena de páginas, pero otros llegaban a tener hasta 1000. Tuvimos que familiarizarnos con la lectura de formularios en los que FinCEN volcaba los datos personales de los particulares o sociedades que intervenían en transacciones que activaban alertas de los bancos, las abreviaturas de las jurisdicciones a las que se referían, individualizar los montos de las operaciones y los bancos que emitieron los alertas originales. En un texto al final, se incluía la “narrativa” en la que se explicaba, con mayor o menor detalle, cuáles eran los motivos por los cuales esos movimientos de dinero se consideraban sospechosos. Algunos eran vagos y citaban notas periodísticas “adversas” para los reportados. Otros eran mucho más detallados y específicos, con el detalle de los giros y cuentas.
El trabajo no era sencillo, y requería mirarlos con extrema atención, varias veces. En muchas ocasiones, los hallazgos estaban contenidos en apenas una línea dentro de densos documentos, o en una planilla gigantesca en la que había que identificar a qué campo correspondía cada número o código.
A partir de entonces, hubo muchos meses de trabajo de 400 periodistas de casi 90 medios de todo el mundo, que nos pusimos a develar operaciones y reconstruir rompecabezas del complejo flujo de dinero opaco, en muchos casos ilícito, a través del sistema financiero a nivel global con epicentro en los bancos de Estados Unidos, por donde pasan casi todas las transacciones monetarias.
Fue así que comenzamos nuevamente un enorme trabajo de periodismo colaborativo, de compartir hallazgos, conocimientos y miradas, tanto a nivel local como internacional. Algo raro en esta profesión donde la voracidad por la primicia es la regla.
Nuestras comunicaciones internas entre los socios de la investigación pasaron a ser todas encriptadas, y tuvimos que rogar no perder nuestro teléfono o que no nos lo robaran, para no perder el ansiado código de autenticación que nos permitía acceder a las plataformas de ICIJ, tanto la de la comunicación interna, como la de los documentos. Empezamos a quedarnos noches mirando SARs, buscando si había una planilla con decenas de hileras y columnas que se correspondiera con ese documento, para poner armar el entramados de transacciones. La tarea fue más veces frustrante que satisfactoria.
Y en medio de todo eso, nos fuimos dando cuenta de de la dimensión de FinCEN Files y sus posibles implicancias a la hora de revelar el funcionamiento del sistema financiero.
Meeting en Hamburgo
El 30 de septiembre del año pasado nos encontramos más de 200 socios del Consorcio en la bellísima ciudad portuaria de Hamburgo, en Alemania, en el comienzo del otoño europeo. Fui la única que pudo viajar de Argentina, por Infobae, y en representación del equipo argentino de ICIJ. Llevaba en un pendrive un memo con detalles de los primeros hallazgos locales. Las medidas de seguridad solicitadas por el Consorcio exigían que no lleváramos la información en la computadora, por si pudiéramos perderla y caer en manos no indicadas.
Como pocas veces antes, todos los que participábamos sabíamos que teníamos que extremar la reserva ya que los documentos que estábamos analizando eran material muy sensible, especialmente para Estados Unidos.
Solo habíamos hablado del tema con nuestros jefes más directos y acordamos mantener en secreto el tema.
¿Por qué Hamburgo? Por razones de seguridad. Y porque por la política de la actual administración de Trump, colegas de otros países podían ver dificultado su ingreso a Estados Unidos. O en su salida, si trascendía la naturaleza de los documentos que estábamos investigando.
Alemania quedaba a “mitad” de camino para norteamericanos, asiáticos, y muy cercana para los europeos. Y muy lejos para los latinos. Pero allí estuvimos, cansados por el largo viaje para una estadía muy corta, pero entusiasmados ante el desafío. Llegamos colegas de Uruguay, Perú, Colombia, Chile, Ecuador, México, Venezuela, Panamá, República Dominicana y Brasil que en su mayoría, ya nos conocíamos de investigaciones anteriores, y celebrábamos mezclar el español en medio del inglés constante. Los encuentro de este tipo son únicos, entre periodistas de todas las latitudes y cultura, de casi todos los países Europeos, de Estados Unidos, y varios de asiáticos y africanos. Unidos con un propósito común y un mismo “motor” investigativo.
Convocados por ICIJ y BuzzFeed News, estuvimos reunidos durante dos días completos en las instalaciones del amplio auditorio de la NDR, la radio y televisión pública con sede en Hamburgo, casi sin salir al aire libre durante el día. Los generosos colegas de esa emisora nos alojaron y proveyeron bebidas y snacks para aprovechar al máximo el tiempo y la posibilidad de intercambio entre nosotros, en los pocos descansos que tuvimos entre presentaciones y talleres. Por la noche, nos llevaron a la más tradicional de la cervecerías alemanas, junto al río Elba. Desde allí, se puede ver la silueta ya emblemática de la moderna Filarmónica de Hamburgo, que forma parte inseparable del paisaje portuario de la ciudad.
Además de presentar y compartir los hallazgos iniciales de los distintos países, participamos de las presentaciones de los colegas de BuzzFeed News que estaban más familiarizados con el material porque ya habían publicado algunas notas notas sobre el tema. También de la exposición de los coordinadores del proyecto del Consorcio que explicaron los principales ejes que comenzaban a surgir de esta nueva experiencia de periodismo colaborativo a escala global, así como los patrones comunes que surgían de los documentos.
El segundo día por la tarde, en el grupo de colegas latinoamericanos, discutimos las principales historias identificadas hasta ahora, poniendo foco en los temas transfronterizos, como Odebrecht, el tráfico de oro, las tramas de corrupción que atraviesan a los gobierno de la región, Venezuela y los boliburgueses, y las empresas sospechadas de sobornos en el extranjero.
Fueron dos días intensos, de aprendizaje en talleres sobre cómo hacer búsquedas en la plataforma de documentos, cómo entender la información, de aprender cómo funcionan los “bancos corresponsales” que actúan como intermediarios y son más permeables a relajar los controles antilavado. También fue la oportunidad para escuchar a un experto británico en delitos financieros como Graham Barrow.
Procesar la data y consultar fuentes
Volvimos a nuestros respectivos países más entusiasmados que nunca. Teníamos por delante un enorme trabajo de procesamiento y análisis de la información, de extracción de la data de los SAR, para poder llegar a cifras globales del dinero sospechoso involucrado en las transacciones.
También comenzamos el cotejo con otras fuentes de información. Los hallazgos de personas, empresas, domicilios y bancos de Argentina (que comenzamos a publicar desde el domingo último), se cruzaron con diferentes bases de datos nacionales: Boletín Oficial, Nosis y aportes de campañas electorales, entre otras. También con bases de datos internacionales, -como Panamá Papers y Paradise Papers-, sobre un total de 1.350.000 entidades, con el objetivo de detectar conexiones entre las partes involucradas.
Todo ese material de la filtración, que abarca el período entre 1999 y 2017, requirió un esfuerzo mayúsculo para reconstruir las historias detrás de cada dato. No siempre lo logramos. Hay historias que no fue posible terminar de configurar.
Pero llegó la pandemia y a muchos nos forzó a un parate casi obligado en el ritmo que traía la investigación, por la exigencia de la cobertura de ese nuevo virus que avanzaba en medio de la incertidumbre, y la sobrecarga de trabajo en casa en medio de las tareas domésticas.
Hubo dos postergaciones de fecha de publicación y finalmente se fijó el 20 de septiembre. Era un domingo a las 2 de la tarde. Para Argentina, era el horario menos atractivo posible en términos de breaking news. Pero ahí perdimos la batalla horaria, una vez más, frente a los europeos.
Sobrevivimos a la pandemia o nos acostumbramos a ella, y ya en el tramo final de la investigación, aceleramos a fondo. Desde el momento en que pudimos empezar a contactar a los involucrados, las historias empezaron a cobrar forma. Algunas crecían en interés periodístico y otras perdían fuerza. A aquellos que no llegamos o no pudimos contactar, se fijó como regla del Consorcio que no sería mencionados aunque aparecieran en los SAR. también que se tacharían todos los datos como domicilios o teléfonos.
Al mismo tiempo, un grupo de colegas de ICIJ, BuzzFeed News y otros medios terminaban de trazar el recorrido zigzagueante de las transacciones y configurar el mapa de cómo funcionaban los bancos con controles laxos y formales, pero poco efectivos muchas veces, a la hora prevenir el lavado de dinero.
El último mes fue muy intenso. Sacrificamos horas de sueños, tiempo en familia, algunos de los pocos paseos permitidos al aire libre. Pero llegamos. “Si tuviera que elegir una palabra, es ‘compromiso’. Si fueran dos palabras, serían ‘doloroso’ y ‘divertido’”, fue la forma de describir el trabajo de periodismo colaborativo realizado en la investigación el colega de la NDR de Alemania, Jan Strozyk.
El resultado vio la luz el último domingo cuando comenzó a publicarse FinCEN Files en los medios de casi 90 países en simultáneo. Muchos refresh minutos antes de la hora acordada en las computadoras y celulares de todos los que participamos. La adrenalina de ver múltiples notas en distintos idiomas y sitios en simultáneo para contar algo que valga la pena exponer y que revele secretos bien guardados.
La mayor filtración jamás conocida del Tesoro de los Estados Unidos mostró a escala global cómo bancos de todo el mundo -grandes y pequeños- movieron millones de dólares, sorteando la débil regulación de un sistema financiero que frecuentemente levanta alertas, pero poco hace para evitar el lavado de dinero a nivel mundial, ante la inacción o complicidad de las instituciones que deben controlarlo.
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