“Quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, pasa de ser el primero a ser el último. En cambio, quien se confía con humildad a la misericordia del Padre, pasa de último a primero”, fue el mensaje de esta mañana en la cuenta de Twitter del papa Francisco. La frase estaba acompañada por la referencia al capítulo 20 del Evangelio de Mateo, versículos 1 al 16 (cfr. Mt 20, 1-16).
Es un pasaje de la Biblia en el que Jesús habla largamente a sus discípulos y seguidores y, por medio de parábolas, les explica cómo será el Reino de los Cielos.
El tuit del Papa fue seguido por otros dos, que dicen: “Estamos llamados a ser instrumentos de Dios Padre para que nuestro planeta sea lo que Él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” y “Cada uno es importante a los ojos de Dios, cada uno puede transformar un poco del mundo contaminado por la voracidad humana en la realidad buena querida por el Creador”.
En el contexto del debate desencadenado por las declaraciones de Alberto Fernández desmereciendo el mérito -valga la redundancia-, la cita no parece inocente. “Lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. El más tonto de los ricos tiene más posibilidades que el más inteligente de los pobres”, había dicho el Presidente, el 15 de septiembre.
Su comentario desató polémica y una infinidad de réplicas. El propio Presidente aclaró luego que “desvalorizar el mérito sería una locura” pero reiteró que sin igualdad de condiciones “el mérito tiene un poder relativo”.
Como suele ser en la Argentina de estos días, el debate tomó la forma de posiciones extremistas y tajantes. Inconciliables. De un lado, los que piensan que todo logro descansa en el mérito individual, sin importar el contexto social, ni el ámbito familiar, ni las oportunidades; del otro, los que creen que, a igualdad de condiciones, igualdad de resultados, y que el mérito individual -es decir, el talento y el esfuerzo de cada uno- para nada cuentan; por lo tanto, el Estado debe proveerlo todo, y a todos.
El tuit del papa Francisco parece darle la razón a Alberto Fernández, al decir que quien crea en “los méritos adquiridos con la propia habilidad”, será postergado, mientras que el que “con humildad” confíe en “la misericordia del Padre”, saldrá favorecido.
En el fragmento bíblico que cita Francisco, Jesús les dice a los discípulos que “muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros”. Para explicar esta frase algo críptica, agrega que “el reino de los cielos es semejante a un hombre (que) salió por la mañana a contratar obreros para su viña”.
Les ofreció un denario por día y los envió a su propiedad a trabajar. Pero, horas más tarde, ve a otros obreros desocupados y les dice: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo”.
Esta escena se repite varias veces, hasta el anochecer: “Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo”.
A la noche, dice la parábola, “el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros”. A todos les pagó un denario. Esto generó la protesta de los primeros, que murmuraban: "Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día”.
El dueño de la viña replicó: “¿No conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti”.
Y Jesús concluyó: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”.
El pasaje, puede casi parecer una metáfora del comunismo, o al menos de su ideal: de cada uno según su capacidad, y a cada uno según su necesidad. Una reivindicación de los postergados o marginados de la sociedad.
Pero en la misma Biblia y en el mismo Evangelio de Marcos, en el capítulo 25, Jesús cuenta otra parábola, la de los talentos; palabra usada en su doble acepción: como aptitud o inteligencia, por un lado, y como moneda de cuenta, por el otro. En la Antigüedad, un talento era una cantidad determinada de dinero.
Jesús empieza así su relato: “Porque el reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos”.
El siervo “que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos” y “el que había recibido dos, ganó también otros dos”.
“Pero -dice Jesús- el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor”.
Luego de mucho tiempo, el señor volvió y llamó a sus siervos para que le rindieran cuentas de lo que habían hecho con los talentos que les había confiado.
“Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos”, dijo el primero. El señor respondió: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”.
Lo mismo pasó con el que había recibido dos talentos y había logrado ganar otros dos.
“Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro (...) por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”.
La respuesta fue: “Siervo malo y negligente, (...) debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos”.
Es una parábola que va más allá de lo bíblico y hace al sentido de la vida misma: ¿qué cosa brinda más satisfacción que los logros alcanzados mediante la multiplicación de nuestras capacidades? Así éstas equivalgan a 5 talentos o a uno. El talento, el don, puede ser enorme en algunos -y serán Maradonas, Favaloros o nuevos Steve Jobs- mientras que otros tendrán dones más modestos. Lo importante es no enterrarlos, porque no sólo no fructificarán sino que se atrofiarán y los perderemos.
El talento, los dones, se reciben. Interviene la herencia, el azar, la naturaleza o el Creador, como se prefiera. Luego está lo que cada persona hace con esos talentos. El producto final, los logros, será resultado de una conjunción de vocación, voluntad y determinación, por un lado, y de contexto por el otro: condiciones materiales, entorno familiar, estímulos, acceso a la educación, etcétera.
Cuánto más útil le sería a la Argentina que los políticos entendieran esto y, sin desalentar el esfuerzo individual, sin ignorar lo meritorio de cada uno, se concentraran en generar las condiciones, las oportunidades y los estímulos necesarios para que los argentinos puedan multiplicar sus talentos.
Seguí leyendo: