Hay una Argentina que duele. Y duele en el alma, aunque quizá no se sienta tan nítidamente en las grandes capitales. A muchísimos argentinos, lamentablemente, la desigualdad y el olvido les ocasiona dolores más contundentes. Como a los niños de la comunidad wichi, en el norte de Salta, una de las zonas más pobres del país, en donde la falta de agua provoca desnutrición y muerte en un país supuestamente lleno de riquezas naturales, con una dirigencia comprometida con solucionar las inequidades y en pleno siglo XXI.
A principios de año, la muerte de ocho niños wichi con cuadros de malnutrición fue el detonante de un trabajo humanitario de la Cruz Roja Argentina en Misión Anglicana, a 25 kilómetros de San Victoria Este, en Salta. Allí, desde febrero pasado, en el centro del territorio de las comunidades wichi, chorote y toba, unos 150 voluntarios instalaron un campamento para ocuparse de producir, distribuir y almacenar agua segura.
“El agua sale con gusanitos rojos, a veces amarilla, y deja los bidones negros”, decían los pobladores del lugar. Hoy, tras la instalación de una planta potabilizadora que puede generar más de 60.000 litros diarios, la entrega de filtros familiares y comunitarios y la tarea de capacitación entre los habitantes, la situación mejoró sensiblemente: en febrero, casi el 90% de los 4.000 habitantes del norte salteño no accedía al agua todos los días; hoy, las personas sin acceso son sólo el 19%. Y la Cruz Roja prevé seguir con su tarea hasta marzo.
Hay más números positivos: a principios de año, el 84 por ciento de la población infantil tenía cuadros de diarrea, que causa deshidratación e incide en la desnutrición, pero en julio los padecía sólo el 22 por ciento. Las diarreas no eran tratadas en un 75 por ciento por el sistema de salud en febrero; ese porcentaje disminuyó al 37 por ciento en julio. Antes, sólo el 40 por ciento de las personas de la zona tenía acceso a la red de agua, mientras que cinco meses después subió al 74 por ciento. Además, el 47% de los habitantes no tenían tanques o bidones para almacenar agua y tras el trabajo humanitario sólo el 15% de las familias no tiene contenedores.
La Cruz Roja concluyó que como actualmente el 76% de la población del norte salteño considera agradable el sabor del agua que consume y el 78% de ese mismo sector no ha tenido cuadros como la diarrea, la tarea desarrollada tuvo un impacto altamente positivo en la calidad de vida de las personas.
Una de las claves del trabajo en el norte salteño fue el relevamiento inicial efectuado por el Observatorio Humanitario de la Cruz Roja, que se creó en enero pasado y cuyo director ejecutivo es José “Pepe” Scioli, el hermano del actual embajador en Brasil, que dejó la política para dedicarse a la ayuda social desde otro ámbito.
En diálogo con Infobae, el subsecretario de Desarrollo Humano de la Cruz Roja Argentina, Rodrigo Cuba, uno de los que estuvo en el campamento en Misión Anglicana, explica la tarea que desarrollaron y cómo fue la experiencia en la que el grupo de voluntarios se involucró de lleno: “Estuvimos en el corazón de las comunidades y eso nos permitió vivir lo que ellos viven, oler lo que ellos huelen y sufrir el calor como ellos”.
Cuba, de 28 años, empezó como voluntario en la Cruz Roja de Córdoba cuando apenas tenía 13 años, luego fue coordinador general de la provincia y más tarde, desde la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, trabajó en Venezuela, Uruguay, Ecuador, Noruega y Africa. Antes de asumir como subsecretario de Desarrollo Humano había sido director de Respuesta a Emergencias de la organización.
-¿Cómo surge el Observatorio Humanitario?
-Nace como una iniciativa de Cruz Roja al comprobar que había algunos déficit de mediciones en materia humanitaria. Costaba mucho medir estándares de nutrición a nivel nacional, algunos números eran muy cuestionados. Por eso nos preguntamos por qué no tener un espacio de investigación formal que nos permitiera recabar una buena cantidad de datos en un tiempo relativamente corto y de manera presencial. Es importante el alcance territorial que tenemos: las 65 filiales en todo el país nos permiten hacer relevamientos muy grandes en cuestión de horas o de pocos días. A principios de año, por ejemplo, lanzamos el estudio de percepción del COVID y en 48 horas se pudieron registrar 8.123 casos en todas las provincias.
-¿Cómo llegan a Salta?
-Una vez que se declaró la emergencia sanitaria, nos pareció la mejor opción para poner en práctica toda esta estructura. Encontramos un vacío muy grande porque no se sabía cuál era el estándar nutricional y muchas agencias humanitarias a nivel internacional estaban pensando estrategias de asistencia en la zona prácticamente a ciegas. Por eso decidimos hacer un estudio humanitario desde el Observartorio, que comenzó con un estudio de campo en febrero 2020, con números que nos duelen a todos.
-¿Qué números, por ejemplo?
-En esa zona de Salta, más del 90% de las personas no asistía al médico. Se podía pensar que es un tema cultural, de idiosincracia. Una persona en el norte provincial tiene que recorrer más de 25 kilómetros para llegar a un hospital y eso no lo puede hacer en micro, sino en moto, si tiene nafta, o algún tramo a pie. El dato es más grave si se tiene en cuenta que más del 60% de los niños habían tenido diarrea durante uno o dos días, que si no es tratada se vuelve crónica y es una de las principales causas de desnutrición. Porque un niño con diarrea pierde nutrientes, se deshidrata y si no puede consumir agua de buena calidad se forma un círculo complejo en donde tenemos niños cuyo estado de malnutrición se va extender casi para siempre.
-¿Cómo surge el Observatorio Humanitario?
-Nace como una iniciativa de Cruz Roja al comprobar que había algunos déficit de mediciones en materia humanitaria. Costaba mucho medir estándares de nutrición a nivel nacional, algunos números eran muy cuestionados. Por eso nos preguntamos por qué no tener un espacio de investigación formal que nos permitiera recabar una buena cantidad de datos en un tiempo relativamente corto y de manera presencial. Es importante el alcance territorial que tenemos: las 65 filiales en todo el país nos permiten hacer relevamientos muy grandes en cuestión de horas o de pocos días. A principios de año, por ejemplo, lanzamos el estudio de percepción del COVID y en 48 horas se pudieron registrar 8.123 casos en todas las provincias.
-¿Qué hicieron para reforzar ese trabajo comunitario?
-Gran parte de la estrategia se centró en el tratamiento domiciliario. Se distribuyeron más de 1.500 filtros familiares, que tienen la capacidad para producir el agua del estándar mínimo que necesita una familia promedio. Es agua que levantan del río, la pasan por el filtro y ya la pueden consumir. Además, distribuimos filtros comunitarios que ubicamos en escuelas o centros de salud. Pero una parte de esa estrategia del tratamiento domiciliario se centró no sólo en dejar los implementos sino en formar a las familias en el uso y consumo responsable y también en cómo va a cambiar su calidad de vida si consumen agua de buena calidad. Hay un dato muy importante que puede ser un indicador: el sabor del agua. Cuando hicimos el primer estudio, se determinó que sólo el 6 por ciento de las personas consideraba que el agua tenía un sabor aceptable. Después de nuestra estrategia, hoy el 76 por ciento de las personas cree que es agradable. No es un indicador menor: cuando el agua no tiene un sabor agradable es porque indefectiblemente tiene un nivel de contaminación. Porque tiene arsénico o porque su salinidad es alta y la vuelve amarga, por ejemplo.
-¿Cómo mejoró el acceso de la comunidad al agua?
-Cuando llegamos, casi el 90 por ciento no accedía al agua. Hoy, los que no tienen acceso representan sólo el 19 por ciento. Y ese porcentaje es la deuda que nos queda para los siguientes meses antes de entrar en el verano. La estrategia está planteada hasta marzo. No sólo nos interesa que la gente tenga el agua para consumir sino que también que tenga la capacidad para tratarla a nivel domiciliario y almacenarla. Antes la gente guardaba el agua en bidones de herbicidas. Hoy la pueden almacenar en forma segura. Una vez terminada esta etapa, nos vamos a meter de lleno en todo lo que tiene que ver con el saneamiento, como el manejo de los residuos y algunas otras cuestiones que van a mejorar la calidad de vida de las personas.
-¿Ustedes se integraron a las comunidades y adaptaron las ideas que traían a sus costumbres?
-Sí, el trabajo tiene un enfoque de integración y comunitario en un 100 por ciento. Lo primero que hicimos cuando llegamos fue llamar a una reunión a todos los caciques, les explicamos lo que queríamos hacer y les pedimos que nos dijeran cuáles eran sus necesidades. Uno de los mejores ejemplos de cómo tuvimos que adaptarnos fue que con cada filtro familiar dejábamos un manual y lo hicimos traducir al wichi. Son pequeños cambios que hacen la diferencia. El campamento que montamos está en el corazón de las comunidades y eso nos permitió vivir lo que ellos viven, oler lo que ellos huelen, sufrir el calor como ellos y tomar su agua.
-¿Cuánta gente de Cruz Roja participa de este operativo?
-Han pasado más de 150 voluntarios de distintas especialidades, desde ingenieros para todo el tema del agua y de la instalación de la planta, hasta médicos y enfermeros. Porque también montamos una enfermería para acortar la brecha de la atención del sistema de salud y facilitarle a la gente las consultas y la prevención.
-¿Es cierto que tuvieron que traer la planta potabilizadora en barco?
-Sí, es una planta donada por España, pero el traslado coincidió con la pandemia. Teníamos todo arreglado para traerla en avión y con las restricciones no funcionaba el tipo de avión que necesitábamos para traerla. No nos quedó otra que traerla en barco y seguíamos su recorrido en el océano para saber adónde estaba. Este operativo ha tenido todos los desafíos que implica trabajar en el norte salteño, como los 45 grados de temperatura que hay a la hora de la siesta, las distancias y la falta de conectividad, además de la pandemia.
-¿El financiamiento del programa estuvo a cargo de la Cruz Roja? ¿Hubo ayuda de los gobiernos?
-El financiamiento fue enteramente de Cruz Roja Argentina y de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, los dos actores principales de esta estrategia. Y trabajamos con una organización local que se llama Pata Pila. En cuanto al aporte de los gobiernos, nosotros formamos parte de la Mesa del Hambre y de la Mesa del Agua a nivel nacional, pero, como auxiliares de los poderes públicos, tratamos de generar alguna solución como soportes del Estado. Hemos tenido mucho acompañamiento del gobierno de Salta, que nos ha abierto las puertas para pequeñas cosas, como la articulación del trabajo con las autoridades provinciales, y en aspectos más importantes como facilitarnos la libre circulación en la zona.
-¿Cómo puede hacer alguien que quiere ayudarlos en esta iniciativa?
-Cualquier ayuda es muy significativa para nosotros. Necesitamos desde profesionales que quieran sumarse como voluntarios hasta quienes estén dispuestos a brindar una ayuda económica. Para ambas acciones se puede ingresar en nuestro sitio, www.cruzroja.org.ar, donde aparece un botón que brinda la opción para efectuar las donaciones y también hay otro que permite inscribirse como voluntario.
-¿La experiencia del norte salteño se repetirá en otras zonas de la Argentina?
-Esta es una de nuestras primeras iniciativas vinculadas con el agua en el país, pero no será la única: actualmente estamos desarrollando una estrategia para brindar asistencia al Gran Buenos Aires, donde, según datos oficiales, casi 2 millones de personas no tienen acceso al agua. Estamos en tratativas con municipios como los de 3 de Febrero, Florencio Varela y General Rodríguez, junto con AYSA, para llevar tanques y redes comunitarios, con el financiamiento de la Cruz Roja, para solucionarle el problema del agua a la gente.
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