Cuando Lázaro Báez fue detenido un allegado le dio un consejo para lo que iban a ser sus días en la cárcel: “No hables mucho. Te van a querer plantar a alguien para sacarte información”. El tiempo pareció darle la razón. Se va de la prisión de Ezeiza con una causa como víctima de espionaje ilegal en la unidad.
Pero entre un hecho y otro pasaron más de cuatro años durante los cuales el empresario estuvo detenido en una de las cárceles de máxima seguridad del país. Allí convivió con otros empresarios, dirigentes políticos y narcotraficantes. Maduró si era conveniente declarar como arrepentido contra Cristina Kirchner, habló de política y de fútbol, contó anécdotas de su amigo Néstor, leyó obsesivamente sus causas judiciales y libros y sufrió la muerte de su madre y la detención de uno de sus hijos, a quien recibió en el mismo pabellón. Fueron, en total, cuatro años y cinco meses de prisión que dejó atrás ayer y que Infobae buscó reconstruir con fuentes directas.
Desde arriba del avión, aquel el 5 de abril de 2016, Báez vio las cámaras de televisión en el aeropuerto de San Fernando. No conocía la noticia pero la intuía. Su detención. “A mi hijo no lo llevan preso, voy yo”, les dijo a los efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria. No había una orden de detención contra Martín, quien también iba en el avión. Solo para él.
Así, por orden del juez federal Sebastián Casanello, Báez se transformaba en el segundo preso de impacto político. El primero había sido tres días antes el ex secretario de Transporte Rircardo Jaime. El gobierno de Mauricio Macri llevaba cuatro meses y una de sus consignas de campaña electoral había sido la corrupción de los gobiernos los Kirchner. Los jueces de Comodoro Py entendieron el cambio de época. A eso se sumaba que unos días antes había aparecido un video que causó indignación: Martín Báez y otros allegados al empresario contaban millones de dólares en una financiera entre habanos y whisky.
Báez no fue un preso más. Por su perfil y la trascendencia de su detención necesitaba un cuidado especial. Fue alojado en el pabellón D del módulo 6 de Ezeiza que estaba destinado a personas transexuales, quienes fueron desalojadas. El empresario compartió el pabellón con otros internos de baja conflictividad y mayores de 50 años mientras se terminaba de delinear el programa para internos de alto perfil político, económico o de crimen organizado. Se iba a llamar el sistema de Intervención para la Reducción de Índices de Corruptibilidad (IRIC).
Báez se ubicó en la celda siete que tiene un espacio de dos metros por tres y cuenta con un camastro, un inodoro y una bacha, una mesa metálica encastrada a la pared con una silla y una repisa. Así son todas las celdas de la unidad. Ese fue su lugar de estadía permanente que no quiso dejar ni cuando tuvo la oportunidad de ir a la unidad 31, que es cárcel de mujeres de Ezeiza pero donde se habilitó en 2018 un pabellón IRIC, con menos rigurosidad en las medidas de seguridad y los controles. “Es un hombre de costumbres. Dijo que no y se lo respetó”, contó a Infobae una fuente penitenciaria.
Por ser uno de los primeros y uno de los últimos en irse de Ezeiza –solo queda Jaime–, Báez recibió y despidió a muchos ex funcionarios de gobierno. Compartió pabellón con el ex vicepresidente Amado Boudou, con el ex subsecretario del Ministerio de Planificación Federal Roberto Baratta, con ex funcionarios de esa cartera como Rafael Llorens, entre otros, y con el ex intendente de Río Turbio Atanacio Pérez Osuna. Había uno con el que particularmente no quería convivir y a quien conocía hacía años: el ex ministro de Planificación Federal Julio De Vido, quien estuvo preso en la cárcel de Marcos Paz.
También estuvo con gente allegada como el contador Daniel Pérez Gadín y el abogado Jorge Chueco, que trabajaron en sus empresas y están acusados en las mismas causas. Sus compañeros de pabellón no fueron todos de la política. También estuvo con el empresario Enrique Blaksley, acusado de megaestafas, con varios acusados de narcotráfico, como el colombiano Williams Triana Peña del caso “Narcoarroz”, con Sajjad Samiei Naserani, un iraní imputado de ingresar al país con identidad falsa, con José María Nuñez Carmona, condenado junto con Boudou en la causa Ciccone, y con Cristian Medina, hijo del sindicalista Juan Pablo “Pata” Medina, entre otros.
Las 15 celdas del pabellón están divididas en dos pisos y tienen un espacio común con una mesa, heladera, cocina y un televisor, en el que Báez miraba la serie El zorro al mediodía y la novela La esclava blanca a la noche, y un teléfono público que el empresario usaba. Ese teléfono estuvo intervenido por la Justicia en una causa que no lo involucraba y parte de sus charlas se hicieron públicas. El pabellón contaba con una cancha de fútbol, que era el lugar de recreación para los internos. Y en la celda tenía una computadora que hizo entrar para ver películas.
Báez tenía una rutina establecida. Se levantaba todos los días a las 7 de la mañana, hacía su cama y limpiaba la celda a la espera que la abran para salir al pabellón. “Siempre fue muy respetuoso de las normas. Su padre era policía y él contaba que también quería serlo, por eso no le costó adaptarse a cumplir las reglas”, contó una de las personas que lo conoció en la cárcel.
Extremadamente limpio y solidario con sus compañeros de pabellón. “A cada uno que llegaba le preguntaba si había comido, si necesitaba algo”, recordó otra persona. Báez cocinaba para el pabellón algunos días de la semana. Hasta armó una huerta en un espacio que luego iba a ser una cancha de fútbol. Pedía que le lleven semillas para plantar.
Quienes lo conocieron en prisión y hablaron con Infobae coinciden en que Báez era respetuoso de sus compañeros y de los agentes penitenciarios –"a muchos nos trataba de usted", contó uno de ellos–, parco, que hablaba lo necesario y que no generaba conflictos.
Mientras pasaba su primer año de detención fuera de la cárcel se discutía si Báez podía o no declarar como arrepentido contra Cristina Kirchner. “Adentro también lo hablaba y fue un tema de pelea con sus hijos”, contó una persona que participó de esos diálogos. “La posibilidad estuvo sobre la mesa porque él la ponía y hasta hubo charlas con Marijuán”, detalló. Guillermo Marijuán es el fiscal que tuvo el caso por lavado. En ese proceso Báez recibió visitas. “Gente que iba a verlo a la cárcel, algunos quedaban registrados y otros no, y que le planteaban la conveniencia de arrepentirse”, contó una de las personas que Báez tuvo como abogado.
¿Por qué el empresario nunca declaró como arrepentido? “Costo beneficio”, recordó un hombre que lo acompaño en el proceso. “Él no quería defraudar a Néstor Kirchner, de quien remarcaba que era su amigo y tenía miedo a las represalias que podía sufrir su familia en el sur”, contó la misma persona. “También por los hijos de mi amigo”, decía Lázaro sobre Máximo y Florencia. “Mi amigo era Néstor y toda mi lealtad con él. Cristina era la esposa de mi amigo”, decía Báez y diferencia la relación con ambos ex presidentes.
Quienes le pedían que sí se arrepienta eran sus hijos. Sobre todo Leandro, el más chico y de perfil más alto. Con sus cuatro hijos Báez tuvo una relación tirante. Hubo tiempos no se hablaban pero nunca cortaron la relación. Al principio los hijos -Leandro, Martín, Melina y Luciana- no iban a visitarlo por pedido del padre. Después lo hicieron. En uno de esos encuentros Leandro le dijo que en Río Gallegos lo insultaban en la calle y que había empleados de sus empresas que se habían quedado sin trabajo que iban a la casa a reclamarle.
Por sus hijos, Báez sí pensó en declarar como arrepentido. “Pensaba que si lo hacía ellos podían quedar desvinculados de las causas. Esa situación con los hijos lo tenía mal, sobre todo con quiénes menos participación tenían en las empresas, como Leandro y Melina, los dos más chicos”, recordó otra persona. Finalmente los cuatro terminaron involucrados en las causas judiciales y hoy están siendo juzgados con su padre. Y el tiempo para arrepentirse ya pasó.
En lo familiar tampoco cortó relación con Norma Calismonte, su esposa con quién concretó el divorcio en prisión. “Mas allá de eso hablaban todos los días. Norma cuidaba a la madre de Lázaro y hablaban de sus hijos. Ella no se metía en las causas”, contaron. Calismonte también lo visitó en Ezeiza.
“Compartí pabellón con él y era un tipo muy tranquilo. Por nuestro palo peronista hablamos de eso y de anécdotas de Néstor. Pero nunca hablaba de sus quilombos”, recordó un ex funcionario que estuvo con Báez en la cárcel. “Él se consideraba un hombre del peronismo. Le gustaba hacer análisis políticos de lo que ocurría afuera, de la situación económica”, contó otra persona que lo visitaba en la cárcel.
“Quilombos” no fue lo que generó Báez para el Servicio Penitenciario Federal. “No fue un preso demandante, ni de mala conducta ni que haya tenido problemas con otros internos o con el personal. Tampoco presentó denuncias. Sí tuvo en algunos momentos problemas de salud que requirió que sea internado en el hospital de la cárcel o en alguna clínica afuera, pero nada más”, resumió un penitenciario. El empresario atravesó su detención con arritmias, hipertensión arterial, insuficiencia respiratoria y diabetes tipo 2 que los médicos siempre dijeron que podían ser tratadas en prisión.
“Imaginate el cambio para una persona que de dar órdenes como jefe de sus empresas a empezar a recibirlas. Pero siempre tuvo muy buen trato. A veces decía que las cosas estaban jodidas adentro pero no aclaraba a que se refería. Era parte de las cosas que se guardaba”, contó otra persona que lo conoció en prisión.
Toda persona que llega a prisión sufre en algún momento un bajón psicológico. Báez no lo tuvo. Tanto penitenciarios como allegados y quiénes compartieron pabellón con él lo describen como un hombre muy entero y firme." Nunca se cayó psicológicamente. La fortaleza de ese tipo no la vi nunca y traté con presos que se comían a Rambo y los vi llorar desconsoladamente", describe otra de las fuentes consultadas por Infobae. Pero otra persona dice que sí tuvo bajones: “Al segundo año de detención cambió algunos gestos, no quería salir al patio. Eso es una manera de tener un deterioro psicológico.” Todos hablaron con el pedido de mantener sus nombres en reserva.
Nació un 11 de febrero de 1956 en la ciudad de General Paz, en Corrientes, y Báez cumplió en prisión sus 61, 62, 63 y 64 años. Si bien está identificado con Santa Cruz, Báez hablaba de su vida en Corrientes y sus días en el río.
En Ezeiza también vio crecer sus problemas judiciales. Además de la causa de lavado fue procesado y enviado a juicio en los expedientes por las obras públicas que le dieron para Santa Cruz los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, “Hotesur” y “Los Sauces” –por los alquileres de hoteles y propiedades a los Kirchner–, otros de lavado y la falta de pago de las contribuciones de los empleados de sus empresas. También vio desde el pabellón cómo el fiscal Marijuán excavaba sus estancias en la Patagonia en busca de dinero que no se encontró.
Lo que Báez no perdió en prisión fueron algunas costumbres que tenía. Una era anotar sus charlas en un cuaderno. Ponía la fecha y escribía lo que le importa de esa conversación. Otra, su fanatismo por su club de fútbol, Independiente. Le gustaba charlar de fútbol y recordar una de las varias épocas de gloria del Rojo de la Avellaneda, la de las paredes entre Ricardo Bochini y Daniel Bertoni. Desde el pabellón seguía las novedades de su equipo, cuando podía miraba los partidos y allí festejó la copa Sudamericana que Independiente ganó en 2017 en el estadio Maracaná de Brasil.
Entre las cosas que Báez tenía en su celda una era una remera de Independiente. Fue regalo de otro interno. Al empresario le gustaba jugar al fútbol y lo hizo hasta que su salud se lo permitió. Quienes lo vieron lo jugar lo describen como un muy buen defensor, áspero y de “pierna fuerte y templada”, como dice el himno de Independiente.
Báez le dedicaba mucho tiempo a sus causas judiciales. “Se quedaba en su celda leyendo los expedientes. Se involucraba de manera directa”, contó una de las muchas personas que estos cuatro años trabajó en su defensa.
De la única actividad de las que ofrecía la cárcel que Báez participó, y solo por un tiempo, fue de un taller de pintura. La lectura era uno de sus pasatiempos en prisión. Además de sus causas, leía ediciones especiales de revistas de Independiente y pedía que le lleven libros de historia, de conducción política y de peronismo. También leía la biblia. “Es católico y muy creyente”, cuenta de las personas. Además le gustaba hablar de tango y jugar a los dados.
En Ezeiza, Báez vivió el nacimiento de sus dos de sus nietos. Y le tocó vivir momentos duros. Uno fue la muerte de su madre, Floriana Rodríguez. Falleció el 27 de junio de 2018 en Santa Cruz a los 89 años. Estaba al cuidado de su hijo y cuando fue detenido esa tarea la tomó Calismonte. La justicia autorizó a Báez a ir al velatorio y al entierro que se hizo en Río Gallegos.
El segundo fue el 7 de febrero del año pasado. Ese día quedó detenido su hijo Martín, el más involucrado en las empresas. Le recibió en el mismo pabellón que compartieron hasta su salida. “No puedo creer que salgo yo y quede Martín adentro”, dijo Báez cuando el 8 de julio se enteró del fallo de los jueces Mariano Borinsky y Javier Carbajo de la Cámara de Casación que lo sacaba de la cárcel. Pero después se planteó una discusión por el monto de la fianza que debía pagar para recuperar la libertad. Primero de 635 millones de pesos y después de 386 millones. Pero no la pudo afrontar y siguió preso dos meses más hasta que Casación le dio la prisión domiciliaria.
Luego llegó el repudio de los vecinos del country “Ayres del Pilar” que a principio de esta semana impidieron que la camioneta del SPF que llevaba a Báez al lugar pudiera ingresar. El empresario volvió a la cárcel y el miércoles fue llevado finalmente a otros, que se mantiene en reserva para que no vuelva a sufrir posibles escraches, a cumplir el arresto domiciliario.
Báez salió de la cárcel -aunque sigue detenido- porque se vencieron todos los plazos para que una persona esté presa sin condena. La ley dice la prisión preventiva son dos años prorrogable por uno más. El empresario estuvo en la cárcel cuatro años y cinco meses. “Lo salvó la cuarentena, sino ya estaría condenado”, especuló una de las fuentes consultadas. Es que por la pandemia del coronavirus se frenó tres meses el juicio por lavado que se inició en octubre de 2018. Cuando se suspendió estaba en la etapa de alegatos, la última antes del veredicto. En ese tiempo se podría haber dictado su condena. La Fiscalía pidió que sea condena a 12 años de prisión y las tres querellas del caso a penas de entre ocho y nueve años.
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