Alberto Fernández quedó conforme con su estrategia en el BID, pese a la distancia diplomática que causó con Trump y Bolsonaro

Mauricio Claver, elegido presidente del Banco Interamericano de Desarrollo con los votos de Estados Unidos y sus aliados globales, derrotó a la coalición liderada por Argentina, México y la Unión Europea que exigía la permanencia de ese cargo multilateral en manos de América Latina

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Mauricio Claver, presidente electo del
Mauricio Claver, presidente electo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Detrás se observa la Casa Blanca, donde todavía trabaja a las órdenes de Donald Trump

Alberto Fernández consideró en Olivos que la designación de Mauricio Claver como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por una mayoría del 66,8 de los votos emitidos, no fue una derrota diplomática y que -por el contrario- establece un nuevo bloque geopolítico que une a la Argentina con México, Chile y doce países de la Unión Europea (UE), al haber logrado una abstención del 31,22 de los votos emitidos respecto a la candidatura presentada y empujada por Donald Trump.

Las relaciones exteriores no son una ciencia exacta, y las cifras encierran una lógica que va más allá del contraste brutal de los porcentajes en la votación final. Claver obtuvo 66,8 por ciento, y la abstención rondó el 32 por ciento. El número está puesto y el epílogo estaba cantado: eso explica por qué Alberto Fernández decidió finalmente no jugar la candidatura de Gustavo Beliz frente a Claver.

Pero esos números de la votación final -66,8 vs 31,22- también esconden una dinámica diplomática que pone en jaque al Mercosur, a la relación de Europa con América Latina y Estados Unidos, y a la sintonía geopolítica entre Olivos y la Casa Blanca. Claver ganó, y a la vez causó un efecto dominó con consecuencias que sólo serán nítidas en los próximos meses.

Alberto Fernández y Mauricio Claver
Alberto Fernández y Mauricio Claver durante su encuentro en México

El Mercosur está integrado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los tres socios del país en su principal bloque regional votaron a favor de Claver. Alberto Fernández y su canciller Felipe Solá intentaron revertir la posición de Uruguay, pero Luis Alberto Lacalle Pou se mantuvo inflexible. En Montevideo, Brasilia y Asunción, a diferencia de Buenos Aires, asumen que el Cono Sur todavía permanece en el área de influencia de los Estados Unidos.

Desde esta perspectiva, el Mercosur está en crisis y la Cancillería deberá rever su juego de alianzas geopolíticas. Trump soslaya a los organismos multilaterales (ONU, OMC, UNESCO), y repudia los acuerdos multilaterales -por ejemplo, el Acuerdo de Cambio Climático de París-, que lo enfrentó con Emmanuel Macron y Ángela Merkel.

Sin embargo, el líder republicano se apalancó sobre el BID para imponer a su candidato y ocupar la presidencia de un organismo multilateral de crédito que es clave para América Latina. Claver tiene una misión fácil de describir: utilizará los millones de dólares del Banco de Integración y Desarrollo para alinear a aliados y adversarios. Sticks and carrots, a la usanza de Teddy Roosevelt, Richard Nixon y George Bush (h).

Alberto Fernández sabe cuál será el papel de Claver -más aun si triunfa Trump en los comicios de noviembre-, y apostó a un planteo ideológico que acompañaron Chile, México y 12 países de la Unión Europea. Como ensayo de agenda diferenciada, el Presidente obtuvo su triunfo diplomático. No es común que México enfrente a Estados Unidos, y que la UE acepte unirse a una hoja de ruta que se diseña en el Sur del Continente.

Sin embargo, todo puede quedar en un chit chat de salón frente al peso de la Casa Blanca y su política de palos y zanahorias. Chile ya tiene su tratado con Estados Unidos, México es un socio privilegiado de Washington, y Europa depende de la OTAN y los mercados americanos para contener a Rusia y China. Son alianzas permanentes, que a veces, como en la votación del BID, se toman un respiro.

Alberto Fernández y Ángela Merkel
Alberto Fernández y Ángela Merkel durante su encuentro en Berlín

Frente a este tablero geopolítico, condicionado por las elecciones en Estados Unidos, Alberto Fernández ahora tiene la difícil tarea de capitalizar las abstenciones que obtuvo ante la candidatura de Claver. Será una faena compleja con escasos resultados en el corto plazo, al margen de su intención de construir una agenda regional que interpele la hoja de ruta que guía los asuntos externos de la Casa Blanca.

Cuando Cristina Fernández de Kirchner atacó a la administración de Bush, la respuesta en el BID fue simple y efectiva: la Argentina no obtuvo créditos de ese organismo multilateral. Su directorio siempre votaba en contra de los intereses del país. Se mantuvieron los créditos ya otorgados, pero nada nuevo llegó hasta que CFK dejó la Casa Rosada.

Trump es más filoso que Bush. Y procesa el resentimiento de manera inusual y fuera de los cánones diplomáticos. La pregunta que aún no contestó el Presidente es si Europa, Chile y México van a estar si la Casa Blanca establece un cinturón geopolítico a la Argentina, tras su jugada en los comicios del BID.

Alberto Fernández siempre repasa los movimientos políticos que ejecutó Raúl Alfonsín en sus casi 6 años de mandato. Lee sus papeles, elogia su tesón y su honestidad intelectual (la Ética de la Responsabilidad de Max Weber) y siempre trata de aprender de sus errores, que en definitiva forzaron su entrega anticipada del poder.

En su momento, el Presidente radical apostó a un acuerdo con Europa -Italia y Francia- para lograr una negociación exitosa con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Habló con François Mitterrand y Sandro Pertini, y obtuvo su respaldo político. Alfonsín creía que esos dos países iban a enfrentar a Ronald Reagan, y su alianza con los acreedores de Wall Street.

El sueño duró seis meses. El tiempo que puede insumirles a Alberto Fernández y Martín Guzmán la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que controla la Casa Blanca sin importar quien ocupa el Salón Oval.

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