La grieta no sólo es tóxica y extenuante en términos políticos y sociales, sino que en su reduccionismo destruye capacidad de argumentar y posibilidades de debate. Alberto Fernández decidió escalar en esa dirección, desarmando así lo que era difundido como un proyecto de poder –propio, en primer lugar- plantado en la moderación y los acuerdos. No importa demasiado si ese perfil tenía mucho de real o de actuación, porque abandonarlo tiene el mismo resultado: fisura políticamente y lo coloca en una vereda, vieja, donde no hay espacio para su centralidad. Allí los liderazgos son otros, y en el frente interno domina Cristina Fernández de Kirchner.
No es el único cambio que registra el movimiento en el tablero oficialista. Por mucho que se diga, hay indicios claros de que también estaría cambiando la “elección” del enemigo. Ya no sería Mauricio Macri sino Horacio Rodríguez Larreta. De mínima, el ex presidente no mantendría la categoría de blanco exclusivo. Resulta una movida contradictoria, porque lo que hasta ayer era considerado un capital –es decir, la moderación y convivencia- pasaría a ser patrimonio exclusivo de referentes opositores. En rigor, la intención de esmerilar al jefe de Gobierno porteño ya era sostenida desde hace rato por el kirchnerismo duro, entre otras razones cercanas como reacción al lugar nacional que se le otorgó en el marco de la extensa cuarentena. Eso y las encuestas.
La idea de optar por un enemigo –y hasta de construirlo- es una pretensión nada novedosa, una tentación poderosa sobre todo para el imaginario hegemónico. La lógica de polos enfrentados supera cualquier límite dibujado como ideológico y tiene un agregado: el enemigo debe ser elegido para que la confrontación sea más fácil, más estereotipada, y a la vez asegure su derrota. Un enemigo brutalmente negativo pero débil.
El Presidente hizo ayer un discurso realmente de grieta. Habló en un encuentro vía Zoom , flanqueado por Julio Vitobello y Eduardo Valdés, una señal no de funcionariado sino de armado político con muchos años. Y la participación virtual incluyó a intendentes del Gran Buenos Aires y autoridades formales del PJ. Para explicar el tono del mensaje –para algunos aún desconcertante- fuentes cercanas a Olivos dijeron que se trató de un discurso para el frente interno. En cualquier caso de efecto significativo, porque estaría demandando alineamiento cerrado para una disputa en blanco y negro, que vuelve a incluir señales preocupantes hacia los medios periodísticos.
¿Qué dijo el Presidente? En primer lugar y quizá tomado naturalmente, como una obviedad, sostuvo que la “unidad” debe ser cuidada y sostenida como valor supremo frente a riesgos externos graves que, desde esa óptica, serían variantes política como la que expresó la gestión macrista. Ese concepto de “unidad”, entonces, debería prevalecer casi como un principio, sin ninguna consideración ética o ideológica. Una manera de reclamar que sean amortiguadas las internas -las últimas, por el rubro de la seguridad-, pero también de negar o dar por cerrado el capítulo núcleo de su sociedad política con CFK.
De todas maneras, lo más impactante fue la descalificación de las protestas que se sucedieron con el rótulo de “banderazo” y con mensaje claramente opositor. El Presidente reservó para el día en que sea superada la pandemia una demostración callejera propia. Pero dijo dos cosas más. Reservó para su propio frente la condición de “verdadero banderazo” –es decir, el único que podría apelar al símbolo de la Bandera- y lo remató así: “Ese día va a haber un banderazo de los argentinos de bien”.
La visión binaria fue reducida de ese modo a su versión más lineal y quizá más peligrosa. Buenos y malos, categorías simples y al mismo tiempo riesgosas. Claro, que en un camino que ya pretendió confrontar cuarentena y anticuarentena, vida y muerte. Esto último no fue insinuado sino que fue expreso en la exposición presidencial: dijo que su marcha será la de “los argentinos que no queremos muertos”.
Tampoco faltó en el discurso la fijación de un elemento externo amenazante y por eso mismo, un refuerzo para la convocatoria a cerrar filas. Con un agravante: otra vez esa amenaza fue adjudicada al periodismo. “Ametrallamiento mediático permanente”, fue la imagen elegida y complementada con otra afirmación: “Este es un país donde se mal informa”. Vuelta a la negación de una realidad que expone diferentes miradas editoriales y distintas opiniones de periodistas. En esa concepción de contraposiciones absolutas y forzadas, existiría un periodismo que sí “bien informa” porque coincide y sostiene la posición oficial. En todos los casos, con la sociedad como sujeto absolutamente manipulable.
Los dichos del Presidente no son hechos aislados. Las últimas semanas muestran un creciente agrietamiento de la política. La batalla del miércoles último en Diputados dinamitó relaciones. Es probable que finalmente haya algún tipo de acuerdo para encarrilar las sesiones, según fuentes legislativas, pero difícilmente se recompongan niveles de confianza. Fue el quiebre más profundo desde la asunción de Alberto Fernández.
En paralelo, CFK le apuntó otra vez a Rodríguez Larreta. Hubo también alguna señal crítica desde Olivos, pero la vicepresidente parece la más decidida a ese combate y le habría transmitido su posición al Presidente. Si se archiva la supuesta opción de Alberto Fernández por una construcción con los “moderados” de la oposición y se debilita a la vez la formación de un núcleo interno con el PJ tradicional, la dureza del discurso no expondría fortaleza sino complicaciones a futuro. Y eso supera la interna.
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