La foto de Alberto Fernández y Hugo Moyano, en familia y sin barbijo, en la intimidad de la Quinta de Olivos impactó como un misil en la interna de la CGT: ¿significa que el Presidente apuesta por Pablo Moyano como el futuro líder de la central obrera cuando se renueven las autoridades, en 2021?
Ese es el mensaje que los Moyano deslizan para sumar votos dentro del sindicalismo y así lograr una mayoría de adhesiones en el congreso cegetista que debía hacerse en agosto pasado y que por la pandemia se postergó para el año próximo. ¿Pero es realmente lo que quiere Alberto Fernández?
El primer mandatario es amigo personal de Héctor Daer, cotitular de la CGT, quien también aspira a seguir liderando la central obrera, pero como único jefe, a partir de 2021, aunque sabe que la vieja sigla cegetista hoy representa sólo a una porción de un sindicalismo más atomizado que nunca.
Alberto Fernández también sabe que en la cúpula de la CGT se siguen resistiendo a sumar a sus filas a la CTA de los Trabajadores, que lidera el diputado ultrakirchnerista Hugo Yasky, pese a que el mismo Presidente lo pidió públicamente en dos oportunidades y quedó desairado en ambas ocasiones. Y detrás de ese pedido está el deseo de Cristina Kirchner, que tiene más afinidad personal e ideológica con esa expresión ceteísta que con “los Gordos” de la CGT (como Daer), a quienes les sigue reprochando haber sido oficialistas de todos los gobiernos y, sobre todo, menemistas.
El dilema sindical del Presidente es justamente ese: Daer es su amigo, pero coconduce una CGT que lo dejó descolocado con su pedido de incorporar a la CTA, que no hace más que reclamarle participar en la gestación de las medidas de Gobierno y que, además, es resistida por su jefa política.
Si el primer mandatario señalara con su dedo a Pablo Moyano para conducir la futura CGT, de todas formas, tampoco le garantizará una solución. El hijo del líder camionero es resistido por muchos sectores internos del gremialismo, que lo consideran imprevisible y de carácter colérico, a diferencia de su padre. Pero, en particular, hay cierto consenso en el mundo sindical de que la CGT “no debe volver a ser una sucursal del Sindicato de Camioneros”, como afirmó a Infobae un dirigente que imagina, además, que esa posibilidad podría ser complicada para el propio Presidente.
Alberto Fernández era jefe de Gabinete cuando Néstor Kirchner se abrazó incondicionalmente a Hugo Moyano en busca de apoyos para salir de la debilidad del 22% de los votos obtenidos para convertirse en presidente de la Nación. Y por eso se acuerda de cómo el líder camionero, con el guiño presidencial, utilizó ese poder para lograr ventajas para su sindicato en desmedro de otras organizaciones y terminó siendo un dirigente inmanejable, como descubrió luego Cristina Kirchner.
Hay un problema adicional: más allá de los nombres para liderarla, ¿le conviene al Presidente una CGT unificada? Si algún día se creara el Consejo Económico y Social, sería ideal para el Gobierno contar con un solo y representativo interlocutor sindical para firmar acuerdos que se puedan cumplir. Pero, a la vez, una central obrera unida es un peligro latente en términos de gobernabilidad. Como quedó demostrado desde el gobierno de Carlos Menem en adelante, es más sencillo avanzar desde el Poder Ejecutivo si el gremialismo está dividido y algún sector se encolumna disciplinadamente.
En eso Alberto Fernández puede quedarse tranquilo: es altamente improbable que se alcance la unificación sindical absoluta. Si no cambian los dirigentes, algo difícil en el reino de la reelección perpetua y los mandatos eternos, los problemas personales seguirán separando a los Moyano de “los Gordos” (Sanidad y Comercio), por ejemplo, como sucede desde hace tres décadas.
Claro que esa enemistad es de las más duraderas que existen en la Argentina. Porque en el sindicalismo incluso ya quedó atrás la rivalidad entre los dirigentes de la CGT y los movimientos sociales, que pugnaron durante décadas por el control de la calle y por los derechos de sus representados, los trabajadores registrados, por un lado, y los precarizados, por el otro. Hoy, luego de mucha resistencia interna, la cúpula cegetista accedió a reunirse con los dirigentes sociales, como se demostró la semana pasada, pero mantiene su resistencia a abrazarse con la CTA, que siempre los corrió por izquierda, prohijó a sus opositores internos y alentó la creación de sindicatos paralelos.
En este último punto, los Moyano ya dejaron atrás ese rabioso antikirchnerismo que los puso en la vereda de enfrente de Yasky durante el gobierno de Cristina Kirchner. Gracias a Mauricio Macri, los Camioneros terminaron aliados a la CTA de los Trabajadores detrás del proyecto político de la Vicepresidenta de la Nación. Y hoy, por eso, la posibilidad de que Pablo Moyano sea encumbrado al frente de la CGT aumenta las chances de que se incorpore esa fracción ceteísta y dirigentes que hoy están afuera de la central obrera, como el bancario Sergio Palazzo o el mecánico Ricardo Pignanelli.
Alberto Fernández trató de equilibrar sus gestos hacia los distintos sectores sindicales. A ninguno le dio lo que quería cuando comenzó su gobierno (sobre todo en materia de cargos en el Estado) y fue repartiendo señales dirigidas tanto a su amigo Daer (particularmente a él y no a la CGT como entidad) como a Yasky (toda una concesión hacia su jefa política), pero, en particular, a Moyano, a quien calificó de “ejemplar” y ahora le abrió las puertas de Olivos para un encuentro de seis horas.
¿Habrán hablado el Presidente y el líder camionero de la candidatura de Pablo Moyano a la CGT? Más allá de cualquier especulación, la certeza de hacia dónde se dirige la elección de Alberto Fernández estuvo centrada en esa foto de Olivos, la misma que la cúpula cegetista en pleno nunca logró.
Los Moyano vuelven a tener un trato privilegiado por el poder presidencial. Simbólicamente, en principio. Porque el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, otro amigo de Alberto Fernández, sigue haciendo malabarismos para no tener que tomar una decisión en el conflicto de los 1.200 trabajadores de Mercado Libre cuyo encuadramiento sindical reclaman los Camioneros y que hoy están afiliados al Sindicato de Carga y Descarga, que conduce el barrionuevista Daniel Vila.
Luego de haber conocido lo que sucedía detrás de las bambalinas del gobierno de Néstor Kirchner, Alberto Fernández sabe como ninguno que decisiones como aquellas, que en esa época favorecían automáticamente al moyanismo, tienen un doble riesgo. Que ocasionen una sublevación de los sindicatos que se cansaron de rendirse ante la patria camionera. O que tantos beneficios exclusivos terminen convirtiendo nuevamente a Moyano en una criatura que finaliza como Frankenstein.
Seguí leyendo: