Diputados acaba de dejar la marca más grave de confrontación desde que asumió Alberto Fernández y sobre todo, desde el inicio de la extensa cuarentena. Muy pocas cosas en política suenan definitivas y anoche mismo, en medio de las cenizas del consenso, se hablaba de armar al menos un puente provisional para intentar una recomposición de funcionamiento. De todos modos, quedaba muy deteriorado sino dinamitado el margen para acuerdos amplios entre Gobierno y oposición. Desde fuera del Congreso, no ayudaba precisamente la nueva carga oficialista sobre Horacio Rodríguez Larreta: al contrario, sugería voluntad de aglutinar a Juntos por el Cambio para una batalla tan alejada de la realidad social como negativa en términos de la necesaria reanimación económica.
La pelea en Diputados traza un horizonte de mayor conflictividad y también de enormes interrogantes, salvo el absurdo de suponer que en medio de esta crisis pueden ser hechos cálculos serios para las elecciones del año que viene. Las dos mayores señales son convergentes. La primera habla de la falta de capacidad para acordar un puñado de decisiones o peor, de la decidida voluntad del Presidente y del oficialismo en general para bloquear ese camino, de hecho y más allá del discurso. La segunda proyecta incertidumbre política –interna y también externa- cuando precisamente cualquier proyecto de recuperación económica –y no sólo de modesto rebote- demanda certeza y solidez políticas.
Es curioso, pero el Presidente desaprovechó otra vez una enorme oportunidad para convocar con centralidad propia a un acuerdo amplio, con partidos en primer lugar y luego con otras organizaciones de la sociedad. Y persistió con la menos recomendable de las iniciativas para tratar de imponer un tema que lo saque de la extenuante cuarentena, colocada en lugar subalterno en medio de preocupantes cifras de contagios y muertes. Desperdició el cierre formal de la reestructuración de la deuda con acreedores externos. Y avanza a pesar del desgaste visible con el plan judicial, que incluye la reforma del fuero judicial y las sombras de presiones sobre la Corte Suprema, entre otros puntos.
Eso parece contradictorio, salvo que la conclusión sea otra: la recreación del imaginario de un proyecto de perfil hegemónico, como negación de los supuestos de moderación y consenso. En ese caso, el sello de Cristina Fernández de Kirchner sería la huella principal. Visto así, surgiría otra complicación, doméstica. En el circuito oficialista se admite que no hay espacio, práctico y hasta temporal, para el objetivo de máxima de la ex presidente, que sería despejar su frente judicial. Eso mismo, tensaría la cuerda interna y potenciaría algunas cargas del kirchnerismo, con consecuencias sobre Olivos.
El repaso de lo ocurrido en Diputados expone parte del asunto. Y está claro, en primer lugar, que la disputa sobre el modo de sesionar traduce la enorme pelea por el proyecto de reforma de la justicia federal, que con innumerables añadidos –sobre todo en cantidad de nuevos cargos, atados al menudeo político- fue aprobado en el Senado bajo la conducción de CFK.
La ex presidente le bajó el precio a esa reforma, al considerarla fuera de su interés y con jerarquía menor a su propia aspiración, a pesar de tratarse de una iniciativa de Olivos. La presión y la carga sobre su éxito o fracaso fueron trasladadas a la otra Cámara, y particularmente a Sergio Massa. Parece un dato algo envenenado en medio de cálculos internos. Con todo, Massa logró sumar a los bloques federales para la pelea de ayer, aunque no los tiene asegurados para votar la reforma. Tal vez menos incluso con este clima de confrontación, según la amarga consideración que se escucha en el sector lavagnista.
Juntos por el Cambio dio en este caso la primera batalla frontal contra el oficialismo. Anticipó que impugnará la sesión, porque considera caducado el protocolo para los debates con escasa presencia en el recinto y muchas pantallas en videoconferencia colectiva. Es la estribación ruidosa de la decisión de frenar la reforma judicial. Un anticipo además del debate sobre el sistema de actualización de jubilaciones. Y un mensaje al oficialismo sobre la necesidad de consensuar temas frente a otro capítulo grande que se abriría a mitad de mes, según anticipó Martín Guzmán: el Presupuesto 2021, que es a la vez un compromiso por anticipado para la negociación con el FMI.
La dureza opositora asomaría además como una reacción frente al juego que busca el Gobierno con los jefes provinciales, todos con necesidades financieras en la pendiente de la crisis agravado por la cuarentena. Alberto Fernández y un par de ministros sumaron al temario de las conversaciones el renglón de la reforma que ya está en el Congreso. Sugiere moneda de cambio para que algunos diputados no apoyen pero sí faciliten la aprobación del proyecto.
En el caso porteño, las hipótesis son más inquietantes. El Presidente dio una nueva vuelta de tuerca sobre su idea de “ciudad opulenta”, como contracara de necesidades provinciales, y en simultáneo CFK tuiteó contra el jefe de Gobierno de la Ciudad. Un componente llamativo: Rodríguez Larreta aparece en varios sondeos como la figura opositora con mejor imagen, con cifras por encima del Presidente y muy superiores a la ex presidente y otros referentes del Frente de Todos. Circulan versiones sobre una repuesta intención de podarle más de un punto de coparticipación a la Capital.
La oposición ve un juego de condicionamiento sobre los gobernadores de la UCR y una acelerada revisión del vínculo del Gobierno con Rodríguez Larreta. Habría pesado la necesidad de dar respuesta ahora para acotar negociaciones y amortiguar presiones. Como sea, la reacción fue de aglutinamiento, al punto de que la conducción de JxC, ampliada a todos sus referentes, avaló explícitamente la resolución de dar batalla en Diputados.
Ese cuadro hizo confluir a toda la línea del PRO. Mauricio Macri, Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y jefes legislativos, en primer lugar Cristian Ritondo, de reconocido perfil negociador en la Cámara baja. Incluso referentes “moderados” como Rogelio Frigerio y Emilio Monzó consideran que el Gobierno tiende a romper puentes. También firmaron la declaración la conducción de la UCR y sus jefes de interbloque, Mario Negri y Luis Naidenoff. Y del mismo modo, la Coalición Cívica –con Elisa Carrió otra vez expuestamente activa- y Miguel Angel Pichetto.
El bloque de JxC impugnará la sesión, fracasadas las tratativas de muchas horas. Logró reunir en la Cámara entre 90 y 100 diputados, muchos de ellos llegados desde las provincias, sobre un total de 116 integrantes. Habrá que ver si una próxima reunión de los jefes de todas las bancadas logra destrabar la situación luego de que unos y otros -Massa y Máximo Kirchner, de un lado, y la principal fuerza opositora, del otro- mostraran sus poderes y limitaciones. Pero resulta claro que la nueva normalidad estaría lejos de un acuerdo frente una crisis desconocida aún en su profundidad.
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