“Tan mal no le va, ¿eh?”, sonrió Alberto Fernández cuando un colaborador le preguntó por el rol de Horacio Rodríguez Larreta y su posición frente a las reiteradas críticas del Presidente al sector más radical del PRO y de la oposición en su conjunto.
En las encuestas, la imagen positiva del jefe de Gobierno se mantiene estable con buenos números desde que decidió compartir la administración de la pandemia con el Presidente y el gobernador Axel Kicillof, cuya puesta en escena tripartita mostró este viernes, por primera vez, señales evidentes de fatiga. Según los especialistas, la popularidad del jefe de Gobierno sufre mucho menos desgaste que la del Presidente cuando el humor social y político se caldea por los tironeos entre el oficialismo y la oposición.
A Rodríguez Larreta, dicen sus colaboradores, de verdad no le gusta “la grieta”. No es solo una estrategia planificada en base a focus groups. Lo piensa, agregan, incluso con proyección sobre su propio futuro, es decir, el proyecto presidencial que lo obsesiona, jura el jefe de Gobierno, desde los 4 años. “Tengo 54 y hace 50 que quiero ser presidente. Con la grieta puedo llegar, pero no sirve para gobernar. Necesitas hablar, de mínima, con el 66% del electorado”, resalta en privado, según su equipo.
Dentro del PRO y de Juntos por el Cambio, el alcalde tiene sin embargo su propia grieta, cuyas tensiones trata de administrar como cabeza del sector moderado con el mismo ímpetu con el que negocia semanalmente con la Casa Rosada por la administración de la crisis sanitaria y los recursos que la Ciudad recibe del Gobierno nacional. Rodríguez Larreta no tiene prejuicios. Es un fanático del pragmatismo. No le preocupa mirar para el costado si es necesario. Puede sentar en el comedor de Uspallata a Marcos Peña, María Eugenia Vidal, Emilio Monzó y Martín Lousteau, y hablar por teléfono con Elisa Carrió, Patricia Bullrich o Alfredo Cornejo, el presidente de la UCR con el que dialoga seguido.
Pero hay una sola variable, según su círculo íntimo, que lo excede: Mauricio Macri. “Es el único platito que no controla”, remarcan.
Desde Europa -tiene prevista su vuelta para la semana próxima-, el ex Presidente todavía marca el pulso del sector más radicalizado del PRO y de Juntos por el Cambio. El vínculo entre Macri y Rodríguez Larreta no es el de antes. Pero todavía se respetan. Y hablan. Menos de lo habitual. Pero hablan. El futuro del ex mandatario es una incógnita que desvela a todos. En especial al jefe de Gobierno, que no está dispuesto todavía a cometer el “parricidio” del que se queja el propio Macri en privado. Tal vez nunca lo haga.
La última semana, además de la administración de la crisis sanitaria, el jefe de Gobierno dedicó parte del tiempo a empezar a pensar su proyecto presidencial en territorio bonaerense, cuya gravitación en el armado electoral de cualquier candidato que se precie de tener chances reales de llegar a la Casa Rosada es crucial. La comunicación oficial junto a la Casa Rosada en torno a la gestión de la pandemia, con cortocircuitos constantes, nacionalizó su imagen. Pero en el Gran Buenos Aires, el armado político es igual o más importante que cualquier estrategia de marketing.
Rodríguez Larreta habló en la semana con algunos intendentes del PRO del Gran Buenos Aires. Intercambiaron análisis político de la coyuntura nacional y conversaron en particular sobre cómo comenzar a tejer en el conurbano. Con qué recursos y actores. Se mencionó, por ejemplo, a Monzó, que quiere ser gobernador, aunque por ahora sea más un deseo que una opción real. El ex presidente de la Cámara baja mandó a algunos de sus emisarios a tocar la puerta en los concejos deliberantes de un puñado de distritos. Y molestó a algunos jefes comunales. “Dejalo correr”, pidió Rodríguez Larreta, pragmático.
El jefe de Gobierno tiene una buena relación con Monzó. Al ex diputado le gustaría que fuera presidente. Trabaja, en parte, para eso. Rodríguez Larreta tiene, además, una sociedad política inquebrantable con Vidal, su aliada, que todavía no definió qué va a hacer el próximo año: si competir en la Provincia -su popularidad se mantiene alta en buena parte del Gran Buenos Aires- o en la Ciudad, o quedarse en su casa y esperar al 2023. De ese movimiento dependen muchos otros.
Por ejemplo, Lousteau. Cuando el senador se asoció en la Ciudad al jefe de Gobierno fue con la condición de que le despejara el camino por la Jefatura de Gobierno, sostienen las versiones en torno a ese acuerdo. Rodríguez Larreta volvió a elegir entonces a Diego Santilli como su compañero de fórmula y lo sacó de la sucesión. A la par del proyecto presidencial del alcalde, Santilli comenzó en estos días a perfilar su propia carrera bonaerense. ¿Y si Vidal busca la Ciudad en 2023? ¿Podría competir con Lousteau? ¿Compartir una fórmula? Faltan tres años.
El jefe de Gobierno administra la pandemia, el vínculo con el Frente de Todos, mueve los hilos del sector moderado de la oposición y practica un delicado equilibrio con el ala más radical del PRO, en la que descolla Patricia Bullrich.
El alcalde y la ex ministra de Seguridad tuvieron una tensa comunicación telefónica hace algunas semanas, después de que Juntos por el Cambio publicara un duro documento contra la reforma judicial, que salió con la firma de los principales referentes. El jefe de Gobierno pidió explicaciones porque el resto de los gobernadores de la oposición no habían firmado y él si. La multitudinaria marcha del 17 de agosto, apoyada por Bullrich, Macri y otros dirigentes del sector más combativo, volvió a reabrir las heridas.
Rodríguez Larreta sabe, de todos modos, que no puede descuidar el vínculo con la presidenta del PRO, a la que reconoce su capacidad de acción, más allá de su habilidad para tensar la cuerda de manera constante. Bullrich es una de las dirigentes que el equipo de estrategia política y de comunicación de la Ciudad mide en forma sistemática en las encuestas.
El jefe de Gobierno también trabaja en cuidar la relación que lo une a Carrió: cada vez que el ala dura de la oposición avanza contra su moderación, la fundadora de la Coalición Cívica le tira un salvavidas. Ocurrió con la marcha del 17A. “Lilita”, después de las protestas, dijo que nadie debía “sacar ventajas” de la movilización. Y que la radicalización de Juntos por el Cambio era “funcional a Cristina Kirchner”. “Hay que mantener un diálogo mínimo con el Presidente”.
La ex diputada va y viene en sus razonamientos. El miércoles, un rato antes de recibir el llamado de la vicepresidenta, que le pidió en una charla más que amena sacar las vallas del Congreso antes del tratamiento de la reforma judicial, Santilli también habló con Carrió. “Lilita” le diagnosticó un futuro negro al Presidente antes de fin de año.
El lunes, Rodríguez Larreta llamó temprano a Alberto Fernández como cada semana de víspera de extensión de la cuarentena. Le avisó que, por la tarde, publicaría un hilo en las redes sociales con su posición institucional sobre el proyecto de reforma judicial, que este jueves tuvo media sanción en el Senado gracias a la hegemonía parlamentaria de Cristina Kirchner y una serie de agregados que volvieron a fastidiar a la oposición.
Desde hace semanas, el Presidente y el jefe de Gobierno negocian por lo bajo el traspaso de la Justicia nacional a la Ciudad, una iniciativa que corre en paralelo a la suerte parlamentaria que pueda tener el proyecto con media sanción del Senado, y cuyo futuro en Diputados es una incógnita.
La administración porteña y la Casa Rosada podrían concluir solo en el traspaso de la Justicia penal, que es el 0,2% en términos de la coparticipación que la Ciudad recibe del Estado nacional. Hasta ahora, el Gobierno pretendía cortarle a Rodríguez Larreta 1 punto de coparticipación.
Al jefe de Gobierno, esa negociación lo obsesiona. Porque cualquier acuerdo incluye miles de millones de pesos menos para su presupuesto. Es decir, para gestión. Y para darle forma a su proyecto presidencial. De hecho, si se consolida el traspaso de la Justicia, el alcalde deberá en simultáneo equiparar los sueldos de los jueces locales con los traspasados, un tema que está hace tiempo judicializado: hay una brecha en torno al 40%.
Hace meses que el Presidente y el jefe de Gobierno buscan puntos de acuerdos. Ocupar el centro de la escena. Las versiones dan cuenta de que incluso conversaron más de una vez para contener a los extremos del PRO y del Frente de Todos. Y cuidar el vínculo. Las tensiones internas fisuran, cada tanto, ese pacto implícito. Fue parte de la charla que también tuvieron hace una semana el jefe de Estado y Lousteau sobre el proyecto de reforma judicial en Olivos, en compañía de Enrique “Coti” Nosiglia. El alcalde sabía de ese encuentro. También Cornejo.
Rodríguez Larreta no habla solo con Alberto Fernández. Lo hace con Eduardo “Wado” de Pedro y con Máximo Kirchner, incluso más de lo que se cree. A los dos los conoció más en profundidad durante la campaña del año pasado, en una comida en la casa de Sergio Massa, su principal amigo del peronismo. El jefe de Gobierno y el presidente de la Cámara de Diputados son más que socios políticos. Y comparten el objetivo de llegar la Presidencia. En la Cámara baja, Cristian Ritondo es el garante de los acuerdos parlamentarios con Massa y Máximo Kirchner.
Este viernes, mientras estaba a punto de anunciar la extensión de la cuarentena, sin comunicación tripartita, Alberto Fernández volvió a tirar del vínculo con la Ciudad, para contener a los propios: se refirió a la “opulencia” de Buenos Aires, “injusta y desigual con el resto del país”.
“Si nos ha ido bien, lo que tenemos que hacer es igualar para arriba”, contestó Rodríguez Larreta en declaraciones radiales sin más polémica que esa. El viernes por la noche había respondido en un tuit que pasó desapercibido Fernando Straface, secretario general del Gobierno porteño. “Progreso y buen gobierno se correlacionan positivamente, aunque no está claro el sentido de la causalidad (quién determina a quien). La opulencia no tiene nada que ver con ninguna de las dos”, escribió. Straface es de extrema confianza del jefe de Gobierno, y tiene un lugar de privilegio en la mesa de decisiones.
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