El consejo consultivo creado por decreto presidencial y con foco en una posible recomposición de la Corte fue bautizado “Comisión Beraldi”. El proyecto de reforma del fuero federal quedó teñido por la “cláusula Parrilli”, apuntada contra los medios. Los dos apellidos remiten sin escala a la voluntad de Cristina Fernández de Kirchner. Sin cartel de referencia hasta ahora, avanzan a la vez otras operaciones: contra el procurador interino, Eduardo Casal, y contra dos camaristas y otros jueces con el argumento de irregularidades en sus traslados durante la gestión macrista. El sello de la ex presidente también es visible en estos casos. La interna oficialista no es novedad, pero escala a un nivel que no discutiría equilibrios sino preponderancias.
El agregado al proyecto de reforma judicial que avanza en el Senado, con el sentido de un mensaje para limitar a los medios periodísticos sorprendió el jueves muy tarde a Olivos, según se dejó trascender junto con señales de malestar. No sólo eso, sino que ni siquiera habría sido sugerido por los canales formales entre la Cámara alta y el Gobierno. Curioso además porque los rumores de las horas previas, cuando la oposición denunciaba que no aparecía el texto impuesto por el Frente de Todos en comisión, aludían a una demora y un hermetismo deliberados para incluir esa línea “militada” por Oscar Parrilli.
Los efectos no son solo externos al Gobierno. Juntos por el Cambio anunció que redoblará su rechazo, no sólo en el ámbito legislativo. Era esperable y el Gobierno ya definió un discurso que acusa a la oposición de rechazar la reforma antes de conocer el texto. Pero anoche, un nuevo mensaje llegó desde la franja considerada aliada aún con esfuerzo en Diputados.
Los diputados peronistas de Córdoba ratificaron e hicieron circular su decisión de no votar el proyecto de reforma. Y señalaron que lo hacían luego de haber conocido el dictamen aprobado por el Frente de Todos en el Senado. El mensaje le da mayor intensidad a la luz de alarma que asoma para el oficialismo en la Cámara baja. Esa decisión cordobesa se suma a la de los legisladores que se referencian en Roberto Lavagna y a un par de origen socialista. Así las cosas, Sergio Massa, por lo general en dupla con Máximo Kirchner, enfrenta un cuadro delicado para avanzar con la iniciativa una vez que la apruebe el Senado. Se verá cómo y a qué ritmo.
Las miradas ya estaban puestas en Diputados porque se descontaba un trámite veloz en el Senado. La idea original: aprobar el proyecto a mitad de la semana que viene bajo la conducción de CFK. En las últimas horas, circularon algunas hipótesis sobre una postergación temporal, como efecto del sacudón por la “novedad” incluida en el texto que llegará al recinto. Pero lo que aparece en discusión no estaría limitado a tiempos para enfriar el tema, sino a posiciones e imágenes en la escenificación del poder interno.
Está claro que Parrilli no tiene capacidad o peso propio para imponer un agregado como el que finalmente aparece en el artículo 72 del proyecto, más allá de que haya sido el vocero de esa movida con eje en una obsesión kirchnerista. Sólo la intervención directa de la ex presidente pudo garantizar el alineamiento del bloque. Todos saben de qué se está hablando, y varios legisladores lo apoyan con entusiasmo, pero aún así, la jugada debía ser traducida como indicación expresa de CFK.
Para algunas voces cercanas a Olivos se trata de un agregado que no tiene valor práctico, inaplicable en cuánto a penalización porque si es aprobada la ley y es aprobada con esa cláusula, los jueces deberían denunciar ante el Consejo de la Magistratura lo que consideren “presiones mediáticas” entre otras presiones. La amplitud e imprecisión de esa categoría son en sí mismo alarmantes, y podrían operar de hecho como un elemento de presión sobre el periodismo. De mínima, pesa el mensaje.
Se exponen entonces dos cuestiones. La primera, es cómo lo analiza la ex presidente. Y la segunda, con independencia incluso del punto anterior, cómo se proyecta sobre distintas franjas sociales, habida cuenta además de que no es un aviso en solitario. La Corte está recibiendo una especie de presión en continuado mientras el consejo consultivo delibera sobre ese rubro y también acerca del futuro del Consejo de la Magistratura y del Ministerio Público.
Existe una interpretación en círculos cercanos al Presidente según la cual este tipo de jugadas –el agregado ruidoso a la reforma del fuero federal, la ofensiva contra el procurador interino y contra jueces con actuación en causas por corrupción- expondrían el objetivo de la ex presidente para cerrar su frente judicial, pero no alcanzarían y eso generaría apuestas más potentes en la misma medida que se perfilan insuficientes.
El punto, siempre según la discutible lógica de acción y reacción, con el Presidente opuesto a tales jugadas, es que de todos modos cada capítulo como el del Senado opera en términos de imagen. Y en esa pulseada lo que aparece es, por lo menos, el desgastante juego de poder que muestra a CFK con sus filas firmes y disciplinadas, y al Presidente con fisuras en su armado ideal.
En esa última línea, se destacan los gestos críticos de Roberto Lavagna y su sector en temas puntuales, el difícil y por momentos distante posicionamiento del peronismo que responde al cordobés Juan Schiaretti, y antes la posición del santafesino Omar Perotti en el caso Vicentin. Son algunos de los nombres destacados por Alberto Fernández para construir un armado propio y moderado. Lo insinuó como capital a consolidar desde el momento mismo de alumbrar la sorprendente fórmula con la ex Presidente como vice.
Esa intriga inicial resurge en estos momentos, del mismo modo que parecía amortiguada en momentos como el arranque del aislamiento social frente al coronavirus. Es cierto que la cuarentena y la agudizada crisis económica y social deberían poner límite a las disputas domésticas. El problema tal vez más sensible, a esta altura, es que la interna está de vuelta con imágenes de dualidad en el poder.
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