Sabrina Ajmechet: “El peronismo tuvo una gran habilidad para construir relatos, pero Alberto Fernández aún está reconstruyéndose a sí mismo”

La historiadora habló de la pasión peronista por reescribir el pasado y consideró que el Presidente "no es alguien que tenga un proyecto claro ni ideas propias" y que "sigue gobernando el kirchnerismo". Los mitos de Eva Perón, las leyes laborales y los derechos humanos

"No hay un Alberto completamente diferente de Cristina, por más que existan tensiones internas", afirmó Sabrina Ajmechet

Ahora que Alberto Fernández nos hizo notar que no existía ninguna cuarentena y que estábamos todos equivocados los que pensábamos que estaba en vigor algo muy parecido (probablemente él mismo se habrá confundido cuando la impuso con su firma en los Decretos de Necesidad y Urgencia), se hace necesario algún especialista en construir relatos políticos más consistentes. Y en detectarlos, una tarea compleja y a veces insalubre porque quienes se dedican a esto pueden enfrentarse a acusaciones de lo más tremendas por contradecir esas supuestas verdades que no surgen de ninguna constatación sino de la simple reinvención de situaciones que se acomodan a las conveniencias políticas.

Sabrina Ajmechet es una experta en dejar al descubierto los relatos, como lo demuestra una nota reciente en la que se refirió a la “pasión” del peronismo por construirlos y en donde repasa “mitos” como que las mujeres les deben el voto femenino a Eva Perón, que no hubo leyes favorables a los trabajadores hasta la llegada de Juan Domingo Perón o que las políticas de defensa de los derechos humanos desde el regreso a la democracia comenzaron con Néstor Kirchner.

En la entrevista con Infobae, esta politóloga, doctora en historia y profesora de Pensamiento Político Argentino en la Universidad de Buenos Aires también habla de las dificultades que tiene Alberto Fernández para construir su propio relato y advierte que el mayor riesgo de no poder hacerlo es que “no trascienda demasiado su Presidencia”.

-¿Por qué sostiene que el peronismo tiene pasión por el relato?

-Los diferentes gobiernos peronistas han tenido una gran habilidad para construir un relato a partir de los hechos del pasado. Un relato que después logran imponer como memoria colectiva y que termina convirtiéndose en sentido común. Pienso en ejemplos que todos conocemos, como el del sufragio femenino. Si preguntamos a quién se lo debemos, mucha gente va a decir que a Eva Perón. Pero cuando se mira cómo fue el proceso de otorgamiento del voto a las mujeres con una ley que se termina sancionando en 1947, se descubre un camino largo del cual participaron una serie de mujeres como Julieta Lanteri, la primera mujer argentina que logró votar; Victoria Ocampo o Alicia Moreau de Justo. También encontramos que en la década del 20 en San Juan hubo una reforma constitucional que le dio el voto a las mujeres de la provincia. Además, la Ley de Sufragio Femenino se trató en el Congreso en 1946, el año en que asumió Juan Domingo Perón, y en ese momento Eva Perón no tuvo nada que ver con todo ese proceso. Recién cuando el proyecto pasó a la Cámara de Diputados ella empezó a participar de las demandas alrededor del voto de la mujer.

La historiadora Sabrina Ajmechet

-¿Qué otro relato del peronismo se contradice con los hechos?

-Otra cuestión de la que el peronismo se fue apropiando es la que sostiene que que nadie hizo nada por los trabajadores antes de Perón. Eso también es falso. Si uno mira lo que fueron haciendo diferentes gobiernos a lo largo de las primeras décadas del siglo XX descubrirá muchos avances en ese rubro. Hay una regulación del trabajo femenino e infantil en 1907, existen las leyes de descanso dominical y de accidentes de trabajo que fueron impulsadas por el senador socialista Alfredo Palacios y la jornada laboral de 8 horas que se sancionó durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, se considera que nada bueno le sucedió a los trabajadores hasta que llego Perón.

-Hay relatos más recientes, por supuesto.

-Sí, uno muy paradigmático tiene que ver con la política de derechos humanos, con ese discurso que dio Néstor Kirchner enfrente de la ESMA, en 2004, cuando pidió perdón en nombre del Estado Nacional por “la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades” de la dictadura. Lo que está negando con esta frase es el Juicio a las Juntas, la CONADEP, el Nunca Más, todas las políticas que se llevaron adelante durante el alfonsinismo alrededor de los derechos humanos. Estos son algunos ejemplos que nos ayudan a ilustrar cómo el peronismo fue construyendo un relato sobre los hechos que no respeta necesariamente lo que sucedió. Pero, sin embargo, logró construir una mitología que termina imponiéndose y formando sentido común. Es importante porque no sólo los partidarios del peronismo repiten los relatos como si hubieran sido así, sino que se instalan en la sociedad como un conocimiento generalizado.

-¿Se puede detectar ya un relato propio de Alberto Fernández?

-Si se piensa en cómo está construyendo la narrativa sobre el pasado, aún no se pueden sacar conclusiones tan claras, teniendo en cuenta además que, desde que asumió, más de la mitad de los meses fueron dominados por la pandemia.

-Igual, el Presidente parece estar reconstruyendo su propio pasado. ¿No construye un relato también al contradecir lo que él mismo dijo, por ejemplo, respecto de Cristina Kichner?

-Exactamente, allí hay una operación interesante. Se está presentando a sí mismo como si no lo hubiéramos conocido o escuchado antes. Todos cambiamos de opinión frente a los sucesos o en nuestros juicios sobre otras personas, pero sus cambios son muy radicales y no se explican demasiado. Alberto Fernández se está reconstruyendo a sí mismo. Incluso no veo un Alberto del presente contra otro del pasado: por la mañana puede llamar a la unidad de todos los argentinos y a la noche ataca a los que no están de acuerdo con él. Entonces veo múltiples facetas que me llevan otra cuestión: qué valor le podemos dar a las palabras de Alberto Fernández toda vez que, por un lado, cambia de opinión y, por otro, en las conferencias de prensa para anunciar la extensión de la cuarentena salen a desmentirlo embajadas de otros países, como la de España, o gobernadores como el de Mendoza. Es una persona que maneja muchísimo los grises y que dice con mucha seguridad cosas que después vemos que no son así. La pregunta interesante es cómo nos llevamos nosotros, los ciudadanos argentinos, con alguien que está diciendo cosas que no son ciertas o que se contradice a sí mismo.

Juan Domingo Perón

-No hay un relato consistente, en todo caso.

-La construcción del relato pierde sentido porque a los que estaban a favor de él no les importa que se equivoque o que cambie de opinión y los que están en contra no le creen y piensan que miente todo el tiempo.

-Una dificultad adicional es que el relato se cruza con otros que no son coincidentes como el de Cristina Kirchner. Se notó en la poca convicción con que anunció la expropiación de Vicentin y la forma en que varió su posición. El problema es cómo construir un relato si la dueña de la franquicia piensa distinto.

-Hay incomodidades que en esa coalición política se expresan en forma permanente. Vicentin es un ejemplo claro, pero en esos días también Alberto se estaba reuniendo con empresarios y Cristina retuiteó una nota de Página 12 en la que decía que el camino económico era por otro lado. O esa agenda de derechos humanos que tenía tan claramente el kirchnerismo y que despertó algún tipo de susceptibilidad de las organizaciones de derechos humanos frente a las acciones del Presidente. Hay un gran tema que tiene Alberto Fernández que es la administración dentro de su propio espacio político, algo que domina la agenda pública de forma permanente. No hay un Alberto completamente diferente de Cristina, por más que existan tensiones internas. Lo que estamos viendo es que sigue gobernando el kirchnerismo. Nadie empezó a hablar del albertismo como una estructura propia liderada por el Presidente, como suele pasar en un país como la Argentina en el que las fuerzas políticas se vuelven muy personales. Esto se vincula con el hecho de que no es alguien que tenga un proyecto claro ni ideas propias, sino más bien un dirigente que anteriormente ocupaba roles de operador, cuya función, en todo caso, es que personas con intereses diferentes se pongan de acuerdo.

-Los relatos del peronismo a lo largo de la historia han sido monolíticos y coherentes. ¿Qué riesgos puede tener un Alberto Fernández que tiene un relato que no es propio o que está tan dominado por las contradicciones?

-El mayor riesgo es que no trascienda demasiado su Presidencia. Así como Néstor y Cristina nos dejaron un kirchnerismo con características muy concretas, o antes el menemismo, por lo que hizo en estos meses es muy difícil que Alberto Fernández construya algo que se parezca al albertismo. El peronismo siempre fue una fuerza que tomó el nombre de una persona y que se acomodó a quien estaba sentado en el sillón de Rivadavia. Mientras Perón estuvo vivo, hubo algunas competencias de poder con él en el exilio, pero lo que estuvo claro cuando volvió a la Argentina es que seguía siendo el que dominaba el peronismo. Tras la muerte de Perón, el peronismo volvió al poder con el menemismo y tenemos una idea clara en la cabeza de lo que fue esa experiencia política: la asociamos con determinados hechos, con ciertas ideas y una posición de la Argentina frente al mundo. Lo mismo nos pasa con el kirchnerismo. Pero no creo que Alberto Fernández logre que el albertismo sea una fuerza política clara como todas las experiencias del peronismo.

-¿De dónde viene esa pasión por el relato del peronismo?

-Si bien no fue el primero en la historia argentina, Perón fue el presidente que mejor entendió la política de masas. No es el primero porque Yrigoyen tuvo mucha percepción de cómo trabajar con la construcción de imaginarios. Pero Perón entendió muy bien el valor de lo simbólico, de crear una identidad, de hacer que la gente se sienta parte, de apelar a los sentimientos y no sólo a la política unida con lo racional. La idea de construir un relato no empezó a construirse en 1946, cuando ganó las elecciones, sino que es algo que fue avanzando con el tiempo y en donde hubo algunas figuras clave en esta construcción como Raúl Apold. A Perón le gustaba muchísimo la historia, pero cuando hizo política no le importaba por sí misma sino el uso de la historia para intervenir en el presente. Lo que se llama la memoria. En ese sentido, Perón fue brillante porque logró que gran parte de los argentinos se sintieran peronistas y tomaran esa identidad política no sólo de forma práctica sino por lo que generaba en materia de sentimientos. Eso lo que pasa con el fútbol. El kirchnerismo fue su mejor alumno en esto, muy efectivo en la construcción del relato, en pensar cómo se tenía que entender la historia, en determinar quiénes son los buenos y los malos. Para ser efectivo, un relato tiene que ser simple, no puede estar lleno de matices ni lleno de explicaciones: hay unos que son malos y nosotros somos buenos.

Ernesto Sabato y Raúl Alfonsín, en la presentación de las conclusiones de la CONADEP

-¿Por qué los relatos más efectivos y más solidos han sido los que provienen del peronismo y no los de otras fuerzas políticas que gobernaron en la Argentina?

-Alfonsín logró hacer un relato que fue el valor de la democracia, el “nunca más” a los gobiernos autoritarios. En el menemismo también estuvo el relato de la modernización de la Argentina. Recordemos todas las campañas que se hicieron en el momento de las privatizaciones y allí estaba la construcción de un relato. Pero en la experiencia del menemismo y en la de Cambiemos no vi a quienes gobernaron especialmente preocupados por escribir la historia. Por ejemplo, algo que sucedió durante el menemismo fue que una parte esencial de la historia, que tiene que ver con la educación en los niveles primarios y secundarios, se la dejaron a los expertos, a la renovación historiográfica que se estaba produciendo, para que con mucha libertad y conocimiento de campo impusieran las currículas y cómo trabajar. Cambiemos decidió no intervenir en eso, no tenía idea, le interesaba muy poco. En cambio, fue todo lo contrario en el caso del kirchnerismo: hicieron Pakapaka, productos para que se consumieran en la escuela con mucha intervención directa entre los docentes, enseñándoles una forma de entender el pasado, bajando línea muy claramente sobre ciertos tópicos, como los pueblos originarios o los derechos humanos. En las experiencias del peronismo clásico y del kirchnerismo hay una intención mucho más clara de buscar que la sociedad piense de la misma forma que el Gobierno. En el menemismo y Cambiemos no hubo una idea de que se tenía que adoctrinar a la sociedad.

-En Cambiemos parecía existir una decisión de no construir ningún relato, quizá para diferenciarse del kirchnerismo. Pero, ¿no es un riesgo no armar un relato? ¿Así no queda instalado el relato anterior?

-Coincido. El relato se arma porque lo necesitamos como una forma de involucrarnos públicamente con el pasado, narrarlo y poner nuestro presente en un largo plazo. Y si no se hace activamente, lo hacen los otros. Estoy de acuerdo en que durante el gobierno de Cambiemos no hubo interés o incluso se tomó como una virtud no construir un relato. La única excepción es cuando hablaron de los 70 años de decadencia argentina, ese uso horrendo de la historia para tratar de decir algo. Pero creyeron que lo que tenían que hacer era no narrar y lo que terminó pasando es que quedó instalada, sin tocarse ni discutirse, la narración que había construido el kirchnerismo.

-¿Cómo se hace para avanzar en las zonas oscuras del relato y echar luz sobre algunos episodios?

-Hay que machacar y salir a dar las discusiones públicamente sobre los hechos de la historia. Después cada uno interpretará esos hechos como quiera, pero una parte está preocupada por contar la historia de una forma y del otro lado nadie se preocupa por contarla diferente. Está claro que la mayoría de la sociedad va a recibir la palabra de los únicos que ponen el cuerpo para narrarla. Es muy bueno que exista una multiplicidad de miradas y que esas visiones dialoguen. En todo caso, aquellos más interesados podrán profundizarlas. Pero es importante que no haya un solo relato ni una sola voz. En las sociedades múltiples somos muchos, pensamos diferente y es saludable que no se construya una sola idea.

-Algo clave en ese rubro es cómo se enseña la historia reciente a los chicos en las escuelas.

-Es algo para prestarle muchísima atención. Hace poco hubo un proyecto de tesis de maestría en una universidad nacional en el que se planteaba que la acción del Estado argentino frente a los crímenes de la dictadura militar empezó con Néstor Kirchner. Es parte del discurso que creó el kirchnerismo, pero el problema es que está llegando a ámbitos académicos y a la universidad esta idea que invisibiliza y que niega de plano todo lo que ocurrió antes. Es muy peligroso porque esos universitarios probablemente sean profesores o autores de manuales, y así se van borrando fragmentos importantes de historia sin los cuales se está tergiversando el pasado. En la construcción de un relato maniqueo de buenos y malos hay otro factor: parece más fácil enseñar así en lugar de incluir matices, la multiplicidad de intereses y los personajes diversos. A los maestros y profesores del secundario muchas veces también les resulta más sencillo contar esta historia , no sólo porque tienen una preferencia partidaria sino porque les resuelve la vida. Esa fue la forma tradicional de enseñarles a los chicos. Pero los chicos de hoy miran películas en donde los villanos antes fueron buenos, o al revés. Tienen muchos más matices en sus cabezas. Eso no se termina de explotar en la enseñanza de la historia en los niveles primario y secundario. Se sigue bajando una línea estructurada y muy maniquea.

Kirchner ordena bajar el cuadro de Videla en el Colegio Militar

-Usted mencionaba antes los vaivenes en el discurso del Presidente, pero no es el primero que se contradice o que ha cambiado de opinión. ¿En qué momento la palabra dejó de tener valor en la política argentina?

-Hubo un momento en el que se relacionaba la buena política con el buen uso de la palabra. En el siglo XIX y principios del siglo XX, por ejemplo, los debates parlamentarios y los discursos de los presidentes de esa época son piezas muy preparadas, fundamentadas y trabajadas, había una apuesta a que lo uno decía era importante. Eso se empieza a cambiar con esa política más unida a los sentimientos, en donde lo que importa no es lo que se dice sino lo que uno genera en el otro. Hoy, adquiere una característica muy particular porque tenemos una cantidad de información y un acceso a los datos absolutamente instantáneos. Si en el siglo XIX, cuando era presidente, Sarmiento decía algo que era incorrecto, probablemente nadie pudiera corregirlo o contradecirlo. Pero hoy Alberto Fernández dice que la mitad de España está cerrada por una cuarentena estricta y a los 30 segundos ya todos sabemos que está mal. Esto es muy nuevo.

-Más allá de los errores, se hicieron comunes los cambios de posturas políticas. Antes importaban las plataformas de un partido y estaba mal visto apartarse de su contenido. Hoy, con la crisis de los partidos políticos, lo que predomina es un juego de personalidades en el que importa poco lo que digan.

-La imagen por encima de la política es un fenómeno mundial, con candidatos cuyo fuerte tiene que ver con gestos y no con las cosas que dicen. Hay una devaluación de la palabra en general e impacta en todos los ámbitos de la vida cotidiana. La gente más grande suele decir que antes la palabra tenía valor. Hay algo que cambió en los códigos y que hizo que de a poco fuéramos descreyendo del valor de la palabra, de los compromisos asumidos. Eso es muy perjudicial en la política porque implica el disenso y la forma de negociar es mediante la conversación. Por eso también el Congreso es importante porque están representados los intereses más diversos. Y lo que pretendemos para el buen funcionamiento es que estos representantes de distintos partidos conversen, lleguen a acuerdos, hagan un texto consensuado. Para todo esto es necesaria la palabra: cuando esto está devaluada, es un problema muy grande para la democracia.

Axel Kicillof, Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta

-Entre los últimos giros discursivos más sorprendentes está el de Alberto Fernández, que ahora dijo que “la cuarentena no existe más” y se quejó de que “seguimos hablando de cuarentena sin que exista”.

-Estoy muy de acuerdo con esto de que no podemos hablar de cuarentena, pero en un sentido diferente: estamos viviendo encerrados. Lo que dice el Presidente es que cada uno está haciendo lo que quiere. No es así y por eso está repercutiendo fuertemente en la economía. No estamos viviendo una situación de normalidad. Lo que pasa es que necesitamos inventar otra palabra porque seis meses encerrados ya no es es una cuarentena, que tiene un tiempo de duración. Es provocador que hasta la semana pasada haya hablado de cuarentena y que ahora diga que no existe.

-Algunos creen que el viraje presidencial es porque las encuestas marcan que la gente está cansada de la cuarentena y, además, por la constatación de que muchísima gente ya no la está cumpliendo.

-Cada vez quedan más claras las consecuencias no sólo económicas sino tambien psicológicas que recaen sobre la ciudadanía por el hecho de estar encerrados. Ahí se vuelve cada vez más impopular. En cuanto a las encuestas, nuestros gobernantes todo el tiempo están midiendo cómo cae lo que hacen, y si no cae bien están dispuestos a cambiarlo. Hace falta escuchar a la ciudadanía, pero la Argentina necesita líderes políticos que tengan claro qué es lo que hay que hacer. Porque hay momentos en lo que hay que hacer tal vez no sea lo que tiene mayor aceptación de la mayoría, pero hay que atravesarlo para poder crecer. A nivel individual sabemos que a veces tenemos que hacer sacrificios para conseguir cosas que queremos, pero a nivel social nos cuesta. Los presidentes están cada vez más guiados por las encuestas, y esto trasciende la grieta: lo hace Alberto y antes lo hacía Macri. Si te vas a guiar todo el tiempo por lo que quiere la sociedad, es como ser padre y guiarse todo el tiempo por lo que te dicen tus hijos. No sé si es la mejor forma de educarlos.

-¿Ese cambio discursivo lo deja al Presidente en una posición incómoda?

-Totalmente, una postura incómoda porque él no se hace cargo ni responsable. Lo dice muy suelto como si lo otro no hubiera existido. Tanto Alberto Fernández como Axel Kicillof, desde hace un par de semanas, están retando y responzabilizando a la gente por sus acciones. Pero una cosa es llamar a la responsabilidad, a ser conscientes de lo que está pasando, pero retar a la ciudadanía es ponerse en ese rol de padre. Y somos todos mayores de edad.

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