La decisión de producir la vacuna contra el COVID-19 en Argentina, era un secreto blindado que manejaban las autoridades de la Universidad de Oxford, el banquero mexicano Carlos Slim y Hugo Sigman, un poderoso empresario argentino que invierte millones de dólares en la investigación científica. Una mínima porción de ese secreto era conocido por Alberto Fernández, que decidió apostar a su favor cuando Ginés González García explicó en Olivos que se trataba de un proyecto de investigación serio y con posibilidades de resolver la cura del COVID-19.
El Presidente ya había escuchado a decenas de lobistas e intermediarios ofreciendo barbijos, alcohol en gel, jabón sanitario, respiradores de alta velocidad, polenta con nutrientes, detectores de alta temperatura y morgues móviles. Y a todos, les había dicho que no. Eran vendedores con corbatas fake que prometían precios increíbles y soluciones mágicas para la Pandemia.
Alberto Fernández conoce desde hace años al banquero Slim, y durante su último viaje a México compartieron una cena junto a los principales empresarios de ese país. Con Sigman tiene mayor cercanía -con amigos comunes- y elogia en la intimidad su capacidad multifacética para invertir millones en la Universidad de Oxford, en un centro de investigación de China o en una película conmovedora sobre la dictadura militar que se llama Kamchatka.
La suma de Oxford, Slim, Sigman y los consejos de González Garcia convencieron al jefe de Estado de avalar el proyecto científico, que ayer alteró su agenda para anunciar que Argentina empezaba a producir la vacuna contra el COVID-19. Alberto Fernández sabía que se trataba de un proyecto sólido y posible, pero la decisión final fue asumida en las últimas 48 horas.
Cuando definió que la Argentina como estado se sumaba a la iniciativa diseñada en Oxford, Alberto Fernández tuvo en cuenta la agenda doméstica y su posicionamiento en América Latina. El Presidente apuesta a la distribución de vacunas gratuitas durante 2021, y exhibió una inmensa sonrisa cuando ratificó que México estará en el último tramo de la producción del antídoto descubierto en Oxford.
Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tienen excelente relación personal y comparten una misma mirada ideológica respecto al futuro histórico de América Latina. Ambos mandatarios ya se comprometieron a multiplicar el comercio automotriz y a bloquear la designación del candidato norteamericano Mauricio Claver en el BID, y ahora sumaron la decisión de producir la vacuna de Oxford en una secuencia que unirá Argentina y México.
No hubo conversaciones secretas que precedieran al anuncio en Olivos, y el único contacto sobre este asunto entre Alberto Fernández y AMLO ocurrió anoche por teléfono y duró menos de 10 minutos. El jefe de Estado ratificó su voluntad geopolítica de compartir decisiones regionales con México y López Obrador transmitió su felicidad por la profundidad que empieza a denotar la agenda bilateral.
Desde una perspectiva protocolar, Alberto Fernández explicitó que las vacunas producidas entre Argentina y México no serían distribuidas en Brasil. Sin embargo, este anunció mimetiza una enfrentamiento creciente con Jair Bolsonaro, que no oculta sus diferencias con el Presidente argentino, se ha plegado a la agenda de la Casa Blanca y medita congelar al Mercosur para cerrar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.
En este contexto, Alberto Fernández está reformulando la política de alianzas en América Latina. Desde el inicio de la democracia, Buenos Aires siempre privilegió una agenda común con Brasilia, mientras que México aparecía muy lejos de la Argentina y muy cerca de Washington. Ahora, ese eje diplomático se ha roto, y los socios naturales en el Mercosur se miran a la distancia con un recelo que recuerda la peor época de los generales golpistas.
La toma de distancia de Alberto Fernández respecto a Bolsonaro, se complementa con ciertos gestos diplomáticos que exhiben su decisión de enfriar las relaciones bilaterales con la Casa Blanca. No sólo hubo en Olivos una gesto institucional de apoyo a un emprendimiento científico que ejecutará una empresa de origen europeo, sino que además el Presidente ordenó distribuir a todos los medios una carta dirigida a Vladimir Putin elogiando su vacuna contra el COVID-19.
La vacuna autorizada por Putin fue cuestionada por los propios científicos rusos, pero a Alberto Fernández no le importó. La señal ya había sido enviada a la Casa Blanca: el Presidente argentino elogiaba una creación científica avalada por el Kremlin, y no decía nada de los esfuerzos de los investigadores norteamericanos que trabajan bajo las instrucciones directas de Trump.
No es que Alberto Fernández se sienta cómodo con Putin y su perspectiva del mundo. Sucede que está en una endiablada partida de ajedrez con Trump -por el BID- y todas las piezas sirven para alimentar un conflicto diplomático que podría traer más costos que beneficios. Washington siempre juega con las blancas y no debe 44.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI).
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