“Derrumbando mitos y mentiras. 9 minutos y 37 segundos imperdibles del diputado Hagman en el cierre del debate sobre la reestructuración de deuda en moneda extranjera de tu país: la República Argentina”. Ese mensaje fue el único comentario público Cristina Kirchner luego del acuerdo alcanzado por el ministro de Economía, Martín Guzman, con los principales grupos de acreedores internacionales. Sin quererlo, el diputado se convirtió en una suerte de intérprete fugaz de la mirada de la vicepresidente de la Nación sobre el hito más relevante de la gestión de Alberto Fernández.
Referente de la agrupación “Nueva Mayoría”, Hagman es una voz poco habitual en el Frente de Todos. Tras una extensa militancia universitaria en la izquierda, el año pasado se incorporó a la coalición oficialista a través del “Frente Patria Grande”, el espacio que tiene como principal rostro visible al dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), Juan Grabois. Durante la campaña electoral, se acercó a Máximo Kirchner y compartió actividades con la ahora ministra de Mujeres, Diversidad y Géneros, Elizabeth Gomez Alcorta y la legisladora porteña Ofelia Fernández. Finalmente, el economista de 37 años terminó en el tercer lugar de la boleta de diputados nacionales y resultó electo por primera vez.
En una videollamada con Infobae, Itai Hagman conversó sobre la reestructuración de la deuda, la agenda legislativa que impulsa el Gobierno y la discusión sobre el modelo político y económico para la pospandemia.
-La vicepresidenta Cristina Kirchner destacó tu intervención en el Congreso sobre la deuda, donde haces un breve repaso histórico sobre la última década y reinvidicás los resultados alcanzados por el gobierno de Cristina Kirchner en contraste con los de Mauricio Macri. ¿Qué te pareció este apoyo y qué significa?
-Fue un reconocimiento inesperado y le agradezco muchísimo. Quería abocarme no sólo a lo técnico sobre las características del acuerdo que el Gobierno está encaminando, sino que trataba de reflexionar sobre las causas más profundas que nos llevan sistemáticamente a las crisis de deuda. Una y otra vez, se ha demostrado que se aplican políticas que no dan los resultados que prometen y que son perjudiciales a las grandes mayorías del pueblo. Lo más importante es aportar a la discusión después de los cuatro años de Macri. Aún si el gobierno de Alberto Fernández logra resolver la deuda y reactivar la economía, me preocupa que volvamos a tropezar con la misma piedra y -dentro de 4, 8 o 12 años- vuelva a aparecer un candidato que diga que la inflación se combate con políticas contractivas, “nos inserte” de manera irresponsable en el mundo y busque desregular la economía asociándose con el capital financiero internacional. Tenemos que sacar un aprendizaje después de varias frustraciones.
-En tu discurso hablaste sobre los marcos “conceptuales equivocados” para abordar los problemas económicos de la Argentina, en alusión a la gestión de Cambiemos. ¿Por qué gran parte del empresariado y de la sociedad aún sigue apoyando ese tipo de políticas?
-Es algo que pasó muchas veces en la historia. Se puede entender por qué alguien metido en los negocios financieros o que busque flexibilizar las condiciones de trabajo apoye estas políticas, pero es cierto que los gobiernos neoliberales son apoyados también, incluso, por los sectores que lo sufren. Estos cuatro años fueron muy patentes y aleccionadores. También es cierto que el macrismo produjo una estafa electoral: planteó que todo iba a mejorar y después hizo lo contrario. Sin embargo, quien siguen apoyando estas ideas seguramente tengan prejuicios, no se puede ignorar que existe una estigmatización muy fuerte con las fuerzas nacionales y populares. Por ejemplo, es una medida de sentido común pedir un aporte extraordinario a los altos ingresos para que la crisis sea financiada de una manera un poco más equitativa. Y apareció una campaña muy fuerte en contra, como si fuera una medida que nos lleva al comunismo. Hay una distorsión muy grande de los debates en Argentina. Nuestro desafío es tratar de desarmar los prejuicios y convencer, construir consensos para que la gente no se vote contra sí misma.
-Más allá de diagnósticos “erróneos” y las discusiones ideológicas, existe mucha gente que rechaza que se otorguen subsidios o que la población más empobrecida tenga un apoyo económico.
-El principal desafío es invitar a esa gente a pensar que sus intereses individuales no se van a realizar mientras la sociedad no se realice. Muchos creen que mirando sus propios intereses puede ser beneficiada; como el empresario que espera una política de reducción salarial o una apertura de importaciones, o cuando se cree que la reducción de transferencias de ingresos permitirá luego bajar impuestos. Son perspectivas individualistas cuestionables desde lo moral, porque a la gente hay que decirle que tiene que ser más solidaria. Tampoco es cierto que, si el Estado saca subsidios o desregula, el resultado final será una mejora de las condiciones de vida. A veces se dice que ‘no hay política para la clase media’, en contraste con las políticas dirigidas a los sectores más empobrecidos. Cuando el Estado hace transferencia a los sectores populares, estos sectores consumen y le terminan comprando al comerciante, que es de clase media. El principal problema no son ellos: hay un sector muy pequeño y muy poderoso que no solo acumulan riquezas y generan una desigualdad intolerable, sino que tienen prácticas nocivas para el país, como la fuga de capitales o la evasión impositiva de magnitudes siderales. Tenemos que desarmar esas dicotomías dentro de los sectores que forman parte del pueblo argentino y poder identificar dónde están los problemas.
-Varios de los problemas mencionados también aparecieron en los mandatos de Cristina Kirchner. Su gestión sufrió fuga de capitales, estancamiento económico, una pérdida progresiva de reservas y aplicó regulaciones que no funcionaron como el cepo cambiario. ¿Se puede decir que también hubo marcos conceptuales “errados” en el kirchnerismo?
-No creo que la Argentina de 2015 haya sido el país de las maravillas. Si bien se avanzó en transformaciones y derechos, habían problemas estructurales que no se lograron resolver o ya era un poco tarde cuando se intentó. Lo que no se puede igualar es ese proceso, que tenía como orientación alentar el desarrollo de la Argentina y un crecimiento con distribución del ingreso, con uno opuesto -como el de Macri-, que se basó en la especulación financiera y consideró el salario como un costo. Hay una contraposición de 180° entre un modelo y otro, lo cual no significa que no hubieran errores. Históricamente, Argentina cuando quiso desarrollarse y lograr una sociedad más justa se topó con restricciones, entre ellas, la falta de divisas y dólares -lo que los economistas llamamos como “restricción externa”-. Es evidente que ese problema no se pudo resolver satisfactoriamente y sigue siendo uno de los desafíos del Frente de Todos. Lo más importante es el proyecto de país y esa es la dicotomía principal que separa el Frente de Todos y lo que representó el gobierno de Cambiemos.
-Hay un consenso en la dirigencia política y empresaria de que el acuerdo alcanzado con los acreedores fue bueno. ¿Crees que es algo como para “festejar” y reivindicar?
-Es un buen acuerdo y una buena noticia para la Argentina. Pero no creo que sea para festejar, es una desgracia tener que estar reestructurando una deuda. El acuerdo permitió aliviarla, pero sigue siendo una carga pesadísima heredada por el gobierno anterior. Argentina tiene compromisos muy importantes que se asumieron de manera irresponsable. Sería muy distinta la situación de la Argentina si pudiéramos ver que esos 100 mil millones de dólares que aumentaron el endeudamiento hubieran sido destinados en obras públicas, en infraestructura, en desarrollo productivo o en mejorar la capacidad exportadora. Este escenario que nos tocó es para reflexionar y ver cómo generamos las condiciones para que no vuelva a pasar, con cambios legislativos y herramientas institucionales para impedir que un gobierno de turno, en solo cuatro años, pueda pasar de una Argentina desendeudada a una Argentina en default. Lo más importante es la conciencia del pueblo argentino para construir ese ‘Nunca Más’ a los ciclos de endeudamiento y fuga de capitales. Necesitamos que la sociedad comprenda los daños que se producen y no compremos espejitos de colores. Hay que hablar mucho del peligro que acabamos de vivir, no para echar leña al fuego, sino para mostrar que ha sido una experiencia de laboratorio de lo que no hay que hacer en Argentina.
-Ya con el acuerdo cerrado, ¿cómo seguirá condicionando la deuda a la economía real?
-Lo más importante es que se lograron reducir los compromisos de la Argentina en el pago de intereses y que se logró un ‘período de gracia’. Argentina no va a tener que desembolsar por años ni un dólar. Cada dólar que se paga de deuda externa es un dólar menos para la economía local, necesitamos esos recursos para la reactivación y el desarrollo. Tenemos que lograr algunas transformaciones que nos impidan recaer en este tipo de endeudamiento. Una de la orientaciones más interesantes del Ministerio de Economía es tratar de generar un mercado de deuda en pesos, que es algo que en Argentina resulta muy difícil por la tendencia a la dolarización de los ahorros. Es un desafío muy grande poder financiarnos en nuestra propia moneda. El endeudamiento externo y la salida de capitales es el gran karma de la economía argentina de los últimos 40 o 50 años.
-Provenís de una tradición de izquierda y, por primera vez asumiste en la banca de diputado. ¿Cómo llevas la convivencia con el peronismo?
-La construcción de unidad que representa el Frente de Todos es muy genuina, si no hubiera sido así, sería imposible de sostener. Estoy muy orgulloso de esa convergencia dentro de la diversidad. En ese camino se van desarmando prejuicios: pueden haber diferencias políticas reales e intereses contradictorios, pero la experiencia recorrida nos ha permitido desarmarlos. Una persona se puede sentir peronista, radical, de izquierda o progresista, pero sobre todo somos militantes que nos indigna la desigualdad extrema y queremos una sociedad más justa. Todos estamos trabajando por lo mismo y es algo que hemos logrado hacer carne.
-¿Fue un acierto o un revés la expropiación de Vicentin?
-Lo importante es el resultado final. Argentina tiene que tener capacidad para intervenir en uno de los sectores de mayor rentabilidad y de generación de divisas, aunque genere escozor en algunos. Es fundamental que el Estado participe del circuito de producción de exportación agroindustrial. Incluso en los países neoliberales, como Chile, el Estado mantiene su presencia en su producto de exportación: difícilmente encontremos países que se hayan desarrollado sin tener uno de estos roles. Hasta ahora se cobró retenciones en el agro, es hora de pensar el desarrollo y una de esas formas es tener una empresa capaz de fijar reglas y que compita en el mercado. La decisión ahora es convertir a YPF Agro en una empresa testigo del sector agroindustrial. Si se mantiene ese objetivo, me parece que se va en la dirección correcta.
-¿Por qué aún no se trató la ley del impuesto a las grandes fortunas? ¿Hay resistencias en el Frente de Todos?
-Creo que se va a tratar pronto, hay un manejo de los tiempos en función de la agenda legislativa. Al ser una contribución extraordinaria por única vez, no cambia nada si se sanciona hoy, en dos semanas o dentro de un mes, porque no sería un impuesto regular que nos estamos perdiendo meses de recaudación. Lo importante es que se sancione esa ley y equilibrar un poco. No es justo que en una crisis impredecible como la pandemia recaiga solamente entre los que no tienen ingresos fijos ni asegurados. El financiamiento de esta crisis tiene que correr a cuenta de los altos patrimonios, que es un sector muy pequeño de decenas de miles de familias multimillonarias. Sería importante que hagan un aporte para que la desigualdad no siga aumentando en la Argentina. Incluso creo que que el proyecto debería ser un poco más audaz de lo que se ha planteado, podríamos ampliar el universo de esta contribución.
-Hace un mes hubo críticas desde adherentes al Frente de Todos que cuestionaron a Alberto Fernandez por la convocatoria a empresarios al acto del 9 de Julio. Incluso Cristina Kirchner citó una nota crítica del diario Página/12 que marcaba distancia con “mundo empresario concentrado”. La vicepresidenta dijo sobre ese acto que “no hay que volver a equivocarse”. ¿Considerás que se está equivocando Alberto Fernández con este tipo de apuesta?
-Sobre esa foto creo que el propio Presidente asumió el error. Fue interesante cómo lo planteo, porque dijo que “se había olvidado de convocar a los sectores que represento”. Creía que por sí mismo su representación era suficiente. Creo que la discusión no es si hay que buscar acuerdos o no con los empresarios, sino desde qué lugar e intereses. El Gobierno fijó como orientación lograr un gran acuerdo económico y social. No sería viable un acuerdo con los grandes grupos económicos que pujan por una salida exportadora, pero que se relegue a los sectores populares o a los pymes vinculadas al mercado interno. Este gobierno busca un acuerdo que incluya a los sectores populares y a los movimientos populares que impulsan el Plan San Martín, que incluye la urbanización de los barrios populares o la agricultura familiar. La pelota hoy está en los grupos económico concentrados, la duda que existe un poco ya lo decía la nota de Alfredo Zaiat: ¿Quieren esos sectores -muchos de los cuales apoyaron a Mauricio Macri- hacer un acuerdo con el resto de la sociedad argentina? Ojalá lo quieran, si no es así, el Gobierno tiene una masa crítica suficiente para avanzar en un proyecto de mayorías.
-¿Está abierta la discusión en el Frente de Todos sobre el modelo político y económico para la pospandemia?
-Naturalmente, la pandemia produjo algunas alteraciones. El piso del que partimos es más bajo, hay una economía que hay que reconstruir doblemente. Ya las empresas estaban al borde la quiebra en marzo, ahora están peor o directamente quebrando. La pandemia puso sobre la mesa algunas discusiones que nos hubieran llevado más tiempo darlas: una reforma tributaria para que los altos ingresos paguen más, las posibilidades de una salario básico universal para la población en edad laboral, o cuestiones medioambientales que tuvo como modelo la concrentacion excesiva en los centros urbanos. La pandemia aceleró estos debates y hay una oportunidad para salir con políticas que aborden los problemas estructurales. Y esa sí, es una muy buena noticia.
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