Los gobiernos suelen tener mesas políticas operativas que son la base de apoyo de los gobernantes. Pasa en todos los niveles de la gestión. Desde el Presidente hasta los intendentes tienen un grupo de confianza, o de influencia, con el que conversan la mayoría de las decisiones que se toman. Todos los días una decisión. Una, dos, tres. Diez.
En la Quinta de Olivos el círculo de confianza de Alberto Fernández es siempre el mismo. Está el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz; el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello; el secretario de Comunicación y Prensa, Juan Pablo Biondi; y, a veces, el legislador Eduardo Valdés. En forma intermitente salen y entran con frecuencia Santiago Cafiero, Eduardo “Wado” De Pedro, Vilma Ibarra y Sergio Massa.
El círculo presidencial es conocido. La mayoría de los nombres están ligados al pasado del Presidente o al nivel de confianza que construyó en poco más de una década con alguno de ellos. En la provincia de Buenos Aires sucede algo similar. Axel Kicillof está rodeado de funcionarios y ministros de su extrema confianza. Dirigentes políticos que lo acompañaron en su paso por el Ministerio de Economía y la Cámara de Diputados. Algunos de perfil extremadamente técnicos y otros con mayor roce territorial.
Todos tienen una particularidad: son parte de un grupo de trabajo que el Gobernador generó en los últimos años y que lo acompañan en su trayecto político incondicionalmente. Algunos fueron compañeros de la Universidad, como es el caso del ministro de Producción bonaerense, Augusto Costa, y el de Javier Rodríguez, el ministro de Desarrollo Agrario. Otros fueron sus alumnos como es el caso del Jefe de Gabinete, Carlos Bianco; el presidente del Banco Provincia, Juan Cuattromo; la ministra de Trabajo, Mara Ruiz Malec y el titular de ARBA, Cristian Girard. Ellos son el kicillofismo. Ellos y otros nombres propios que todos los días caminan las oficinas de la gobernación en La Plata.
Kicillof no tiene una mesa política. Su dinámica es diferente. Se apoya en cada ministro de acuerdo al área que esté vinculada a la decisión que debe tomar. Los conoce, los interpreta y los entiende. El trayecto compartido los hace jugar de memoria. Así suelen decir en gobernación, donde revindican el armado del Gabinete y entienden que el grupo de ministros funciona en forma sincronizada porque todos se conocen bien. Un ministro lo definió así: “Nos acusan de cerrados. Quizás esa es nuestra mayor virtud. Sabemos hacia dónde vamos y qué queremos”.
La sede de todos los encuentros suele ser La Plata. El Gobernador marcó de entrada su decisión de que el punto neurálgico de las decisiones sea la capital de la provincia. No quería una oficina para gestionar desde la Ciudad de Buenos Aires. Tampoco que lo hicieran sus ministros. Por eso todos viajan hacia La Plata cada mañana. Todos están al alcance de Kicillof. A pocos metros de distancia. A un llamado de encontrase en una oficina.
Si bien el gobernador bonaerense se apoya en cada ministro a la hora de tomar decisiones, hay dos que tienen un rol preponderante en el Gabinete. Uno es Carlos Bianco. Su compañero de ruta en los últimos años y el hombre que condujo el famoso Renault Clio durante la campaña electoral. “Carli”, como lo conocen en el mundo de la política, ordena las ideas y propuestas que llegan desde el Gabinete y, en algunos casos, desde los intendentes. Ordena el abanico de números, opciones y datos duros, y los pone sobre la mesa para que el Gobernador defina.
En lo discursivo también juega un rol. Refleja sin preámbulos lo que piensa Kicillof. Es el corazón operativo del Gobierno. En los últimos meses tuvo una tarea engorrosa. Recibir, analizar y procesar los pedidos de habilitaciones de protocolos de los 135 municipios de la provincia. Entre los intendentes se quejaban porque la oficina de Bianco se convertía en un embudo atorado por pedidos que no tenían respuestas inmediatas. Con el paso de los días, el circuito se aceitó. En el oficialismo bonaerense destacan su capacidad resolutiva. Kicillof no toma decisiones sin consultar y Bianco es uno de los que más consultas recibe.
La otra persona que ocupa un rol clave es la ministra de Gobierno, Teresa García. Una madrina política para Kicillof. Desde que empezó la pandemia está en la casa por diferentes factores de riesgo que tiene, pero es una mujer de consulta permanente para el Gobernador. También lo es para los intendentes. Para todos. Pero, sobre todo, para los que pertenecen a Juntos por el Cambio, que encontraron en ella un canal de negociación más flexible que el de Bianco.
Durante los más de cuatro meses de cuarentena, que en Buenos Aires tuvieron marchas y contramarchas, nuevos protocolos, habilitaciones y mayores restricciones, García fue la encargada de contener a los intendentes opositores que pedían más apertura en sus distritos. Hizo equilibrio entre las presiones de los jefes comunales y las restricciones que quería imponer Kicillof por temor al colapso sanitario. Maneja la rosca política con los intendentes. El toma y daca. Tiene muñeca.
Ocupa un lugar difícil en la cadena de relaciones porque ella es la encargada de pedirle recursos a Kicillof para bajarles a los intendentes O pedirles a los que gobiernan municipios que acompañen una medida del Gobierno. Ida y vuelta. Así funciona. A veces con más agilidad y otras con más trabas.
Los jefes comunales le valoran los buenos modos y la voluntad permanente de solucionar los conflictos, aunque suelen quejarse porque reciben menos de lo que les prometen. En estos meses marcados por el coronavirus la queja se multiplicó por la falta de alimentos, insumos médicos y recursos económicos. El reclamo era, sobre todo, de aquellos que gobiernan en el interior bonaerense. Muchos veces ese enojo no llegaba a La Plata. ¿Por qué? Según los intendentes porque no era momento de generar enfrentamientos políticos en el medio de la crisis sanitaria.
Tanto Bianco como García están en la mayoría de las reuniones que tiene el mandatario bonaerense. Tienen la agenda en la cabeza y por ellos pasan los temas importantes que Kicillof decide o protagoniza cada semana. Son el sostén más importante que tiene en la gestión diaria. A ellos se suma Jesica Rey, ministra de Comunicación, que pasa gran parte del día con el Gobernador.
Lejos del estilo que marcó Cristina Kirchner, jefa política del mandatario, en su tiempo como presidenta, donde no hablaba con los medios ni daba entrevistas, Kicillof decidió aferrarse a la comunicación con menos prejuicios. Lo hizo antes y durante la pandemia. Esa decisión de comunicar convirtió a Rey en una ministra clave en el Gabinete.
Los tres ministros son importantes en el engranaje diario de la toma de decisiones. Los dos primeros en la gestión y la política, la última en lo que respecta a qué y cómo comunicar. En paralelo, hay dos dirigentes con los que Kicillof interactúa en forma permanente: Máximo Kirchner y Sergio Massa. Reuniones, llamados, mensajes. Todas las vías de comunicación para que la coalición de gobierno esté aceitada y no haya mayores contratiempos en un espacio político donde las diferencias existen, pero no quedan tan expuestas porque el ordenamiento de poder se logró con cierta facilidad en los meses previos al comienzo de la gestión.
En la provincia de Buenos Aires hay una jefa política que está por encima de Kicillof: Cristina Kirchner. El Gobernador tiene contacto diario con ella por temas de gestión. El principal ha sido el endeudamiento. Los temas trascendentales que tiene que decidir siempre pasan por la Vicepresidenta. Además, el territorio bonaerense es un reducto kirchnerista. La base de poder del espacio político está en el conurbano, donde viven 13 millones de personas. El gobierno provincial está lleno de dirigentes del kirchnerismo y de La Cámpora. Primera, segunda y tercera línea de organismos del Estado, ministerios e intendencias.
Es tan estrecho el vínculo que une a Kicillof con Cristina que los que rodean al gobernador en el primer anillo de confianza son solo kirchneristas. En las arterias de la gobernación lo definen de una forma más explícita: “Todos los que estamos a su alrededor somos extremos kicillofistas. También somos cristinistas. Axel es extremadamente cristinista. No se puede estar muy cerca de Axel si no sos cristinista”. Una cuestión de extremos.
En otro escalón de la toma de decisiones están los intendentes. La relación con ellos suele tener ciertos vaivenes que no siempre se conocen. Los jefes comunales no se sienten identificados con el estilo confrontativo de Kicillof, ni están conformes con que haya armado un gabinete con “los compañeros de la facultad”, como suelen decir algunos, con cierta molestia. A lo que agregan que está compuesto por “chicos que están aprendiendo a gestionar” en lugares donde tiene que ir “gente que sepa”.
El fastidio lo arrastran desde que los dejó afuera de toda participación del Gabinete y de los organismos provinciales. A eso se le sumó la multiplicación de críticas que el mandatario tuvo durante la pandemia hacia la gestión de María Eugenia Vidal. Los intendentes no pretendían defender a la ex gobernadora. La molestia estuvo asociada a que no compartían la forma ni el momento en que el gobernador lo expresó. En el peronismo bonaerense se caracterizan por el pragmatismo. Tienen un estilo más negociador que es diferente al que ostenta Kicillof. Entonces los cortocircuitos se hacen presentes.
Cerca de Kicillof reconocen que hay dos temas en los que no puede interferir nadie. Ni los más íntimos y cercanos: el temperamento y el discurso. Nadie lo controla ni le dice si tiene que bajar el tono de sus declaraciones. Tampoco le advierten si el discurso es largo, agresivo o sinuoso. No se meten. No deja que se metan. Siempre decide él. “A Axel hay que desgrabarlo en vivo”, dice un ministro que lo conoce hace años para dejar a la luz su comportamiento.
En el kicillofismo las balas no entran por las críticas de los intendentes. Al menos, es lo que parece. “¿Con quién deciden los intendentes? Con los más cercanos. Bueno. Axel hace lo mismo”, sostienen cuando los jefes comunales dejan correr un manojo de críticas contra la gestión del Gabinete y los nombres que lo integran.
Además, consideran que los atacan porque representan una nueva identidad dentro del peronismo de la provincia de Buenos Aires. La mayoría de los que integran el Gobierno tienen un perfil técnico. Vienen de carreras universitarias y postgrados. No tienen tanto territorio como han tenido otros gabinetes en el pasado. En definitiva, saben que no son del gusto de los intendentes del conurbano, pero están dispuestos a demostrar que se puede gestionar de una forma diferente. “Hay mucho prejuicio. Ahora resulta que todos tienen el manual de cómo gobernar la provincia”, reflexionó un funcionario cercano al poder central.
Durante los últimos meses Kicillof ha tomado casi todas las decisiones vinculadas a la pandemia en conjunto con el Presidente, con quien tiene un vinculo aceitado que mejoró mucho durante la gestión. Saliendo de la geografía bonaerense es también uno de los nombres con más peso en las decisiones del Frente de Todos. En una mesa virtual y en una segunda línea que está trazada debajo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Kicillof tiene el desafío de gobernar la provincia más compleja del país. Por dimensiones, deudas, infraestructura, población y recursos. Todos los días debe tomar múltiples decisiones. Solo, de a dos, en conjunto, perjudicando o beneficiando a sectores políticos, empresariales o económicos. De eso se trata la gestión. En su pequeño mundo platense las decisiones las toma apoyado en un grupo de leales que conocen sus gestos, su mirada y su tono de voz. Así entendió que debería ser. Y así sucede.
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