El acuerdo con los acreedores privados esconde una compleja negociación que se ejecutó de noche y de día durante ocho meses. La estrategia y la táctica que precedió al deal incluyó una sucesión de acontecimientos en Buenos Aires, Madrid, Roma, París, Washington, Beijing y New York, resolvió la imposibilidad de los contactos personales en un mundo plagado de secretos y sobrevivió al clima de tensión, incertidumbre y frustración que se respiraba a toda hora en la quinta de Olivos.
Tras el objetivo principal de reestructurar 64.800 millones de dólares de deuda privada, Alberto Fernández y Martín Guzmán aprovecharon todos sus contactos personales y políticos, se apalancaron sobre la nueva agenda global en tiempos de pandemia y fueron ayudados por un heterogéneo grupo de jefes de Estado, banqueros, ex ministros, asesores técnicos, diplomáticos extranjeros, embajadores argentinos y miembros del gabinete nacional que avanzaron sobre espacios de poder infranqueables o desconocidos para el Presidente y su ministro de Economía.
Alberto Fernández ya conocía a Martín Guzmán y consideró su nombre como ministro de Economía. Después comentó su probable designación con Francisco y Kristalina Georgieva, que aún no había asumido como directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). El Papa elogió a Guzmán y Georgieva aseguró al Presidente que podía ser importante al momento de negociar la deuda externa.
Estas relaciones de poder fueron claves para desembocar en el acuerdo con los acreedores privados, que esconde una trama secreta de movimientos casi infinitos. Así como Mauricio Macri tejió una relación de poder con Christine Lagarde por sus coincidencias ideológicas, Alberto Fernández se siente a gusto con Georgieva por su mirada del mundo, el papel que ambos asignan al capital en el siglo XXI y la posibilidad de achicar las asimetrías económicas que condenan a los países emergentes.
Lagarde cumplía órdenes de Donald Trump cuando empujó el crédito Stand-By de 50.000 millones de dólares a favor de Macri, mientras que Georgieva respalda a Alberto Fernández por razones ideológicas que se suman a los intereses permanentes de los Estados Unidos en América Latina. Es realpolitik del FMI, pero también es la intención de construir una agenda global para los años post pandemia.
El tándem Francisco-Georgieva, cada uno en sus áreas de influencia, fue la primera viga que utilizó Alberto Fernández para apoyar su estrategia de negociación con los acreedores privados. Los bonistas de New York interactúan con el Vaticano, y la posición del FMI fue importante al momento de establecer cuáles serían los límites para tener un programa sustentable de deuda externa.
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional dialogó en reserva –muchas veces– con el Presidente, y en esas conversaciones se acordó una secuencia de movimientos políticos que tenían como proxy a Washington y luego se multiplicaban en las principales capitales de Europa. Ángela Merkel, con su estilo silencioso, Emmanuel Macron, a pleno WhatsApp, y Pedro Sánchez, desde la Moncloa, metieron mucha presión en determinados acreedores privados que desconfiaban de todos los movimientos que emprendían Alberto Fernández y Guzmán en Buenos Aires.
Cristina Fernández apoyó la estrategia presidencial y opinó en sus encuentros en Olivos y con Guzmán. Pero su trayectoria política aún es recordada por los banqueros europeos, y el lobby de Merkel, Macron y Sánchez fue una actividad institucional que, en algunos momentos, se asemejó a un continuo ejercicio de carga y descarga de bolsas de arena.
En cualquier manual de conducción política –desde Lenin a Perón–, se recomienda a los líderes identificar a un adversario/enemigo para anclar el discurso y dividir entre buenos y malos. Alberto Fernández leyó al líder de la Revolución Rusa y al general Juan Domingo Perón, que en distintos momentos de su trayectoria puso enfrente a radicales, la Iglesia, al sector gorila de las Fuerzas Armadas, al imperialismo yanqui y a los Montoneros.
Desde esta perspectiva, el Presidente eligió a Larry Fink y a BlackRock, uno de los acreedores de la Argentina más poderosos de Wall Street. Alberto Fernández se negó a dialogar con Fink, estigmatizó su postura en la negociación de la deuda externa y recurrió a diversas diagonales para encontrar un punto de contacto con su principal adversario/enemigo.
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, habló con Fink para acercar posiciones. Y el ex CEO de YPF, Miguel Galuccio, también utilizó su llegada personal a Fink para explicar la estrategia de Alberto Fernández. A Galuccio le fue mejor que a López Obrador: logró desplazar a un manager de BlackRock que había entrado en combate perpetuo con Guzmán. Ese movimiento, como la suma de otros movimientos imperceptibles, permitió sellar un acuerdo con los acreedores privados que hasta el domingo parecía imposible.
A casi 4.000 kilómetros del despacho de AMLO, en Washington, la Casa Blanca jugó a favor de la Casa Rosada. Donald Trump prometió a Alberto Fernández su colaboración, y cumplió con su palabra, pese a las diferencias ideológicas y personales que tienen sobre Venezuela, Cuba, China, Evo Morales y el rol institucional de los organismos multilaterales.
Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, y Mauricio Claver, asesor para América Latina de Trump, desmalezaron el camino hacia el deal cerrado por Argentina y los bonistas de Wall Street. Mnuchin contuvo los avances de BlackRock y Fink, mientras que Claver era el backchannel que usaban los acreedores y el Gobierno argentino para saber los obstáculos hacia adelante y qué faltaba para acercar las posiciones entre las partes.
Al otro del backchannel que usaba Claver desde Washington se encontraba Gustavo Béliz, secretario de Asuntos Estratégicos, amigo personal de Alberto Fernández y un protagonista muy importante en las negociaciones que desembocaron en el deal con los fondos de inversión.
Béliz dialogaba con Claver –aunque es su adversario en la carrera por el BID–, tiene la confianza de Francisco y conoce la maquinaria de poder en Washington, donde se exilió cuando enfrentó a los servicios de inteligencia en épocas de Néstor Kirchner. El secretario de Asuntos Estratégicos se mueve como un fantasma en Olivos, y hace para el Presidente distintas tareas que siempre están bajo secreto absoluto.
En ese plano también actúa Jorge Argüello, embajador argentino en DC. Amigo del Presidente, articuló una red de contactos políticos, legislativos y académicos en Washington que sirvió de plataforma para que Guzmán pudiera explicar la posición del Gobierno ante el lobby permanente de los fondos en Wall Street. Esa tarea silenciosa implicó que Guzmán apareciera en Bloomberg TV, dialogara en el Council of America y tuviera línea directa con el Departamento de Estado.
Sergio Massa, titular de la Cámara de Diputados, fue clave para cerrar el acuerdo con los acreedores privados. Massa interpeló las explicaciones técnicas de Guzmán, fue una voz distinta en Olivos al momento de analizar el tablero de ajedrez, y lideró de hecho un equipo de trabajo que estuvo siempre a disposición de Alberto Fernández.
Ese equipo informal, heterogéneo y con intereses diferentes, sirvió para mimetizar los errores no forzados de Guzmán, presentar alternativas políticas y técnicas al Presidente, y actuó con un alto nivel de funcionalidad en determinadas etapas de la negociación con los bonistas.
José Luis Manzano, ex ministro de Carlos Menem, aplicó su lógica de poder desde Suiza, David Martínez, CEO de Fintech y amigo de Alberto Fernández y Manzano, trató de encontrar un vía de acercamiento con los bonistas cuando BlackRock bloqueaba todas las alternativas. Jorge Brito, un banquero con contactos alrededor del planeta, puso a disposición su experiencia para evitar errores innecesarios, Diego Bossio se cansó de escribir papers y correr modelos económicos, y Lisandro Cleri, desde Economía, tuvo la paciencia necesaria para contener a Guzmán y explicar que los ritos de Columbia no son conocidos en la city financiera.
Todos actuaron bajo las órdenes de Massa, y Alberto Fernández se lo agradeció anoche, cuando conversaron a solas en la quinta de Olivos. “El Presidente es generoso conmigo”, comentó Massa a sus asesores parlamentarios.
Alberto Fernández tiene pensado hablar con Francisco y Georgieva. Empezará por ahí para agradecer el apoyo de los jugadores globales que ayudaron a construir su acuerdo con los acreedores privados.
Será sólo un respiro. En el FMI, tras las vacaciones de verano, aguardan a Guzmán para iniciar las negociaciones por los 44.000 millones de dólares que debe la Argentina.