Alberto Fernández se apareció por la antesala donde esperaban para entrevistarse con Néstor Kirchner: “¿Quién es Luis Czyzewski?”.
La primera vez que Fernández mencionó a Paola fue el 28 de septiembre del 2012 en un artículo del diario La Nación que tituló “Una soberanía hipócrita”, y en el que criticó, también por primera vez, las negociaciones entre el Estado argentino, a cargo de Cristina Kirchner, y el régimen iraní, que terminarían en enero del año siguiente en la firma del memorándum.
“En 1994 dictaba mis clases de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires. Promediaba el año y mis alumnos eran jóvenes que abordaban la materia entre las primeras de sus carreras de abogado. Había tomado y corregido los exámenes parciales y comencé aquella clase informando la calificación obtenida a cada estudiante. Fue entonces cuando alguien me anunció que Paola ya no conocería el ocho que había merecido su prueba. Pocos días antes, el criminal atentado a la AMIA había acabado con su vida”, escribió Fernández en una extensa nota de opinión en la que cargaba con dureza contra la Presidenta por iniciar conversaciones con Irán para “negociar” (sic) la jurisdicción en la que, en teoría, se investigaría a los ex funcionarios de ese régimen acusados por la Justicia argentina por su responsabilidad en el atentado a la AMIA.
“Toda una renuncia a la ‘soberanía’ que deja en evidencia con qué flexibilidad el gobierno nacional administra ese concepto. (...) ¿De qué sirvió marchar cada 18 de julio por la verdad y la justicia si todo queda reducido a una lamentable negociación diplomática? (...) No sé cuál es el objetivo que encubre la negociación diplomática, pero no dudo de que existe y que nada tiene que ver con el esclarecimiento del hecho”, insistió el ex jefe de Gabinete. Hacía poco más de cuatro años que había renunciado a su cargo y no había vuelto a hablar con Cristina Kirchner. No lo haría durante un par de años más.
Alberto Fernández llamó por teléfono a Czyzewski, padre de Paola, y le preguntó si podía hablar de su historia en el artículo que estaba a punto de sentarse a escribir. Se habían conocido un tiempo después de la asunción de Kirchner en mayo del 2003, en el primer piso de Casa Rosada, junto a una docena de familiares de víctimas del atentado de a la AMIA.
Ese año, Fernández se sentó en el palco principal junto al ex presidente, Cristina Kirchner y Gustavo Beliz, por entonces ministro de Justicia, en el acto de aniversario. Kirchner, que recién había asumido, fue aplaudido con entusiasmo. Las autoridades de la mutual le reclamaron la captura de ex funcionarios de Teherán. Alberto Nisman avanzaría tiempo después sobre la pista iraní.
“El primer contacto fue en una entrevista que nos dio Kirchner. Él (Fernández) apareció, y preguntó quién era yo. Me identifiqué y ahí fue cuando me contó toda la historia de Paola. Yo no tenía la menor idea de que era su profesor. Sabía que estaba rindiendo, pero no sabía quienes eran los profesores”, recuerda Czyzewski, cuyo dolor se agudiza aún más en cada víspera de aniversario del atentado, “el asesinato colectivo más grande de la historia de la Argentina”.
Como el resto de los familiares de las 85 víctimas, hace 26 años que espera una respuesta. Quiere justicia. Por él, por la familia, por sus nietos y por todos. Paola tenía 21 años, era la del medio de tres hermanos, cursaba su tercer año de Derecho en la UBA y ese 18 de julio, al inicio de sus vacaciones de invierno universitarias, acompañó a sus padres, que trabajaban como auditores de la mutual, a las oficinas del segundo piso de la sede de la calle Pasteur. Nunca había ido. Fue su primera y última vez.
“Estábamos en la antesala, casi todos parados. Me quedó muy grabado, por lo personal, por lo que fue y por lo sorpresivo”, recuerda el padre de Paola sobre su encuentro en Casa Rosada. Czyzewski y Fernández volvieron a cruzarse en alguna que otra reunión más en el despacho de Kirchner, que siempre terminaban con charlas sobre fútbol. Y más adelante, en los estudios de algún canal de televisión, de casualidad.
El jueves 16, el jefe de Estado volvió a hablar de Paola. Casi ocho años después de aquel artículo que escribió desde el llano. Esta vez como presidente, en la antesala del 26 aniversario, en un reportaje de casi una hora realizado por Dina Siegel Vann, directora del Comité Judío Estadounidense, promovido por Jorge Argüello, embajador argentino en los Estados Unidos.
El recuerdo de su alumna fue casi idéntico al de la nota de opinión. Pero su visión sobre el memorándum de entendimiento con Irán, avalado por el Parlamento argentino, que nunca entró en vigencia y que buscaba, según el texto redactado por triplicado -en español, farsi e inglés-, que los investigadores argentinos viajaran a Teherán a interrogar a los sospechosos iraníes, sí se modificó.
“Cuando en algún momento se buscó un acuerdo con Irán, que francamente critiqué mucho, en el fondo fue la búsqueda de destrabar el problema que existía de que no enviaban a los acusados a declarar y a encontrar una solución. Creo que la Argentina todavía está en deuda con ese tema, pero la mayor deuda es del país que no accede a que vengan y declaren los responsables”, opinó el jefe de Estado desde Olivos, vía teleconferencia, ante Siegel Vann.
Hace un año, en julio del 2019, un mes antes de las elecciones primarias que lo dejaron al borde de la Presidencia, Alberto Fernández pisó Comodoro Py para testificar durante 50 minutos en el juzgado de Claudio Bonadio por sus declaraciones de febrero del 2015, en el programa de Nelson Castro de TN, vinculadas al tratado de entendimiento con Irán.
“Ese acuerdo tenía un fin de encubrimiento. El delito comenzó a ejecutarse con la firma del convenio. El acto de encubrimiento es la firma del acuerdo, lo que Nisman dejaba al descubierto es cómo el Gobierno se valida de personajes secundarios, casi marginales de la política, para vincularse y relaciones con el gobierno de Irán, y que eso con las escuchas que pasaron todos hemos observado. Esto merecía una mejor investigación. Si (Daniel) Rafecas piensa que el delito no se consumó porque Irán no aprobó el tratado, está diciendo que Argentina hizo todo lo necesario para consumar el delito”, remarcó el mandatario en aquella entrevista de principios del 2015, un mes y medio después de la muerte de Nisman.
Ante los secretarios del juzgado de Bonadio, Fernández relativizó sus dichos, aseguró que solo había dado una opinión y que se refería al momento en que Rafecas desestimó la denuncia por encubrimiento de Nisman contra Cristina Kirchner y dirigentes de primera línea y “marginales” del kirchnerismo.
Había escrito algo similar en los días previos en un par de artículos de opinión. “Cristina sabe que ha mentido y que el memorando firmado con Irán sólo buscó encubrir a los acusados. Nada hay que probar”, subrayó en uno de ellos.
A expensas de su relación más que fluida con un sector de la Justicia federal penal de los tribunales de la capital, Fernández tuvo, desde el inicio de su nombramiento al frente de la Unidad AMIA, un vínculo estrecho con Nisman.
Solían desayunar cada tanto. Y no dejaron de hacerlo, aunque con algo menos de frecuencia, hasta unos meses antes de la muerte del fiscal, confían en el entorno del Presidente. Incluso el propio jefe de Estado reveló en la entrevista con Nelson Castro que lo había cruzado “en el supermercado” -vivían a escasas cuadras en Puerto Madero, uno en cada punta del parque Mujeres Argentinas- y que le “comentó” de la denuncia que presentaría en los primeros días de enero del 2015. “En términos penales, la Presidenta es la instigadora”, abundó Fernández en aquel reportaje.
“Alberto siempre tuvo un rol pragmático en relación a la investigación por la AMIA”, asegura un funcionario judicial que trabaja en el expediente desde hace más de una década.
Para Waldo Wolff, diputado del PRO y ex vicepresidente de la DAIA, el Presidente “debe una explicación”. “Quiero saber quién es, no se puede estar en contra del terrorismo y negociar con ellos”, dice.
A mediados del 2004, Kirchner le pidió al procurador Esteban Righi, un viejo amigo de Fernández, que avanzara en la creación de una unidad fiscal dedicada exclusivamente a investigar el atentado del 18 de julio de 1994. El entonces jefe de Gabinete colaboró especialmente en la gestión presupuestaria. Para inicios del 2005, consiguió que se efectivizara el alquiler de las oficinas en el edificio de la Franco Argentina, un piso entero frente a la Plaza de Mayo.
“Se invirtió mucho dinero”, rememoran dentro de la unidad. Todavía esperan por la impronta que el nuevo Gobierno buscará darle a la fiscalía, y a la investigación. La renuncia de Rodolfo Canicoba Corral, la semana pasada, abre un interrogante sobre su reemplazo, en lo que será el tercer juez a cargo de la investigación por el atentado.
También sobre la pericia de Gendarmería, que concluyó en que Nisman había sido asesinado y que la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, anunció a principio de año que avanzaría en una “revisión técnica-administrativa”.
El 18 de febrero del 2015, vestido con un sobretodo beige, Fernández participó de la “marcha del silencio”, una multitudinaria caravana de homenaje al fallecido fiscal que transitó desde el Congreso a Plaza de Mayo bajo la lluvia. El año pasado, en medio de la campaña electoral, dijo que, según la Justicia, la prueba más contundente en torno a la muerte de Nisman “es que fue un suicidio”.
Ayer por la mañana, a las 9.53, el horario exacto en que un coche bomba explotó frente a la sede de la AMIA, en la calle Pasteur, Alberto Fernández utilizó su cuenta de Twitter para homenajear a las víctimas. “Por la memoria de las 85 víctimas del atentado a la AMIA, la búsqueda de verdad y justicia es un imperativo moral que debe unirnos a todos contra la impunidad. Fueron muchos años de frustraciones. Los argentinos tenemos una deuda que debemos saldar”, escribió.
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