El coronavirus vuelve a dominar el temario político a la hora de decidir una nueva entrega del aislamiento. Pero en medio de cifras diarias sobre contagios –que ayer anotaron su peor marca, por primera vez encima de los cuatro mil casos- y datos sobre la velocidad y multiplicación en la transmisión del virus, esta vez aparecen abiertamente en la mesa de conversaciones los temas que hasta hace poco parecían malditos, reflejo de la alimentada grieta cuarentena-anticuarentena. El deterioro social, la caída económica y hasta la angustia ya no son cuestiones enojosas. Figuran como elementos gravitantes para la decisión que debe adoptar en estas horas Alberto Fernández, luego de otra ronda de conversaciones con Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta.
El anuncio sería realizado el viernes, límite fijado para esta etapa de renovadas restricciones, que en rigor limitaron el transporte y repitieron el cierre de miles de comercios considerados no imprescindibles. Todas las últimas declaraciones de funcionarios nacionales, bonaerenses y porteños venían anticipando una flexibilización de la cuarentena -con declaraciones que de un modo u otro aludían al múltiple agotamiento social-, aunque anoche mismo el número de contagios reponía alguna cautela sobre el grado de apertura.
Hay datos descarnados y en consideración que ahora circulan más abiertamente pero que no son nuevos. Y que varios intendentes del Gran Buenos Aires fueron incluyendo sin vueltas en las charlas con Kicillof. El principal renglón alude al agravado deterioro social. Y lo expone una descripción repetida: las enormes colas en comedores, ollas populares y merenderos, manejados por intendentes, por movimientos sociales y por las iglesias Católica y evangélicas, entre otras organizaciones y entidades.
Esa demanda ha crecido –coinciden fuentes de intendencias del PJ y opositoras- en número y en composición. Es decir, se destaca el número de personas asistidas en villas y en barrios populares y también la presencia de familias de clase media y media-baja que vieron deteriorados y hasta perdidos sus ingresos. Es uno de los síntomas del impacto de la crisis en la economía formal, con estribaciones demoledoras en la economía informal.
Jefes comunales del GBA –incluso los más cautos o partidarios de sostener restricciones como las actuales- y fuentes del gobierno porteño coinciden en que con las mayores limitaciones bajó el nivel de traslados, especialmente en el transporte público, pero poco cambió la circulación barrial. Eso expresaría una flexibilización de hecho vinculada con la “fatiga social”, una definición que combina desde necesidades de economía doméstica hasta los efectos psicológicos desgastantes de la extensa cuarentena.
En el análisis de la mayoría de los consultores políticos asoman desde hace rato cifras para ponderar ese fenómeno múltiple y, más allá de cualquier contrapunto numérico, parece clara la tendencia de desgaste o hartazgo. En ese caso, la fatiga estaría adquiriendo un matiz de malestar.
Mucho de ese cuadro fue considerado antes de volver a esta fase de aislamiento más severo. Y quedó planteado, para el círculo presidencial y para los jefes políticos de la Capital y la provincia, que debería perfilarse desde el poder un horizonte de salida al reclamar un “último” esfuerzo. Pero no hubo mensaje claro en esa dirección, más allá de imprecisas referencias a una agenda para la pospandemia, de escasa traducción práctica para el común de la gente.
La indefinición sobre una perspectiva más o menos concreta dejó un espacio que fue ocupado de hecho por la sensación de que el nuevo capítulo a partir de mañana será más blando, con menores restricciones. Y de hecho, muchas declaraciones de funcionarios alimentaron esa sensación. Con un agregado fundamental: en esa línea fueron anotadas también declaraciones del ministro y del número dos de Salud en la provincia, Daniel Gollán y Nicolás Kreplak, que hasta ahora vienen dejando huella con sus declaraciones alarmistas, atemorizadoras.
Los últimos días fueron marcados por referencias a cierta baja en el tiempo de duplicación de los contagios y a la ecuación declinante sobre el número de contagios por individuo con coronavirus. Claro que, de hecho, ese análisis siempre fue ensombrecido por la pelea de bajo vuelo que buscó poner la carga sobre la Capital y que colocó como única referencia, alarmante, el número de contagios en términos absolutos.
La cifra de ayer -4250 casos- tuvo ese eco. Esa percepción inducida por cálculo político generó cierta zozobra sobre las decisiones conversadas entre el Presidente, el gobernador bonaerense y el jefe de Gobierno porteño. El margen social se fue achicando. Y la recreada y alimentada fórmula en blanco y negro -cuarentena o anticuarentena- impidió un análisis y discusión sobre la administración de las restricciones. Los días, en ningún sentido, trascurren en vano. Ese camino estrecho recorre en estas horas el Presidente.