Si no fuera por las pasiones que despierta y por sus ganas inocultables de volver a la primera línea de fuego, la frase futbolera de Aníbal Fernández debería haber resonado muchísimo más fuerte: “Pidan la pelota, loco, ayuden al Presidente”.
Reducir la deslucida gestión de gobierno y la ausencia de un plan concreto que ahora pareciera asomar incipiente en la hoja de ruta post COVID-19 a la ausencia de voceros es injusto, más aún cuando poco más de la mitad del mandato estuvo y sigue atravesado por la pandemia. Pero eso y las señales confusas que ofrece Alberto Fernández abren serios interrogantes frente a la crisis.
¿Qué quiere el Presidente?
“Vine a terminar con los odiadores seriales”, se plantó desde el quincho de Olivos en el evento del feriado del 9 de Julio, rodeado de industriales y sindicalistas y en medio de un clima de crispación política cada vez más instalado: así lo marcan las encuestas. “No vengo a instalar un discurso único. Estamos unidos y trabajando para enfrentar lo que nos toca vivir”, agregó el jefe de Estado en su discurso patrio. Veinticuatro horas después, Juan Pablo Biondi, su secretario de Comunicación y Prensa, que pasa casi todo el día en Olivos, tildó a Mauricio Macri de inútil a través de su cuenta de Twitter, aseguró que con él hubieran “muertos de a miles” durante la pandemia y le pidió silencio por haber dejado un país “fundido”.
Los que conocen desde hace más de una década el vínculo entre Biondi y el Presidente aseguran que nunca hubiera escrito ese mensaje sin el visto bueno de Fernández.
Macri reapareció en la escena pública después de cuatro meses de silencio en el momento de discusión más álgida del PRO. La entrevista con Álvaro Vargas Llosa se grabó el lunes 29, seis días antes de que Patricia Bullrich impulsara un duro comunicado por el asesinato de Fabián Gutiérrez, el ex secretario de Cristina Kirchner, que detonó la interna partidaria. El propio ex Presidente se quejó en privado de que algunas figuras de la coalición opositora no lo defienden públicamente lo suficiente. En especial, Horacio Rodríguez Larreta.
Alberto Fernández aprovechó entonces el coronavirus, su relación con la llamada “ala moderada” de Juntos por el Cambio y la crisis opositora para disimular sus propias carencias políticas y económicas. Es paradójico porque los objetivos del Gobierno y de la oposición coinciden en los opuestos. Cambiemos necesita la unidad y busca agitar a cada rato el fantasma de Cristina Kirchner y su injerencia en la agenda pública, en contraposición al contrato electoral del Presidente, que basó su campaña en la moderación. El jefe de Estado, por el contrario, apunta a dividir a la oposición y mostrarse mesurado, aunque de a ratos lo disimule.
Bajo esa premisa, el Presidente recibió el miércoles en Olivos a los intendentes Jorge Macri y Néstor Grindetti, dos de los furiosos por el tenor de la carta con la que Juntos por el Cambio fijó posición sobre el crimen de Gutiérrez. Llegaron a la quinta presidencial por intermedio de Juan Zabaleta, de Hurlingham, que trabajó varios días para esa foto.
“Nosotros no estuvimos de acuerdo con ese comunicado”, dijo sin preámbulos el intendente de Vicente López, que ahora disfruta de algunos gestos de promiscuidad con el oficialismo por el destrato que, dicen en su entorno, recibió de la Casa Rosada durante la gestión de su primo. Fernández, que había querido recibirlos en su oficina de Olivos dos días antes -con el comunicado y las heridas internas del PRO mucho más frescas-, les pidió acompañamiento en la salida de la pandemia, al gobernador Axel Kicillof y apoyo en la renegociación de la deuda, clave en la etapa post coronavirus.
En la charla sobrevoló en forma constante la idea de no agitar la grieta. Y de repeler los extremos. De ambos bandos. Al otro día, Fernández aprovechó el acto con los gobernadores del 9 de julio y presentó a Rodríguez Larreta -conectado por videoconferencia-, uno de los máximos exponentes del “sector moderado” del PRO, como un “amigo”.
El mandatario, dicen en Olivos, entendió que hay que esforzarse más en contener a la tropa. Propia, y también ajena. Con la complejidad de una coalición de gobierno formada para ganar una elección e integrada por kirchneristas, cristinistas, peronistas, massistas y organizaciones sociales.
El Presidente sabe de la fragilidad de los vínculos en la coalición opositora. “¡Estaban confabulando!”, enloqueció Patricia Bullrich frente a un amigo cuando se enteró de la comida de hace un mes atrás entre Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Martín Lousteau y Emilio Monzó, en la sede del Gobierno porteño en la calle Uspallata. “El almuerzo de los traidores”, se quejó la ex ministra, cada día más alineada con Macri.
El delicado equilibrio de la coalición opositora no alcanza, sin embargo, para cubrir el déficit de la gestión del Frente de Todos.
“Empieza a ser un estigma la idea del no plan. Eso es un peligro para el Gobierno. Llega un punto donde se hace necesario en todo caso que presentes una simulación”, asegura Lucas Romero, político y director de Synopsis Consultores. “La pandemia es un elemento que penetra en la realidad social y también en la realidad individual de cada uno de nosotros. Depende como te impacte te va a definir desde dónde partís y hacia dónde vas. Pero hay un déficit del gobierno en no empezar a presentar algunos parámetros que le permitan empezar a dar respuesta a su principal mandato electoral: poner en marcha la economía”, explica Romero.
Pero paradójicamente, dice el consultor, la oposición no machaca en lo que lo que llama la primera cláusula del contrato de campaña del Frente de Todos, la de reactivar la economía. Sino en el supuesto incumplimiento de la segunda promesa: la de presentarse diferente a su vicepresidenta: “‘Desenmascarar’ a Alberto Fernández es la clave del éxito para la oposición”, opina.
En el seno del Gobierno aseguran que el Presidente y Cristina Kirchner no piensan demasiado distinto, a pesar de que cada tanto trascienden múltiples versiones sobre supuestos pedidos de la vicepresidenta vinculados a la gestión o a algunos de los funcionarios del gabinete. Si no piensan distinto no hace falta entonces que Fernández dedique tiempo a desmentir que determinadas acciones tengan su sello y no el de Cristina Kirchner. Si en definitiva son lo mismo, ¿para qué perder tiempo en decir que es él y no ella?
Sucedió con la intervención de Vicentin, que contrarió al círculo rojo. Después de eso, el Presidente dio el visto bueno para que Sergio Massa, Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro cenaran en medio de la cuarentena con un grupo de empresarios, hace poco más de tres semanas, en la casa de zona norte del Gran Buenos Aires de Jorge Brito, del Banco Macro, que tiene tanta ascendencia como para bajarle línea a algunos funcionarios de primerísimo nivel. El banquero los esperó junto su hijo homónimo y Marcos Bulgheroni - de Pan American Energy-, Marcelo Mindlin -de Pampa Energía-, Miguel Acevedo -presidente de la UIA- y Hugo Dragonetti -de la constructora Panedile-.
A Massa los empresarios lo conocen de sobra. Con Máximo Kirchner, la opinión del establishment una vez que lo frecuentan es mucho más positiva que las historias que leyeron por los diarios. La mejor impresión, según los comensales, se la lleva de todos modos el ministro del Interior. Se ofreció incluso de “árbitro” entre las empresas y los trabajadores. Dentro de la agrupación La Cámpora, “Wado” De Pedro fue siempre el menos prejuicioso.
Los empresarios pidieron además que el Gobierno “saque” de la agenda el tema Vicentin, que desde su anuncio de intervención hasta hoy fue todo cuesta arriba para Alberto Fernández. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en cuyo entorno aseguran que ya desde la campaña les machacaban con el tema en cada visita a Santa Fe, mostró su disconformidad en la intimidad de Olivos por la modalidad del anuncio y la falta de preparación del terreno.
Después de eso, hubo pocas voces oficialistas que defendieran la propuesta. Hay quejas internas en la Casa Rosada que dan cuenta de hecho de que casi no se escucha a los legisladores del Frente de Todos. Antes, agregan, se mataban por defender a Cristina Kirchner. Aún hoy hay más dirigentes abocados a machacar con la causa por espionaje que se tramite en Lomas de Zamora y que salpica seriamente al ex presidente Macri, y en la que tiene especial interés la vicepresidenta, que a colaborar en la defensa de la gestión gubernamental.
Para colmo, en el propio seno del “albertismo”, es decir, en los funcionarios que rodean a diario al Presidente, empiezan a aflorar diferencias por el rol de cada uno de ellos.
Las críticas sobre el gabinete, en tanto, se hacen oír cada vez con más fuerza. Un ex funcionario que trataba con frecuencia a la ex Presidenta se pregunta: “¿Cómo el equipo económico que fracasó en el Banco Central en el 2013 y fue echado por Cristina puede hoy arreglar esto?”.
La profundidad de la crisis, sin embargo, podría jugarle a favor al Gobierno: si la situación social no se desmadra, será tan honda la caída que cualquier repunte -por más incipiente- de la economía debería tener un rebote. El dilema de la V (ve corta) o la L (ele).
La pregunta, cada vez más cerca del inicio de la post pandemia, es más general. Apunta a descifrar qué quiere y hacia dónde va el Presidente.
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