Jorge Sigal nació en el seno de una familia comunista. Tras la trágica muerte de su padre -un convencido militante que se ahogó rescatando a su hijo menor-, se refugió en una estructura partidaria que lo contuvo y le dio sentido a su vida. Aunque también terminó por asfixiarlo.
La ruptura con el PC fue traumática y como parte de su proceso interno Sigal plasmó la historia en el libro El día que maté a mi padre. La obra fue bien acogida por la crítica y también despertó furiosos cuestionamientos de sus viejos compañeros de ideas. Las críticas se renovaron años más tarde cuando decidió formar parte del gobierno de Mauricio Macri como secretario de Medios Públicos.
En esta entrevista con Infobae, el periodista recuerda detalles de su historia personal, reflexiona sobre el devenir del comunismo, analiza la gestión de Juntos por el Cambio y responde a quienes lo tildan de traidor.
—¿La categoría ex comunista sigue siendo la que mejor lo define o prefiere algún término por la positiva?
—Me defino de muchas maneras, pero no puedo negar que aquella matriz que me dio el haber podido romper con un dogma me sigue marcando. Por eso la vigencia del título y del libro. Por supuesto que podría definirme como un hombre libre también, así me siento.
—Y tras romper con el marxismo de corte estalinista, ¿logró llegar a algunas nuevas verdades, aunque sea parciales?
—Uno renuncia a las verdades. Trato de que la duda sea mi método de pensamiento. Solo podría decir que tengo un pequeño puñado de verdades que pasan por el respeto a la vida del otro, del pensamiento del otro, la libertad como estado ideal del hombre. Pero lo que más me gusta del proceso que hice es tratar de no encasillar a nadie y tratar de ser abierto para escuchar el pensamiento del otro.
—En el libro relata que fueron las pequeñas contradicciones, más que los grandes posicionamientos ideológicos, las que lo llevaron a la ruptura con el Partido Comunista, ¿por qué cree que fue así?
—La primera punta de mi conflicto interno no fue ideológico, fue una cuestión de cómo quería vivir. O mejor dicho, cómo ya no podía vivir. Entonces me parece fundamental esto porque yo no libré una lucha política dentro de la Juventud Comunista. No intenté armar otro partido o hacer una fracción. Simplemente opté por tratar de romper ese muro que me atrapaba. Los primeros años después del Partido Comunista, que fue mi padre adoptivo, fueron años de lucha por sostenerme en la orfandad.
—¿Visto a la distancia cree que se podría haber sido un militante comunista sin ser un creyente casi religioso?
—Creo que eso sí que es una utopía. Porque la concepción de un partido omnisciente, de un partido que se plantea la creación de un hombre nuevo, esa propuesta de una utopía totalizadora impide que uno esté en los márgenes. Sí hubo algunos intentos en el mundo, como fueron los partidos comunistas europeos, pero es cuestionable hasta dónde siguieron siendo partidos comunistas. Como el caso del PC italiano, o el francés y el español. Son partidos que tuvieron que enfrentarse a la brutalidad del leninismo, a la ortodoxia.
—Porque habían renunciado a la idea de “toma” del poder.
—Claro. A la toma del poder y a los rituales religiosos que impone esto que yo creo que es una religión. La religión de los ateos por llamarla de alguna forma.
—¿Cuáles eran los dogmas o las reglas que ahora le parecen más ridículos? En el libro menciona algunos como el rechazo a la masturbación.
—Eso que se llamaba la cosmovisión tenía un montón de esas taras. Yo cuento esta anécdota: un famoso médico en el PC saca un libro que tenía que ver con la temática del sexo, y que hoy sería un cuento de hadas, un librito de una inocencia absoluta, pero sin embargo el PC lo considera un ataque a los principios. Un ataque a los principios básicos. Bueno, ni que hablar de la homosexualidad, que era considerada peligrosa y castigada.
—¿Cómo se castigaba? ¿Los militantes eran degradados o expulsados?
—Bueno, en principio un dirigente homosexual nunca podría haber hecho carrera si era pública su orientación. Y algunos militantes fueron castigados porque se los consideraba permeables a la influencia del enemigo. Entonces era un carácter débil, no era aceptable porque podía comprometer la integridad de la organización. Había una cosa además que se llamaba la moral de los comunistas, que se basaba en unos viejos libros de Lenin. Eran una serie de principios que no son muy diferentes a los de algunas otras religiones muy ortodoxas y cerradas. Yo cuento otra anécdota: mi padre, que era comunista pero no era un troglodita, vivió una experiencia con un matrimonio de comunistas, en el cual el hombre tiene una relación extramatrimonial y decide divorciarse. Y bueno, no se lo sancionó porque mi padre y mi madre se opusieron en su célula. También había una planillita que tenían los tipos que manejaban las tareas orgánicas del Partido, que eran para uso interno, que tenía las virtudes de un cuadro. Entre esas virtudes estaba la fidelidad a la línea del Partido, la fidelidad a la Unión Soviética, y la moral entendida como lealtad a su compañera, a sus amigos.
—Cuando salió el libro muchos comunistas y ex comunistas lo cuestionaron, ¿hubo alguna crítica que haya calado hondo?
—Cuando salió la primera edición, en el 96, los comunistas vivían una diáspora, una sensación de fin de la pertenencia, por lo tanto estaban sin rumbo, huérfanos. Entonces al comienzo lo que más hubo fueron personas que se sintieron interpeladas por el libro. Eso duró un tiempo, yo creí en ese momento que era un proceso interesante de revisión de dogmas. Pero para mi sorpresa, algunos comunistas, los más orgánicos y cerrados, volvieron a encontrar una redención en el kirchnerismo. Y ahí sí tuve muchos más enconos. Algunos me mandaban amenazas, algunos se sentían profundamente traicionados. Pero lo más impresionante para mí es que ahora mismo algunos de esos ex comunistas que fueron compañeros míos me siguen escribiendo o ponen en las redes sociales cosas como “qué ha sido de vos, cómo pudiste terminar en esto, cómo pudiste traicionar y traicionarnos”. Hace poco alguien me escribió un mensaje, que está en las redes, que dice: “¿Tanto daño te hizo tu padre que nos querés matar a todos?”. Un ejemplo, porque me suele hacer freír el cerebro: al tipo que dice que traicioné al PC, le pregunto: ¿A qué Partido Comunista? ¿Al Partido Comunista que en 1976 propuso, promovió y trabajó por la convergencia cívico militar con Videla y con el sector entre comillas democrático de las Fuerzas Armadas? ¿Al Partido Comunista que apoyó a Ítalo Luder en las elecciones de 1983, que entre otras cosas proponía la autoamnistía de los militares? ¿O al Partido Comunista que en 1984 hace un proceso, en mi opinión el más patético, que vira hacia un guevarismo infantil después de haber sido durante décadas un partido ortodoxo pro soviético? Entonces, ¿traidor a quién? Lo que se termina condenando es la individualidad, la singularidad. Es decir, en realidad lo que te están diciendo es que vos no te podés apartar del rebaño. Si te apartas del rebaño sos traidor. También siempre me destruye un poco la cabeza pensar que un comunista pueda sentir devoción ahora por la figura del matrimonio Kirchner. Se han convertido a tal punto que han puesto la imagen de Cristina Fernández de Kirchner al lado de la del Che Guevara, la de Lenin, y le han agregado a Evita y esas cosas que son absolutamente extrañas a la tradición comunista.
—¿Por qué cree que es? ¿Dónde ve la conexión?
—En el caso de la militancia, caído el campo socialista, caídos los ídolos que supimos construir, abrazamos nuevos mandatos, nuevos liderazgos. Ya me parece un poquito jugado que se hayan hecho chavistas, porque Chávez también está bastante lejos de lo que fueron los dirigentes comunistas, que eran gente seria, formada y poco amiga de los caudillismos así payasescos. Chávez es un poco una mala copia del primer Fidel Castro.
—¿Por qué cree que no lo pudieron sumar al fervor kirchnerista, por lo menos en los primeros años?
—La verdad es que nunca tuve ni la más mínima tentación. A mí el caudillismo feudal, la propensión de los Kirchner a construir sociedades dominadas por una estructura, los tipos multimillonarios que no resisten el menor análisis de dónde construyeron sus fortunas, están lejísimos de los modelos que me interesan. Con los años yo abracé fervorosamente la idea de la República, la idea de la división de poderes. Me parece que el sistema democrático es efectivamente el mejor de los sistemas posibles. O el menos malo, al decir de Churchill. Y además tampoco el peronismo me atrajo jamás. Por cuestiones de formación, porque mis padres fueron grandes luchadores contra el peronismo como casi todos los comunistas en la primera etapa. Me gustan los sistemas imperfectos que permiten la disidencia.
—¿Qué cree que hubiera pasado con su padre en términos políticos si no hubiese muerto trágicamente?
—Yo trato de no hablar en nombre de los muertos como suelen hacer quienes me critican, que me llaman y me dicen: “Si te viera tu padre”. Mi papá era comunista pero no era bobo. No era tonto. Y así como te conté una anécdota donde él se opuso a esta locura de echar a una persona del partido porque quería divorciarse, tengo la convicción de que hubiera visto las cosas de una manera diferente a las que veía cuando se hizo comunista. Pero es una proyección imposible de hacer. Una de las cosas que más me duele es cuando me dicen qué hubiera dicho un amigo al que mataron. No quiero dar nombres porque me duele nombrarlos. Yo tuve muchos amigos que están muertos. Muchos. Te podría hacer una lista de quince directamente ligados a mí que fueron desaparecidos, asesinados en la dictadura. Y cuando me dicen qué hubiera dicho Fulano, qué atrevimiento. Es una representación congelada. Es una representación poco inteligente. Es considerar a las personas inmutables. Para mí no hay un valor más importante en el ser humano que la posibilidad de cambiar. Imaginate si a Rodolfo Walsh lo hubieran cristalizado en su primera etapa cuando era un nacionalista furibundo y antiperonista. Hay que dejar que la gente haga su evolución y juzgarla mientras está vivo.
—En el libro hay una cita de Amos Oz que dice que la elección es entre convertirse en fanático o en traidor. ¿No hay otra opción? ¿No se puede renunciar a un dogma sin renunciar a ciertas ideas base o lineamientos generales?
—Partiendo del punto de vista de la pertenencia a un dogma, diría que es muy difícil. Por eso Amos Oz dice que tarde o temprano tenés esa opción, no tenés alternativa. Porque el dogmático, el fanático, lleva adherido en la piel esta idea de la verdad absoluta. En las formaciones dogmáticas, el dogma te impide cualquier flexibilidad, cualquier posibilidad de apertura.
—¿Qué le dejó su paso por la función pública en el gobierno de Macri?
—En principio una experiencia que yo valoro muchísimo. Me permitió entender la complejidad del Estado. La complejidad que significa en Argentina construir un poder si no es desde el peronismo. Me dejó una cierta sensación también de frustración, como creo que le pasa a cualquiera que pasa por la función pública y no puede concretar los sueños que tenía. Y me dejó también muchos amigos. Me dejó sabores agridulces por decirlo de alguna manera. Yo no me hice militante político y no llegué a la función pública por la militancia sino por mi condición de periodista y de intelectual, y nunca me pidieron que me convierta. Lo único que me pidieron es que sea democrático, pluralista y eso hice.
—¿Y entiende las críticas que le hicieron por ser un hombre de izquierda que integró un gobierno de centroderecha?
—En principio participé de un gobierno de coalición donde lo integraron entre otros, y a veces se lo omite creo que con maldad manifiesta, el partido democrático más antiguo de la Argentina que es la Unión Cívica Radical. No lo siento para nada en contradicción con mis pensamientos y mis principios, ni siquiera con mi historia. Y es curioso que algunos de los que me critiquen no hayan sentido tanta incomodidad con haber, por ejemplo, tratado de conformar la convergencia cívico militar y crean que haber participado en un gobierno democrático es un acto de traición. Por otra parte me parece también raro que algunos consideren que participar de un gobierno kirchnerista es participar de un gobierno de izquierda y que eso no está reñido con sus principios. Que vos te sientas cómodo con Julio De Vido o con Carlos Zannini me parece casi un chiste, un chiste de mal gusto. Que a Aníbal Fernández lo consideres un buen compañero de ruta y que levantes el dedo para hablar del otro que participó de un gobierno democrático con Macri… Sobre todo el progresismo es muy propenso a estas cosas, a estas simplificaciones. Si me levantas el dedo y sos del Partido Obrero, bueno, qué sé yo, no es que me agrade pero más o menos por ahí te lo entiendo. Pero que me levantes el dedo y apoyes a estos millonarios que no pueden explicar de dónde sacaron la plata, me entristece.
—Si no es de centroderecha, ¿cómo lo calificaría?
—No, no es que me moleste la categoría de centroderecha, pero no lo tengo claro. ¿Centroderecha en contraposición a qué? ¿Es centroderecha porque se opone a un proyecto de centroizquierda que encarna el kirchnerismo? Volvemos a la ridiculez. Yo no considero al kirchnerismo y al peronismo proyectos de centroizquierda, de ninguna manera. Y el proyecto de Felipe González, en España, ¿qué sería? Una de las primeras cosas que reivindica fue controlar la inflación, tratar de que aumente la producción.
—Sí, tomó muchas medidas económicas consideradas ortodoxas.
—Claro. Entonces, ahora, ¿vos qué lo consideras, centroizquierda o centroderecha? Bueno, un kirchnerista, un populista kirchnerizado diría que es un gobierno de derecha, supongo. Bueno, me parece que ahí es donde pongo un límite
—¿Qué opinión tiene de la gestión que hizo Juntos por el Cambio?
—Bueno, yo creo que el gobierno de Macri fue un gobierno que instaló algunos valores de la República que fueron fundamentales y sustanciales. Esos valores se reflejan ahora en que hay una porción de la población, casi la mitad de la población, que tiene a la democracia como un ingrediente fundamental de su vida. Que tiene el respeto por el otro como algo muy importante. Me parece que se avanzó en muchos aspectos, y por supuesto quedan muchos sinsabores por los fracasos. Si hubiera sido un proyecto exitoso hubiera continuado. Y yo creo que eso tiene que ver con la ausencia de un proyecto republicano que piense el país a 100 años, que no piense solo en la posibilidad de ganarle al peronismo. Mientras no tengamos una oposición capaz de tener ideas propias que excedan al antiperonismo, que es una tara de la Argentina, me parece que vamos a estar complicados y vamos a estar sometidos a posibles frustraciones. No se pudo transformar el Estado, eso lo viví yo en carne propia. El Estado es rehén de estructuras permanentes corporativas que son muy difícil de erradicar.
—¿Se refiere a los sindicatos específicamente o a qué tipo de estructuras?
—No solo a los sindicatos, me parece que hay una forma de ver al Estado que tiene que ver con el populismo que es el Estado como un buen empleador, un buen lugar donde conchabarse. Mientras no logremos profesionalizar ese Estado, entender que está al servicio de la administración de la cosa pública. Mientras no entendamos que tiene que haber una carrera profesional que determine los ingresos, los ascensos, va a ser muy difícil.
—¿Cree que el libro es de algún modo la respuesta que no pudo o no supo dar en su momento cuando lo juzgaron como traidor?
—No lo vivo así. Porque tampoco yo me considero un resentido. Ni un resentido ni un quebrado. Porque el resentido es un tipo que vive odiando a quienes supuestamente lo dejaron afuera. Yo no vivo pensando en los comunistas. Y un quebrado es el tipo que por despecho se pasa al otro lado. Yo no me creo haber pasado a ningún lado. Yo hice mi proceso y una de las cosas que más cuido es no estancarme. Jodido hubiera sido que yo abrazara otra fe y me hubiera dedicado a combatir comunistas, eso sí hubiera sido horrible. El libro nació como una reflexión mía imprescindible sobre mí mismo.
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