El Gobierno busca rearmar una imagen moderada, pero se mueve a contramano y la destruye rápido

El Presidente retomó gestos para mostrarse por encima de la grieta. No fue muy feliz su discurso: habló de “terminar con los odiadores”. Pero en paralelo, envió un mensaje inquietante a la Corte, que está en la mira de CFK. Otra vez, Macri como blanco político

Alberto Fernández, durante la celebración de 9 de Julio, en Olivos.

El doble discurso no es para nada original en la política. Existen pilas de ejemplos sobre la contradicción o el contraste entre el libreto –la letra y también la puesta en escena- y la realidad de los hechos. Pero lo llamativo, y no sobran antecedentes, es que todo pueda ser producido en velocidad, con diferencia de horas. Es lo que acaba de ocurrir con el mensaje del Gobierno: Alberto Fernández hizo una serie de gestos para rearmar una imagen de moderación –considerada un buen capital- y casi al mismo tiempo dejó trascender la intención de estudiar una posible recomposición de la Corte Suprema, objetivo de primer orden para Cristina Fernández de Kirchner.

Es llamativo también el discurso informal alrededor de este tema. La ofensiva de CFK en ese terreno está clara. Una cruda muestra, tal vez la más explícita, fue dada en el marco de su pedido a la Corte para que avalara las sesiones virtuales del Senado. Fue más que un planteo y tuvo tono de advertencia –y quizá más- en una larga serie de tuits celebrados por la ex presidente y redactados por Graciana Peñafort, directora de Asuntos Jurídicos de la Cámara de senadores. No resultó un gesto aislado, sino parte de una estrategia que apunta a aumentar el número de integrantes del Tribunal para licuar su actual composición y armar un nuevo eje de mayoría cercana.

Alberto Fernández había expuesto un par de semanas después algo así como una línea intermedia, que fijaba posición propia y parecía colocar el tema en un impreciso horizonte de análisis y estudio, lejos de las urgencias y planes de CFK para la Corte. Es más: dijo entonces que él no estaba a favor de aumentar el número de jueces máximos, aunque por primera vez abrió el juego a “escuchar” la opinión de expertos. Ese mensaje, de lectura detenida en el mundo judicial, no serenaba definitivamente las aguas pero le bajaba el tono al tema.

Postal de Tribunales. La Corte recibe otra vez una señal inquietante desde el poder político.

Ayer, en cambio, dejó trascender que como parte de la agenda que imagina para la post cuarentena, y en paralelo con su proyecto de reforma judicial –que dicen ahora sería enviado al Congreso antes de que termine julio-, creará una comisión para estudiar entre otros temas sensibles la composición de la Corte. Esa comisión tendría dos meses para pronunciarse y sus propuestas viajarían al Congreso.

Hay datos nuevos que ponen en duda la explicación reservada y ya expresada frente a 0aquellas declaraciones del Presidente: se dijo que era un recurso para enfriar o enviar a vía muerta los planes del kirchnerismo en el rubro que lo inquieta de manera especial: la Justicia. Ahora, según se anticipa, la comisión no sería algo lejano sino una decisión anotada entre los puntos salientes que las medidas que imagina Olivos para la post cuarentena. Es decir, tendría similar jerarquía a medidas y proyectos para reanimar la economía y retomar la iniciativa: desde planes de reactivación hasta un blanqueo de capitales frente la grave caída de la economía y el fuerte descenso de la recaudación.

Ese es el contexto en líneas generales. Pero el foco para la Justicia y para la Corte podría ir más allá. El gesto de crear la comisión referida puede ser interpretado como una ofensiva cuya resolución sería cuestión de tiempo. Una inquietud en continuado, que le agregaría todo tipo de lecturas a cualquier resolución que tome a partir de ahora. Mal horizonte.

El tema de todos modos no se agota allí. Desde el oficialismo, presentaron algunos de los últimos gestos presidenciales como parte de un todo para recuperar la imagen de moderación que junto al primer tramo de la cuarentena, acompañado por todo el arco político, lo habían afirmado en el centro de la escena. La mayoría de las encuestas fueron generosas, aunque algunas levemente y otras de manera más marcada reflejaban ya a fines de abril y principios de mayo síntomas de desgaste. Ahora, el “consenso” entre los consultores es amplio y coincidente con la sensación de fatiga o cansancio social frente al aislamiento y sus graves estribaciones económicas y hasta psicológicas.

Banderazo, en Mendoza. La protesta en varios puntos del país aumentó el malestar del Gobierno.

El problema es cómo el Gobierno articula su discurso y su práctica. Incluso su discurso reservado, que algunos simplifican con la idea de una nueva construcción, moderada y amplia donde deberían convivir -como partes necesarias y a la vez en competencia- el propio Presidente, figuras de la oposición como Horacio Rodríguez Larreta y los gobernadores de la UCR, y buena parte de los jefes territoriales del PJ. Afuera debería quedar la franja opositora más dura, empezando por Mauricio Macri, y CFK, aunque esto nadie se atrevería a decirlo públicamente.

Ese sería el remedio “antigrieta”. Pero lo que en el mejor de los casos es insinuado en el plano doméstico –para empezar, despegarse de la ex presidente-, no tiene correlato efectivo, como se nota en los espacios de gestión ocupados por el kirchnerismo duro y en señales como la referida a la Corte. Hacia el exterior, la construcción de la “antigrieta” expone a la vez expresiones de una renovada visión binaria.

Alberto Fernández se mostró otra vez con dirigentes empresariales y sindicales, envió señales a los gobernadores –en general, vinculadas a las necesidades de fondos y asistencia social- y retomó su discurso inicial, aunque con un giro nada feliz. Dijo que su objetivo era “terminar con los odiadores seriales”. No apuntó al odio, si se quiere como actitud o como tendencia de una franja de la sociedad, sino a sujetos, los “odiadores”. Eso, sin contar el verbo elegido, terminar, con carga de batalla entre bandos.

Ya antes, desde el oficialismo se habían desarrollado otras divisiones en términos también absolutos: la más irritante coloca de un lado a “defensores de la vida” y del otro, a los “anticuarentena”. Mirada humanitaria contra visión economicista. Cero espacio, entonces, para cualquier debate.

El malestar por las protestas del jueves, bajo el rótulo de banderazo, agregó otro ingrediente de malestar. Fueron varias las reacciones. Dos de ellas destacadas. La primera, insistir con colocar al “ala dura” de la oposición como motor de tales manifestaciones. Un verdadero error si fuera una convicción antes que un elemento más bien propagandístico. Y la segunda, cargar desde el Gobierno directamente contra Mauricio Macri, con descalificaciones especialmente duras, a contramano de cualquier polémica en términos de moderación. Cosas parecidas hicieron cerrar filas en esa vereda.

Fuera de lo que aparece en la superficie, la idea de duros y moderados como línea divisoria central de la política proyecta una pintura forzada o al menos reduccionista de la realidad. En todas las épocas abundan matices y hasta posiciones contrapuestas en partidos y más aún en coaliciones, pero el punto es quién marca el terreno. Es decir, quién o quiénes y cómo ejercen la conducción. Un dilema de arrastre para la oposición, un problema mayor para el oficialismo.

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