Una de las sorpresas del banderazo de ayer es la gran cantidad de gente habitualmente bien informada que desconocía que algo semejante podía suceder. Comprender el sentimiento de una población que después de casi cuatro meses no puede realizar lo elemental, como es generar el propio sustento para asegurar la supervivencia, se transformó en una incógnita a la que se le buscan explicaciones rebuscadas de todo tipo.
Quizás el más despistado es el propio Gobierno. Le atribuye a Mauricio Macri y a la oposición más dura la responsabilidad de agitar a las masas para que salgan a las calles, sin respetar el distanciamiento social y agitando banderas argentinas desde los autos en un acto de desprecio por la convivencia sanitaria en tiempos de pandemia.
Si el ex Presidente tuviera tanto poder, Juntos por el Cambio tendría garantizada su victoria en las legislativas del año próximo, lo que hasta ahora es solo una posibilidad que -por cierto- no existía cuando el Frente de Todos llegó a la Casa Rosada y aseguraba que volvieron mejores, con vocación de reparar las heridas que la grieta había dejado en una población con tantas necesidades económicas.
Recordemos la imagen de Alberto Fernández cuando entró a jurar frente a la Asamblea Legislativa. Se encontró con la todavía vicepresidenta Gabriela Michetti y la llevó en su silla de ruedas al recinto. Cuando recibió el bastón de mando, abrazó al saliente Macri. Y su discurso apelando a la unidad de los argentinos para realizar un nuevo contrato social.
¿Qué quedó de ese momento mágico, cuando la mayoría de los argentinos creían que se abría una etapa que sería difícil, pero que podíamos transitar juntos?
Ayer, el Presidente hizo un esfuerzo. Reconoció que “ninguna sociedad concreta su destino en el medio de insultos, divisiones y fundamentalmente teniendo al odio como destino común denominador”. Pero dijo enojado que “vine aquí a terminar con los odiadores seriales”. ¿Quiénes son? ¿Los que lo critican?
Después aseguró que “no vengo a instar un discurso único, sé que hay diversidad y la propicio. La celebro, no me afecta, lo que necesito es que sea llevada adelante con responsabilidad”. Y pidió no mentir, decir la verdad y respetarnos. Pero ¿quién miente?
El mismo dijo que a la Radio Nacional Tucumán se había eliminado el nombre Mercedes Sosa y no era cierto. También en esa provincia llegó a un acto con Juan Manzur a inaugurar una planta potabilizadora que ya había sido puesta en funciones por el gobierno nacional anterior, algo que le pasó en muchas ocasiones. El miércoles estaba convencido de que inauguraba un nuevo puerto agroexportador en Timbúes, cuando en realidad recién empezaba la construcción.
Existe en el Gobierno una necesidad de imponer un relato fundacional que no es tal, dirigido básicamente a los propios, que necesitan justificar una gestión deslucida, acorralada entre las promesas y la realidad. Pero la gente común, que no abreva en ningún partido político, sabe cómo son las cosas y no le calzan las mentiras que se lanzan desde cualquier lugar del poder, sea oficialismo u oposición.
Son los que se movilizaron ayer. Si el discurso único no pudo sostenerse en los años que gobernó Cristina Kirchner, cuando tenía mayoría absoluta en ambas cámaras legislativas y un poder omnímodo, si las clases medias salieron a protestar ya en el 2012, muy poco tiempo después de que el Frente para la Victoria ganara por el 54%, si hay 40 millones de usuarios únicos de teléfonos inteligentes y el 76% de la población son usuarios activos de redes sociales y el 69% las usa en sus dispositivos móviles, ¿cómo podrá sostenerse hoy?
En la trama tecnológica-cultural no es posible mentir pero tampoco manipular.
En el Obelisco, ayer mismo, los periodistas que cumplen funciones en los móviles de los medios fueron violentamente agredidos. Le pasó a los colegas de C5N, como Claudio Cardoso, que fue pateado por manifestantes, pero también a Darío Lopreite de TN, Silvina Brandimarte de Radio La Red y Gabriel Sanfilippo de Radio 10, entre varios más. Las imágenes son aterradoras.
Horacio Rodríguez Larreta pidió ayer una denuncia de oficio para que se investigue quiénes fueron los agresores y ponerlos a disposición de la justicia.
Es probable que allí haya sorpresas, también. Varios manifestantes tomaron fotografías del agresivo Ezequiel Guazzaro compartiendo con dos de los principales agresores, un joven que tenía un pañuelo celeste en su cuello y se expresaba en reportajes en contra de las vacunas y de la cuarentena y una señora bajita de anteojos e impermeable rosa. Ambos después fueron vistos golpeando con objetos contundentes a los periodistas.
¿Había infiltrados? Poco importa. Hay sectores que necesitan expresarse con violencia en forma explícita. Seguramente no tienen nada que ver con el Presidente pero todo indicaría que son grupos que forman parte de la coalición de Gobierno, que buscan hacerse oír mientras creen que domestican a los que protestan.
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