“Hemos tenido épocas más difíciles”, desdramatizó Sergio Berni ante uno de sus colaboradores mientras se subía de nuevo al helicóptero en La Plata para volver a su oficina de Puente 12, ya entrada la noche de ayer.
El ministro de Seguridad bonaerense había estado buena parte de la tarde en la capital bonaerense con el teléfono apagado: lo hace, según sus asesores, cuando “arma quilombo”. Berni se las ingenia con frecuencia para no pasar desapercibido, pero su irrupción a los gritos de ayer por la mañana en el retén policial de Puente La Noria, en uno de los accesos de la zona sur a la Ciudad, y su afrenta pública a la ministra Sabina Frederic por el operativo en el primer día de la cuarentena estricta colmó la paciencia de la Casa Rosada, que dejó el tema en manos del gobernador Axel Kicillof.
Cuando Horacio Rodríguez Larreta y su equipo vieron por televisión las imágenes insólitas de Berni rodeado por cámaras de televisión, a los gritos y furioso con el operativo policial desplegado por las fuerzas de seguridad nacionales por las largas filas de vehículos, ordenaron automáticamente a los funcionarios porteños que hicieran silencio y dejaran el escenario mediático para las autoridades de Nación y Provincia.
Las teorías de los funcionarios más conspirativos señalan que el show mediático del ministro de Seguridad bonaerense, aplaudido, según su entorno, por la mayoría de los conductores que esperaban desde hacía un buen rato en uno de los accesos a la ciudad, se “llevó la marca” en el primer día del confinamiento más estricto, en momentos en que la sociedad muestra señales evidentes de cansancio tras más de cien días de aislamiento.
Pero lo cierto es que la escena de ayer por la mañana agrega una cuota de zozobra a la estrategia desplegada en torno a la continuidad de la cuarentena, a los operativos en la calle, a la autoridad presidencial y a la decisión que la administración porteña deberá tomar en poco más de quince días sobre la coordinación con la Provincia.
El reporte oficial del Ministerio de Salud de ayer volvió a confirmar lo que pareciera erigirse como una tendencia. El Gran Buenos Aires dobló en contagios a la Ciudad: 1.671 y 841, respectivamente. Si la curva se consolida, ¿qué decisión va a tomar Rodríguez Larreta el viernes 17? ¿Seguir ligado a la Provincia como una sola región, el AMBA, como ahora? ¿O empezar a habilitar actividades, como reclaman con vehemencia casi todos sus socios políticos, aún cuando el gobierno bonaerense insista en continuar con un confinamiento duro para preservar la cuestión sanitaria?
El jefe de Gobierno le tiene prohibido a su gabinete contestar cualquier crítica bonaerense o de la Casa Rosada. Hubo, de hecho, pedidos internos para rebatir, por ejemplo, los insistentes reclamos por la actividad al aire libre, que la Ciudad tuvo que volver a prohibir.
Ayer por la mañana, después de que Berni se presentara en los controles policiales y de escuchar el reclamo airado de Frederic, Kicillof telefoneó a Berni. Por la tarde, el ministro viajó hasta La Plata, a dónde suele ir en estos tiempos, según sus colaboradores, solo cuando lo llaman. “Estuvo con el gobernador”, resaltaban ayer por la noche cerca del funcionario. Solo Kicillof y su ministro lo saben.
Los voceros del gobernador negaron hasta el hartazgo un encuentro a solas. En la agenda oficial de Kicillof figuraba un anuncio vinculado al área de Educación por la mañana, una reunión con Sergio Massa, otra con Augusto Costa y una más relacionada a medidas para pymes y comercios. Después de todo eso, explicaron, se cruzó a la residencia. “Sin comentarios”, habían dicho más temprano cuando el revuelo ya no tenía retorno.
El teléfono apagado del ministro le agregó un plus de dramatismo al asunto. A media mañana, el funcionario también lo había desactivado: recién volvió a prenderlo después de las 3 de la tarde, que pasó un rato por su oficina sobre la autopista Ricchieri, en La Matanza. Dedicó casi una hora a devolver mensajes y llamados y se volvió a subir al helicóptero rumbo a La Plata.
“‘El Loco’ no tiene nada que perder”, lo exculpaban ayer los funcionarios que lo frecuentan desde hace casi una década, que conocen, como pocos, de su fanatismo por la televisión.
El problema, trasciende desde el Frente de Todos, no es Berni y Frederic. Si no que el constante embate del ministro provincial golpea a la autoridad presidencial, y pone en duda el rol del Estado en momentos de incertidumbre sanitaria y de fatiga social. Es pintoresco hasta que deja de serlo.
Berni tiene como única referente a Cristina Kirchner: hablan todas las semanas, según su entorno, e incluso algunos de los custodios de la Policía Federal pasaron hace tiempo del funcionario a prestar servicios para la ex mandataria.
Fue la vicepresidenta la que lo propuso para el cargo, a pesar de que era resistido internamente. Es cierto, de todos modos, que el ministro y Kicillof se frecuentan, y se respetan, desde la época en que compartieron gabinete, antes del 2015.
Lo más complejo, sin embargo, es que, para Berni, Alberto Fernández es “solo el Presidente”, y nada más. Y su decisión constante de confrontar con la Casa Rosada alimentan -¿sin quererlo?- las versiones sobre la investidura presidencial y la eventual incidencia de CFK en la marcha del gobierno.
El ministro ni siquiera se tomó el trabajo de ir, el viernes por la tarde, a la reunión interministerial en Casa de Gobierno entre los ministros de Salud, Transporte, Desarrollo Social y Seguridad de Nación, Ciudad y Provincia, encabezada por Santiago Cafiero. En Casa Rosada juran que fue invitado. Cerca de Berni dicen que no. Y que no lo participaron porque en el anterior encuentro, del mismo estilo, el funcionario puso en duda parte de los operativos y de las decisiones.
Lo cierto es que Frederic aprovechó la ausencia de su colega para cargar contra la falta de controles en el Gran Buenos Aires, en medio de la discusión sobre el transporte y la cantidad de pasajeros. La relación entre la ministra y su antecesor se detonó por el manejo de la Gendarmería en el conurbano, que Berni quería bajo su paraguas. Desde ese momento no hubo nada más que hablar.
En el medio, Rodríguez Larreta aprovecha los chispazos internos en el Frente de Todos para ganar tiempo y apuntalar la gestión sanitaria frente a lo que se perfila como una decisión crucial: seguir o no con la cuarentena estricta.
Hasta ahora, el jefe de Gobierno y Kicillof ataron sus suertes. Nadie sabe el número de contagios de los próximos días ni la evolución de las camas de terapia, la obsesión principal de los especialistas, que ayer rondaba en torno al 55,9%.
Lo que sí tiene claro el jefe de Gobierno es que el humor social de los porteños y la parálisis de la actividad económica no resisten mucho más. La complejidad socioeconómica del Gran Buenos Aires no le da margen a Kicillof para preocuparse más que por la crisis sanitaria.
La recaudación en la Ciudad se achica mes a mes. El martes, en las oficinas de la sede semivacía de la calle Uspallata, corría una versión que daba cuenta de que la cúpula porteña analiza suprimir considerablemente áreas de gobierno.
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