Los rígidos y densos controles de vehículos en los accesos entre la Capital y la provincia de Buenos Aires fueron imaginados para controlar los permisos de circulación y “desalentar” –ese fue el eufemismo- la circulación. Esa y las restricciones en el transporte público son quizá las principales medidas en esta nueva etapa de cuarentena reforzada, al costo de generar fatiga y malestar a quienes deben perder horas en su traslado diario al trabajo. Pero la imagen no se agotó en las interminables colas. La postal se la llevó el nuevo desplante de Sergio Berni, escenificado en el Puente La Noria. Volvió a tensar la interna grande del oficialismo y expuso otra vez desconexión en materia de seguridad, área clave y agravada para la Provincia con la pandemia.
Control de la circulación en cuarentena y seguridad son temas que van de la mano y que preocupan a Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. La interna oficialista involucra directamente al Presidente y al gobernador bonaerense, aunque algunas estribaciones no son un dato ajeno para el jefe de Gobierno porteño. Y hay una protagonista para ninguno indiferente: Cristina Fernández de Kirchner. En ese complicado juego político y funcional se anota la pieza de Berni.
Ayer mismo, desde el Gobierno nacional preferían atribuir el episodio del Puente La Noria a un arranque personal de Berni. Y lo cargaban como un problema directo para Kicillof, mientras señalaban o alimentaban interrogantes sobre el grado de “autonomía” o juego propio que podría estar expresando el ministro de Seguridad. ¿Personalidad disparada e inmanejable? Desde el punto de vista funcional y legal, lo que hizo Berni vulneró los límites, pero deja abierta una respuesta sobre si alcanza para forzar su salida. Por ahora, se habría limitado a una nueva y reservada advertencia del gobernador.
Difícil pronosticar el desenlace, aún para sus más duros críticos y para sus enemigos internos. Berni reporta sin escalas a CFK. Y aún en el caso de un arranque personal fuera de control, el punto es que su eventual despido en estas condiciones sería interpretado como una derrota de la ex presidente. Primero, en todo caso, habría que disolver esa lectura. Una señal en tal dirección podría ser despegarlo de la interna mayor y considerar sus actitudes como fruto de un modo de ser realmente inmanejable. En igual sentido apuntaría destacar sus actitudes como un plan personal para competir por la gobernación en tres años, algo incómodo para Kicillof y condicionante de la estrategia a futuro de CFK. Es decir, tendría que ser expulsado –condenado, no sacrificado- por ella misma.
Hay algo claro: el deterioro entre Berni y el Gobierno nacional parece sin retorno. No se trata únicamente de su desprecio a Sabina Frederic. También le hizo un desplante, menos visible, a Santiago Cafiero. En otras palabras, los capítulos con la ministra de Seguridad y el jefe de Gabinete son parte de una obra que remite al Presidente. Ese el punto. Tensa la interna del más alto nivel del oficialismo, cuyas terminales son Alberto Fernández y la ex presidente.
Visto de ese modo, es difícil evitar la consideración sobre el impacto en el imaginario que se le adjudica al propio Presidente en el círculo cercano a Olivos. El supuesto sería este: la construcción de un armado político que lo tenga a él mismo, a Rodríguez Larreta y a Kicillof como protagonistas principales y competidores, pero dejando fuera de escena a CFK y Mauricio Macri. En espejo, se trataría del esquema a esmerilar por parte de la ex presidente. Berni, en todo caso, sería una pieza más en esa batalla.
En paralelo, y más acá de tales interpretaciones, se registran los problemas reales, nuevos como la cuarentena y de arrastre como la inseguridad, con vínculos concretos. El ministro de Seguridad bonaerense mantiene buena o por lo menos razonable relación con la administración porteña, a pesar de haber sido uno de los que más insistió en la mayor dureza del aislamiento y e las restricciones extremas del transporte público y de la circulación de vehículos particulares.
Anoche, había satisfacción en la Nación, la provincia y la Capital por la reducción del número de pasajeros en trenes y colectivos, también por el menor flujo de automóviles. Pero en el caso del transporte público, había un reproche repetido pero no público de la Capital: la falta de operativos de la policía bonaerense en las estaciones y en los puntos de mayor confluencia de líneas de colectivos termina concentrando el control en Retiro, Constitución y algunos otros puntos de llegada o entrada a la Ciudad.
De todos modos, nadie en la gestión porteña desconoce la magnitud del problema provincial. Al igual que en la Capital, las fuerzas propias, dicen, estarían también en situación de cierto agotamiento por las tareas vinculadas a la cuarentena y la seguridad. Berni se ha quejado públicamente de la falta de asistencia concreta de las fuerzas federales, dependientes de Frederic y finalmente, de Olivos.
Por eso o por limitaciones propias, el panorama del Gran Buenos Aires ha vuelto a ser alarmante, con crecimiento de delitos. En medios del PJ y de la oposición dicen que varios intendentes le han hecho llegar su preocupación a Kicillof. La inquietud y los temores se alimentarían también de datos no reflejados oficialmente sobre la circulación del coronavirus en los barrios más vulnerables. Algunas advertencias partieron ya de la Iglesia Católica –por ejemplo, en La Matanza- y otras, más reservadas, llegan por vías de los movimientos sociales alineados con el Gobierno.
Un cuadro complejo, no sólo adjudicable a la cuarentena, o la pandemia según prefirió exponer la ministra Frederic al justificar las largas colas en los puentes, con la postal de Berni sobresaliendo en el estreno de la reforzada cuarentena.