En Olivos, desde donde hace ya un par de meses suelen mediar entre ambas administraciones cuando la gestión de la crisis sanitaria se empantana, anotaron la reunión de hace dos viernes en La Plata como un gesto de relevancia para aliviar las tensiones en el momento más delicado de la pandemia.
Fue lo primero que hizo Horacio Rodríguez Larreta cuando le avisaron que el segundo hisopado al que se había sometido en menos de una semana era negativo de COVID: se subió a una camioneta oficial junto a Diego Santilli y Fernán Quirós y viajó hasta el despacho de Axel Kicillof, que lo esperaba junto a Daniel Gollán y Sergio Berni.
Kicillof y Rodríguez Larreta se respetan personal e intelectualmente, y hablan más de lo que se cree. Todo el tiempo. A pesar de los recelos. El gobernador es un insistente usuario de WhatsApp en la gestión de la crisis.
“Son muy distintos”, explica un funcionario del gobierno nacional que pasa casi tanto tiempo como el Presidente en Olivos y que suele ser un testigo de privilegio de los encuentros tripartitos que se sucedieron en los últimos meses entre Alberto Fernández, el gobernador y el jefe de Gobierno para tratar de encontrarle una vuelta a la crisis social y sanitaria en torno al coronavirus.
“Muy distintos”, insiste el funcionario. Al final, agrega: “Pero la realidad para los dos es la misma”.
Es que, a pesar de las diferencias y las obvias tensiones, azuzadas principalmente por los entornos de ambos, el gobernador y el jefe de Gobierno están obligados a trabajar de manera coordinada. Se necesitan mutuamente. El agotamiento lógico de 100 días de confinamiento, la crisis, las malas noticias y el coronavirus como único eje de discusión atraviesa el vínculo. “Ya no nos aguantamos ni entre nosotros mismos”, se sincera un alto funcionario de la Ciudad.
Es, sin embargo, una necesidad mutua. La principal explicación por la que, por ejemplo, el jefe de Gobierno apenas contestó con llamativa tibieza a las críticas del gobernador a la gestión hospitalaria de María Eugenia Vidal, su socia más preciada, sobre las que ciertamente machacó desde que asumió en la Gobernación y que reiteró en estos meses.
Kicillof y Rodríguez Larreta se encontraron en La Plata el viernes 19 para preparar el terreno de la marcha atrás anunciada anteayer en Olivos y acercar posiciones. Se habían visto a solas, por primera vez, a principios de junio, en la sede de Uspallata de la Ciudad, en plena discusión sobre cómo debía continuar el aislamiento y la apertura de actividades por esos días.
El gobernador quería endurecer la cuarentena lo antes posible. El jefe de Gobierno, por el contrario, patear la definición para más adelante. Rodríguez Larreta incluso, según la Casa Rosada, propuso esperar algunos días más para monitorear un poco más la evolución de los contagios. En todo caso, razonaban desde la Ciudad, un número más abultado de casos contribuiría a la comunicación del anuncio de restricción del confinamiento y la concientización social.
El jefe de Gobierno es el más preocupado por el hartazgo social que motiva el encierro. No es que Kicillof no lo note. Pero la situación sanitaria y social del Gran Buenos Aires -inabarcable- es tan delicada que no se puede dar el lujo de detenerse a pensar en los efectos colaterales del aislamiento.
El gobernador está obsesionado con la ocupación de camas de terapia, que hasta el viernes por la noche llegaba en el AMBA al 54%. “El que está mirando otra cosa la verdad que está muy mal de la cabeza, está desprendido de la realidad”, le dijo a Infobae hace dos semanas.
Además, en buena parte del conurbano el cumplimiento efectivo de la cuarentena es bajo desde hace semanas. Es el terreno en el que entran a tallar los intendentes, la cara visible en los municipios frente al vecino. “Algunos no entienden lo que está pasando, no testean, no hacen nada”, admite uno de ellos, del PJ, sobre sus colegas.
“Hay distritos que están detonados”, resaltan en Casa Rosada. El caso de Moreno, en el oeste del Gran Buenos Aires, es el más recurrente. La intendenta Mariel Fernández está tan preocupado por el coronavirus como por la inseguridad: dice que las denuncias por hechos delictivos crecieron de manera alarmante.
Por eso Kicillof buscó, en la tarde del miércoles, y previo a las dos reuniones que mantuvo entre el jueves y el viernes con el Presidente y el jefe de Gobierno, el aval de los jefes comunales para avanzar en el endurecimiento de la cuarentena. En esos encuentros virtuales con intendentes de la primera y la tercera sección electoral, del PJ y de Cambiemos, hubo veladas críticas a la administración porteña. Jorge Ferraresi, de Avellaneda, aseguró directamente que los contagios en su municipio estaban vinculados a la cercanía con la Ciudad.
Al gobernador le tocó, en ese sentido, bailar con la más fea. Para colmo, mientras se esforzaba por explicar la necesidad del confinamiento y sus beneficios, y negociaba con Rodríguez Larreta y la Casa Rosada la fecha de endurecimiento, su ministro de Seguridad le hacía un flaco favor. “Hicimos un esfuerzo enorme para un resultado muy pobre”, opinó Berni. A diferencia de la Ciudad, en la Provincia no hay guión oficial. El ministro bonaerense fue el gran ausente de la reunión interministerial entre Nación y ambas jurisdicciones de anteayer.
Las últimas dos semanas fueron de incesantes intercambios entre Ciudad y Provincia por el destino de la cuarentena. Tironeos por el ejercicio al aire libre. Por los controles en el transporte público, que en el Gran Buenos Aires son prácticamente nulos. Y por la fecha de entrada a la nueva fase estricta de la cuarentena:
El del transporte y la movilidad fue uno de los puntos más álgidos de la conversación del jueves por la noche en Olivos, en la que Alberto Fernández volvió a oficiar de mediador: la movilidad en el Gran Buenos Aires. Y uno de los ejes que, por lo bajo, mayor furia despertó en el gabinete porteño.
En lo que sí hubo consenso casi automático, apenas llegaron a Olivos el jueves, es que había que tomarse un poco más de tiempo para hacer el anuncio, el más complejo desde el inicio de la cuarentena. El viernes al mediodía, Kicillof y Rodríguez Larreta se encerraron a darle los retoques finales a los discursos en distintas oficinas de la quinta presidencial. El gobernador con su ministra de Comunicación Pública, Jesica Rey, de extrema confianza. El jefe de Gobierno con Santilli y uno de los asesores de prensa.
Ambos sabían en la previa que una mala comunicación de la nueva cuarentena podía repercutir en el humor social. Son conscientes de que el coronavirus es cristal que puede estallar en mil pedazos de un lado de la General Paz, pero sus esquirlas desparramarse por ambas jurisdicciones.
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