La cuarentena se extiende en el tiempo pero con una vuelta atrás para imponer mayor rigidez en el aislamiento. La clave es otra vez bajar la circulación. Y una debilidad visible es el control del transporte público. En el gobierno nacional, en la Capital y en la Provincia admiten que el Estado no tiene capacidad –expresada en fuerzas de seguridad- para controlar estación por estación de trenes y subtes, y parada por parada de colectivos. Imposible. Pero no es lo único: la realidad de muchos barrios muestra limitaciones que el discurso no asume. Y a eso se suma el agotamiento social. La salida, entonces, pasa por el reclamo de responsabilidad colectiva. Un pedido desde el poder que resulta a la vez una exigencia de gestos al mismo poder.
Ese sería el mayor desafío. Las pulseadas previas y hasta algunas decisiones llamativas y fruto de esa tensión –la fecha de inicio de esta nueva etapa, a mitad de la semana que viene- no parecen precisamente buenos mensajes, amortiguados en parte por la saludable postal de Alberto Fernández junto a Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. También hubo algunas reflexiones poco felices en esa presentación grabada y sin conferencia de prensa ,seguramente para evitar salidas del discurso consensuado. La política no se agota allí. En paralelo, una señal inquietante volvía a partir desde el Senado. Otra imagen de una interna oficialista cada vez más visible y persistente.
La difusión del video tripartito sobre las nuevas restricciones del aislamiento social venía algo demorada y multiplicaba la expectativa, en especial para porteños y bonaerenses. En Twitter, lejos de tales preocupaciones, CFK festejaba un texto y video de Mariano Recalde que chicaneaba a la oposición. Fue una respuesta a la protesta y el reclamo que generó la escandalosa sesión del miércoles en el Senado. Allí se forzó el avance del proyecto de creación de una bicameral para investigar las deudas del grupo Vicentin.
No se trata de un tema menor, por la gravedad de la polémica en esa sesión, bajo el manejo de CFK. Y por las estribaciones que puede tener, empezando por el proprio frente interno del oficialismo. Juntos por el Cambio denunció que hubo cierre de micrófonos para cerrar el debate y que el proyecto fue “aprobado” con mayoría simple y no como establecen las normas, por mayoría especial de dos tercios. La votación terminó 41 a 29, lo cual vuelve a proyectar un problema para el deseo presidencial de cosechar algún respaldo opositor y coronar –también con dos tercios, es decir con 48 votos- a Daniel Rafecas como jefe de los fiscales.
JxC reaccionó con dureza, por este caso y como condensación de enfrentamientos previos por la decisión kirchnerista de avanzar con temas propios, luego de la ruptura de los compromisos para privilegiar consensos a tono con la cuarentena. El tema impacta ya en la otra Cámara y asoma con otro elemento no deseado e incómodo para Sergio Massa. Diputados viene de aprobar con amplios apoyos los proyectos de economía del conocimiento y teletrabajo, aunque con un cierre denso y ruidoso por una jugada final del kirchnerismo duro.
Massa ya miraba con prevención y malestar la idea del proyecto expropiador de Vicentin, con panorama incierto por la imposibilidad de sumar a todos los aliados luego del rechazo de Roberto Lavagna y las señales muy críticas de algunos integrantes del interbloque que incluye a Consenso Federal y a peronistas cordobeses. El proyecto de la bicameral –idea de CFK formalmente presentada por Oscar Parrilli- no había ingresado hasta ayer en Diputados. Pero genera prevenciones, además de algún planteo formal: la presidencia de la Cámara recibió un reclamo opositor sobre el “nulo” trámite senatorial. Todo indica además que difícilmente haya sesiones en las próximas semanas, a tono con la cuarentena.
Con todo, el gesto y la ofensiva de la ex presidente pueden ser leídos como contracara de la foto de Alberto Fernández flanqueado por el gobernador bonaerense y el jefe de Gobierno porteño. El problema es que no tiene respuesta desde el círculo de Olivos, fuera de algún comentario reservado, con lo cual puede suponer también el riesgo de un oficialismo de dos cabezas, en tensión, incluso frente a la situación dramática que exponen la cuarentena y sus efectos económicos y sociales.
De hecho, las tres semanas que vienen –más allá de que las mayores restricciones arranquen el 1° de julio- repondrán esfuerzos para lograr un mayor aislamiento social. Se admite en medios nacionales y de la Capital que el mayor impacto será sobre el comercio, que el dilema central será hacer cumplir la norma –existente y flexibilizada de hecho- para uso del transporte público restringido a actividades esenciales, y que la más compleja situación está planteada por la circulación barrial.
Los mensajes de ayer, junto a algunas pinceladas de apelación al temor como recurso coercitivo, buscaron apuntar al compromiso o responsabilidad colectiva. Hubo grises, algunas valoraciones parciales del problema social y hasta síntomas apenas disimulados de las tensiones planteadas en ese circuito de decisiones que involucra a la Nación, a la Provincia y a la Capital.
Varios ejemplos de ese cuadro. Alberto Fernández dejó una frase poco feliz por su carga y su contenido, con el implícito del rechazo a todo cuestionamiento: “La libertad se pierde cuando uno muere”, dijo. Rodríguez Larreta dejó más que dudas sobre los motivos de la marcha atrás con las actividades físicas al aire libre. Kicillof simplificó las cosas al punto de reclamar ponerle fin a las “transgresiones y relajamiento”, como si el problema fuera alguna fiesta irresponsable y no las dificultades sociales que enfrenta el GBA.
Arranca así una etapa nueva y a la vez ya transitada del aislamiento. Lo dicho: las demandas de responsabilidad colectiva pueden ser vistas en espejo desde el poder.
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