Axel Kicillof quería entrar cuanto antes en una etapa más dura de la cuarentena. Había alertado en forma insistente en las últimas semanas, tanto él como sus principales ministros, que la ocupación de camas de terapia, que según el parte oficial de hoy rondaba el 54% -424 personas internadas- en el AMBA, iba camino al colapso si el aislamiento no se endurecía lo más rápido posible. Su ministro de Seguridad, Sergio Berni, que siempre se las ingenia para no pasar desapercibido, había dicho incluso que la próxima fase tenía que ser “absoluta, sin transporte público”.
Horacio Rodríguez Larreta, por el contrario, llegó a última hora del jueves a Olivos con la idea de estirar lo máximo posible la entrada a la nueva fase del confinamiento.
Ya había concluido junto a sus principales colaboradores, a pesar de la resistencia interna de un sector del gabinete porteño, que los comercios no esenciales -unos 70 mil, según las estimaciones- deberían volver a bajar la persiana y que la actividad al aire libre también sería suspendida por dos semanas. Conservó las salidas de menores de los fines de semana como la única vía de oxigenación a los vecinos, que, como los bonaerenses, muestran una fatiga evidente después de casi cien días de aislamiento y una crisis económica que empieza a golpear con crudeza a los comerciantes.
La semana pasada, la Policía de la Ciudad desalojó sin que nadie se entere a un grupo de manteros del barrio de Once que se habían instalado en la calle: los dueños e inquilinos de los negocios de la zona, cerrados desde hace algunas semanas, habían amenazado con tomar represalias.
Alberto Fernández volvió entonces otra vez a oficiar de mediador entre ambas jurisdicciones.
Kicillof y Rodríguez Larreta mantienen, desde hace tres meses, una convivencia delicada pero conveniente que los obliga a mostrarse juntos cada vez que el vínculo parece resquebrajarse, azuzado, en parte, por algunos funcionarios de sus entornos.
El gobernador y el jefe de Gobierno hablan mucho más de lo que se cree. Hay cruces de WhatsApp constantes. El gobernador, de hecho, le escribe también a algunos de los funcionarios de la Ciudad abocados a la crisis. Incluso en uno de los anuncios anteriores en Olivos, el jefe de la Ciudad bromeó frente a su colega y un puñado de colaboradores, entre risas: “Hablo más con vos que con mi mujer”, le dijo.
La tensión -que existe- entre ambas administraciones no los atraviesa en forma personal: se respetan profesionalmente. Sí hay, de todos modos, diferencias en torno a la gestión de la crisis sanitaria. Que fluctúan de semana a semana.
La fijación de la fecha de inicio de la cuarentena estricta, el miércoles 1, se tomó como punto intermedio de negociación entre Kicillof y Rodríguez Larreta, que era de la idea de esperar aún algunos días más para tomar la decisión.
En rigor, la presión de la Casa Rosada y la Provincia de volver atrás era constante e insistente desde hace al menos dos semanas. El jefe de Gobierno pudo, en ese sentido, prorrogar la definición, creen sus colaboradores. La restricción para el uso del transporte público por fuera de las 24 actividades esenciales exceptuadas por el decreto 297 entrarán en vigencia el lunes. Nunca estuvo en análisis la suspensión del servicio de trenes, colectivos y subtes, como pidió Berni y como dejaron trascender algunos funcionarios.
En lo que sí hubo consenso inmediato por parte del Presidente, del gobernador y del jefe de Gobierno fue en estirar el anuncio hasta este viernes: fue lo primero que definieron ayer apenas se encontraron en Olivos junto a un puñado de asesores, una reunión que se extendió hasta entrada la noche. Por la delicadeza del mensaje, el más complejo desde el inicio de la crisis, al final fue grabado.
Kicillof, a diferencia de los anteriores anuncios, fue el más escueto. En su entorno notaron además que se emocionó hacia el final de sus palabras. La presión y el agotamiento también corroe a los funcionarios. Un rato antes, cada uno de ellos se encerró en una oficina de la quinta presidencial junto a sus asesores. Para repasar el discurso y dar los retoques finales.
La Ciudad, la Provincia y la Casa Rosada ya tenían casi todo acordado. Sí hubo en la cumbre de este jueves, según pudo reconstruir Infobae, algunos tramos de la conversación más álgidos que otros. Los más vehementes resaltan que se discutió de forma acalorada. El rubro más espinoso fue el de la circulación en el conurbano, que casi no tiene controles provinciales ni municipales en el transporte.
Hay una filmación casera del municipio de Moreno, en el oeste del conurbano, que se viralizó en el gabinete porteño en los últimos días: una feria comercial plagada de vecinos, sin distanciamiento ni controles. Por eso Kicillof buscó, en la tarde del miércoles, el apoyo de los intendentes de la primera y la tercera sección electoral, del PJ y de Cambiemos, para tratar de fortalecer la cuarentena en el conurbano -una tarea titánica-, cuyo cumplimiento es bajo desde hace tiempo. Jorge Ferraresi, de Avellaneda, aseguró anteayer, vía Zoom, frente al gobernador y una docena de colegas, que los contagios de su distrito se debían a la proximidad con la Ciudad. Es el principal argumento de la Provincia. Hay 35 distritos del Gran Buenos Aires que vuelven a una etapa estricta desde la próxima semana.
Este mediodía, faltaban pulir detalles de cómo presentar la nueva etapa del confinamiento frente al hartazgo generalizado, la crisis socioeconómica y una eventual saturación del sistema sanitario. Una bomba de tiempo que, mal comunicada, puede estallar de un momento a otro y poner en duda la autoridad de los tres gobernantes. Hay un temor generalizado en los tres gobiernos por el acatamiento social.
“Dicen las encuestas que 1 de cada 5 argentinos no está conforme con la cuarentena. Yo los entiendo. En los últimos 20 días, el aumento de la velocidad de contagios es llamativo: aumentaron en el AMBA un 147%, los fallecidos un 95%. Esto era algo que sabíamos que podía pasar y estábamos preparados para hacer frente. Alberto Fernández nunca se enamoró de la cuarentena. Es un remedio, el único que conocemos. Estamos enamorados de la vida. No tenemos que enojarnos con el remedio, si no con la enfermedad”, buscó concientizar el Presidente, que utilizó la mayor parte del tiempo del anuncio de casi una hora.
Mientras los canales de televisión reproducían en una virtual cadena nacional el mensaje de Olivos, parte de los gabinetes nacional, porteño y bonaerense discutían en el primer piso de Casa Rosada cómo llevar a la práctica las medidas anunciadas. Santiago Cafiero, Daniel Arroyo, Sabina Frederic, Ginés González García y Mario Meoni, por la Casa Rosada; Felipe Miguel, Diego Santilli, Fernán Quirós, Marcelo D’Alessandro, Juan José Méndez, María Migliore y José Luis Giusti, por Ciudad, y Carlos Bianco, Daniel Gollán, Andrés Larroque y Alejo Supply, por la Provincia. El único ausente fue Berni.
Como en Olivos, se volvió a hacer especial hincapié en el transporte público, que va a implementar fuertes restricciones a través del sistema SUBE. La posibilidad de cortar el paso de colectivos o trenes en la avenida General Paz quedó descartada rápidamente de cuajo, como se preveía. Es que la preocupación central está en el Gran Buenos Aires y no en el flujo interjurisdiccional de pasajeros.
En la reunión de esta tarde en Casa Rosada se apuntó en particular a tratar de mejorar el control en el Gran Buenos Aires. Hay líneas provinciales atestadas de pasajeros. Del millón de personas promedio, monitoreadas por el sistema SUBE, que en estas últimas semanas utilizaron el transporte público, unas 700 mil se movieron dentro del conurbano. Tanto Frederic como Meoni, según pudo reconstruir este medio, abundaron en la problemática.
Lo llamativo es que, durante toda la semana, y mientras el transporte se perfilaba como la clave del anuncio de hoy, ninguno de los tres ministros del área de Nación, Ciudad y Provincia trabajaban sobre algún escenario firme. Estuvieron, en los tres casos, más inquietos que de costumbre.
Una semana atrás, Kicillof y Rodríguez Larreta habían empezado a preparar el terreno para las restricciones anunciadas esta tarde. El jefe de Gobierno viajó a La Plata junto a Santilli y su ministro de Salud, Fernán Quirós, para dar señales unívocas de coordinación, en momentos en que el vínculo empezaba a mostrar síntomas de fatiga. La decisión de la ciudad de mantener el ejercicio al aire libre había sulfurado los ánimos de los funcionarios bonaerenses.
“No nos podemos dar el lujo de que la Provincia se incendie”, aseguraban desde el gabinete de la Ciudad después del encuentro del viernes pasado. Es que un desborde de cualquiera de las dos jurisdicciones repercute, sí o sí, de ambos lados de la General Paz.
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