“Está haciendo todo lo que hace cualquier tipo que quiere ser candidato antes de un año de elección”, dice uno de sus dirigentes más cercanos. “Tiene no menos de tres Zoom por día. Habla con todos: empresarios, intendentes, dirigentes de la provincia de Buenos Aires. Está metido en todos los temas”, agrega sobre su jefe y amigo, Emilio Monzó.
Hasta hace dos viernes, el ex presidente de la Cámara de Diputados había salido dos veces de su departamento de la zona norte de la Ciudad, donde pasa la cuarentena. Ese mediodía, participó del almuerzo en la sede del Gobierno porteño de la calle Uspallata junto a Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y María Eugenia Vidal, un par de días antes de que se confirmara que la ex gobernador era positiva de coronavirus.
No fue una comida dedicada a la crisis social y sanitaria en torno a la pandemia, como quisieron instalar desde el entorno de los cuatro dirigentes para justificar la supuesta esencialidad del encuentro. Es cierto que el coronavirus sobrevuela cualquier reunión política. Pero ese mediodía se habló casi con exclusividad de política. “Una charla de cuatro moderados que volvían a hablar después de mucho tiempo”, abundaron.
Monzó, que en estas dos semanas volvió a levantar el perfil hasta nuevo aviso, no se veía cara a cara con Vidal desde hacía rato. Si en los últimos cuatro años se vieron tres veces es mucho. La última charla, horas antes del cierre de listas de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires en las oficinas de la ex gobernadora en el barrio porteño de Retiro, terminó de confirmar que el vínculo entre ambos estaba quebrado hacía tiempo. A empezar de nuevo.
El ex presidente de la Cámara baja no lo va a hacer explícito al menos hasta el año que viene. Pero sus colaboradores no tienen dudas de que todos sus movimientos apuntan a una candidatura bonaerense el próximo año. “Soy candidato si hay condiciones”, repite Monzó ante sus colaboradores, según confiaron algunos de ellos. Dice que quiere armar un partido de centro orientado a la moderación política cuyo futuro, por los últimos acontecimientos que volvieron a radicalizar a la política nacional, se torna incierto.
Al ex intendente de Carlos Tejedor parece no importarle. Pueden ser 5, 10 o 15 puntos, explican en su entorno. Si, como dice, no hay condiciones para el 2021, será el 2023, remarcan. Tampoco tiene tanto apuro. Por lo pronto, no le hacen falta fueros como sí creen los colaboradores que lo rodean que va a necesitar, por ejemplo, Mauricio Macri el próximo año.
La última vez que hablaron el ex Presidente y el ex titular de la Cámara de Diputados fue un mes antes de que Macri dejara la presidencia, la primera semana de noviembre del 2019. Fue una conversación desganada, sin mucho más para agregar a lo que ya se habían dicho en los meses previos. “Este día va a ser histórico: veo por última vez a los granaderos”, le avisó el diputado a sus amigos. No volvió a pisar la Casa Rosada.
Dos semanas después le organizaron un acto en un gimnasio cubierto de Florencio Varela. El evento más convocante con él como protagonista: con críticas al gobierno que empezaba a despedirse, fue el puntapié de su proyecto bonaerense, que todavía tiene forma de boceto.
Había corrido demasiada agua debajo del puente desde que decidió confrontar, primero puertas adentro y después por los medios, con la estrategia política y comunicacional de la Casa Rosada, casi desde el inicio del gobierno de Cambiemos. “No entendió la dinámica de un gobierno que trabajó como equipo”, le dedicó Marcos Peña en una entrevista con el diario Clarín, 48 horas antes de abandonar el gobierno.
Las críticas a la estrategia política de Monzó, descarnadas y orientadas a forzar una gestión con mayor apertura hacia el peronismo y otros sectores, apuntaban a Macri, a Peña y a Jaime Durán Barba, el consultor ecuatoriano que reportaba al jefe de Gabinete.
Monzó no habló nunca más con Macri, recostado sobre el sector más radicalizado de Juntos por el Cambio. Pero Peña y el ex diputado volvieron a intercambiar conversaciones de WhatsApp hace unos 15 días, según confirmaron desde el entorno de ambos, después de seis meses de silencio mutuo.
Tras unas largas vacaciones, el ex presidente de la Cámara baja volvió al país y fundó junto a Rogelio Frigerio y Nicolás Massot una consultora política destinada a asesorar especialmente al sector privado hasta que el coronavirus se apoderó de la agenda.
En las últimas dos semanas, volvió a la tapa de los diarios: de la causa por supuesto espionaje que tramita Federico Villena, el juez federal de Lomas de Zamora, trascendió que el ex diputado había sido uno de los objetivos de la AFI macrista. Al igual que Massot, también blanco de agentes de la ex SIDE junto a otros políticos y sindicalistas, y con el patrocinio del estudio Fontán Balestra, el ex diputado se presentará en los próximos días como querellante en el expediente.
En el grupo político de Monzó no causaron gracia las revelaciones en torno al expediente. Recordaron las veces que mandaron a “limpiar” el despacho de la Presidencia de la Cámara de Diputados durante su gestión: aparecían dos o tres personas a revisar el ambiente. Se subían a escaleras y miraban los techos. “Tranquilamente podían haber sido ellos”, subrayan ahora con sorna. Nunca le dieron demasiada importancia. El despacho lo ocupa ahora su amigo Sergio Massa.
Monzó habla seguido con Rodríguez Larreta. El último año, habían tomado la costumbre de almorzar cada quince días. Falta mucho para el 2023. Pero el ex intendente de Carlos Tejedor empezó a trabajar para una eventual candidatura presidencial del jefe de Gobierno, que transita por un camino sinuoso por la crisis del coronavirus, las tensiones internas y su armado nacional y territorial todavía demasiado incipiente.
En la semana, el ex presidente de la Cámara baja avaló la presentación de un proyecto de ley del grupo de diputados que le responde del interbloque de Juntos por el Cambio, encabezado por Sebastián García de Luca -otro de sus principales dirigentes de confianza junto a Frigerio, que en estos días tenía planeado volver a la Ciudad y dejar su aislamiento en Entre Ríos, y Massot-, con una texto alternativo a la avanzada sobre Vicentin por parte de la Casa Rosada.
El análisis político de los dirigentes mencionados en las charlas virtuales que mantuvieron en estos días en torno a la decisión del Gobierno de intervenir y expropiar la empresa agroexportadora -el Ejecutivo ahora busca otra alternativa ante el rechazo judicial y las sorpresivas manifestaciones sociales- concluyó en que Alberto Fernández se desperfiló y se consolidó el poder de La Cámpora.
“No aprovecharon la situación extraordinaria por la crisis. El Gobierno descansó sobre la pandemia”, explican.
El perfil dialoguista que solía caracterizar al Presidente empieza entonces a esfumarse. Los ofrecimientos que, según trascendió en su momento, le llegaron al ex diputado desde el Frente de Todos, desde un ministerio a algún destino en el exterior, y que el dirigente de Carlos Tejedor rechazó con elegancia, quedaron atrás.
La nueva consolidación de la grieta vuelve a apoderarse del debate político y la moderación, que dirigentes como Monzó dicen representar, pierde fuerza. A su lado, sin embargo, no pierden la fe: “Emilio quiere dar la pelea interna e ir por adentro, ojalá gane la moderación adentro de Juntos por el Cambio más que los extremos”.
Seguí leyendo: