A la angustiosa sensación de vacío que provoca el atardecer de un domingo cualquiera, aquel domingo 15 de marzo se le agregó la voz preocupada del Presidente de la Nación. El coronavirus había pasado rápido de ser una “cosa” china a cubrir la bola entera del planeta: el enemigo invisible ya mataba en Europa y los relatos de los argentinos desde España o Italia coparon de repente el flujo de información diario en un in crescendo de alarmas y últimos momentos en las pantallas.
El virus se hizo pandemia en cuestión de semanas. Las declaraciones de Alberto Fernández, entonces, marcaron aquel domingo un quiebre de época; prologaron la experiencia inusitada de un aislamiento total y obligatorio para la población del país que acumularía tres meses y contando. “Paremos la Argentina durante 10 días y quedémonos en nuestra casa”, pidió el Presidente. El coronavirus ya estaba aquí.
Argentina tenía casos desde el 3 de marzo. Cuatro días más tarde, el 7, comenzó a funcionar el conteo de muertos no sólo en el país sino en toda América Latina con la primera víctima fatal, un hombre que había estado en Francia: Guillermo Abel Gómez, 64 años, argentino, internado en el Argerich.
Aquellos “10 días” de Fernández no fueron ni la mitad. El 19 de marzo anunció el comienzo formal de la cuarentena con un decreto urgente a regir a partir del día siguiente. El Presidente estaba acompañado por los gobernadores Omar Perotti, de Santa Fe, Gerardo Morales, de Jujuy, Axel Kicillof, de Buenos Aires, y el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta. Con los últimos dos había hecho el pedido del domingo anterior, en lo que fue la primera de varias fotos donde el mensaje intentó ser que por encima de las diferencias políticas iba a estar la gestión contra el COVID-19. El kirchnerismo y (cierta parte de) el macrismo buscando un símbolo de paz.
“Todos tienen que quedarse en sus casas. Vamos a ser absolutamente inflexibles”, advirtió Fernández. Ese mismo día, la vicepresidenta Cristina Kirchner salió de escena y viajó a Cuba para repatriar a su hija que estuvo bajo tratamiento médico en la isla. Volvió en abril, para retomar las sesiones en el Senado, pero sus apariciones serían pocas. El Presidente puso fecha tope para la cuarentena el 31 de marzo. Pero pocos creían que terminaría ahí. Luego vendrían 7 nuevas fases de aislamiento.
Al cabo de tres meses, la cuarentena reconfiguró de alguna manera el sistema político nacional, no se sabe aún si para siempre. Sesiones virtuales en el Congreso, puentes antigrieta con intendentes del Conurbano y gobernadores de colores diversos, reuniones de gabinetes por Zoom, funcionarios con barbijos y mamelucos.
Las palabras y los conceptos todavía se repiten. Achatar la curva, proteger el sistema sanitario, cuidar a los ancianos, usar tapaboca, evitar viajar en colectivo o subte, salir a correr, quedarse en casa, filminas, respiradores, UTI, volver o no volver a “Fase 1″.
En el centro del ring de la política, dos competidores que el año anterior habían participado en equipos antagónicos durante la cruel lucha de campaña electoral se convirtieron en otro tipo de oponentes: los que dejan de tirarse golpes. “Somos un único equipo”, dijo Larreta en marzo para referirse al manejo de la crisis en tándem con el peronismo de vuelta en el poder.
La pandemia frenó las discusiones anotadas en la lista de temas a tratar previstos en el escenario del 2020 que nunca fue, como el recorte en la coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires. Pero la paz se cortó con la suba de los contagios en el AMBA, allí comenzaron los pases de factura entre Ciudad y Provincia y hasta se amenazó con cerrar los límites entre ambos distritos.
A la luz electoralista y con el paso de los días, la silueta de Larreta cobró en esta pandemia un trazo de proyección nacional, hacia afuera y hacia adentro. Larreta ya no sólo es un eventual o probable rival de Fernández en 2023. También lo es de Macri. Pero mientras Larreta reunió a buena parte del PRO en sus oficinas, Macri solo se mostró virtualmente junto a Elisa Carrió con una foto de 2017 en la que están en un almuerzo cuasi familiar, acompañado por su mujer Juliana Awada.
¿Hubo cambios en la forma de hacer política en Argentina desde que comenzó la pandemia? Responden dos politólogos para Infobae. Marcelo Leiras, profesor de Ciencia Política en la Universidad de San Andrés, dice que no. “La pandemia más bien confirmó los estilos de cada uno de los actores. El Presidente confirmó su posición de hacer un gobierno amplio. La oposición que está a cargo de gobiernos provinciales y locales confirmó su compromiso con los votantes que los habían elegido. Y la oposición que no tuvo responsabilidad de gestión sostuvo el mismo discurso de impugnación del oficialismo sin justificación y con poco apego a los hechos”. Andrés Malamud, argentino que trabaja en el Instituto de Ciências Sociais, de la Universidad de Lisboa, en Portugal, destaca un cambio y una confirmación: “El cambio es que la militancia y la rosca ahora se hacen por Zoom. La confirmación es que la Argentina se gobierna desde y para el Obelisco”.
No sólo fueron reuniones y rosca virtual. Los contagios de María Eugenia Vidal y el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, expusieron la falta de cuidados que se imponen ante la necesidad de “hacer política” en el territorio real. La reunión de la ex gobernadora con referentes de Juntos por el Cambio y los viajes de Alberto Fernández con el Gabinete por ciudades y provincias de todo el país mostraron que los riesgos que corren los dirigentes son muy altos.
El Presidente quedó a un grado de separación del virus de Insaurralde vía Daniel Arroyo. Finalmente al ministro de Desarrollo Social el hisopado le dio negativo. “Hay que tomar más precauciones”, reconoció el funcionario. Esa misma semana, después de conocerse la enfermedad de Vidal, el médico presidencial finalmente le recomendó a Fernández limitar sus movimientos laborales a su oficina en Olivos. Fue justo el día 90 de cuarentena.
El trabajo en conjunto de gobierno y oposición se vio bastante lubricado con los operativos DetectAR, entre las carteras de Salud de Nación y Ciudad, sobre todo para armar cortafuegos en las villas porteñas. Sucedió, casualmente o no, después de que la tensión alcanzara su pico por el tránsito entre Ciudad y Provincia y cuando se no se había contemplado plan alguno para los barrios populares en ambos distritos.
La situación se coronó, simbólicamente, con la muerte de Ramona Medina, referente de la zona del bajo autopista de ese barrio, que avisó que sin agua la gente se iba a morir y finalmente ella fue el ejemplo de la tragedia. Días más tarde el lado más penoso del conurbano bonaerense quedó al desnudo cuando se conoció un brote de casos en Villa Azul, entre los partidos de Quilmes y Avellaneda.
Y también se reflejó otra vez la desidia estructural, después de la polémica por las acordadas del Poder Judicial que permitieron beneficios a detenidos, como prisiones domiciliarias, para evitar contagios masivos en las cárceles, cuyo punto cúlmine fue un motín en la unidad penal federal de Villa Devoto.
Un cacerolazo de alto volumen en gran parte del país, la noche del 30 de abril, detuvo para siempre los intentos de salida en las cárceles, que incluían fallos en favor no sólo de delincuentes “comunes”, también de represores condenados por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura y violadores.
La actitud sanitarista de Larreta -más allá de la flexibilización de las últimas semanas de junio- sacudió la supuesta calma interna de Juntos por el Cambio, al menos los primeros meses de cuarentena. El jefe de gobierno porteño se despegó de la armada recia del PRO varias veces, una de las últimas durante un Zoom organizado por la Coalición Cívica: “No es una situación para sacar ventajas políticas. Que otros lo hagan, no me van a llevar a mí a tener esa conducta”.
¿Será posible un nuevo estilo para gobernar, con nuevos consensos, dada la experiencia en tres meses de aislamiento? “Haber gestionado en conjunto va a generar experiencia y disposición que va a facilitar el arribo al consenso en el futuro”, consideró Leiras, aunque con un asterisco: “Estará apoyado por la gestión conjunta en la pandemia. Dependerá mucho del resultado. Si consigue evitarse un pico de casos traumático eso va a dejar una memoria grata a partir de lo cual va a poder construirse cierta cooperación posterior. Si no se pudiera evitar, seguramente los aspectos conflictivos son los que van a pesar más en el recuerdo y eso no va a servir como un capital en el cual apoyarse”.
Para Malamud no habrá nuevos paradigmas. “Probablemente no en el corto plazo, porque la recesión alimentará a los halcones de ambos sectores”, analizó, aunque dejó un halo de luz para los años venideros: “Queda la experiencia para reintentar en el futuro”.
Las diferencias de Juntos por el Cambio con el kirchnerismo, especialmente con Kicillof, más dialécticas que prácticas, llegaron en las últimas etapas de extensión cuando los casos comenzaron a crecer fuerte en el AMBA. Los trabajadores bonaerenses representan el 25% del movimiento del transporte público de ingreso y salida de Capital. El Gobernador y Sergio Berni, su ministro de Seguridad, protestaron por la “cuarentena liviana” del territorio porteño, cuyo ícono fue el permiso a los corredores a dar vueltas por los parques sin barbijo. El viceministro de Salud bonaernse, Nicolás Kreplak, dijo que si por él fuera firmaría un aislamiento hasta el 15 de septiembre.
“¿Se puede salir a correr, que no es de vida o muerte, y no se puede salir a buscar el mango?”, dijo Kicillof a Infobae. Para el gobernador, cortar la circulación de gente sería el modo más efectivo de evitar la propagación del COVID-19 y evitar la saturación de la atención en las terapias intensivas, que cruzó la barrera del 50% de camas ocupadas esta última semana. La discrepancia con el método más abierto que mostró Larreta en los últimos tramos de esta cuarentena no hizo que el gobernador evitara el elogio en esa misma entrevista con este medio: “No tengo nada con Larreta, hablo todos los días, está muy bien, creo que ha hecho muchísimas cosas bien”.
Parte de la flexibilización en tierra porteña nació de la presión de comerciantes y trabajadores ante las dificultades económicas. El empleo cayó entre febrero y abril. En marzo, la cantidad de asalariados formales en las empresas se redujo 0,8% (48 mil puestos menos) -la mayor caída mensual desde 2002-, y se consolidó en abril (-0,6%, la más pronunciada para un mes de abril desde 2002), según la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. Las persianas bajas en las zonas comerciales de la Ciudad de Buenos Aires crecieron. Vidrieras tapadas con papel de diario, carteles de adiós y agradecimiento por años de servicio .
“La economía se destruye por la pandemia, no por la cuarentena”, remarcó a principios de junio Alberto Fernández. No fue la primera vez ni sería la última. “Gracias a la cuarentena, logramos que al malestar económico no se le sume el padecimiento de salud, de vidas, de muertes”, cerró el concepto el Presidente aquella vez, durante una visita a Villa La Angostura. Y repitió, con un tono que alguien definió como neoalfonsinista, que “no es grato restringir actividades” y volvió a pedir “paciencia”.
El Ingreso Familiar por Emergencia (IFE) cubrió como una manta corta la necesidad de una parte de los trabajadores. “Ha logrado evitar que entre 2,7 y 4,5 millones de personas caigan transitoriamente en la pobreza”, tuiteó el ministro de Economía Martín Guzmán. El IFE son 10 mil pesos y llega a 8,3 millones de personas, según cifras oficiales. Para las empresas también hubo una soga. El Gobierno nacional creó la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP) para ayudarlas a pagar los salarios. En mayo fueron 2,5 millones los trabajadores alcanzados por esta decisión.
¿Es más fácil gobernar en cuarentena? Malamud considera que sí. “Las emergencias crean oportunidades para los gobernantes”, respondió a Infobae. Leiras opina lo contrario: “Es mucho más difícil gobernar durante la pandemia. Produjo un daño económico enorme y la dificultad de estar encerrados. Existe sí la gratitud de quien está preocupado por la salud y busca formas de evitar que haya un daño a la salud pero es más difícil”.
La pandemia tuvo escenas políticas de terremoto en los cimientos de Fernández y Larreta. Temblaron las oficinas del ministerio de Desarrollo Social nacional y las del Ministerio de Salud porteño con compras con sobreprecios en alimentos y barbijos, respectivamente, lo que valió la apertura de investigaciones judiciales y el fin de la fuente laboral para unos cuantos funcionarios.
Y se derrumbó la superficie sobre la que pisaba Alejandro Vanoli, titular de la ANSES, reemplazado a fines de abril por Fernanda Raverta, después de la (des)organización del pago de haberes en los bancos. El error y el caos de gente, sobre todo adultos mayores amuchados en cuadras de zonas comerciales del conurbano bonearense, finalmente no tuvo consecuencias en la curva de contagios: perjudicó más el joven que llegó de sus vacaciones por Estados Unidos y en lugar de aislarse fue al cumple de 15 de su prima en Moreno, contagió a 20 personas y murió su abuelo.
Justamente el conurbano exhibe la polarización de las historias. Al principio, la mayor cantidad de casos se dieron en la zona norte, con enfermos que habían sido atrapados por el virus en el exterior y sus contactos estrechos. Luego se expandió al sur y al resto de las zonas, pero ya los principales afectados pasaron a ser los más pobres, los que viven en peores condiciones de higiene y habitabilidad.
“A nosotros la pandemia nos cambió para tener en cuenta los cuidados de prevención y distanciamiento en las reuniones, pero lo cierto es que de alguna manera profundizó nuestra agenda y la forma de hacer política: poder estar más cerca de los que más necesitan”, respondió Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, a la consulta de Infobae. “Esta crisis sanitaria nos permitió estar en esos lugares y plantear temas como la urbanización de barrios populares. Si algo quedó claro es que la urbanización de las villas tiene que ser una política de Estado”, remarcó.
“Hemos encontrado ámbitos de diálogo para ponernos de acuerdo sobre cómo enfrentar la enfermedad y trabajar en equipo aún con tensiones lógicas, ese es un cambio relevante en la forma de hacer política que vemos con la pandemia”, comentó a este medio el intendente de Vicente López, Jorge Macri, para quien, en coincidencia con Leiras, las dificultades para gobernar crecieron en tiempos de coronavirus: “Sin dudas es mucho más difícil gobernar en el marco de esta pandemia. Tuvimos que aprender muchas cosas que no sabíamos, incorporar especialidades y reordenar. Ajustar presupuestos, achicar gastos, preparar hospitales de campaña o lugares especiales de aislamiento. Todo eso hacerlo en el marco de una crisis económica, sin dudas ha sido más difícil y un desafío”.
A la par de la negociación por la deuda el rol de protagonista que se preveía para 2020 en el ministro de Economía, Martín Guzmán, pasó al cuerpo del kirchnerista originario Ginés González García y a su compañera de equipo, la infectóloga porteña Carla Vizzotti, la “número 2″ del Ministerio de Salud, que se convirtió en la voz del reporte diario todas las mañanas pasadas las 9.
El gobierno se rodeó de infectólogos de prestigio, nuevas caras conocidas para la población. Los sectores críticos de la cuarentena apuntaron al Presidente por la política de combate al coronavirus con un tiro que rozó a los médicos del comité asesor. Trescientas personalidades de la política, la ciencia, el periodismo y el campo intelectual firmaron una carta desde la cual se advertía un peligro para la democracia y calificaron la etapa del gobierno en cuarentena con el neologismo “infectadura”.
No fue la única crítica que recibió el gobierno sobre las decisiones apoyadas sobre el criterio sanitario encima del económico. Diversos economistas, especialmente de la oposición, cuestionaron que Alberto Fernández no haya confeccionado un comité de asesores en esta materia. “Es peligroso que el Gobierno se haya enamorado de la cuarentena como instrumento”, remarcó el ex ministro de Economía Alfonso Prat-Gay.
Exactamente en la mitad de junio, Kicillof tenía el 46% de las camas de terapia intensivas ocupadas, con un crecimiento diario del 2,7%; una curva que proyectaba un colapso en 60 días. La discusión pasó a ser cómo modificar las restricciones en los movimientos de la gente en el AMBA, donde la ocupación al 19 de junio era de 54%, sin que se paralice todo y se coseche el malestar popular y sin que se termine la oferta de respiradores. Por eso los ministros de Salud consensuaron en administrar la misma información y desinflamar el conflicto ante la opinión pública.
A pesar de la gestión conjunta y los buenos modales, Alberto Fernández admitió su disgusto con el permiso a los “runners” en CABA y Larreta aceptó que podría hacer una revisión; por lo pronto amplió el horario para que haya más espacio y los corredores no se junten tanto. “Cuando los canales de noticias transmitían cómo estaba Palermo, le escribí a Horacio y le dije: ‘Che, Horacio, esto así no funciona’”, contó el Presidente en una entrevista radial. Aunque rápidamente aclaró: “Por supuesto vamos a seguir trabajando juntos y entiendo también su situación, pero esto que ha hecho de liberar, liberar, liberar se traduce en más y más contagios”.
En esa misma entrevista habló de su vicepresidenta, Cristina Kirchner, cuyo perfil se mantuvo durante los tres meses de cuarentena casi siempre a vuelo rasante. “Con Cristina conversamos, la valoro mucho y me ayuda mucho, pero las decisiones las tomo yo”, dijo el Presidente cuando desde la oposición marcaron que detrás de la expropiación de Vicentin está la ingeniería mental de ella.
Kirchner viajó el 20 de marzo, día de inicio de la cuarentena, a Cuba, donde todavía estaba su hija Florencia. Volvió, cumplió la cuarentena y luego viajó hasta Olivos para ver a Alberto Fernández. Más tarde ganó protagonismo durante el debate sobre si las sesiones del Congreso debían ser virtuales o físicas.
“No nos agrada a ninguno pero no hemos encontrado otra forma”, dijo la ex Presidenta durante la primera sesión de la nueva era Covid. Desde su sillón de jefa de la Cámara, también protagonizó un paso de comedia sarcástica cuando le respondió “senador” a la tucumana Silvia Elías de Pérez, que la llama “Presidente” y no “Presidenta”, como Kirchner le reclamaba. No ocurrió lo mismo en Diputados, que tuvo dificultades técnicas hasta poder sesionar de manera remota. Finalmente se pudo y, presidida por Sergio Massa, la Cámara Baja lo hizo dos veces, en mayo.
El futuro político de la Argentina está abierto y, en cierta medida, depende de los resultados finales en la lucha contra el coronavirus. ¿Quedará algo de esta experiencia cuando todo pase a una nueva normalidad? Leiras cree que “es difícil estimar”. Considera que depende de cuánto se extiendan las restricciones. “No se sabe cuánto va a afectar la extensión a la paciencia y al ánimo de cada uno de nosotros y también cuál va a ser la magnitud del daño económico”. “Lo que va a dejar esto es el desierto de la recesión económica y la experiencia de la cooperación política”, arriesga Malamud.
El cráter económico unifica los criterios entre ambos politólogos. “Todo lo que quede hay que multiplicarlo por la crisis económica profunda que este gobierno heredó. Es difícil prever cómo puede terminar todo. Existe la creencia en alguna gente que la pandamia nos va a invitar a reflexionar sobre el modo en que vivíamos y a hacer reformas. Me parece que esa conjetura, que muchas veces sostuvo Fernández, es optimista. Pero quizá apresurada”, considera Leiras.
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