Para volver a ganar, hay que cambiar. Para que la gente vuelva a confiar, hay que cambiar. Para poder ampliar la capacidad de representación en la sociedad, hay que cambiar. Deconstruir una identidad, rediseñarla, moldearla con nuevos integrantes y con liderazgos diferentes. Esa es la idea que atraviesa a Juntos por el Cambio en la provincia de Buenos Aires y que se extiende más allá de sus límites geográficos.
María Eugenia Vidal, jefa política de la oposición en el territorio bonaerense, tiene la clara intención de renovar el espacio. Eso implica abrirlo hacia el peronismo, contener a todas las posturas -incluso las más extremas - y lentamente caminar hacia una nueva identidad que se aleje de la que supo liderar Mauricio Macri con la coalición que armó en el 2015 para llegar a la presidencia.
La ex gobernadora es solo uno de los liderazgos vivos que hoy tiene la oposición. Pero no es uno más dentro del ala más flexible del espacio político. Forma un tándem con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Ambos son las caras visibles de un cambio generacional interno. De una renovación de la que quedarán exentos pese a tener encima el peso de la gestión de los últimos años. En las bases del esquema político empujan un cambio de liderazgos después de cuatro años donde Macri fue el capitán del barco.
El ala más flexible o negociadora es solo un sector dentro de Juntos por el Cambio. Porque la ex ministra de Seguridad y actual presidenta del PRO, Patricia Bullrich, es otro de los liderazgos del esquema opositor. Es la punta de lanza del ala más dura. Desde que comenzó la gestión de Alberto Fernández es la voz opositora más confrontativa. A ella se refiere el Presidente cuando habla de la oposición que critica por Twitter. A ella y a otros dirigentes que no tienen un cargo en el Estado pero levantaron la bandera del PRO mientras el jefe de Estado recién empezaba a desandar sus primeros meses de gobierno.
¿La renovación de liderazgo implica un enfrentamiento con Macri? Puede ser. Dependerá de lo que el ex mandatario quiera hacer en los próximos meses. Si pretende pelear por el liderazgo de la coalición -rol que supo tener durante cuatro años y que hoy ya no tiene - o si da un paso al costado, colabora con un armado distinto y aporta desde su lugar de ex presidente, pero sin meterse en la puja de poder interna por la conducción de la oposición.
La disputa por los liderazgos es normal dentro de cualquier espacio político que no tenga definido quién manda dentro del esquema de poder. Eso es lo que sucede hoy. Macri mantiene el perfil bajo pero está activo. Tiene reuniones por Zoom con los dirigentes del PRO y con la mesa nacional de Juntos por el Cambio. En las arterias de la coalición da vuelta la pregunta sobre qué hará el próximo año. ¿Será candidato a diputado nacional por CABA? ¿Por qué lo sería? ¿Para tener fueros? ¿Para encontrar un escritorio desde donde reconvertirse y conducir al ejército opositor? Las preguntas giran como un trompo. Nadie tiene la respuesta.
La pandemia quedará atrás. En algún momento el coronavirus será parte de la historia y el rediseño de Juntos por el Cambio pasará a ocupar un lugar de mayor prioridad. Sobre todo teniendo en cuenta que el próximo año hay elecciones legislativas, comicios que son un punto de partida para las elecciones presidenciales del 2023.
Así se piensa en la política nacional. Mientras tanto gestionan. Todos. Pero ningún dirigente con vocación de poder puede relativizar el impacto de las elecciones de medio término. En el 2017 Cristina Kirchner pateó el tablero e inició un camino que desembocó, dos años después, en la Casa Rosada. Solo un ejemplo de la importancia que tendrá el 2021.
La versión de la oposición que peleó la elección del año pasado con el Frente de Todos ya no es competitiva. La gente le dio vuelta la cara, la estrategia no dio resultados y los liderazgos se percutieron. Además, la marca Cambiemos o Juntos por el Cambio, como lo bautizaron en el año electoral, está íntimamente vinculado a la mala gestión económica del ex jefe de Estado.
Por lo tanto el objetivo es diseñar una nueva identidad de la coalición. Hacerlo sin que haya filtraciones de dirigentes o peleas estruendosas. Por eso Vidal, un grupo de intendentes y otro de dirigentes nacionales que están afirmados en suelo bonaerense dedican parte de su tiempo a contener a los propios. Lo que implica escuchar sus preocupaciones y marcar un rumbo, una línea por donde caminar. Buenos Aires es una provincia clave para utilizar de base de un nuevo proyecto.
Para que ese proceso tenga algún sentido es importante que en algún momento llegue el tiempo de la autocrítica profunda y grupal. Un ex funcionario vidalista lo definió así: “Tenemos que saber por qué nos tocó irnos y para qué queremos volver. Hace falta una mirada autocrítica y ver qué vamos a hacer en el futuro. Qué le vamos a decir a la gente”.
La pandemia congeló esa etapa que podría haberse dado en los primeros meses del año, después de la derrota electoral. El tiempo que queda para llevar a cabo la autocrítica es entre el final de la cuarentena y las elecciones legislativas. Pocos meses para repasar cuatro años de gestión que no fueron revalidados por los argentinos ni por bonaerenses.
El mismo ex funcionario del gobierno bonaerense insistió con la idea de la autocrítica como parte fundamental del proceso de reconstrucción: “Tenemos que ver si compartimos el destino. ¿Para qué nos juntamos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué nos une? ¿Qué Cristina Kirchner no sea presidenta? La política es mucho más que eso”. En Juntos por el Cambio tiene que haber un proceso ordenador. Aún no empezó.
Otro de los temas que trae aparejada la deconstrucción es el lugar que cada sector debe tener dentro de la oposición. Quiénes deben estar en primera línea si el objetivo es volver a enamorar al electorado. Un reconocido legislador en el micromundo amarillo lo expresa en pocas palabras. “En el espacio tienen que aparecer caras nuevas o caras que no están en el primer plano, pero que ya están dentro del esquema. No podemos tener a Patricia (Bullrich) y a Miguel (Pichetto) en primera línea pero tienen que estar adentro”, advirtió.
Un ejemplo que da vueltas en el mundo opositor lo tiene a Sergio Massa como protagonista. Juntos por el Cambio no puede prescindir de dirigentes que apoyan la postura más radical que representa Bullrich. Porque, en un futuro, podría perder una elección por no tenerlos. Lo mismo hizo el kirchnerismo un año atrás. Prefirió dejar de lado las enormes diferencias que tenían con el fundador del Frente Renovador porque sin él –y su espacio político– ponían en peligro el triunfo. La diversidad y la capacidad de representar diferentes sectores de la sociedad fue una de las claves de la victoria del Frente de Todos. En la oposición tomaron nota.
Pensar distinto no es sinónimo de interna. En Juntos por el Cambio asumen que todas las voces que hoy están en el espacio tienen que seguir estando. Nadie afuera. Todos adentro. Discutir. Enfrentarse. Pero siempre dentro de los límites del espacio político. Que se doble pero que no se rompa. Esa es la gimnasia que pretenden instalar. Es el ejercicio interno que empujan desde la provincia de Buenos Aires. Eso les permitirá capturar a los sectores de la población que tienen ideas más conservadoras y los que pretenden una representación más de centro. Y, si se puede, tener adentro alguna expresión más progresista que les permita romper el muro del medio.
La idea de amplitud y consenso se mantiene presente en todos los rincones de la oposición. Algunos deberán empezar a comprender que la búsqueda de aliados peronistas es una decisión que está guardada en la mesa de luz de Vidal y Larreta. Lo deberán digerir en el radicalismo y la Coalición Cívica. Tendrán que entender que para volver a transitar el camino hacia al gobierno tienen que ser distintos.
Una voz muy escuchada por Vidal lo definió así: “Para volver a ganar una elección y para volver a ser gobierno hay que abrirse. Ser más pragmáticos. Ser peronistas”. Contener a todos aquellos dirigentes que Alberto Fernández y Cristina Kirchner no contengan. A eso apuntan. Una tarea extremadamente difícil. Si hay algo que saben hacer del otro lado de la vereda es contener la diversidad de posturas. Lo demuestran cada día en el Frente de Todos .
La apertura hacia el peronismo es un objetivo claro que no se puede llevar a cabo este año por un simple motivo: hoy a ningún peronista bien educado se le ocurría moverse del oficialismo o de su alrededor. El año electoral y el escenario que aparezca luego de la pandemia será otra historia.
Los representantes del peronismo que quieren en la oposición tienen que tener tatuada en el cuerpo la moderación. Que caminen por el medio, que sean racionales, que aporten trabajo territorial. Como dijo un intendente bonaerense de Juntos por el Cambio, “el peronista que dice que cuando llueve es que cae agua de arriba hacia abajo, vale oro”. La búsqueda no está abierta. Al menos, no del todo. En el año electoral los engranajes de la rosca política necesitarán un poco de aceite para funcionar las 24 horas.
La apertura es el principal eje de la deconstrucción. El camino contrario al que siguió Cambiemos en sus años de gestión. El cambio de liderazgos es la discusión interna que se avecina. El rediseño de la identidad partidaria es una necesidad, un obstáculo que deben saltar para poder tomar distancia de la idea que hay en el inconsciente colectivo sobre lo que fue Cambiemos en el pasado reciente. Para eso hay que mostrar que algo cambió.
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