Las fotos iniciales del nutrido operativo policial para aislar Villa Azul provocaron inquietud y malestar en dirigentes de movimientos sociales ligados al oficialismo. El coronavirus había gatillado la alarma temida en un barrio popular del Gran Buenos Aires. Un barrio relativamente “chico”, de unos cuatro mil habitantes -separado apenas por el acceso Sudeste de otro que casi lo cuadruplica en población- pero con escaso desarrollo de organizaciones políticas y sociales. Es decir, con control en duda. Hubo rápidas e intensas gestiones para amortiguar el impacto de la medida. Y afloró alguna tensión: calificación de gueto, gestos para evitar la polémica y hasta un rudimentario ejercicio de discurso ideológico al aclarar que no habría diferencias entre villas y countries.
Parece claro que lo más preocupante es el alerta sanitario que representa el nivel y velocidad de contagio en Villa Azul. Anoche, el registro llegaba a 145 contagiados. Frente a ese barrio, Villa Itatí asoma con unos 15 mil habitantes. Allí, dicen fuentes oficiales, comenzarán ahora testeos masivos. Parece claro también, y de hecho lo confirman algunas fuentes oficiales, que se actúa en el día a día.
Hay incertidumbre sobre la real dimensión de la circulación del virus en esas áreas. Todos coinciden en señalar que “se sabía” que lo peor está por venir. Y tal vez llegando. Existe altera en el entramado de intendentes, movimientos sociales, iglesias Católica y evangélicas, y otras organizaciones comunales. Lo inexplicable es la demora en el testeo a mayor escala y lanzado a la “búsqueda” –no a la espera- de señales en concentraciones urbanas donde- era evidente desde el primer día- resultaba muy complicado imponer la cuarentena rígida y casi imposible extender el aislamiento en el tiempo.
Del mismo modo, resultó llamativo que recién a partir del impacto de Villa Azul fuera creado o formalizado un comité de crisis entre funcionarios de la Nación y de la Provincia, junto a intendentes y representantes de organizaciones sociales, muy afirmados en buena parte del GBA pero apenas desarrollado en este barrio: alguna presencia del Movimiento Evita, la CCC y no mucho más. Con todo, la sensación de sorpresa superó el caso en sí mismo si se considera el armado urgente del comité referido, con un agregado: la consigna difundida es avanzar en la “detección temprana”, a más de dos meses de iniciada la cuarentena general.
Hay a partir de allí una zona discursiva que resultó sacudida. Puso en crisis la idea de colocar la General Paz como un límite de confrontación entre modelos, cargando las tintas desde La Plata y desde el núcleo del kirchnerismo sobre la situación de los barrios populares de la Capital. El ejercicio de convivencia y unidad, con las presentaciones de Alberto Fernández flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, también venía entrando en crisis. La última entrega fue significativa, con la larga exposición del gobernador bonaerense y el renovado cuestionamiento, con ese marco, a la gestión de María Eugenia Vidal.
Había prevenciones. Está claro, se había dejado trascender, la inquietud y la puesta en guardia, esta vez, de la primera línea de Juntos por el Cambio. De inmediato, el sábado por la noche y casi en los últimos minutos del anuncio del nuevo capítulo de cuarentena, los principales dirigentes opositores, nacionales y de la provincia, cruzaron con dureza al gobernador. Mauricio Macri quedó exceptuado de la andanada tuitera. Y un día después, cuidando las formas, habló del tema el jefe de Gobierno porteño.
Pero fuera de esos cruces, el caso de Villa Azul fisuró cierto libreto ideológico. Y fueron necesarios cuidados internos para evitar un debate doméstico en el oficialismo, que por otra parte lo trasciende. Las afirmaciones del gobierno bonaerense –no sólo Kicillof, sino también Sergio Berni- sobre la voluntad de actuar del mismo modo frente a cualquier situación similar abre enormes interrogantes sobre la capacidad operativa si ocurre en simultáneo y la voluntad política para encarar el tema.
El malestar fue evidente en boca de Daniel Menéndez, dirigente de Barrios de Pie y funcionario nacional. Habló de “gueto de pobres”, especialmente molesto por el despliegue policial y la idea de encierro. Ese mismo malestar inicial, pero sin expresión pública, recorrió a otras organizaciones sociales alineadas o vinculadas con el Gobierno.
Fernando Chino Navarro, también funcionario, buscó bajar el tono polémico. Pero él mismo y al menos otro dirigente de movimientos sociales estuvieron en el lugar, para evaluar la situación y facilitar un virtual acuerdo con referentes locales y autoridades sobre el duro aislamiento. Existen prevenciones y temores de los habitantes de los barrios populares, según registra el Gobierno en los lugares donde empiezan a extender los testeos
Desde el arranque de la cuarentena, asomaron indicios de las dificultades en los barrios populares. Y dirigentes de los movimientos más extendidos y organizados plantearon el tema al Gobierno, en reuniones formales y en el contacto a diario de varios de ellos que son funcionarios, sobre todo en el área que encabeza Daniel Arroyo. La Jefatura de Gabinete y el ministerio del Interior también tuvieron registro directo.
La síntesis era más o menos esta: cuarentena en el barrio –comunitaria y de hecho- pero no aislamiento colectivo. También las autoridades porteñas, en reserva, rechazaron la idea de frontera de aislamiento entre esos barrios y el resto de la Ciudad. El fantasma del gueto aparecía en el discurso más reaccionario con reflejo tuitero. Pero el cuadro “explosivo” y la falta de desarrollo de redes contención en Villa Azul, según admiten fuentes oficiales, terminaron generando allí el aislamiento más duro.
En las últimas horas, se intensificaron los contactos virtuales y directos entre el Presidente, Kicillof y algunos intendentes, además de Sergio Massa. El impacto en el principal conglomerado urbano del país ocupa el primer renglón de preocupaciones sobre el coronavirus. También, las estribaciones políticas y, en ese terreno, evitar que desajustes internos suenen hacia fuera.
En algunos casos, hasta parece haber confusión o mensaje limitado a la propia platea. El gobernador bonaerense se encargó de responder sin decirlo a la incomodidad que generó el concepto de gueto asociado a la pobreza. Y advirtió que el mismo criterio de aislamiento correría para un country o para un edificio. Tal vez buscó mostrar desprejuicio, aunque apenas disimuló, precisamente, el prejuicio ideológico. El problema, además de práctico, demandaría algún debate de ideas sobre límites del aislamiento.