Los encuestadores pasaron a tener un trabajo de riesgo. Con tanto sondeo fallido que hubo en los últimos tiempos, la actividad perdió glamour, pero el caso de Eduardo Fidanza es distinto porque más allá de las encuestas de Poliarquía, la consultora que fundó y codirige, este sociólogo amplió las fronteras de su oficio al convertirse en uno de los mejores analistas políticos del país.
Su curriculum dice que se recibió de licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y que obtuvo un diploma de especialización en Sociología del Desarrollo en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, en Madrid, España. Fue profesor titular de la UBA, donde creó una cátedra sobre el pensamiento de Max Weber, que impartió durante más de dos décadas. Es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo y durante cinco años escribió una columna de análisis político en el diario La Nación. Hoy lo hace en el diario Perfil y, además de seguir trabajando en Poliarquía en cuarentena, está entusiasmado escribiendo un libro.
En la entrevista con Infobae, Fidanza pone la lupa sobre el peronismo, la figura y en la imagen de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y la oposición. Además, se muestra como un defensor entusiasta de la actividad política, a la que reivindica con frases como esta: “La política tiene que ser cuestionada en sus errores, pero tiene que ser defendida en su sentido”.
-¿Se rompió la tregua entre oficialismo y oposición que existía al comienzo de la cuarentena?
-En el momento inicial de la cuarentena había un consenso amplio, lo que llamo “consenso instrumental”: los poderes a nivel nacional, provincial y municipal han mantenido un diálogo aplicado a encontrar los medios y las políticas para superar esta pandemia y hacen administración de la crisis. Al principio eso era también un consenso político. Ahora ese consenso instrumental se mantiene, más allá de las tensiones, pero superpuesto con un disenso político. Parece que la política se desperezó y empezó a desarrollarse con la misma dinámica que conocemos y también involucra a los sectores más radicalizados de cada fuerza.
-¿Cómo impacta en los liderazgos políticos esa dinámica?
-Hemos vuelto a una suerte de bipartidismo, no de partidos políticos sino de coaliciones de gobierno. Las dos fuerzas han acaparado el 90 por ciento de los votos en la última elección, pero estas coaliciones no tienen nítidamente definidos sus liderazgos. En el Gobierno está claro que coexisten el poder presidencial con el de Cristina Kirchner, y en la oposición, un dato muy significativo es la caída abrupta de la imagen de Mauricio Macri. En cierta manera ha desaparecido de la escena política y tiene en las encuestas la caída más abrupta de un dirigente político en los últimos tiempos. Pero, contradictoriamente, crece la imagen de Horacio Rodríguez Larreta, que representa un fenómeno interesante de lo que llamo consenso instrumental: la gente percibe que tanto el jefe de Gobierno porteño como el Presidente están mancomunados para resolver la pandemia. Sin embargo, como los movimientos políticos de Rodríguez Larreta no están explicitados, la opinión pública no los percibe y tampoco es tan nítido el liderazgo en la oposición.
-¿Qué trae aparejado lo que está pasando en las dos coaliciones?
-La consecuencia es que las dos fuerzas políticas tienen un comportamiento un poco errático, dependiendo de qué liderazgo prevalezca, y ambas están atravesadas por estilos distintos: hay sectores moderados en el oficialismo y en la oposición, pero también hay sectores radicalizados. Antes de la pandemia, la popularidad de Alberto Fernández y de Rodríguez Larreta se había disparado, y ahora todavía más, por lo que se podría pensar que es por un estilo de moderación política, de búsqueda de diálogo, de apertura. Se valora que dos dirigentes, frente a una catástrofe, se puedan sentar juntos y privilegiar la resolución de los problemas por encima de las diferencias. Estos estilos podrían prevalecer, pero hay que ver cómo evolucionan en un contexto social y económico muy difícil. Está claro que ellos están prevaleciendo sobre estilos más duros y que tanto Cristina Kirchner como Macri han quedado asociados a la grieta, a ser representantes de dos modelos de país que se presentan como excluyentes. Yo digo que son países imaginarios.
-¿Qué buscan los sectores más radicalizados del kirchnerismo?
-En el kirchnerismo y en el cristinismo, además de una acción concreta de la ex presidenta por las causas que tiene, hay declaraciones que no se sabe si son para preocupar a los sectores más radicalizados de la oposición o si en realidad es el anticipo de una acción concreta. Como lo que dijo la diputada Vallejo respecto a una eventual participación accionaria en las empresas que el Gobierno esta ayudando o algunas declaraciones en torno de la Justicia. Hay un componente fáctico, no ideológico, en este momento, que llamo “el momento socialista”, no solamente en la Argentina sino a nivel mundial. Los Estados adquieren muchísima importancia y salen al salvataje del sector privado de la economía, que está en suspenso por la cuarentena. Esta ayuda es ambigua: ¿es una ayuda concreta para luchar contra la desocupación y otros problemas económicos, o lo van a aprovechar para avances totalitarios? Esta es una discusión en todo el mundo. Aquí tiene su réplica y está personalizada en torno de Cristina Kirchner.
-¿Si se agrava la situación económica pueden reforzarse los liderazgos más radicalizados?
-Hay un horizonte que no debemos descartar que es el de la protesta social y del hartazgo social, no solamente en la Argentina. ¿Cómo terminó 2019? Con protestas sociales que atravesaron el mundo. Podíamos escuchar a un jubilado que protestaba en una plaza pública en Irak porque no podía vivir con su jubilación de 400 dólares, mientras que en Hong Kong se protestaba contra la falta de libertad y en Chile, contra la regresión de los ingresos. Pero los argentinos en lugar de protestar fueron a votar y eligieron otro gobierno. Aun así, si bien el peronismo tiene una capacidad de amortiguación de la protesta por su capilaridad social y sus componentes movimientistas, no se puede descartar una ola de protestas sociales muy intensas que puede arrastrar todos los liderazgos, los más moderados y los más radicalizados, como sucedió en 2001.
-¿Qué réditos políticos le da al kirchnerismo endurecerse en medio de esta emergencia?
-El kirchnerismo ha sido ambiguo. Para aquellos que dicen terminaremos como en Venezuela, hay que aclararles que la ex presidenta lo primero que hizo fue acatar la decisión de las unas en su momento y se fue a su casa, el kirchnerismo nunca cerró las cámaras legislativas, no persiguió físicamente a sus opositores y se mantuvo dentro de un juego político con una concepción de lo que se puede llamar las democracias radicalizadas, pero dentro del sistema. Hoy mismo, Cristina Kirchner apoya como el resto del oficialismo, pero también la oposición, las leyes para permitirle al Gobierno renegociar la deuda. El consenso ahora es el FMI, que se ha convertido en un amigo. Parece claro que la ex presidenta busca limpiar sus causas judiciales. No me parece tan claro que el kirchnerismo esté embarcado en una especie de aprovechamiento de este momento, el “momento socialista”, para cambiar las reglas de juego. En el capitalismo argentino, la presencia del Etado ha sido siempre muy protagónica. Nuestro problema no es ser como Venezuela, nuestro problema es ser Argentina y caer en nuestras conductas seculares, históricas.
-¿Los niveles de pobreza, que, según se estima, pueden llegar al 50% son una garantía de una continuidad del peronismo?
-Hay un interrogante que es cómo le irá a un peronismo en situación de escasez. Si partiendo de una situación difícil, encontrará la formula para salir de ella y con una situación internacional muy compleja. Menem asume en un momento muy complicado de la economía argentina, con hiperinflación, pero encuentra la fórmula de la convertibilidad, tiene un quinquenio muy favorable, gana elecciones y se fortalece. Duhalde y Néstor Kirchner también soportaron una situación crítica inicial, pero después hay una recuperación, en este caso por una condición excepcional que fueron los commodities, y se prolonga en el gobierno de Cristina Kirchner, que llega con dos años de recesión mundial, pero desde 2010 hay una recuperación espectacular. Hoy, sin embargo, tenemos un gobierno peronista enfrentando una situación de escasez dramática y que tiene algunas luces: por ejemplo, la posible reestructuración de la deuda y la balanza comercial de la Argentina. El país tiene superávit, aunque es cierto que lo tiene porque se caen las importaciones por las retenciones. Hay que ver si este peronismo en la escasez puede prosperar políticamente.
-¿A la oposición le conviene tener enfrente a un peronismo de la escasez?
-La oposición ha logrado mantenerse cohesionada, lo que no es poco. Partió de un piso del 40 por ciento de los votos, que fueron otorgados a Macri por razones no económicas sino por razones políticas. Parte de ese piso no tiene un liderazgo nítido, pero la política tiene cambios y muchos de esos ellos ocurren al ritmo de la situación económica. Entonces no descarto que, si hay condiciones económicas malas y el Gobierno no puede restablecer niveles de bienestar, la oposición pueda tener chances en las elecciones de 2021. Un gobierno peronista tiene mayor fortaleza que un gobierno no peronista en la Argentina, pero este es un gobierno peronista que, por más fortaleza que tenga, enfrenta un horizonte económico nacional y mundial muy complicado.
-¿Sigue pensando que Alberto Fernández puede ser como el español Adolfo Suárez, “un hombre que desde adentro del régimen termina con el régimen”, como usted lo definió?
-Las comparaciones siempre son relativas. Alberto Fernández es un hombre de las entrañas del régimen, pero con características un poco distintas. El Alberto Fernández de hace dos meses, que adquirió la popularidad que hoy conserva, parecía ser el centro de la construcción de una alternativa que naciera de él, lo que podríamos llamar el albertismo. Transcurrido dos meses, el avance del kirchnerismo dentro de la coalición de gobierno es muy ostensible y la ex presidenta, que parecía en un segundo plano, regresó y tiene una enorme habilidad política. Cuando Adolfo Suárez protagonizó esa transformación, el franquismo estaba terminado, pero este no es el caso. En este momento pareciera que la construcción política en torno de Alberto Fernández, más moderada y dialoguista, está en una fase de debilidad. Hay una paradoja que también abre un futuro incierto: es un político que hoy está perdiendo poder fáctico, mientras conserva el poder que emana de los sondeos de opinión. No es poco.
-La sensación es la de un peronismo con dos cabezas. ¿Puede sobrevivir así, con dos líderes?
-Hoy, el kirchnerismo ha crecido mucho y la vicepresidenta pone condiciones. La pregunta también es: ¿cuál es la posición de Alberto Fernández respecto de Cristina Kirchner? No está clara. La manifestación de él ha sido: “Somos socios, nos llevamos bien, somos amigos”. La percepción es que al tener estilos muy distintos y estar en distintos lugares de poder debería haber más diferencias. Los analistas políticos nos hemos cansado de decir que no es posible un gobierno bicéfalo, y menos en la Argentina, que tiene una cultura presidencialista. Debemos ser cautos. El peronismo ha sido muy creativo en todas sus fórmulas. No vaya a ser cosa que se esté pergeñando un gobierno bicéfalo porque Cristina Kirchner termina siendo una socia muy influyente y entonces se gobierne de esta manera los próximos dos años. En las encuestas preguntamos a la gente si va a prevalecer Alberto sobre Cristina, o Cristina sobre Alberto, o si los dos van a gobernar como socios, y el resultado es extraordinario: un tercio dice lo primero, un tercio lo segundo y un tercio elige la tercera opción. Eso no está dirimido ni en la política ni tampoco en la opinión pública.
-Usted ha dicho que en las encuestas que realizan no hay constancia de que la sociedad argentina haya revalorizado la política. ¿Existe el riesgo de que el agravamiento de la crisis ocasione un crecimiento del discurso antipolítico?
-Hay que analizar algo importante y lo planteo en términos weberianos, que es la teoría que yo enseñé 25 años en la facultad: hay una dimensión política, que tiene que ver con los liderazgos, con las visiones y las orientaciones estratégicas. Eso debe estar a cargo de la política, así como el sistema de gobierno. Entonces tenemos un sistema democrático y deberíamos tener líderes con un pensamiento estratégico. Después tenemos la dimensión burocrática, que es la de las organizaciones tanto públicas como privadas y que en un país como la Argentina equivale al papeleo kafkiano, pero, en términos sociológicos, una buena burocracia equivale a una buena forma de tomar decisiones, de proveerse de información, de resolver los problemas. Un buen gobierno es una síntesis entre una burocracia que asesora recomendando medios para resolver los problemas y una dimensión política que tiene que otorgar la visión estratégica. Cuando hablo de consenso instrumental parece ser una cuestión que ha aprovechado mucho el macrismo: “Estamos aquí para resolver los problemas de la gente”. En cierta manera, eso implica una despolitización. Y detrás de la pandemia puede haber una despolitización y un discurso muy acorde a una demanda que es la de un ciudadano que no tiene dimensión política sino que dice: “Yo pago mis impuestos y demando soluciones a mis problemas”. Tengo una prevención de que estos discursos instrumentales tiendan a prevalecer sobre la dimensión política. Y entonces se digan cosas como que los políticos están defendiendo sus intereses y no los de la gente. El sistema democrático tiene muchos defectos, pero finalmente vivir en democracia es vivir en libertad, que se procesen las cuestiones políticas sin violencia, es que haya niveles de consensos, de debate.
-¿El discurso antipolítico se convierte siempre en antidemocrático?
-Debemos pensar en la calidad de la democracia frente a esta tragedia y frente a autoritarismos o populismos que se sostienen en supuestas demandas sociales para ir contra el régimen político democrático. Los ejemplos son inevitables: Trump, Bolsonaro, pero también Orbán en Hungría o los políticos italianos siempre se apalancan en supuestas demandas sociales, que serían demandas que nacen del sentido común. “Soy pobre, tengo que trabajar". "Las elites son ricas y tienen privilegios”. Estas son tensiones normales de las democracias, pero no pueden ser resueltas en detrimento de los liderazgos políticos, que tienen que fijar las estrategias y preservarse del debate político y la sana deliberación en las figuras en el ámbito ejecutivo y legislativo. La política tiene que ser cuestionada en sus errores, pero tiene que ser defendida en su sentido. Hay un tema muy importante con la democracia y la libertad: la pandemia ocurre en el medio de una disputa que no es armada, como en la época de la Guerra Fría, pero sí muy marcada, entre la concepción occidental de la política y la concepción china de la política. China es una dictadura en términos de nuestra cultura democrática. Acá se juega una dimensión de defensa y de respeto necesario a la democracia, por más defectos que tenga.
-¿Es válido el debate sobre los límites del Estado en materia de libertades individuales a partir de la prolongación de la cuarentena? ¿Hasta dónde resiste la sociedad el aislamiento, no sólo por sus consecuencias económicas?
-Ha habido un consenso mundial para instaurar cuarentenas y por eso tenemos que ser respetuosos. No me cierra que la mayor parte de los gobiernos del mundo lo hayan hecho para ganar un poder que, en última instancia, las sociedades lo van a perder en términos económicos. Soy prudente para juzgar la prolongación de la cuarentena, pero, como sociólogo, creo que no se puede prolongar indefinidamente una tensión por los recaudos que hay que tomar en términos de pérdida de libertad por una cuestión sanitaria. No sólo por la economía, sino la propia fuerza natural de las sociedades y de las personas que ni aun en las dictaduras perdieron la libertad de movimiento y de comunicación. De manera que auguro que la cuarentena no puede durar muchísimo más. En todo caso habrá un pico de contagios y después una apertura. Si no, va a haberla de hecho. Las sociedades, cuando son trabadas en su dinámica, empiezan a generar conductas disruptivas. La cuarentena, de una u otra manera, tiene fecha de vencimiento.
-¿Y el final de la cuarentena representará algún riesgo político para el Presidente?
-Hay algo que aprendí como analista de opinión y también como asesor de gobiernos. No voy a hablar de Alberto Fernández sino de los políticos que reciben 20 encuestas y todas le dicen que tiene un altísimo nivel de popularidad. En términos políticos, el riesgo es pensar que si alcanzó ese nivel de popularidad tomando ciertas decisiones, lo que debe hacer es mantenerlas. Un miembro del equipo económico de Alfonsín me contó que habían instaurado el Plan Primavera y, como les permitió ganar las elecciones, siguieron replicando el mismo plan, aunque aplicado en un momento posterior llevaba al fracaso. Lo mismo le pasó a Menem con la convertibilidad. Un político que toma decisiones y que tiene una coyuntura que lo lleva a la popularidad tiene que ser suficientemente creativo como para cambiar sus decisiones si se modifica el contexto. Ese es el peligro hoy para Alberto Fernández. Según nuestra última encuesta, el 55 por ciento de los que votaron a Macri hoy apoyan al Presidente. En estas condiciones, el problema no es enamorarse de la cuarentena sino enamorarse de los números de los sondeos.
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